Capítulo 21
Después de una dura jornada en el señor Pimiento, donde un montón de adolescentes invitaron a sus novias a comer comida rápida, donde se llenó de papas a la francesa mi cabello y derramé cinco veces refresco, llego a casa. Antes de entrar me detengo en las escalerillas y tomo un respiro profundo pues siento que estoy caminando a mi fusilamiento.
Me imagino a mamá frente a una guillotina, sonriendo con dos diablos a sus costados.
¡Dios, solo espero que no me mande a un convento! Amo a los chicos, me gusta ver sus traseros, quedarme a solas en los vestidores con ellos y ver sus torsos mojados. En realidad, solo he visto uno, aun así no podría vivir lejos del pecado, es demasiado para mi salud mental.
Entro cuando siento que es necesario y porque el gnomo de la entrada me observa como si fuera una lunática.
El interior de la casa está muy silencioso, lo cual me parece extraño ya que mis hermanos por lo regular ya están haciendo escándalo y volviendo loca a mamá a estas horas.
De puntitas, camino hacia las escaleras, pues creo que podría refugiarme en algún lugar antes de que se den cuenta que he llegado. Sin embargo, no lo logro, un carraspeo hace que me detenga en seco y me sienta como una niña que ha robado un caramelo.
Me giro sobre mis talones y veo los ojos furiosos de Lauren. Mamá es una persona tranquila, es quien ignora mis locuras y luego ríe conmigo. La he visto enojada antes, pero nunca así. Quizá es porque la señora de la estética le dijo que tendría que esperar para teñirse el cabello.
Me tambaleo y apoyo todo mi peso en la pierna izquierda con nerviosismo.
—¡Hola, mamá! —exclamo como si no ocurriera nada—. Sabías que saqué un excelente en la tarea de artes...
—Llamó el profesor Golden, dijo que tus notas son pésimas, Natalie. Puedo tolerar muchas cosas, hija, pero te estás comportando mal.
¡Maldito grano en el culo chismoso! ¿No podía quedarse callado? Seguro esta es su venganza.
Ojalá que mamá no me ponga a limpiar los baños ni a lavar la ropa apestosa a sudor de Frank, le está pegando la edad.
—¿Me vas a castigar? —pregunto.
—No, no lo haré. —Suelto un suspiro de alivio—, pero tendrás que hacer otra cosa.
—Sí, mamá, haré lo que sea, no importa qué... —Detengo mi discurso de niña arrepentida y me envaro en cuanto papá entra en mi campo de visión. Trago saliva porque es la primera vez que lo veo desde que se divorció de mamá.
Luce igual que siempre, su cabello algo canoso está despeinado. Sus ojos me observan como si estuviera esperando que haga un berrinche justo ahora. Y sí, la verdad es que no me gusta verlo, me hace sentir triste.
—¿Qué hace él aquí? —pregunto, seria, evitando su mirada.
—Vas a pasar un tiempo con Nicholas para pensar, Natalie —dice e, inmediatamente, sé que no habrá manera de que cambie de opinión.
No me puede estar haciendo esto, no después de saber lo mucho que me duele lo que pasó.
—¡No quiero! —exclamo, sintiendo cómo la respiración se me acelera, creo que reventaré en cualquier momento y un montón de lava correrá por el piso. Jamás me había sentido como un pequeño volcán.
—No te estoy preguntando si quieres o no, te estoy diciendo lo que vas a hacer, así que sube a tu cuarto y haz tu maleta, pues tu padre tiene prisa.
—Me estás corriendo de mi propia casa, ¡a mí! ¡Tu hija! Te desconozco, Lauren. —Creo que puedo ver diversión en sus ojos, pero no estoy segura porque pestañea y relaja los gestos.
—Es por tu bien, cariño.
Me giro, molesta, y corro a la planta alta. Me encuentro a Frank y a Cecile en el camino, quienes me dan una sonrisa triste. Menos mal que a alguien le importa lo que siento. Al menos a la vampira y al oompa loompa les importo.
Cojo una maleta y comienzo a empacar bufando y arrojando la ropa con agresividad. Podría encerrarme con llave y armar un gran lío, pero sé que solo traerá problemas.
Empaco algunas cosas, no olvido a Copo —sí, el unicornio que me regaló Shawn ya ha sido bautizado—. Cierro la maleta con furia y regreso a la planta baja, haciendo que las llantas hagan un sonsonete al descender.
No me despido ni compruebo que estén cerca, salgo como un cohete de ahí y espero en el césped. Me maldigo cuando me doy cuenta de que el auto de papá está estacionado en la acera, ¿cómo no me percate antes de ese diminuto detalle? Todo es porque Shawn no sale de mi cabeza, él tuvo la culpa.
El camino a su departamento lo hacemos en completo silencio, en uno que solo es interrumpido por él. Intenta sacar plática preguntándome cómo me ha ido en la escuela, cómo están mis amigos, cómo me va en el trabajo, que si ya compré las entradas del concierto de Coldplay. No obstante, aunque me cuesta muchísimo, solamente contesto con palabras escuetas y cortas.
Me he convertido en un ser monosilábico.
Horas más tarde, me sirve un plato de milanesa y pasta que ignoro, a pesar de que mi estómago ruge y quiere comer. Me observa desde el otro lado de la mesa con la mandíbula apretada. Yo sé cómo tocar los nervios de papá, puedo asegurar que está a punto de perder la paciencia.
No he hecho nada más que quedarme callada como una estatua, mirar continuamente mi celular y contestar con un grosero «ajá» todo lo que dice.
—¿Por qué no estudiaste para tu examen de matemáticas? —pregunta papá. Pienso en cosas felices para no gritarle como una histérica de pelos parados. Exhalo y dejo estancada mi vista en un punto de la madera—. ¿Quieres que te explique algo?
—Tengo tutor —digo. Creo que soy la reencarnación de un cavernícola, la idea me agrada, en mi mente me veo bien con un hueso atravesado en mi cabello y un vestido al estilo de los Picapiedras, además, me gustan los dinosaurios.
—¿Tu madre sabe eso? —niego—. Tal vez si le hubieras dicho no estaría tan preocupada. Me dijo que tienes novio, ¿es aquel chico por el que babeabas?
Está haciendo un esfuerzo por aparentar que seguimos siendo los mismos, la única diferencia es que entre los dos hay un abismo enorme.
No soy la misma con la que bromeaba y a la que le daba consejos, no soy la que le contaba cada minúscula parte de sus pensamientos, ya no soy así. Papá me rompió el corazón.
Sé que los padres deben amar a sus hijos por igual, pero mi padre y yo fuimos compañeros de aventuras, él parecía entender las cosas que los otros no comprendían, parecía quererme sin importar cuán torpe o extraña era, hasta que se fue y me di cuenta de que tal vez me había engañado.
—¿Él te dio los condones? —cuestiona con el ceño fruncido. Me debato entre decirle o no que eran de Cecile, no quiero que la regañen por mi culpa.
—No, Nicholas. —Mi dura contestación lo deja estupefacto por un segundo.
—¿Por qué no has comprado los boletos si te encanta Coldplay y vendrán a la ciudad? —cuestiona tenso, de hecho, todo el sitio está así. Me encojo de hombros y hago una mueca, al tiempo que contemplo un guisante verde moco—. Podríamos ir juntos y...
—Estoy ocupada.
—¿Así va a ser? ¿Tú muda o siendo petulante siempre o qué, Natalie? Soy tu padre y no puedes tratarme así, te lo ordeno —dice él.
Otra vez recuerdo cómo se fue de casa sin explicación, un día solo desperté y sus cosas ya no estaban, supe que se divorciarían y no quise verlo más. Si se fue no debería querer hablarme, ¿cómo se atreve a decir eso?
—¿Vas a ordenarme qué? No puedes obligarme a querer estar contigo ni a hablarte. —Eso es lo más largo que he pronunciado desde que nos reencontramos.
Se pone de pie de un salto y apoya las palmas en la mesa, puedo ver cómo se le va la calma.
—Que tu madre y yo nos separáramos, no es problema tuyo ni de Cecile ni de Frank, son problemas de pareja y no es justo que te comportes como una niña malcriada. Ya tienes diecisiete, es hora de crecer, de madurar y dejar esos pensamientos tan egoístas, ¿no estudiaste para llamar la atención? Si quieres que la gente te trate como a una adulta, compórtate como tal, hasta Frank ha comprendido mejor la situación.
Me quedo mirando fijamente sus pupilas, sin poder creer todo lo que ha dicho. Al parecer ya no nos conocemos, lo he confirmado, pues mi antiguo padre sabía que soy pésima con los cálculos. Mis ojos se nublan, se da cuenta, sus hombros caen, pero no quiero que me vea llorar. Me paro de la silla sin abrir la boca y lo enfrento, no tan valiente como al principio.
—Y lo dice precisamente el que me dio un suéter de My Little Ponny a los quince.
Me doy la vuelta y corro, abro la primera puerta que encuentro y me encierro ahí. Me deslizo hasta que quedo sentada en el suelo y abrazo mis piernas frente a mí.
Muchas cosas pasan por mi mente, algunas son feas por lo que las aparto. Es ahí cuando me percato de que toda mi vida he hecho lo mismo: hacer a un lado las cosas que no me agradan, los sentimientos que me lastiman, en lugar de enfrentarlos.
Quiero que alguien me abrace, como quisiera que sus brazos me rodearan y que me dijera que no debo llorar porque mi nariz se pone tan roja como la de Rodolfo. No obstante, Shawn no está aquí y no sé si está bien pensar en él cuando estoy triste.
Una vez necesité a papá, no quiero necesitarlo a él también.
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