Capítulo 09
MIRADAS AZUCARADAS VUELVE A WATTPAD por tiempo indefinido\*-*/ Recuerden que este es el borrador de la historia, en el libro físico y en el ebook hay cambios <3
¿Qué acaba de decir?
La respiración se me queda atorada cuando me doy cuenta de lo cerca que está, ¿qué le pasa? No debería invadir mi espacio personal.
Casi quiero reír con ese pensamiento, como si de verdad lo quisiera lejos.
Me está mirando fijamente con esos ojos tan oscuros, siento que quiere tragarme con ellos, así que llevo mi vista a la hoja llena de números. No puedo pensar en nada, solo en la noche del viernes, en sus labios besándome.
De hecho, desde que sucedió, no he dejado de pensar en Shawn.
—Disculpa, no te entendí —susurro.
Quiero echarme a correr, esconderme debajo de la cama como cuando temía que Sullivan saliera del clóset. El problema es que me gustaría encerrar a Shawn en mi armario... conmigo adentro.
Cada vez lo veo más cerca, sonriendo. ¡Carajo! ¿No puede dejar de sonreír o qué demonios? ¿Qué no ve que me convierto en una gelatina si lo hace?
Me tenso cuando su brazo se escabulle, lo coloca en mi respaldo y se inclina hacia mí. Quizá la silla se está encogiendo, de lo contrario no entiendo por qué es tan pequeña, no hay espacio para crear distancia.
—Sí me entendiste, preciosa. Hago tus problemas si sales conmigo. —Él en serio tiene que parar de decirme así si no quiere ir por un trapeador para limpiar cuando me derrita.
—Eh... no puedo —digo, buscando una salida. La puerta está muy lejos, quizá la ventana podría servir, el único inconveniente es que estamos en el tercer piso y acabaría hecha un sticker.
Se acerca más si eso es posible, así que me hago para atrás, olvidando por completo que la jodida silla es diminuta. La mitad de mi trasero está volando, Shawn se da cuenta de mi falta de estabilidad, así que piensa que rodear mi cintura es aceptable.
Está. Rodeando. Mi. Cintura.
—Nat, el tiempo está corriendo. —Como parece que todas mis neuronas andan de fiesta, solo afirmo moviendo la cabeza. Me gano una sonrisa de lado, me arrebata el lápiz y me obliga a acomodarme en el asiento.
Puedo respirar hasta que toma la hoja y me suelta.
Ahogo un suspiro en mi boca al tiempo que lo observo sacar sus lentes de la mochila para colocarlos resbalándolos por el largo de su nariz. Frunce el ceño y contesta todo con demasiada rapidez.
—¿Eres una computadora o cómo lo haces? —cuestiono, dirige su mirada hacia mí con lentitud y guiña. ¡Que alguien me eche agua! ¡No! Mejor que me arrojen a una piscina o a un tinaco.
—Ya sabes, soy un pequeño genio —murmura, regresando la vista a mi tarea.
—¿Serías mi esclavo de las tareas? —Suelta una risita despreocupada, mientras hace algo con la calculadora y borra mis garabatos.
—Solo si eres mi esclava de las citas.
—Eso es chantaje —digo, divertida.
—Lo sé, pero es lo único que se me ocurrió. —Va en el número ocho, nada más faltan dos. ¡Joder! Yo puedo mirar los problemas por horas sin saber qué poner y él los hizo en menos de cinco minutos, ¿es eso posible?
—¿No podías preguntar como una persona normal?
—¿Habrías aceptado? —pregunta. Se endereza y repasa lo que hizo. Asiente, conforme. Lo vuelve a colocar frente a mí y se concentra en mis ojos.
—Tal vez. —Mis mejillas se calientan, intento arrugar los dedos de mis pies, pero los zapatos no me lo permiten.
Nuestros compañeros comienzan a llegar, sus voces llenan el aula que antes estaba silenciosa. Sonríe con sinceridad y le da un golpecito a la punta de mi nariz.
—Deja de mirarme de ese modo si no quieres que te bese delante de todos.
Una parte de mí se pone a imaginar que tendremos bebés y seremos felices por siempre en un palacio lleno de duendes y unicornios. No obstante, la parte amargada de mi interior dice que él quiere a otra chica y no debo ilusionarme tanto. Aunque me lo repita una y otra vez, Shawn provoca cosquillas en mi estómago y que mi corazón lata a velocidad luz.
Me hace sentir como poeta, estoy grave.
Voy a contestar, sin embargo, el profesor Golden entra justo en ese momento, deja caer una pila de hojas en el escritorio y se gira para enfrentarnos. Sus cejas entornadas me hacen retorcer. Está enojado, como un esquelético toro pelón expulsando humo por la nariz.
—Estoy decepcionado de ustedes, ¿cuántas veces les he dicho que si tienen dudas se acerquen y me pregunten? Pero esto no es cuestión de dudas, lo que pasa es que no estudiaron. Estoy muy molesto con una de sus compañeras porque todavía tuvo la desfachatez de burlarse cuando le pregunté si había estudiado. —¡Ay, no!—. Señorita Drop, ¿vendría por su examen?
Me lanza una mirada furibunda, mis compañeros me observan con lástima, ¡eso! ¡Vayan planeando mi velorio! ¡Me gustan las margaritas!
El camino al frente lo hago con los puños apretados. ¿Había dicho que el profesor era agradable? No creo que tenga piedad de esta pobre pecadora.
Me ofrece mi examen, miro el gran cero rojo en la esquina derecha. No se ve tan lindo ahora que lo tengo cerca.
—¿Qué calificación sacó? —No puede estar haciendo esto, no puede avergonzarme así delante de todos. No es que no haya estudiado, lo he intentado, simplemente no puedo, me quedo en blanco—. Señorita Natalie, ¿qué sacó en su examen? No me haga repetirlo de nuevo.
—Cero —susurro, avergonzada.
—¿Y por qué sacó esa calificación? —Oh, porque me encanta tener ceros, estúpido grano en el culo. Aprieto los labios conteniendo la rabia, incluso mis ojos se hacen agua.
—Yo creo que es bastante obvio que a Natalie se le dificulta la materia, profesor, no creo que hacer esto la ayude a mejorar. —Una voz conocida resuena a mis espaldas. Shawn suena agitado, no quiero que lo regañen por mi culpa—. Si me lo permite, y con el debido respeto que se merece, pienso que en vez de avergonzarla debería ayudarla, tal vez los métodos de enseñanza no funcionan con todos.
El resto hace sonidos, apoyándolo. ¡Tome esa, viejo calvo!
—Regrese a su lugar, señorita Drop, y la próxima vez estudie —musita Golden con la mandíbula tensa. Hago lo que me dice, con la velocidad de un vampiro llego a mi lugar.
El maestro se gira y empieza a apuntar un montón de cosas para resolver en la pizarra. Me dedico a apuntar escondiendo mi rostro, muero de la vergüenza. ¿Por qué no sucedió esto en alguna clase donde no esté él?
Seguro está pensando que soy una irresponsable que no sabe multiplicar y terminará dejando la escuela para vender chicles debajo de los puentes. Estaría bien siempre y cuando pudiera masticar los chicles de cereza.
De pronto, siento que una mano toma la mía, le da un apretón. Giro mi cabeza y no enfoco.
—Está bien, es un imbécil, no te sientas mal. —Esbozo una sonrisita porque es inevitable. ¿Cómo no voy a enamorarme de él si se comporta de esta forma? ¿Cómo pretendo alejarme para que alcance su todo si me mira de ese modo? ¿Cómo pongo distancia si lo único que quiero hacer es lanzarme a sus brazos?
En serio, debería escribir un libro cursi y empalagoso para no ir por ahí derramando miel y causándole diabetes a las personas.
—Gracias —susurro.
Lo veo tragar saliva y dirigir la mirada al pizarrón, mira a su alrededor y se me aproxima sin darme oportunidad de analizar la situación. Se acerca, haciendo que nuestras narices choquen y una corriente eléctrica me recorra.
Me roba un beso, tan suave y rápido que solo sé que existió porque mi corazón ha explotado en un montón de fragmentos.
—Lo siento —dice, luce realmente apenado—. Es que no he parado de pensar en ti. No vas a enojarte, ¿verdad?
Oh, Shawn, podría ponerme a oler florecillas, cualquier cosa menos enojarme.
—No lo haré siempre y cuando tú pagues la cena de esta noche. —No quiero decirle que me gasté mis ahorros y no me han pagado en el Señor Pimiento.
Sus comisuras tiemblan.
—¿Te recojo en tu casa?
—Nop, hoy trabajo hasta las nueve, ¿está bien? —Asiente.
—De acuerdo, te recojo en el restaurante entonces, será genial verte de nuevo con esa cosa en la cabeza y el atuendo rojo.
Había olvidado mi estúpido gorro, debería arrojarlo a la basura y hacer como que se me perdió. Sí, eso haré.
Los dos decidimos que es mejor poner atención, no vaya a ser que el profesor Golden quiera vengarse y nos ponga a hacer planas con la frase «no debo hablar en la clase de matemáticas».
Lo más interesante de todo el asunto no es que Shawn me haya invitado a salir, tampoco que me haya defendido delante de todo el mundo, mucho menos que me haya robado ya dos besos ni que esté coqueteando descaradamente conmigo. Lo que me hace guardar esperanzas es que no ha soltado mi mano.
* * *
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