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Capítulo 17



Estoy en el vestidor de chicos con Shawn Price, mi crush, desnudo a unos cuantos pasos. Desnudo, sin ropa, en pelotas. ¡Por todos los froot loops de los supermercados de Nashville! Solo tengo que caminar para mirarlo como Dios lo trajo al mundo.

Debería atarme a la banca, no es bueno espiar a la gente. Me lo repito para no ir corriendo a observar cómo el agua limpia su cuerpo. Mierda, imaginar su pecho mojado no ayuda en absoluto.

Joder, joder, joder. Me pongo de pie, ansiosa y comienzo a dar vueltas como un león enjaulado, no, como veinte leones enjaulados estresados porque quieren comer; la única diferencia es que yo quiero mirar. En la banca está su ropa, seguro ahí están sus calzoncillos, los cuales guardarán a su trasero como un cofre del tesoro. Este chico me estará trastornando.

—Dios, Natalie, estás loca —susurro para mí misma sin detener mi recorrido. Al menos, si me pongo a contar los pisos del suelo, no pensaré en lo que tengo cerca—. Piensa en las espinillas de Frank, piensa en eso.

—¿Quién es Frank? —Su voz me hace buscarlo, casi me arrepiento de haberlo hecho... Casi.

Ahí está él, con su jodido torso desnudo, su jodida toalla envuelta en su cadera, su jodido cabello mojado y despeinado, su jodida sonrisa traviesa y las jodidas gotas de agua cayendo desde sus hombros. Todo es muy jodido.

Es delgado, pero tiene cosas marcadas que no debería haber visto pues ahora no podré dejar de pensar en eso. Jesús, prometo que iré a la iglesia y te daré gracias por crear a ese sujeto tan perfecto.

Mi mandíbula está a punto de tocar el piso pues no puedo cerrar la boca por más que me esfuerzo, en cualquier momento me saldrá baba. Mis neuronas andan bailando.

—Frank es mi hermano. —Es lo único que puedo decir.

Los ojos se me salen de las órbitas al verlo caminando hacia mí, lanza una carcajada cuando camino hacia atrás como si fuera un cazador y tuviera que huir de sus garras. Cada vez lo veo más cerca, esta vez no hay nada a mis espaldas que me haga sentir segura, pero él me aprisiona en un abrazo fuerte. No levanto la vista, veo fijamente sus clavículas y coloco mis manos en sus antebrazos.

¿Es mi imaginación o está haciendo calor?

—No lo sé, también tengo calor —dice divertido y yo quiero abofetearme la cara. Estúpida, ¿por qué justo tenías que decir algo tan vergonzoso en voz alta?—. ¿Te digo algo?

—Sí —susurro.

—Estuve pensando toda la semana en ti. —Elevo la mirada hasta la suya y me quedo perdida en sus ojos cafés—. ¿Por qué no te vi antes?

No quiero decirle que fue por Hannah porque rompería el momento. Siento que estamos en una burbuja, todo sería genial si tuviera más ropa y mis dedos no estuvieran tocando su piel caliente.

—¿Por qué no te conocía? —pregunta—. ¿Por qué si eres hermosa? ¿Por qué, Nat?

—Porque no había un caldo inteligente que nos encontrara. —Dibuja una sonrisa en su cara, antes de ponerse serio y observar mi boca—. Si alguien entra y nos ve así, podría malentender la situación.

Relamo mis labios inconscientemente, estamos demasiado cerca, todo se siente demasiado íntimo. Quizá es porque está desnudo.

—¿Qué crees que pensará? —pregunta, uniendo nuestras narices y dejándome media atolondrada.

—Eh... que estamos haciendo cosas malas —digo en voz baja.

—Tienes razón, eso no estaría bien porque las cosas que vamos a hacer son muy buenas. —Mis orejas se ponen calientes, voy a hablar, pero sus labios encuentran los míos.

Me besa con desesperación, tanta que gimo por la sorpresa. Lo hace rápido y no me da opción de pararlo, no es que quiera hacerlo de todos modos. Su beso me ruega más, así que me relajo y le regreso el gesto, no puedo igualar sus movimientos, sin embargo, lo intento. Su lengua toca la mía y me derrite más rápido que el fuego a la cera.

Sé que es demasiado, incluso sabiéndolo, recorro sus músculos con mis palmas hasta llegar a su cabello empapado. Sumerjo mis dedos y lo acerco más a mí, haciendo que se doble un poco.

Ya nos habíamos besado, pero no así, nunca nadie me había besado así. Quiero pensar alguna tontería para controlar el remolino de emociones, no obstante, no encuentro nada. Solo veo a Shawn.

Nos separamos jadeando por la falta de aire.

—Podría besarte todo el día —dice—. Pero quiero comprarte algo y si no nos apuramos, van a cerrar la tienda. Date la vuelta.

—¿Por qué? —La verdad es que no quiero soltarlo.

—Porque me pondré la ropa, no puedo salir con la toalla y es muy pronto para que veas más allá de mi torso. —Se está divirtiendo el muy desgraciado con mis nervios alterados.

Me alejo y giro sobre mis talones. Entre risitas se cambia, muerdo el interior de mi mejilla y pienso el los granos de Frank otra vez.

Minutos después me toma la mano para salir, mientras caminamos hacia la famosa tienda que lo tiene tan preocupado, pienso en lo que hizo hace rato en la pista. Su padre realmente parecía molesto, la mirada dura que me lanzó me intimidó. No puedo creer que Shawn hiciera algo así, y tampoco puedo creer que pueda soportar a alguien como el señor Price. Es decir, él se esforzó muchísimo y ganó un buen puesto, todos son ganadores, no solo el primer lugar.

Nos detenemos en la tienda donde venden todas las cosas de los equipos deportivos de la escuela. Hay gorras, playeras, tazas, plumas, guantes de espuma y muchas cosas más.

Le pide una playera al vendedor después de preguntarme mi talla.

—Yo puedo pagar —me apresuro a decir y voy a sacar la cartera de mi bolso. No puedo porque Shawn me detiende.

—Es un regalo, puedes comprar los helados, ¿qué te parece?

—De acuerdo.

Paga y me la tiende, yo la cojo y, sorprendiéndolo, la pongo encima de mi ropa.

Más tranquilos que antes, llegamos a un puesto de hot-dogs, donde pedimos. Se burla de mí cuando le quito la cebolla y el tomate, detesto los vegetales porque crujen y me dan arcadas.

—¿Le vas a poner eso? —pregunta, horrorizado.

—¡Oye! ¿Qué tiene de malo que le ponga queso y tocino? No sabes del manjar que te pierdes —digo con petulancia antes de girarme y buscar una mesa.

Nos sentamos en una barra. No puedo evitar notar que coloca su brazo en mi respaldo ni que se inclina más de la cuenta.

—¿Cuántos hermanos tienes? —cuestiona.

—Dos, ambos disfrutan torturándome —digo—. Aman hacer mi vida de cuadritos y triangulitos y todas las figuras que existan.

—¿Pentagonitos?

—También.

—¿Y tus padres? —pregunta al tiempo que se lleva su perro caliente a la boca y le da una mordida que parece la de un dinosaurio. ¿Qué demonios? Ya lleva la mitad, quizá su estómago es un hoyo negro.

—Divorciados, papá se hartó de vivir con nosotros. —Aunque procuro no sonar malhumorada, puedo escuchar el enojo en mi voz, Shawn también se da cuenta, limpia sus dedos con una servilleta y me enfoca.

—¿Ya no lo ves?

—No he querido verlo, lo amaba, ¿sabes? Era mi héroe y yo su princesa sin importar si suena ridículo, se fue sin decírmelo, nunca se lo voy a perdonar. —Todo sigue doliendo demasiado, no hay día que no lo extrañe y quiera que entre a mi habitación para depositar un beso en mi frente. Ya nunca está, ya nunca entra a cobijarme

—¿Puedo darte un consejo? —Asiento—. Escúchalo, a veces los padres tienen problemas, no creo que haya querido lastimarte, tampoco a tus hermanos.

No digo nada, me dedico a saborear mi hot-dog en silencio. Muchas veces he pensado que estoy siendo injusta con mi padre al ignorarlo, estoy dolida, no sé si algún día deje de estarlo y pueda verlo sin sentir enojo.

Después del platillo principal, fuimos por el postre. Dos helados de chocolate. Caminamos por la pista de carreras, mientras un montón de personas limpian la basura que otros tiraron.

—¿Ya sabes qué vas a estudiar? —pregunta.

—No. —Suspiro—. No soy buena para matemáticas, tampoco para historia ni Lenguas ni Biología ni Química. Solo hago cosas decentes en Artes, pero no quiero estudiar dibujo o alguna cosa así. ¿Y tú?

—Mi padre espera que estudie medicina o alguna carrera como Leyes.

—¿Tú que quieres?

—No lo sé, quizá ingeniería aeronáutica.

Así pasamos el rato, hablando de cosas simples que significan mucho. Le gusta el color verde y las paletas que tienen chicle adentro, las palomitas de maíz con limón y leer novelas de ciencia ficción. Odia usar lentes a pesar de que le aseguro que le quedan bien, por eso solo se los coloca para leer. Incluso se los arrebato y me los pongo, me mareo al principio, pero me acostumbro y seguimos caminando.

Casi no hago tonterías pues la plática sale sola, no tengo que pensar mis respuestas y él tampoco. Shawn no es tan inalcanzable, es una persona mortal. Si antes estaba sentado en mi corazón, yo creo que ahora puede encadenarse a el.

Cuando empieza a anochecer, sabemos que es hora de ir a casa, por alguna razón que no es tan desconocida, no quiero llegar y ver si mi broma funcionó. No es la cosa más original, pero sé que Cecile se volverá loca.

El camino en la motocicleta es genial, otra vez me pongo adelante, esta vez me deja manejar el manubrio, entretanto rodea mi cintura y me ayuda cuando lo necesito.

Se estaciona en casa y me ayuda a bajar. Me acompaña a la puerta, donde nos detenemos para mirarnos.

—Gracias, fue una cita increíble —murmuro. Da un paso hacia mí y me sonríe.

—Gracias a ti por ser como eres.

Se agacha mirando mis labios, estoy desesperada, quiero que me bese de nuevo una y otra vez. Nuestras bocas se rozan, escucho que alguien se aclara la garganta.

Shawn y yo nos miramos y nos echamos hacia atrás como si nos hubieran pillado robando. Santa de los jóvenes inocentes como yo, no permitas que mi madre lo invite a pasar y le pregunte hasta qué marca de jabón usa.

Los párpados se pegan a mi frente al encontrarla de pie con los gestos furibundos. La miro horrorizada.

—Oh. —No puedo decir más.

—¿Oh? ¿Eso es lo único que dirás, jovencita? ¿Te gusta mi nuevo look? ¡Natalie Drop, parezco una mora! ¡Me miré en el espejo después de tomar una ducha y descubrí que era un pitufo!

Cecile aparece detrás de ella riéndose junto con Frank a carcajadas.

La broma habría sido genial si mi madre no se hubiera bañado con el champú de Cecile, donde coloqué tinte azul.

Miro a Shawn, quien mira con asombro el cabello azul de mamá.


* * *


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