Capítulo 40
Me levanto cuando escucho que mueven platos en la cocina, tallo mis ojos y lanzo un bostezo. Sin detenerme a pensar mucho en todo lo que está pasando, me levanto de la cama para dirigirme al exterior de mi cuarto, no sin antes comprobar que no se me ha hecho tarde para ir a la escuela; no es que me emocione mucho la idea de ir, sin embargo, lo que menos quiero es quedarme sola en casa, pues lo único que haría sería deprimirme por mi triste existencia y ¡no! ¡Natalie no llora como un bebé con los pañales llenos de excremento! Natalie se levanta y es feliz, solo debo recordar esos tiempos en los que era invisible para mi crush, y todo quedará superado.
Ajá.
Papá me sonríe apenas me encuentra con la mirada, está frente a la estufa haciendo algo que huele bien. A él le gustaba prepararnos el desayuno a mis hermanos y a mí los fines de semana, luego salíamos al parque o hacíamos juntos cualquier cosa como montar las bicicletas y ver caricaturas.
Me dejo caer en una de las sillas del comedor, esperando que pregunte, ya sé que va a hacerlo.
—¿Quieres que a tus panqueques les ponga mermelada o los prefieres con helado de fresa? —pregunta, sacándome una sonrisa, pues ya sabe que no necesita preguntarlo.
—Ha estado enamorado de una chica durante mucho tiempo, ella nunca lo vio de ese modo, entonces empezamos a salir cuando milagrosamente se dio cuenta de mi existencia, en realidad llené su ropa de caldo después de tropezar. Sus padres son muy estrictos y no quieren que salga con una chica que tiene notas bajas como yo. Hace unas semanas la chica que antes lo rechazó decidió que en realidad le gustaba y ayer ella lo besó en la biblioteca, lo doloroso fue que él dejó que lo hiciera, no hizo nada por quitársela de encima —digo con los dientes y los puños apretados, golpeo la mesa, causando un estrépito.
—¿Vas a aplastar arañas con tus puños? —Miro con confusión a mi padre, quien está sosteniendo su celular, el flash salta y el sonido de que ha tomado una fotografía se escucha. Me le quedo mirando porque no entiendo qué está haciendo. Papá guarda su teléfono en el bolsillo de su traje y se encoje de hombros, regresa a la estufa y le da vuelta al panecillo—. ¿Qué? Es la primera vez que un chico te rompe el corazón, ¿no se supone que los padres capturan momentos como este?
—¿A caso ese es un buen recuerdo? —pregunto, pero no puedo contener la risotada que sale de mi boca.
En silencio sirve el desayuno, poniendo helado de fresa en los míos y miel en los suyos. Luego se sienta y me observa.
—Es bueno tener el corazón roto, ¿sabes? —dice con la boca llena—. En medio de la tristeza es cuando nos conocemos, es cuando podemos indagar y descubrirnos; es fácil vivir felices, pero no tristes porque es duro enfrentarnos a nuestro verdadero yo. La soledad y la tristeza nos hacen valorar lo que perdimos o lo que queremos, lo que nos importa. Sin corazones rotos no podríamos valorar la felicidad cuando se tiene uno entero, y ¿qué sentido tendría entonces?
—¿Eres filosofo ahora? —pregunto, sonriendo, picoteando con mi tenedor la bola de helado de fresa que se derrite por el calor.
—Lo que quiero decir, Natalie, es que un corazón roto sana con el tiempo, pero este último es el que no recuperaremos si nos detenemos a llorar por los rincones. Usa tu corazón roto para valorar quién eres, sin darte cuenta va a sanar y un día todo será nuevo.
Y es por eso que amo a papá.
Afuera está lloviendo, me pongo mi impermeable antes de salir de casa, mi padre se ha ofrecido a llevarme a la escuela para que no me moje. Se estaciona cerca de la entrada, estoy por abrir la puerta cuando me doy cuenta de que Shawn está parado ahí con una sombrilla.
—¡Demonios! —exclamo.
—Las sombrillas dicen mucho de las personas, mira la suya, es amarilla pollo, ¿de verdad quieres estar con un chico que usa un paragüas amarillo pollo? —Gimo con frustración.
—Besa tan bien que no me importa si usa sombrilla amarilla, papá. —Escucho cómo gruñe, repaso lo que dije y maldigo en mi mente—. No es que lo haya besado demasiado, de verdad, lo supongo nada más. Muy bien, pues no puedo quedarme en el coche, así que te veo luego.
Me bajo del auto, apresurada, pues no quiero que me de uno de sus discursos. Me pongo el gorro de mi impermeable y cubro mi mochila para que no llame la atención. Me escondo detrás de un muro, esperando que un grupo de personas se junte para poder entrar. No pasan más de cinco minutos, varios alumnos se reúnen en las escaleras, sintiéndome como una fugitiva, me escondo y subo con ellos. Solo hasta que lo paso es cuando puedo respirar.
Recorro el pasillo hasta que llego a mi casillero, me quito el gorro y saco los libros según lo que dice mi horario, el cual está pegado con cinta adhesiva de colores a la puertilla metálica, soy un fiasco en esto de recordar las clases que me tocan.
Alguien se aclara la garganta detrás de mí, me tenso.
—Nat, vamos a hablar, por favor —dice. Mi ánimo se ensombrece porque no puedo entender cómo es que tiene el descaro de venir a hablarme. Me armo de valor, no volteo ni una sola vez, a pesar de que quiero mirarlo con fuerza.
—No puedo hablar ahora —digo. Cierro mi casillero, acomodo mi bolso en mi hombro y me alejo del lugar.
En el transcurso del día hago todo lo posible por no encontrármelo, ni a él ni a Hannah y sus horribles poderes de seducción. Jasmine me ayuda mucho inspeccionando el área, luego asiente al comprobar que no corro peligro. A la hora del almuerzo no entramos a la cafetería, compramos comida chatarra de una máquina expendedora y pasamos el rato sentadas conversando en una de las bancas del jardín. No toca el tema, la verdad se lo agradezco, no quiero llorar en la escuela y que todos se den cuenta de que me han lastimado.
La clase de deportes es lo difícil, pues los dos la llevamos juntos. Antes de que todo el mundo entre al gimnasio, me acerco a la maestra.
—Disculpe, profesora, me preguntaba si es posible tomar la clase otro día porque tengo el periodo. —Ella me contempla en silencio, intento no ponerme nerviosa ni hacer gestos.
—¿De verdad, Natalie Drop? Te vi corriendo esta mañana mientras subías las escaleras para llegar al laboratorio de química, hasta me saludaste. —Abro la boca para hablar, pero nada sale—. Una vuelta más por querer engañarme.
Suena el silbato.
Minutos después comienzan a entrar mis compañeros, me pongo nerviosa, por lo que juego con mi cabello para distraerme y le doy la espalda a la entrada para no tener que verlo cuando entre. Empezamos calentando formados en un círculo, sé dónde está porque puedo reconocer sus zapatillas, sin embargo, no levanto la mirada, solo miro a la profesora y luego al suelo. Tener que esconderse de alguien es la sensación más horrible, siento que no puedo hacer nada porque él quiere hablar y yo lo quiero lejos.
El silbato suena, empezamos a correr, hago lo posible por rodearme de personas, pero la mayoría es más rápida que yo, así que siempre termino quedándome sola. Aprieto la mandíbula cuando siento que alguien trota a mi lado, no dice nada, solo corre conmigo. Le doy una mirada de soslayo y observo su perfil como si no me lo supiera de memoria, y me duele de nuevo.
Yo no le pedí que me hablara, tampoco que me buscara ni que me pidiera una cita, mucho menos que me besara. Yo era feliz dibujando en mi cuaderno y haciendo estos tontos cuentos en mi cabeza donde él llegaba con un traje y un pajarito azul en el hombro y me llevaba de la mano por un sendero. No le pedí que intentara quererme, entonces ¿por qué me rompió el corazón?
Llevo la vista hacia otro lado porque no lo resisto, duele mucho. Recuerdo cómo la besaba y solo puedo sentir decepción. Sabía que podía pasar, pero vivirlo es duro, sobre todo porque creía que algún día sentiría algo por mí.
Aplano los labios y aumento la velocidad para dejarlo atrás, solo quiero regresar el tiempo y no comprar el estúpido caldo, para no tener que levantarme y arruinar su camiseta. Nunca lo hubiera conocido, todos estaríamos bien.
Gracias al cielo no se me acerca de nuevo, se limita a observarme, pero lo ignoro. La profesora nos separa por sexos y hace equipos. Las chicas del mío no son muy agradables, sin embargo, me sonríen cuando me ponen con ellas. Vamos a jugar voleibol, soy una mierda que siempre termina tumbada por el balón. Nos ponemos en nuestras posiciones siguiendo las órdenes de la capitana, lo más jodido del asunto es que las chicas saben que apesto, así que siempre me lanzan la pelota.
A mitad del juego suena el silbato, es hora de ir a tomar agua y recobrar energías. Me limpio el sudor con una toalla.
—Escuché lo que pasó en la biblioteca, Natalie, queremos que sepas que las chicas y yo estamos tristes por ti. —Busco a la fuente del sonido y me encuentro con una linda morena que jamás me había dirigido la palabra. Frunzo en ceño, ya que no me gusta que los desconocidos se metan en mis problemas—. Shawn fue muy malo al ilusionarte de esa forma.
Trago saliva, quiero esconderme de su escrutinio, también siento otras miradas concentradas en mí, no me gusta nada lo que está pasando, por algún motivo siento que se están burlando.
—Gracias, supongo —digo.
—Sí, seguramente es difícil tener que competir con alguien tan perfecta como Hannah Carson, es decir, eres hermosa, tu cabello es lindísimo y pareces muy simpática. No te sientas mal, a veces tenemos que comprender que los chicos como Shawn prefieren a las chicas como Hannah. Hacen una linda pareja, ¿no crees?
La miro con incredulidad, no obstante, toca mis fibras nerviosas pues ha dado justo en la herida. Las chicas simpáticas como yo no pueden compararse con las chicas perfectas como Hannah.
Mis ojos se llenan de lágrimas, me siento ridícula al instante, pues estoy dejando que me vean descompuesta.
—Lo único que creo es que tienes tan baja autoestima que automáticamente te pusiste en la categoría de las chicas simpáticas.
La esquivo con premura, me dirijo hacia la profesora de deportes con las lágrimas casi resbalando por mi rostro.
—Profesora, ¿puedo ir al baño? —La voz me sale temblorosa, puedo ocultar la cara, no el timbre. Se queda enmudecida lo que creo es una eternidad, luego me da autorización.
Con pasos apretados salgo del gimnasio, me recargo en una pared para recomponerme. Aprieto mis párpados con los dedos, unas gotitas salen, pero las limpio apenas tocan mi piel.
—Tú puedes, Natalie, no es tan difícil fingir, ¿o sí? Solo quieren molestarte, búrlate de ellas pensando que tienen un zopilote en la cabeza —digo.
—¿Por qué un zopilote? Mejor un flamingo, son más graciosos, tienen cuellos largos, son rosados y sus patas parecen popotes. —Salto al escuchar que alguien habla. Estoy escondida detrás de una fila de casilleros, por lo que me hago hacia adelante y me encuentro con un chico—. Creo que hasta los patos son más chistosos, los zopilotes son deprimentes.
—¿Quién eres? ¿El psicólogo de aves? —cuestiono, un poco avergonzada porque me ha escuchado. Su cabello es castaño claro y sus ojos son verdes, suelta una risita que me resulta conocida, solo que no sé de dónde.
—No —dice, risueño—. Soy Oliver, solo Oliver, el que limpia su casillero y escuchó una conversación privada. ¿Tú eres la chica zopilote?
—Soy Natalie —respondo, ladeando la cabeza, creo que me veo como una tonta mirándolo. Me pongo recta en cuanto recuerdo a dónde iba y aclaro mi garganta—. Yo... eh... me tengo que ir.
No espero la respuesta de ese chico, quien me resulta extraño, escapo dando zancadas largas. Una vez en el interior del baño, me acerco al lavamanos y mojo mi rostro para refrescarme. Me miro en el espejo, peino mi cabello revuelto y salgo después de respirar profundo. Al instante me arrepiento pues afuera se encuentra mi peor pesadilla.
—No te voy a dejar en paz hasta que me escuches —dice Shawn, cruzándose de brazos.
* * *
Muchas gracias por leer, los adoro tanto <3 no olviden dejar sus comentarios y estrellitas. Un beso.
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