Capítulo 39
Joder.
¿Por qué mierdas tuvo que ver justamente eso? Ella nunca viene a la biblioteca, la suerte me escupió en el rostro con crueldad.
Salgo de mi aturdimiento pues puedo ver las heridas en su mirada, son tan claras y me dividen a la mitad. La he lastimado y yo me siento tan mal por haberle seguido el beso a Hannah, lo único que quiero hacer es abrazarla. Me pongo de pie tan rápido como puedo, Natalie se da la vuelta y sale corriendo de la biblioteca, yo quiero golpearme el rostro, ¿por qué no reaccioné apartándola si no me estaba gustando el beso? Si sentía que no era correcto.
Hannah se pone de pie con nerviosismo mirando hacia el lugar que mi rubia acaba de dejar, entonces mira hacia otro sitio en la biblioteca. Busco qué está viendo y la sangre se me calienta debido a la rabia, jamás me he enojado así con ella, quiero gritarle y zarandearla, pero no hay tiempo para eso ahora si quiero alcanzar a Nat. No puedo creer que Han haya hecho eso porque Liam estaba mirando, ella me utilizó una vez más y quizá arruinó mi relación con la chica que quiero.
Muevo la silla con violencia, ocasionando un ruidoso golpe cuando cae al suelo.
—Lo siento —escucho el susurro de la que se supone es mi mejor amiga, pero que ha sido tan egoísta que ya no sé si de verdad lo es. Y la ignoro.
Corro hacia la salida con angustia, inconsciente de mis pasos, ya que mi meta se llama Natalie Drop. Acelero, estoy por salir cuando el carrito de la bibliotecaria me embiste encajándose en mi costado derecho. Me detengo, ahogo el quejido de dolor en mi boca pues me ha lastimado la pierna y busco con la mirada de dónde salió la jodida cosa.
—Le doy tiempo a mi amiga. —Respiro para no maldecir a Jasmine porque sé que está pensando lo peor de mí en estos momentos, ¿quién demonios no lo haría?
Sin contestar sigo mi camino, corro lo más rápido que puedo, alcanzo a ver su mochila de color rosa con puntos celestes en la puerta de la entrada. Grito su nombre, pero ella no voltea, y de pronto ya no la veo. Cuando estoy en el exterior, me pongo a buscarla por todo el estacionamiento principal, entre los carros y los estudiantes es muy difícil encontrarla, más si lo que está buscando es evitarme. Me rasco la nuca, me debato entre seguir buscando e ir a la parada de autobuses, sin embargo, algo me dice que no irá ahí.
De pronto subo la mirada porque un motor ruidoso llama mi atención, y la veo montada en la camioneta de Greg. ¡Mierda! Está tan dolida conmigo que se ha subido al auto del chico que rompió el corazón de su amiga y al que le gustaría cortarle las pelotas. Bajo las escaleras con rapidez y corro entre las filas de coches, zigzagueando, pero no logro acercarme ni un poco, ellos salen de ahí a toda velocidad.
Tallo mi rostro con la respiración agitada y me encamino a mi motocicleta. Cojo mi teléfono celular de mi bolsillo y llamo a Greg, sin embargo, no contesta. Prendo la moto y la caliento, mientras vuelvo a llamar, una y otra vez. Guardo el aparato antes de arrancar y salir de la escuela para adentrarme a las calles llenas de tráfico, voy hacia la casa de su padre. No obstante, cuando llego todo está silencioso y solitario, entonces sé que no está aquí.
Vuelvo a llamar a Greg, no intento llamarla a ella porque sé que no me va a contestar. Afortunadamente él contesta al tercer timbrido.
—¡Hey! —exclamo.
—¿Quién habla? —pregunta.
—Soy Shawn, ¿podrías decirme a dónde la llevaste por favor? —La línea se queda en silencio durante unos cortos segundos que me parecen eternos, él suelta un suspiro que no alivia mis nervios alterados.
—Escucha, amigo, sé todo eso de los códigos de chicos, pero estoy enamorado de la mejor amiga de Natalie y, si Nat se entera de que te dije dónde la dejé, le contará a Jasmine y no quiero tener más problemas con ella, suficiente mierda tengo que arreglar como para seguir aumentando la lista. —Aprieto el puente de mi nariz, ¿ahora qué?
—¿Está bien? —cuestiono con un nudo en mi garganta.
—No lo sé, Shawn, ¿qué fue lo que pasó? La conozco desde hace un buen tiempo y jamás la había visto así, ni siquiera cuando le rompí la jodida nariz con un balón, ¿sabes cuánto duele? Está en un lugar seguro, pero no sé si eso significa que está bien.
—Hablamos luego... —digo en medio de un suspiro—. Gracias.
Sé que no estará en casa de su madre, de todas formas me monto en la motocicleta y voy hasta ahí. No hay carros en la entrada, pero sí escucho escándalo conforme me acerco. Toco el timbre dos veces y me detengo en la entrada, tal vez su madre sabe donde está, aunque no creo que quiera decírmelo.
Respiro profundo cuando la perilla gira, espero encontrarme con la mirada de la señora Drop, sin embargo, me encuentro frente al rostro imperturbable de Cecile. ¡Madre mía! ¿Y ahora qué demonios hago? Después veo al niño a su lado, asomando la cabeza y mirándome con el ceño fruncido. ¿Es que van a todos lados juntos esos dos?
—¿Está Natalie? —Una de las cejas rubias de la hermana de Nat se eleva, intento no lucir desesperado, pero cuando ladea la cabeza sé que he fallado, ella sabe que está pasando algo.
—Luces como si te hubieran dado mierda de caballo en el desayuno —dice, encogiéndose de hombros—. No sé dónde está.
—¿Si pasa por aquí podrías decirle que la estoy buscando? —pregunto, dando un paso hacia atrás. Ella tiene un aro en la nariz que creo es postizo y pintura negra en sus párpados, lleva guantes hasta los codos y un colguije de araña en su cuello. Una de sus comisuras se eleva, no obstante, no encuentro nada agradable en su media sonrisa, al parecer está disfrutando de una broma privada.
—Uh, ¿Shawn? —Empieza, su timbre plano no me calma, tampoco que cruza los brazos y tuerce los labios haciendo un mohín—. Natalie y yo somos muy diferentes, a pesar de que es mi hermana mayor, nunca la he visto de ese modo porque ¡venga! Le agradan los unicornios, tiene pantuflas peludas de color rosa, creo que todavía guarda sus coronitas de juguete en algún lugar de su armario y el suéter horrible que le regaló papá a los quince. Me gusta molestarla porque chilla y se pone tan roja como un tomate —Su rostro se vuelve serio, más que al principio—, pero no me agrada que otros la molesten, a ninguno de mis hermanos, ¿entiendes? Mucho menos a ella porque es la persona más buena que conozco y se merece lo mejor, así que por tu bien espero que no hayas roto su lindo, noble y rosado corazón.
—¡¿El chico de la pizza rompió a Natalie?! —cuestiona en voz alta Frank. La puerta es cerrada frente a mi cara, haciéndome saltar.
—De acuerdo, eso fue un poco aterrador —digo para mí mientras me dirijo a mi motocicleta.
Me paso por el señor Pimiento, le pregunto al señor que siempre anda caminando por el restaurante por ella, el viejo me dice que no se ha pasado por ahí y que llamó avisando que no podría ir a trabajar.
Sin más opciones, regreso a mi punto de partida: la casa de su padre. Me siento en las mismas escalerillas en las que nos sentamos ayer y hablamos del futuro.
Las horas pasan, pero no me muevo, algún día tiene que venir, ¿no? Entonces yo estaré aquí esperándola. El tiempo transcurre y en lo único que puedo pensar es en todo lo que sucedió. Primero Hannah diciendo eso, ella besándome para molestar a Liam, yo dándome cuenta de que ya no siento lo que sentía por ella, Natalie con el corazón roto, y todo yéndose a la mierda.
Lo único bueno de lo que pasó es que al fin sé y estoy convencido de que ya no quiero a Hannah de ese modo, besarla fue como besar cualquier cosa, no sentí nada; jamás sentí las chispas que siento al besar a Natalie, pero esta vez ni siquiera apareció esa sensación agradable que una vez hubo. Me hubiera gustado darme cuenta de eso de otra forma y no con un beso en medio de la escuela, sin embargo.
A eso de las nueve un vehículo se detiene en la cochera, me pongo de pie con los párpados entrecerrados pues las luces delanteras me han cegado, estas se apagan antes de que la puerta del piloto se abra. Alcanzo a ver su mata de cabello rubio, está dormida en el asiento del copiloto. Su padre se dirige hacia mí y me observa, esperando.
—Buenas noches, señor Drop, ¿podría hablar con Natalie unos minutos? —pregunto, nervioso, tanto que siento que mis piernas van a doblarse.
—Está dormida como puedes ver, creo que es mejor que te vayas —dice, serio—. Solo dos cosas hacen llorar a mi hija: cuando le da alergia y cuando rompen su corazón. Tengo el presentimiento de que tiene que ver contigo, muchacho, así que por ahora no puedes hablar con ella. Ya te buscará Natalie cuando esté lista.
No se mueve hasta que no ve que salgo de su propiedad y me marcho. No sé por qué sentirme más mal: porque está sufriendo o porque no me deja acercarme para explicarle.
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