Capítulo 7
Un día después me encontraba sentada frente al televisor, sentía como si un signo de interrogación estuviese cubriendo mi rostro a pesar de entender lo que ocurría. No imaginaba lo que podría pasar los días siguientes pues me estaba dando cuenta de cuán impredecible podía ser la vida.
Escuchar tantas noticias tristes me causaba temor, pero no debía permitirme ser derribada por algo evitable.
Tomé la libreta en que había apuntado mis objetivos y taché el número cuatro pues ya había aprendido lo esencial del baile y me sentía satisfecha. Hice lo mismo con el sexto; Laura y Bruno se estaban llevando muy bien y a pesar de sólo haber podido reunirse una vez, no se rendían y seguían hablando por teléfono. Al parecer, la distancia no sería un obstáculo para esa relación tan hermosa que estaban construyendo.
Al contemplar lo que anoté en ese punto pienso que quizás exageré con lo de «su chico ideal», pues tal perfección solamente la había visto en las películas de princesas y aunque resulte deprimente, considero que estos últimos meses me hicieron tener tal opinión aun sin haber estado con alguien que me lo demostrara, como suele suceder, pues no me refería a los chicos precisamente, sino a la vida en general.
El segundo, el tercero y el séptimo estaban por completarse. Estaba estudiando mucho y casi no me quedaban dudas en ninguna materia. Por otro lado, decidí aprender alemán y en poco tiempo superé los contenidos básicos. En la cocina, logré hacer varios platos con bastante esfuerzo diario, al tiempo que le daba cumplimiento a mi propósito número ocho pero que no anularía; hacer sonreír a mi mamá era un deber que me acompañaría de por vida.
—Superar mi récord de libros leídos en una semana —dije pensativa—. ¿Cómo lo conseguiré? —resoplé lanzándome sobre mi cama con decepción pues nunca antes, leer me había resultado tan complicado.
Unos minutos después abrí los ojos exaltada por uno de esos extraños sueños en los que sientes que estás cayendo al vacío. Fue así como tomé conciencia de que necesitaba descansar, que tantas preocupaciones me estaban afectando en exceso, que querer aprovechar la cuarentena para crecer, me había hecho olvidar varias cosas de igual importancia.
A partir de entonces, me propuse organizarme mejor, de modo que mi tiempo de aprendizaje no interviniera con mi descanso.
Antes de volver a cerrar los ojos, me senté junto a la ventana de mi habitación para observar la inusual quietud en la ciudad. El momento fue propicio para pensar. En unas horas estaría cumpliendo un año más de existencia, año exigente, en el que reí y lloré, en el que conocí mucha gente, en el que pude superarme intelectualmente y sobre todo, un año más con mis amigos y mi familia, esa familia poderosa que al borde del abismo supo mantenerse de pie y me hizo sentir enormemente orgullosa.
Dejaba atrás un año que contó con desafíos, con obstáculos que pusieron a prueba tanto mi coraje como mi resistencia.
Advertí a lo lejos una pareja besándose con las mascarillas puestas y mis labios formaron una sonrisa. Un doctor visiblemente agotado pasó también por mi campo de visión y mi sonrisa se redujo pero no fue eliminada como muestra de administración hacia tan humilde profesión.
...
—Felicidades Ana en su día, que lo pase con San Alegría... —la inconfundible letra anunció la llegada de mi decimosexto aniversario de nacimiento.
Al abrir los ojos y notar la presencia de esas tres personas tan importantes, automáticamente salté de la cama y los abracé con entusiasmo. No habría podido recibir un mejor regalo que el regreso de mi padre y la presencia de todos en casa. Me sentí afortunada.
—¡Por fin estás aquí! —exclamé sollozando mientras me inclinaba a la altura de su silla de ruedas para abrazarlo y lo escuchaba reír con ilusión.
—¡Aquí estoy, Ana, aquí estoy!
Unos cuantos minutos después recibí una llamada de Ana.
—¡Felicidades amiga! —gritó Laura al otro lado de la línea telefónica—. ¡Te quiero muchísimo, ojalá fueras eterna!
—Ja ja ja, sabes que lo soy y lo peor es que eternamente seré tu amiga —bromeé.
—¡Oh, no! ¡Sálvenme! ¡No resistiré a esa tortura! —expresó dramáticamente haciéndome reír.
Al poco tiempo de haber colgado me llaman Erick, Bruno y otros amigos de la escuela. El día transcurrió muy rápido, ya que lo pasé conversando con mi padre. En la tarde, cuidando de no incumplir ninguna medida distinta al aislamiento social, Erick, Laura y Bruno decidieron reunirse conmigo y compartimos un rato inolvidable, entre chistes, risas, bailes y deliciosa comida hecha por mi madre.
—¿Qué le dijo el ratón al queso? —preguntó Erick a punto de rendirse, pues ninguno hallaba la respuesta a sus chistosas incógnitas.
—¡Amigo amarillo, lamento informarte que hoy morirás! —respondí soltando una fuerte carcajada que contagió a todos.
—Respuesta correcta.
—¿De verdad? —pregunto sorprendida.
—Pues confieso que ni yo mismo sabía la respuesta, así que se acepta tu teoría —dijo provocándonos más risa.
A pesar de haberme estado divirtiendo tanto, hubo ocasiones en que pasaba por mi mente Nicolás y lo extraño que había sido que ni siquiera hubiera contestado la llamada que le hice cuando mis amigos y yo nos pusimos de acuerdo para reunirnos.
Minutos antes de irme a dormir y luego de que mis amigos se marcharan, finalmente recibí una llamada suya.
—¡Felicidades, Ana! —respondió en cuanto contesté, pero su voz sonaba diferente—. Espero que puedas disculparme por no haberte felicitado antes y por no contestar cuando me llamaste.
—Muchas gracias, amigo. No tengo nada que disculparte. Pero ¿te sientes bien?
—Sinceramente no, me he pasado el día con un fuerte dolor de cabeza y presiento que tengo fiebre —respondió antes de toser secamente.
—¡Oh, oh! Eso no suena nada bien. Por favor, ve al hospital.
—Seguramente es sólo un resfriado, no quiero preocuparte.
—Me preocuparé mucho más si no descubres lo que tienes.
—Está... está bien —dijo inhalando profundamente, señal de que le estaba faltando el aire.
—Llámame, por favor.
Si bien me sentía sumamente feliz por el regreso de mi padre y por la tarde maravillosa que pasé con mis amigos, fue inevitable irme a dormir con esa sensación de angustia por la quebradiza salud de Nicolás.
...
—¡Ah!
—¡Ahora mismo vamos para el hospital! —dijo mi tía cuando escuchó mi último quejido.
—Ya es muy tarde, tía. Dejémoslo para mañana —le pedí por el temor de que me diagnosticaran esa enfermedad, de cuyo nombre ni quería acordarme.
—Tu salud no puede esperar a mañana, Nicolás —respondió tosiendo.
Recogí algunas cosas que necesitaría si me ingresaban y salimos de casa con angustia.
De mi cabeza no se borraba el rostro de preocupación que idealicé en Ana cuando percibió mi malestar. Su reacción me conmovió pero no quería que se inquietara por mi causa.
Una vez en nuestro lugar de destino, ese que tantos recuerdos tristes me traía, nos enfocamos en buscar a un epidemiólogo y desafortunadamente, nuestras sospechas fueron confirmadas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro