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Capítulo 3

Más tarde fuimos mi hermano y yo, a visitar a nuestro padre y, cuando Axel fue a conversar con unos amigos médicos, aproveché para leerle a mi padre lo que había escrito. ¡Si podía oírme, no desaprovecharía esa oportunidad! Sostuve su mano con delicadeza mientras pronunciaba cada palabra.

Le conté de los cambios, principalmente, en las escuelas; el paso de las clases presenciales a las virtuales, las llamadas teleclases. Lo complicado que había sido, sin duda para muchas personas, adaptarse a estar lejos de quienes se quiere. Recordé entonces la videollamada que hice con mis amigos, ese mismo día. Éramos muy unidos Laura, Erick y yo. Si surgía algún problema, por más pequeño que fuera, decidíamos encontrarnos, casi nunca nos hablábamos por teléfono. Realmente a los tres nos resultó difícil.

Me encontraba inmersa en mis pensamientos cuando sentí que la mano de mi padre se movía débilmente y, fue tan grande la sorpresa que, sentí ganas de saltar y cantar, pero creí más prudente buscar a mi hermano. Él trajo consigo a un especialista que nos explicó lo que podía haber sucedido. Yo me enfoqué en las razones positivas y llamé entusiasmada a mi mamá. Creo que ella también sintió ganas de saltar. Esperamos a que llegara y nos abrazamos con fuerza.

—No puedo creer que esto haya sucedido —dijo mi mamá al tiempo que nos separábamos.

—¡Créelo mamá, créelo! Según las palabras del Dr. Gómez, ésta fue una buena señal —dijo mi hermano queriendo animarla.

Aquella noche, los tres nos quedamos en el hospital y no fue hasta que mi estómago rugió, que recordé la comida.

—Iré a buscar algo de comer para los tres —anuncié.

—¡Oh, sí, Ana! Estoy muerto de hambre —dijo Axel.

Al abrir la puerta, me percaté de que alguien se alejaba corriendo, era un chico. «¿Había estado escuchando conversaciones ajenas?» Me quedé algo intrigada, pero no le di demasiada importancia. No obstante, ya cerca de la cafetería, me sentí muy incómoda al percatarme de que me estaban siguiendo, aunque unos segundos después esa sensación pasó. «¿Se dio cuenta de que lo noté?» «¿Percibió mis habilidades para golpear y eligió asaltar a otra? Pues hizo bien al tomar aquella decisión». Una sonrisa se formó en mis labios por esos pensamientos tan valientes que tuve. Realmente fue un día colmado de emociones.

La impresión de que alguien me observaba, se manifestó en mi interior al día siguiente cuando regresé al hospital con mi madre. Tenía que hacer algo al respecto pues me estaba sintiendo molesta. Me senté de espaldas a la ventana y abrí la cámara del teléfono para dar la impresión de que iba a hacer una selfie. Al cabo de un momento logré ver, a través de la pantalla de mi celular a alguien que enseguida se esfumó. Entonces llevé a cabo mi «plan B». Dejé el teléfono justo a un lado de donde me acosaba, de tal modo que no lo notara, y lo puse a grabar. Una hora después tuve que detener la grabación porque se me estaba quedando sin batería. Al llegar a casa vería el resultado.

—¡Ana, dime que hoy también se movió! —me espetó mi hermano en cuanto puse un pie dentro de casa.

—Oh, Axel! Lamentablemente, mientras estuve allá, no se movió, pero...

—¿Pero qué, Ana? —preguntó mi hermano, interrumpiéndome.

—Pero la enfermera me dijo que, esta mañana cuando llegó al hospital, lo primero que hizo fue visitarlo y se percató de unos leves movimientos de su pie izquierdo —terminé de decirle con alegría.

—Ahora sí tengo la certeza de que muy pronto estará aquí con nosotros.

—Yo tampoco tengo la menor duda. Ahora voy a bañarme y a cenar. Mamá se quedará esta noche y mañana vendrá a descansar. Si quieres yo voy mañana también, para que estudies.

—No te preocupes, hermana. Ya hoy hice el último examen de la semana. Puedo tomarme al menos un día de descanso. Realmente lo necesito.

—¿Y ahora te das cuenta?

—Ahora es que puedo pensar con claridad. He recuperado la esperanza, las ganas de vivir.

—¡No sabes la alegría que me da saberlo! —expresé con toda sinceridad, antes de darle un beso en la mejilla y despedirme.

Esa noche, antes de dormir reproduje el vídeo que hice en el hospital, con la esperanza de ver el rostro del «acosador desconocido». Lo único distinto al típico movimiento del hospital, fue la sombra de alguien que se detenía al lado de la ventana en varias ocasiones durante esa hora de grabación, resultado de haber colocado mal mi teléfono. «¿Había sido el mismo a quien casi atrapé escuchando detrás de la puerta? O ¿el mismo que me persiguió camino a la cafetería?» «¿Qué podía hacer para averiguarlo?» Necesitaba tenderle una nueva trampa.

...

Al pasar de los días, la situación fue empeorando en mi país y cada vez se hacía más difícil ver a mi papá, pues había que evitar las aglomeraciones y las visitas fueron limitadas. Ya no podía ir con tanta frecuencia. Sin embargo, no todo fue malo. A menudo se movía una parte de su cuerpo y aunque no reaccionaba por completo, no perdíamos la fe.

Mi mamá estaba cada vez más asustada por lo que estaba sucediendo tanto en el mundo como en nuestras vidas. Uno de los días en que me permitió visitarlo, le conté, como siempre, lo que acontecía pero esa vez fue más doloroso que de costumbre, ya se cumplían dos semanas de su estado inconsciente. Sólo me preguntaba a mí misma, cuándo iba a volver. Cada segundo me parecía una eternidad.

Esa vez no pude quedarme tanto tiempo como quería. Unos minutos antes de marcharme, recordé al «mirón» de la ventana y me di cuenta de que no estaba, no había sentido su presencia en las horas que estuve allí. Hizo bien, pues ya me estaba hartando y en cualquier momento conocería mi lado agresivo.

Le di un cariñoso beso a mi padre, en la frente, mientras sujetaba su cálida mano y sentí que la estrechaba con sutileza. ¡Era incontenible mi regocijo! Si bien en los últimos días había estado moviendo las manos y los pies, esto era igual de importante o más. No dejaban de alegrarme sus reacciones pues, sin duda, significaban algo muy bueno.

Ya en casa, me cambié de ropa luego de darme un buen baño, para eliminar todo rastro de Covid que pudiera haberse adherido a mi piel, y me conecté a internet para recibir la segunda clase de baile. Mi amiga Laura quiso inscribirse también y, después de mucho rogar a nuestras madres, nos pudimos reunir en mi casa para las lecciones y de paso hacíamos una pijamada.

—Ana, ¿te diste cuenta de cuán lindo es el profe de baile? —preguntó Laura mirando la foto de perfil del amigo de Erick, mientras hacíamos los ejercicios de calentamiento.

—¿En serio? —le pregunté a modo de respuesta.

—¡Ay, Ana, no me culpes! Ya sabes lo que dicen: «lo lindo se aprecia»

—Jajaja, pero tampoco es para tanto.

—¡Sin duda te estás quedando ciega de tanto escribir! —exclamó insultada.

—¡Ciega estás tú, que no ves al chico maravilloso que se babea por ti desde la secundaria! —solté sin querer.

Realmente no sabía si ella se había dado cuenta, pero si era así, lo disimulaba perfectamente. Bruno era un joven casi perfecto, tierno, inteligente, guapo y un poco tímido. Era evidente que Laura le gustaba. Sus miradas, su incomparable amabilidad, llegando a la humillación y la forma en que se sonrojaba cuando ella le dedicaba una simple palabra, lo delataban.

—¿Qué? —preguntó claramente sorprendida.

—No lo habías notado, ¿verdad? —quise confirmar pero justo en ese momento se conectó el profesor y atrajo toda su atención.

En la noche la vi distraída, preocupada y decidí retomar el tema.

—Lau.

—Ana —hablamos a la misma vez y eso nos hizo reír—. Ok, tú primero.

—¿No sabías que eras el amor platónico de Bruno?

—Pensé que su comportamiento era normal, parte de su personalidad —dijo confundida.

—Sólo actúa así cuando está contigo, está enamorado. ¡Claro que es normal!

—Me siento rara sabiendo tal cosa, principalmente porque en muchas ocasiones he abusado de su increíble voluntad de servirme —expresó con tristeza.

—Es cierto. Pero ahora la cuestión es: ¿qué piensas hacer?

—No sé. Esto me ha tomado por sorpresa.

—Yo tengo su número de teléfono. Si quieres puedo dártelo o llamarlo yo misma.

—Sí, la última opción me gusta más. Ayúdame amiga, sé que está mal sentir arrepentimiento ahora, cuando me enteré de sus sentimientos, que debía haberme disculpado mucho antes, pero no lo creí importante.

—Fuiste una mala chica y él sufrió.

—Sabes que lo humillé aquel día porque no quería ser vista como una boba, tal como sucede con él —expresó, recordando la situación armada en la escuela, cuando unos chicos lo estaban agrediendo y queriendo ignorarlos, pronunció su nombre a lo que ella reaccionó con unas palabras tan hirientes como «no te conozco, adiós».

—Amiga, ser justa, o amable, no es ser boba, te lo he dicho mil veces. Bruno nunca te hizo nada malo, al contrario, siempre estuvo ahí, a tu lado, a pesar de todo.

—¡Oh! ¿Cómo no lo vi? ¡Es tan confuso todo esto!

—Bueno, no perdamos tiempo martirizándonos por el pasado y piensa en lo que le vas a decir. Más tarde lo llamaré —le anuncié con emoción.

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