Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5

Fue tan hermoso, tan tierno que, en ese instante pude olvidar todo lo malo. Sentir los brazos de tus padres, envolverte es sinónimo de sentirte protegido, amado. Y es que no hay nada que pueda superar ese amor, que espera y enfrenta mil tormentas si es necesario, tormentas en las que no falta el miedo pero tampoco la esperanza.

Cuando nos separamos parecía estar desorientado, a lo que su esposa, mi madre, procedió explicándole paso a paso, lo necesario. El experto nos dijo que en aquel punto debíamos ir despacio, que posiblemente tardaría unos días en recordarlo todo. ¡Ya había vuelto en sí! Era un formidable avance.

Ya en la noche, al llegar a casa, me decidí y marqué el número fijo del acosador, pero olvidé que no sabía cómo se llamaba y tuve que colgar de inmediato. Si él mismo contestaba, con mencionar mi nombre sería suficiente, porque seguramente ya lo conocía, y sabría el objetivo de la llamada, pero si lo hacía otra persona ¿cómo me referiría a él? ¿como el acosador que era, o como el chico de ojos azules del hospital? Ninguna de las dos me pareció apropiada. No fue hasta que se me ocurrió echarle una ojeada al otro lado del papel, que marqué el número completo, pues ahí estaba su nombre: Nicolás.

—¿Sí? Buenas noches —se escuchó una voz femenina.

—Buenas noches. ¿Nicolás está?

—Sí, ya viene.

—«¡Ajá! Ahora veremos cuál va a ser su explicación». —me dije interiormente.

—¿Hola?

—Hola. Soy yo, Nicolás, Ana.

—¡Oh, Ana! No me lo esperaba.

—Siendo sincera, no tenía ganas de llamarte. Lo hice por la razón de la que ya tienes conocimiento. Así que puedes comenzar.

—Creo que mejor será hablar en otro momento. Te aseguro que no es por querer evadir este tema.

—Pues demuestras todo lo contrario.

—No sabes cuánto quisiera poder expresarte todo aquí, ahora, aprovechar esta ocasión en que me dedicas parte de tu hermoso tiempo...

—¡Ok, ok! Sólo dime, cuándo estarás disponible —dije interrumpiendo lo que pareció ser una declaración de amor.

—Mañana, en la tarde, en el hospital —respondió con rapidez.

—Está bien. Hasta mañana.

—Hasta mañana, Ana. !Oh, qué lindo sonó eso!

—Ja ja ja, claro. Continúa lo que estabas haciendo. Buenas noches.

Al otro día, luego de visualizar mi clase por televisión y estudiar un poco, salí directo al hospital y, como si me hubiese estado esperando, ahí me encontré a Nicolás, recostado en la puerta de la habitación en que se encontraba mi padre. En cuanto notó mi presencia, guardó el celular en uno de sus bolsillos y extendió su otro brazo dejando ver una hermosa rosa blanca.

—Hola, Ana. ¿Me disculpas, por todo?

—¿Por ser un acosador, torpe y maleducado? —pregunté burlándome.

—Bueno, sí —respondió avergonzado.

—Te disculpo, porque estás siendo sincero —le hice saber al tiempo que tomaba la rosa.

—¡Gracias! Ahora, quisiera que me acompañaras. No tardaremos.

Lo seguí hacia una sala, completamente nueva para mí; ni siquiera había pasado por allí. Nos detuvimos cerca de una ventana de cristal, al otro lado de la cual se podía ver una anciana dormida.

—Es mi abuelita —dijo tristemente—. Como puedes ver, está gravemente enferma.

—En verdad, lo siento mucho.

—No te preocupes. De algún modo ya me he acostumbrado a la idea de que está dejando este mundo. Ella me crió y ahora, que está tan mal, no podría dejarla sola. Merece el mayor cariño y cuidado del mundo, por eso estoy aquí, diaria y puntualmente.

—¡Es muy lindo lo que haces! —salían de mi boca esas palabras con tanto pesar.

—Una vez, aprovechando que dormía, salí a recorrer el hospital para tomar algunas fotos y vi a una linda chica entrar a la sala de Terapia Intensiva y se detenía a un costado de la camilla, que ocupaba un señor, en coma según lo que pude averiguar. Tu historia y tu belleza me atrajeron desde el principio y siempre que se me presentaba una oportunidad, pasaba por aquel lugar, para intentar saciar mi curiosidad.

—¿Y por qué nunca me hablaste o me preguntaste aquello que ansiabas saber?

—Muchas veces pensé en presentarme o al menos decirte «hola», pero cuando los nervios no me jugaban una mala pasada, era una urgencia que se me presentaba y tenía que salir corriendo —confesó con una leve coloración en sus mejillas.

—Entiendo —dije observando a aquel chico que, unos minutos antes, no me agradaba pero ahora me parecía sumamente encantador.

—¿Podemos ser amigos?

—Creo que será agradable —dije fingiendo vacilación y provocándole más inseguridad de la que ya mostraba—. ¡Amigos entonces!

—¡Uf! ¡Qué susto acabo de pasar!

—No soy tan mala. Relájate —bromeé—. Bueno, debo irme. Fue muy bueno este tiempo contigo y agradezco tu sinceridad. Tu abuelita debe sentirse complacida por la educación que te dio —sujeté sus manos como muestra de apoyo.

—Sé que lo está —afirmó antes de darme un tierno beso en cada mano y entrar para acompañar a esa admirable señora, que yacía en una pequeña cama de hospital.

—¿Dónde están los mejores padres del mundo? —pregunté mientras abría la puerta y me acercaba para rodearlos con mis brazos.

Sentimos que alguien se sumó al amoroso abrazo; era mi hermano que llegaba de la facultad para ayudar con la rehabilitación de nuestro padre, gracias a los bastos conocimientos con que ya contaba. Faltaba muy poco para su graduación y podíamos afirmar que estaba convirtiéndose en un gran médico que honraría su profesión con mucho orgullo, pues fuimos testigos de su entrega y dedicación diarias.

—¡Vamos! ¡A levantarse! —exclamó.

—¡A sus órdenes coronel! —bromeó como respuesta, nuestro padre.

Cuando consiguió ponerse de pie, todavía con un poco de asistencia, recorrió con pequeños pasos la habitación. Al terminar, cada uno sujetó una de sus extremidades y entre masajes y suaves movimientos, íbamos haciendo posible la total recuperación de sus capacidades motrices.

A mitad de abril, mi padre se había recuperado casi completamente. Dentro de unas pocas semanas le darían el alta. En todo ese tiempo no hubo un día en que yo dejara de informarle o de intercambiar opiniones acerca de lo que sucedía a nuestro alrededor y no es que nos gustara hablar de cosas tristes (como decía mi madre) sino que se le hacía imposible abandonar, incluso en las peores circunstancias, la profesión que tanto amaba y a mí me alegraba verlo apasionado, con fuerzas para seguir viviendo y, a la vez me iba preparando profesionalmente. Al fin y al cabo, no podíamos ignorar lo que sucedía en el mundo.

Por otro lado, la abuela de Nicolás falleció a inicios de ese mismo mes, unos pocos días después de que tuviéramos aquella conversación con la que nos hicimos muy buenos amigos.

A pesar de empeñarse en engañar a todos y llegar al punto de intentarlo consigo diciendo que estaba «perfectamente bien», conmigo no funcionó y se lo hice saber. Cuando estábamos solos se desmoronaba, liberaba la aflicción que mantenía su corazón oprimido. Había surgido la confianza entre ambos por esos pocos pero gratos momentos que pasamos juntos, en los que pudimos conocer más de la personalidad del otro.

En una ocasión me contó cosas muy personales, que por ser de tal tipo, nunca antes me atreví a preguntar. Estábamos en un solitario parque, cerca del hospital, la brisa de la tarde revolvía nuestro cabello. De vez en cuando intercambiábamos miradas; ambos preferíamos el silencio, quizá porque nos proporcionaba la paz necesaria para olvidar las dificultades. Entonces habló:

—Gracias —mantuvo los ojos cerrados hasta que concluyó la frase—, por estar aquí conmigo.

—Hey, no tienes que agradecerme. Soy yo quien debe hacerlo por lo extraordinario que has sido.

—Al contrario. ¡Creo que eres de otro planeta! —dijo con la vista fija en el cielo.

—Sí, claro, de Marte —bromeé.

—Lo sabía —simuló su éxito de forma graciosa.

Y como si fuésemos poseedores de telepatía, salieron de nuestras bocas, al mismo tiempo, ruidosas carcajadas que, irónicamente igual que el silencio prevalecido unos minutos antes, ayudaron a sentirnos mejor.

—Mis padres murieron cuando tenía 8 años —comenzó a relatar al tiempo que paraba de reír y su rostro era irrumpido por un gesto sombrío—. Desde entonces me he sentido vacío, inmensamente solo, aunque irrefutablemente el amor de mi abuela hizo sanar parte de esa herida.

Yo creí prudente limitarme a escucharlo.

—No tengo muchos amigos, lo que generalmente llegan a sentir por mí aparte de antipatía, es lástima. De todos modos ya me he adaptado —manifestó con indiferencia—. Pero no te preocupes que mi historia no se ha basado solamente en tristezas y la razón... eres tú. ¿Me darías un abrazo?

No supe qué decir, sólo cumplí su petición, con el mayor gusto.

Ana, con esa mirada tan sincera que deja ver sus más bellos sentimientos. Aún recuerdo cuando me despedí de ella aquella noche en que recibí la muy esperada llamada: «hasta mañana, Ana». Escuchar su risa me hizo estremecer y desde entonces no puedo sacarla de mi mente.

Fue tan bonita la amistad que construimos que, siendo sincero, cuando estaba a su lado me parecía estar soñando y, si así hubiese sido, no hubiera querido despertar. Desde que mi querida abuela murió, el mayor apoyo que recibí fue el suyo. Era como si nos hubiésemos conocido muchos años antes y teniendo en cuenta cómo me comporté mientras buscaba una oportunidad para hablarle, considero que no me merecía tanta amabilidad y conjugo en pasado porque lo enmendé, poco a poco, en cada ocasión que me brindaba.

La actitud que mostró cuando abrí mi corazón y expresé mis sentimientos fue suficiente para confirmar que podía confiar plenamente en ella y decidí componerle una canción. Lo solía hacer para desahogarme, en parte conmigo mismo; era como confesarle, a mi guitarra, lo que sentía.

—No debo perder tiempo, hoy mismo la escribiré —expresé en voz alta mientras entraba a la casa de mi tía, a la que me tuve que mudar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro