Capítulo 1
—¡Auch! —exclamo al sentir cómo la delgada aguja es introducida en mi brazo para proporcionarme la primera dosis de la vacuna Soberana 02, esa, que me está acercando un poquito más a las clases. Y pensar que hace unos cuantos meses, el regreso a la escuela era sólo un sueño.
Al comienzo, muy pocos creyeron el hecho de que en Cuba, a pesar de atravesarse por tantos problemas, se crearan cinco candidatos vacunales, de los cuales tres ya dejaron de serlo para convertirse en vacunas, con todas las de la ley.
Ok, pero empecemos por el principio. Retrocedamos un año y aproximadamente nueve meses. Pues sí, nos encontramos prácticamente en medio de la nada, inmersos en la incertidumbre provocada por las alarmas activadas en gran parte del mundo.
Resulta que de manera sorprendente, aunque como fue supuesto con anterioridad por los expertos, en diciembre de 2019, se reportaron casos de pacientes hospitalizados con una enfermedad causada por un nuevo coronavirus: el SARS-CoV-2, en Wuhan, provincia de China. En este país asiático se tiene mucho contacto con animales salvajes como los murciélagos que, según estudios científicos, son el origen de los coronavirus.
El 11 de febrero de 2020, la Organización Mundial de la Salud la nombró COVID-19 (Coronavirus Disease, 2019). El 11 de marzo, el director general de la OMS, declaró el nivel de pandemia, término que define a una enfermedad que afecta la mayor parte o a todos los habitantes de un continente o del mundo. En este caso, no cabe duda de que tan acelerada propagación fue causada, fundamentalmente, porque era una enfermedad nueva, a pesar de que la humanidad ya conoció el síndrome respiratorio agudo severo, SARS (por su sigla en inglés), a inicios del siglo XXI, causado por otro coronavirus: el SARS-CoV, que infectó a más de mil personas en todo el mundo desde 2002.
Supongo que no aprendimos la lección a tiempo.
A Cuba llegaron, en el mes de marzo, ciudadanos portadores de la COVID-19. Lógicamente fue un momento mucho más alarmante y angustioso. Inmediatamente el Gobierno en conjunto con el Ministerio de Salud Pública (MINSAP) tomaron las medidas pertinentes.
Primeramente se recomendó mediante todas las vías posibles, el lavado frecuente de manos, taparse la nariz o la boca al estornudar o toser, la limpieza de objetos y superficies que pudieran estar infectados.
Para más precaución, recurrimos al uso de mascarillas, tapabocas, nasobucos (o como se prefiera llamarles) fuera de nuestras casas. La manera de saludar fue sustituida por una más divertida en la que los puños, codos y pies, se llevaron el protagonismo.
Cada día se hacía más imprescindible el distanciamiento social pues iba en aumento la cifra de contagios. Se decidió poner el país en cuarentena. Llegado este momento, muchos aspectos de la vida fueron alterados de forma atípica, trascendental.
…
Unos días después de haber comenzado el período de aislamiento, decidí enfocarme en mi lista de cosas que deseaba hacer mientras durara. Pensé que lo primero debía ser algo que requiriera de bastante tiempo, lo cual ahora tendría de sobra. Entonces recordé que, hacía unos meses atrás, cuando conocí el fantástico universo literario escondido tras una W, había soñado con formar parte de él y escribir mis propias historias. Pero fue sólo eso, un anhelo, hasta aquel día en que ocupó el número uno en mi lista de objetivos. El resto de la lista estuvo conformado de la siguiente manera:
2. Mejorar en esas asignaturas que no he obtenido calificaciones perfectas.
3. Aprender un nuevo idioma.
4. Aprender a bailar.
5. Superar mi récord de libros leídos en una semana (de tres hasta el momento)
6. Ayudar a mi mejor amiga con la búsqueda de su chico ideal. Una tarea difícil teniendo en cuenta las circunstancias de entonces pero que según ella, no se podía demorar. Había visto tantas películas de amor que prácticamente se había obsesionado con encontrarlo.
7. Aprender a cocinar. ¡No me juzguen! Tenía sólo 15 años. Lo único que sabía preparar era un sándwich. ¡Pero aprendería sí o sí!
Luego de guardar el bolígrafo y mi pequeña agenda, retomé mi rutina con las tareas del hogar, incluyendo lo relacionado con la comida. Ahora, les podía dedicar un poco más de tiempo y así ayudar a mi reina, mi mamá quien ya trabajaba lo suficientemente duro como directora de una universidad y, en las noches, como guardiana de los sueños de mi padre, porque se empeñaba en creer que sólo estaba durmiendo y soñando cosas mágicas.
Pero la realidad era extremadamente trágica ya que permanecía en coma desde que sufrió un accidente automovilístico, hacía una semana. A partir de entonces, mi hermano dedicó excesiva cantidad de horas al estudio. Decía querer graduarse cuanto antes, de la carrera de Medicina y poder ayudarlo a recuperarse.
Sentí algo inexplicable, cuando recibí la noticia. No sabía si llorar, gritar o correr por la casa y estrellarme contra la pared. Simplemente no me creía lo que me decían; mi padre siempre había tenido muy buena salud y, a pesar de no ser una cuestión de enfermedad, se encontraba a un paso de la muerte.
Sucede que me dije a mí misma durante los días siguientes: «¡Saldrá de ésta!». Se convirtió en mi lema, al que me aferré con esperanza y facilitó la continuidad de mi vida, con los objetivos que me propuse.
Ese día, antes de irse a trabajar, mi madre dejó anotadas instrucciones básicas para preparar la cena.
Sin contar las seis veces que la tuve que llamar para aclarar mis dudas y el desastre que armé en todo el lugar buscando ingredientes y utensilios, puedo decir que fue una excelente primera comida, pues tenía un sabor estupendo. ¡Bueno, quizás no "estupendo", pero se podía comer!
Luego de limpiar y organizar la cocina, fui a hacer las tareas orientadas por los «teleprofesores», nada que no se pudiera resolver con un vistazo a mis cuadernos de notas o una rápida búsqueda entre mis recuerdos. Entonces llegó a mi mente el momento en que mis amigos y yo nos reunimos para estudiar un día antes del examen de Inglés y decidimos escuchar música de Taylor Swift mientras intentábamos repetir cada frase en voz alta. Terminamos haciendo una pequeña fiesta y memorizando las canciones de un disco completo. Sacamos muy buenas calificaciones y desde ese día, sólo escuchamos su música mientras estudiamos, sea cual sea la asignatura, pues se convirtió en un agradable recuerdo que nos haría sentir mejor en momentos como estos en que debíamos estar separados.
A las ocho de la noche, prendo el televisor y aparecen muchísimas noticias de esa enfermedad que comenzaba a provocar tantas muertes en varias partes del mundo.
Un rato después, siento el teléfono sonar y contesto pensando que sería mi mamá, queriendo saber si había cenado, pues después de responder mi última pregunta, me pidió avisarle si lograba cocinar, cosa que olvidé por completo.
—¡Ana!¡ Te necesito, amiga! —era Laura, mi mejor amiga— ¡Esta situación me está atormentando, estoy desesperada, no resistiré un mes sin verlos! —grita sin compasión y percibo un corto sollozo, cuando termina la frase.
—¡Amiga del alma! Créeme que te entiendo y me estoy sintiendo justo igual que tú, pero esto apenas está comenzando. Los medios informativos han sido muy claros con nosotros: «para detener la propagación del virus, quédate en casa». Así que tendremos que estar aislados unos meses, por nuestro bien —le recordé, mientras me esforzaba por contener las lágrimas.
—Pues espero que sean pocos —confesó más para sí misma, como intentando calmarse.
—¿Acaso olvidas las videollamadas que tanto te gusta hacer?
—Por supuesto que no, pero sabes que no es igual. ¿Acaso olvidas tú que los abrazos no se pueden dar mediante una videollamada?
—Pues admito que sí. Me aferré tanto al lado positivo de todo esto, por querer evadir los pensamientos tristes, que acabé olvidándolo y ahora, que me lo recordaste, no te librarás de mí tan fácil, je je je —le advertí imitando la voz de una bruja.
—¿Te teletransportarás, o vendrás en tu escoba, brujita? —bromeó
—Hallaremos el modo, amiga.
Después de despedirnos, marqué el número de mi madre y sin novedad alguna, respecto al estado de mi padre, procedió a preguntar sobre el mío:
—Lamento no haberte llamado. ¿Cómo estás?¿Cómo quedó la cena?
—¡Oh, mamá, era yo quien debía llamarte, no debes disculparte, ya tienes bastante por lo que preocuparte cada día! Tu hija está haciéndose mayor y aunque la cena de hoy no fue la mejor muestra de ello, significó un buen comienzo.
—Lo sé hija, lo sé. Sólo que eres mi pequeña flor y siempre estaré dispuesta a cuidar de ti.
—Te amo, mamá.
—Te amo, hija.
Luego de nuestra pequeña conversación, fui directo a mi habitación en busca de un libro de Stephen King que tanto me gustaba, It. Una novela que me inspiraba cada vez que la leía y aunque el terror no era de mis géneros favoritos, éste lograba transportar mi mente a situaciones insospechadas que me hacían desarrollar y crecer como escritora.
Y era tanto el entusiasmo provocado por la trama, que un sonido proveniente de la cocina me hizo brincar e inmediatamente me dirigí al lugar, pensando en la escalofriante y loca idea de que fuera aquel ser tan peculiar.
Para mi bien recobré la conciencia cuando me di cuenta de que había sido el viento que provocó el movimiento y sonido de las ventanas.
—Definitivamente la naturaleza también disfruta las novelas de Stephen King —dije al tiempo que cerraba las ventanas y regresaba a mi habitación, riendo por mi propio comentario.
Mi hermano llegó un rato más tarde, estaba estudiando en casa de unos compañeros. Confirmé su presencia cuando sentí la puerta de mi habitación cerrarse suavemente y una manta cubrir mi cuerpo. Solía despedirse de mí cada noche, con un beso en la frente por más tarde que llegara a casa y, como en esta ocasión, apagaba las luces que tan seguido olvidaba por mi costumbre de leer antes de dormir.
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