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Capítulo 52


—Quizá si me mantengo lejos, no vuelva a quedarme como una idiota sin neuronas frente a él —suelto para mí misma.

Me doy la vuelta y observo que le paga al repartidor de pizzas, intento controlar mi pulso, pero es inútil, siento el brinco en mi pecho cuando Shawn cierra la puerta, se gira y se concentra en mí. Es tan lindo que podría lamerlo como si fuera un caramelo de fresa, o morderlo, o solamente sentir sus brazos aferrarme de nuevo. Lo más lindo es que está sonrojado, ¡jamás había lo había visto así! Mi único consuelo es que, por lo visto, también siente algo intenso cuando estamos juntos.

—Mexicana o pepperoni, tú decides —dice.

—Mexicana.

Como si no hubiera sucedido nada, me hace una señal para que lo siga. Entramos al comedor, pone las cajas de cartón en la mesa y me indica con su dedo índice que tome asiento. Desaparece en una habitación que creo que es la cocina; regresa sosteniendo platos, vasos y una jarra medio llena de limonada.

Mis comisuras tiemblan porque realmente se está esforzando, pone los platos y sirve la bebida. Después comemos en silencio, hago como que no sé que me está viendo. Voy en la tercera pieza cuando la puerta rechina, se escucha un azote y tacones golpeando el suelo. Respiro hondo, busco en Shawn algo, a pesar de que no sé qué, él me estudia y parece entender pues guiña un ojo.

Levanto la mirada justo en el momento en el que su madre traspasa el umbral del comedor, ella se detiene en seco apenas me encuentra.

—Buenas tardes, señora Price. —Se me queda mirando con seriedad, tanto que me pongo nerviosa, así que me remuevo en mi silla.

—Hola, Natalie —dice relajando los hombros, después se enfoca en su hijo—. ¿Cómo te fue en la escuela, cariño?

—Bien, Nat y yo haremos un trabajo de Literatura. ¿Qué tal tu día?

—Agotador, la señora Suki es insufrible, no volveré a ir a sus reuniones, no sabe hacer otra cosa más que presumir los mosaicos nuevos de su baño. —Hace una mueca de desagrado—. En fin, voy a retirarme para tomar una ducha y ponerme ropa más cómoda. Te quedas en tu casa, Natalie, coman rico, aunque ahí había guisado de pollo, no sé por qué a los jóvenes les gusta esa masa con salsa.

—Por la misma razón por la que a los viejos no les gusta —responde Shawn con los ojos brillosos, le doy una corta mirada a la señora Price, está sonriendo.

—Fingiré que no me llamaste vieja. —Lo señala con el dedo y sale de la estancia dando pasos firmes y haciendo resonar su andar al subir las escaleras.

Le doy un mordisco a mi pedazo de pizza, no estoy disfrutando lo suficiente porque es demasiado picosa, pero igual la utilizo para mantenerme ocupada y no hacer preguntas ni decir imprudencias. Creo que puedo sacar algo positivo de esta visita: al menos no me sacó a patadas de su casa.

—Mamá no es mala, solo es especial, tuvo que luchar con mi abuela para salir adelante porque mi abuelo las dejó cuando ella era muy chica, lo único que quiere es darme lo que no tuvo, aunque no sea capaz de ver que esos no son mis deseos; la mayor parte del tiempo es con papá con el que tengo problemas porque es una persona muy cerrada, alguien que quiere triunfar a toda costa, por lo tanto, quiere que yo también triunfe. Sé que aquella vez te hirió, pero la amo con sus defectos, Nat, es mi madre a pesar de todo y no podría vivir sin ella. —Suspira—. Me gustaría que algún día se llevaran bien, sé que va a amarte en cuanto se de cuenta de que eres similar a su madre.

—No sé por qué me dices esto, Shawn, no odio a tu madre ni le guardo rencor por lo que pasó. Sé que crees que soy rencorosa y que no perdono con facilidad los errores de las personas; y sí, tal vez soy un poco de esa forma, pero nunca odiaría a alguien, solo tengo miedo de no ser suficiente para ellos. Sé que lo de tu madre no es personal, que quiere lo mejor para ti y que pensó que la indicada era Han. No debí reaccionar así, tuve miedo de que Hannah fuera más perfecta que yo, pero ninguna lo es, las dos tenemos errores, incluso cuando son más notorios los míos; y no necesitamos serlo, tampoco demostrarlo. Si tu madre viera la mitad de lo que siento por ti, no volvería a dudar, y no porque crea que yo soy lo mejor para ti o lo que necesitas, lo digo porque soy lo que quieres y tus sentimientos son correspondidos.

—Me encantas cuando eres profunda, me dan ganas de morderte los labios.

Suelto una risotada.

—Lo digo en serio.

—También yo.

Ignoro lo que ha dicho y me pongo de pie, junto mis platos sucios, con rapidez me dirijo a la cocina para dejarlos en el fregadero. Lo escucho a mis espaldas, al momento de salir lo esquivo, él suelta una risita que me hace sonreír. Me quedo parada en medio del comedor con la vista fija en la puerta, Shawn sale con su andar pausado.

—Vamos arriba —suelta.

Con torpeza me giro, abro los párpados con horror al tiempo que voy hacia la sala para recoger mi mochila, no creo que ir a su habitación sea lo más adecuado, no con su madre cerca, mucho menos después del beso que nos dimos hace rato frente a las fotografías.

Mierda, estoy actuando como una lunática, ¡soy una jodida loca! No puede ser posible que me haga ideas estúpidas, él solo quiere que hagamos el trabajo, estoy a la defensiva por la charla que tuve con Jasmine el otro día. Inhalo y exhalo, sin embargo, no logro calmarme.

Shawn recoge su mochila y dando pasos lentos se pierde en las escaleras, como una tabla lo sigo. En el pasillo de la planta superior, lo veo entrar a la que creo es su alcoba, por alguna razón conocer ese sitio tan suyo me pone de los nervios. No obstante, siento curiosidad también, por lo que me apuro.

Hay zapatos regados en el piso, pero en general es limpio y ordenado. Alcanzo a ver una computadora en un escritorio, un librero repleto de libros y unas lámparas curiosas en sus mesitas de noche. Admirando los alrededores, me aproximo al borde de la cama y me dejo caer en ella. Todo es de color gris y celeste, me agrada, mi parte favorita es la alfombra peluda que parece el cielo. No hay fotos ni cuadros como en mi habitación, tal vez algún día pueda regalarle algo para que lo cuelgue en sus paredes, para que no se vean tan desnudas.

—Estos son todos los que leímos en el semestre. —Deja caer a mi costado una pila de libros, la cual observo como si fuera mi peor pesadilla—. Podemos hacer a Romeo y Julieta, así podré darte un beso al final.

—O puedes ser el insecto de "La Metamorfosis", así te arrojaría manzanas a la cara. —Lanza una carcajada estruendosa que me hace reír.

Hace los libros a un lado y se sienta pegado a mí, su rodilla choca con la mía, coloca una de sus manos en alguna parte detrás de mí, por lo que mi hombro roza su pecho.

—Yo podría ser Ulises y tú Penélope.

—Podríamos representar algún cuento de Edgar Allan Poe —murmuro porque siento que el aire me falta, cada vez está más cerca.

—O podría besarte toda la tarde. —Su nariz se cuela entre mis cabellos hasta llegar a mi oreja, donde respira y me produce escalofríos que me provocan sensaciones nuevas, y la verdad es que me encanta sentirlas, es un cosquilleo que me seca la boca—. Te ves adorable cuando intentas escapar, me dan más ganas de perseguirte, atraparte. Sabes que jamás haría algo que no quisieras, ¿verdad? Claro que eso no significa que no me muero por estar contigo.

—¿Estar conmigo? —pregunto sintiendo latidos desenfrenados en mi interior. Su respiración en mi oído ha erizado mi piel, lo más cuerdo sería correr, pero lo único que quiero hacer es hundirme más en su abrazo, que me siga murmurando oraciones de amor—. ¿Has estado con muchas?

—No, con una persona nada más, pero no he estado con alguien a quien ame. —El corazón me da un brinco violento por el significado de sus palabras. Sus labios dejan besitos cortos y suaves en el inicio de mi cuello, reacciono a su contacto ladeando la cabeza hacia el lado contrario—. ¿Y tú? ¿Has estado con muchos?

Mi pecho se infla, ¿por qué me ha gustado que me lo pregunte? Ni idea.

—Con nadie.

Su mano libre cruza mi estómago para rodear mi cintura, me jala hacia él y cierra los espacios casi inexistentes entre los dos. Siento que mi peso se ha vuelto insoportable, por lo que llevo mis manos hacia atrás y me apoyo en el colchón. Él sale de su escondite, me enfrenta con ese par de ojos oscuros. La mano que me aferra comienza a moverse, respiro pausadamente cuando encuentra la forma de colarse en el interior de mi blusa, sin quitarme la vista de encima, sus dedos tocan la piel de mi espalda, se mueven de arriba abajo. Aproxima sus labios a los míos y los cepilla, después su mano se mueve hacia adelante, recorre mi ombligo y se queda quieto en mi abdomen. Puedo ver algo en su mirada, tal vez duda, no lo sé, y no quiero que pare ahora.

—Me agrada la idea de que me beses toda la tarde —susurro. Sonríe de lado con un toque de picardía. No sé cómo lo hace, de un momento a otro me mueve hacia atrás, menos de la mitad de mis piernas queda colgando. Se me sale una risa entre dientes cuando se coloca encima de mí, nuestras caras se enfrentan.

Sin más preámbulos me besa fuerte y lento, coloca sus manos a los costados de mi cabeza y enreda nuestras piernas. Yo, con algo de torpeza, abrazo su torso e intento no pensar en las típicas tonterías que deambulan en mi mente, quiero concentrarme en lo que estamos haciendo, en lo que estoy sintiendo, y no en mis miedos e inseguridades.

Aprieto su camisa haciendo puños cuando sus dedos descienden por mi cuello, perfilan mis clavículas, su brazo descansa en mis senos, pero no me toca, de cierta forma se lo agradezco ya que no sé si estoy preparada para dar un paso tan grande.

Y así pasa el tiempo, cada uno consumiendo los labios del otro, los míos se inflaman y se ponen calientes, sin embargo, no puedo detenerme.

Más tarde abro los párpados y me doy cuenta de que entra poca luz por la ventana. El ritmo de nuestro beso ha disminuido, él reparte besitos en mi mandíbula.

—Creo que es hora de que vaya a casa —digo. Ahogo la exclamación de sorpresa al sentir que agarra uno de mis muslos con firmeza y hace que envuelva su cadera dejándolo en medio de mis piernas, entretanto hunde su rostro en mi cuello, aspiro aire cuando su lengua toca mi piel—. O tal vez no.

Su frente se apoya en la mía, busco su mirada, me encanta lo que veo. Sin dejar de mirarlo le robo un beso que se convierte en otra cosa, en algo más caliente y húmedo. Pierdo la noción del tiempo justo en el instante en el que comienza a balancearse, veo estrellitas de colores en el brillo de sus ojos. Guardo un suspiro porque quiero conservarlo, recordar este momento.

Quiero más de Shawn, de sus pupilas brillantes, de los jugueteos de nuestras caderas y de sus caricias traviesas en mi abdomen.

—¿Ya sabes qué harás para la fiesta de graduación? —cuestiona.

—Aún no. —Me muevo debajo de él para acomodarme, subo mis manos tocando su pecho, dejándolas entre los dos, yendo directo a sus hombros—. Perdí mi libreta de dibujos, no puedo recordar cuándo fue que la vi por última vez.

—El día que vi el dibujo que hiciste de mi boca. —Sube y baja las cejas graciosamente. Ahora que lo menciona, creo que sí, esa fue la última vez que dibujé, pero no logro recordar en dónde lo dejé, yo puedo perder cualquier objeto menos ese—. Por cierto, nunca te lo pregunté, ¿cómo es que los dibujaste sin verme?

—Te lo dije, te miraba todo el tiempo —murmuro.

—¿Tanto como para tenerlos en tu memoria? —Ladea la cabeza con curiosidad. Sí, joder, era una maldita psicópata. Intento romper el contacto visual, pero afianza mi mandíbula y me lo impide—. Oh, no, señorita, no vas a huir. ¿Te da pena hablar después de cómo me besaste hace unos minutos? No me gusta cuando corres, me gusta esto: que tengas la confianza suficiente como para decirme que no has estado con nadie, como para permitirme besarte, acariciarte y hacerte sentir cosas nuevas. Estoy enamorado de ti, Nat.

La intensidad de sus palabras me deja sin aliento, hay tanta seriedad en sus gestos que me quedo en blanco, completamente inmóvil. Adrenalina bombea por mis venas, a pesar de que quiero responder, no puedo, solo soy capaz de mirarlo, de rogarle en silencio que comprenda lo que me muero por decirle. Quizá es la emoción o que jamás he sentido esto por alguien.

—Tengo sed. —Sí, esa soy yo, renaciendo de las cenizas. Justo en este instante quiero esconder mi cabeza en un pozo en la tierra para que no pueda encontrarme ni ver la batalla interna que estoy viviendo. Shawn entrecierra los ojos, su frente está arrugada, no se ve molesto, pero sí confuso. Se hace a un lado, me apresuro a sentarme en la cama, me arrastro para llegar al borde y me pongo de pie—. Iré por un vaso de agua.

Una vez en el exterior, me recargo en la pared y suelto el aire que contenían mis pulmones. ¡Estúpida! ¡Estúpida! ¡Estúpida! Pensará que soy una cría asustadiza. Molesta conmigo misma, zapateo y me encamino hacia las escaleras. Sin saber muy bien cómo, voy a la cocina, abro el refrigerador y saco una jarra con agua helada, me sirvo en una taza porque no veo otra cosa. Antes de que pueda dar el primer trago, la señora Price entra a la estancia y se queda quieta al verme. ¡Mil veces idiota! ¿Cómo pude olvidar que la madre de Shawn estaba aquí? ¿Cómo iba a recordarla si casi me ceno a su hijo?

Me apresuro a terminar mi bebida helada, rígida dejo la taza en el lavaplatos y me doy la vuelta para salir.

—Quería pedirte una disculpa por lo que pasó el otro día, Natalie, no debí comportarme de esa manera tan grosera, mucho menos cuando se ve que eres una buena chica. Mi hijo no estaría con alguien que no fuera especial.

De acuerdo, esto ha sido demasiado para un solo día, ¿este es el momento en el que me desmayo o un auto me atropella al salir huyendo?

Aclaro mi garganta, queriendo encontrar mi voz.

—No se preocupe, señora Price, yo también le ofrezco una disculpa por mi comportamiento, no suelo ser así. —Una linda sonrisa se forma en sus labios, asiente—. Debería regresar a casa, ya se está haciendo tarde.

—Yo te llevo. —Está detrás de su madre con una sonrisita ladeada que hace que recuerde lo sucedido, lleva mi mochila colgada y juega con las llaves de su motocicleta.

O estamos conectados o está cansado de mí y quiere que me vaya.

Me despido de la señora educadamente, hay distancia entre ella y yo, pero agradezco que haya sido honesta, no cualquiera es capaz de admitir sus errores.

Camino hacia la salida sintiendo sus ojos clavados en mi nuca, me estoy comportando como una perra. ¿Debería decirle ahora que también lo amo o el tiempo correcto ya pasó? Junto a la moto me pongo el casco perdida en mis pensamientos que parecen brincar de un lado a otro como granos de maíz en el microondas.

Me monto en la motocicleta detrás de él, lo abrazo y me pego a su cuerpo. Observo su cuello todo el camino, no me apetece alejarme cuando llegamos, por lo que me quedo prendada, aferrándolo. Suelta una carcajada, sus manos se colocan sobre las mías.

—Apuesto a que Frank está corriendo hacia la ventana, no quiero morir siendo tan joven —dice.

Sin más remedio, me echo hacia atrás, desabrocho el casco protector y desciendo del vehículo. Shawn me imita, agarra mi brazo antes de que pueda alejarme y me enfunda en un abrazo, mi mejilla descansa en su pecho, le devuelvo el gesto y respiro profundo para absorber su aroma.

Alzo la barbilla, él baja la suya, busco sus labios, los cuales me da gustoso. Rápidamente nuestras respiraciones se hacen pesadas, creo que me encanta esta nueva etapa. Sonrío cuando escucho el silbido característico de mi padre, ¿qué hace aquí de todas formas?

—¡¡Basta de comerse en la calle!! —exclama a todo volumen y yo quiero morirme. Voy a separarme de él creyendo que Shawn quiere parar, pero no me suelta.

—¿Estamos bien, preciosa? —pregunta. Acaricio sus labios hinchados.

—Nunca hemos estado mejor.

Con una sonrisa deposita un beso en la punta de mi nariz, entonces me deja libre. No me voy hasta que se pierde en la lejanía. Corro hacia la entrada de la casa de mamá, mis hermanos y mi padre están en el umbral como si fueran guardianes, los esquivo a pesar de que Frank agarra mi blusa para retenerme, subo las escaleras corriendo, tengo esta sensación en mi interior, si no lo hago ahora no lo haré nunca.

—¡Natalie, tenemos que hablar de algo importante! —grita mi padre desde abajo después de cerrar la puerta.

—¡Necesito cinco minutos! —respondo.

Entro a mi cuarto, apurada saco los papeles que me dio Jasmine el día que fuimos a la universidad, relleno los datos y saco mi papelería del cajón. Escaneo todos los documentos y, por último, los envió al correo que viene en la hoja de información.

No puedo tenerle miedo a mi futuro toda la vida, ¿o sí? Tal vez sí es válido, pero si no puedo contra el miedo, quizá pueda unirme a el, aceptarlo y seguir adelante.

* * *


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