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Mírame... de frente.


Plaf.

Plaf.

Plaf.

Entre adoquines y edificios los zapatos resonaban más de lo que le gustaría bajo el silencio iluminado por farolas

No sabía cómo había llegado allí, solo recordaba que iba de camino a casa pero había un problema: por ahí no estaba su casa. 

Al parecer había andado perdido sin rumbo, más atento a divagaciones y fantasías inconexas alrededor de una sola cosa, o persona más bien.

Michelle.

No sabía qué hora era, ni el día. Ray se había encontrado allí de repente por culpa de un subconsciente que había guiado sus pasos hasta ese barrio. Un lugar en el que vivió en otro tiempo ya olvidado.

Y esa sensación...

De ojos perforándole la nuca, acelerándole las pulsaciones. Silbidos en la oscuridad, los pasos de sombras eran más fuertes que nunca.

Ray quedó paralizado. Había algo raro en la luz de las farolas y el óxido de las ventanas. Un ambiente que no podría describir aunque se lo propusiera. Algo así como ansia perturbadora con cierto regusto a tensión impaciente.

La calle estaba vacía. La luz amarillenta de las bombillas alumbraba las fachadas y los capós de los coches reflectándose en sus ventanas.

No había nada. Vacío. Puro vacío. Un vacío aterrador.

¿Y la gente? ¿Y el tráfico?

Parado en la acera Ray observaba la calle desierta, ese barrio muerto donde vivió hace años estaba irreconocible pero, por una alguna razón, sabía que ese era el lugar donde debía estar. Que algo lo había llevado hasta allí.

¿Pero por qué?

Casi grita cuando la sintió.

 Una mano. No la veía, pero pútrida y afilada le arañaba lentamente la espalda, abriéndole la carne e infectándole las heridas. Era su mano.  Esa que acompañaba unos ojos de los que nunca supo el color. No sabía cómo pero... lo sabía y de repente, comprendió que esa era la mano que lo trajo hasta allí.

Ray giró  bruscamemente, enredándose con sus propios pies cayó al suelo.

No había nada.

Nada, excepto edificios y acera.

El bote. 

Desesperado, sacó las pastillas con tanto ímpetu que resbalaron entre sus dedos y rodaron bajo un coche. Ray gimió mientras miraba en su dirección con la firme idea de recuperarlas. 

Pero no hizo falta.

Bajo la oscuridad de los neumáticos, oía la pastillas repiqueteando dentro del bote. Incluso le pareció escuchar una pequeña risita.  El botecito rodaba sobre el asfalto, saltó el tranco de la acera y Ray vió, giro lento, tras giro aún más lento, como el bote volvía hacia él. Solo y ofrecido. 

― ¿Co...cómo? 

Miraba el coche con ojos desorbitados refullando, tratando de normalizar el pánico que le atoraba las venas. Inpira, espira. Inspira espira.

Así, entre  respiraciones convulsas Ray se agachó. Sería un gato, un estúpido gato callejero.

 Gritó.

 Ojos. Allí, bajo el coche.

Verdes, brillantes por una perversión retorcida, parecían flotar en las sombras. Clavados en él, sin pestañear, alimentándose de su miedo y del temblor de sus espasmos.

 Se arrastró hacia atrás desesperado hasta que su espalda chocó contra la fachada. Intentó levantarse pero no podía huir. El terror le paralizaba las piernas.  

Cerró los ojos esperándo que garra que se cerniera sobre él. Esperó con músculos agarrotados y ojos apretados a la espera del zarpazo. Esperó. Esperó. Esperó... y no llegó. 

Ya no había nada.

Miró a ambos lados luchando por palparse la espalda.

No tenía la camisa rota, no le dolía y tampoco sangraba, solo notó la humedad del sudor frío que le envolvía la piel. Si no tenía nada, significaba que todo eran  delirios, paranoias que podían arreglarse con una sola pastilla.

La vista volvió al botecito solitario que esperaba por él. Estaba a unos pocos metros, así que solo tenía que cogerlo. Gatearía unos pocos pasos, alzaría la mano, cogería sus pastillas, se tomaría una (dos o tres si hicieran falta), todo desaparecería y volvería a casa. O al bar, a que se le quitaran los temblores con una buena jarra de cerveza fría.

Y así lo hizo. Ray se arrastró hacia el bote y ... casi llega a tenerlo entre sus dedos.

―Ey Ray...― susurró una voz infantil. 

A cuatro patas sobre la acera, su mano apenas rozaba sus pastillas cuando alzó la vista. Tras la ventana del coche, una vocecilla aguda le sonreía con los dientes afilados en una mueca sobrenatural.

Calló hacia atrás de un grito y, temblando, arrastró su culo por la acera hasta chocar contra una fachada.  

―Ey Ray ― Esos... esos ojos  relampaguearon verdes en la criatura que se relamía tras el cristal. Que le hablaba sin mover los labios, de hecho, no tenía labios ni facciones. Solo eran ojos y sonrisa― Raaaaaaaaaaay.

  Se tapó los oídos agitando la cabeza a los lados. 

Como susurraba su nombre, con ese tonillo infantil y musical le daba escalofríos.

No era real, nada era real. 

Quería dejar de mirar, cerrar los ojos y desparecer pero, no podía. Quería dejar de escuchar aquella vocecita susurrante, pero no sirvió de nada taparse. Por un instante, Ray pensó en cortarse las orejas, aunque de poco hubiera servido. El susurro de esa llamada no estaba en sus oídos, sino en su cabeza.

  ― Ray                                      ― Ray                                     ―Ray                         ―Raaaaaaaayyyy

Los susurros de su nombre seguían una letanía ritmica y nocturna. Su grito murió antes de nacer. La garganta, la tenia tan bloqueada que casi le asfixia.

  ―Ey Ray.   

No podía moverse. No. No podía huir. Ni si quiera cuando vio como el susurro se deslizaba como una araña retorciéndose, crujiendo mientras se deslizaba bajo el coche.

Era negra, sin contornos, pura oscuridad menuda en un vaivén deforme. Solo su cara y sus ojos se mantenían estáticos mientras una fuerza invisible le agarraba la garganta y le levantaba por el mentón. 

Paralizado, en shock, el cuerpo de Ray era una cáscara vacía. Su consciencia había quedado atrás, encerrada tras un muro de terror.

En la sonrisa de cuchillas, las comisuras llegaban hasta los ojos como una máscara plana sin facciones. Solo que no lo era, no era una máscara. Era su cara. El rostro de sus demonios.

―Ey Ray ...― Verde y verde se encontraron. 

Ojos aterrados contra ojos brillantes de odio y diversión. Ojos llenos de pesadillas y víctimas. De una sola víctima: él.

―Ey Ray...― Cada vez más cerca los susurros sonaban dulces como néctar de piruletas,  casi como una brisa de helados, cuentos y lápices de colores―. ¿Aquí si me ves?

Gritó.  A la sombra se le abrió una boca gigantesca de una monstruosidad deforme. De dentro de ella, salían risas téticas de niña. Sus manos pútridas, desprendían olor dulzón mientras le despellejaban antre una piel no oponía resistencia. Y Ray tampco. 

Solo movía los labios, profiriendo alaridos. El resto del cuerpo lo tenía agarrotado, no respondía, pero no así su boca; que gritaba sola como si hubiera adquirido conciencia propia. Gritó hasta que se le vaciaron los pulmones y después cogía aire para seguir gritado.

Esa... esa... sombra...esa... niña iba a devorarlo.

Durante minutos, segundos o quizás horas, terroríficos chillidos de gorrino asustado impregnaron la noche.

― ¡Ray despierta! ¡Despierta te he dicho!¡Levanta ya, coño!

Alguien le gritaba sacudiéndole el hombro.

Tirado en el sofá con la tele puesta ya estaba despertándose cuando su mujer le asestó un bofetón. Quizás para asegurarse de que volviera en sí o quizás porque hacía tiempo que le tenía ganas y quiso aprovechar el momento.

Ray nunca supo del porqué de ese guantazo, pero si supo que el dolor golpeando su mejilla fue lo que terminó de traerle a la realidad.

―Ya estoy, ya estoy...

―Estabas gritando. Eso te pasa por quedarte dormido viendo la tele ―le espetó su mujer con un bufido―. Así que tira a la cama y reza porque no hayas despertado a ningún vecino, que como te hayan vuelto los terrores nocturnos esta misma semana estamos en el psiquiatra.

Ray asintió con la cabeza a todo antes de dirigirse a su habitación, donde durmió el resto de la noche

Esta vez no vagó por su antiguo barrio, aquel en el que vivió con su primera esposa. De hecho, Ray no se acordaba de aquella época igual que no se acordaba de su pesadilla.

Antes de caer dormido, en su cabeza rondaba la esperanza de que quizás vería a Michelle al día siguiente. 

No habría miradas verdes, ni sonrisas de cuchillas con comisuras hasta los ojos. 

Al menos no esa noche.

-TifaSteph-

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