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Capítulo 08

MIRADAS AZUCARADAS VUELVE A WATTPAD por tiempo indefinido\*-*/ Recuerden que este es el borrador de la historia, en el libro físico y en el ebook hay cambios <3


La mesa está en silencio, estoy seguro de que nuestras respiraciones son lo único que se escucha. Mientras me llevo el tenedor a la boca, me dedico a mirarlos en secreto. Mi padre es el jefe de calidad de una empresa de alimentos y mi madre es ama de casa. Somos una familia bastante normal, tenemos una linda casa y un lindo auto.

Todo estaría genial si mi padre no fuera un loco del control, tan estricto y autoritario que me hace desear pasar la mayor parte del tiempo en otro lado. Es muy triste que no seamos los mismos que fuimos hace quince años. No soporto estar cerca porque odio que menosprecie mis esfuerzos sin darse cuenta.

Detesto que me empuje, pero nunca sé cómo decírselo.

—¿Cuánto sacaste en el examen de cálculo? —pregunta ajustándose las gafas. Mamá me mira suplicante, pidiéndome en silencio que no pierda los estribos.

—Saqué noventa —digo sin titubear.

Antes, cuando era más chico, me ponía muy nervioso si no alcanzaba la nota más alta. Hubo un tiempo que controlaba mis ansias mordiendo mis uñas, también me dio esta cosa llamada gastritis a los doce. Después aprendí que no puedo ser perfecto en todo, que a veces voy fallar en algunas cosas, me gustaría que mi padre se diera cuenta de ello.

Me enfoca con los labios fruncidos, observo mi plato para ignorar la sensación de hastío que me produce. Nunca soy lo suficientemente bueno para él.

Siempre hay algo para mejorar, algún defecto para corregir. Nunca puede sentarse a mi lado y estar orgulloso de mis pequeños logros, de mis excelentes prácticas de piano, mucho menos de mis trofeos de atletismo; ni siquiera cuando obtengo una A limpia sonríe.

—¿Y cuál fue la calificación más alta? —pregunta. Aprieto la mandíbula, quiero golpear cualquier cosa, no importa. Solo deseo ahogar la impotencia que siento.

—Noventa y seis.

Me desvelé tres noches para estudiar. Tres. Le pedí ayuda a un compañero para que me explicara las cosas que no entiendo, simplemente no logré obtener algo mejor. Me agrada mi noventa; pero, como ya dije antes, no es suficiente. Debo ser el mejor para valer la pena.

Lanza una risita sarcástica acompañada de un bufido. El pollo con pasta que acabo de ingerir se revuelve en mi estómago.

Me pongo de pie más rápido de lo que quiero. Dejo los cubiertos con agresividad, producen un estrépito al caer en el plato.

—No has terminado la cena, Shawn —dice mamá con la frente arrugada, aparto la vista porque no quiero recriminarle con la mirada. Mi madre hace lo mejor que puede, incluso así, me duele que no me defienda.

—Se me quitó el hambre.

Subo las escaleras y me encierro en mi habitación dando un portazo. Quiero salir en mi motocicleta y andar por las calles sintiendo cómo el viento se estampa en mi rostro. Eso acarrearía problemas, y mi insulsa calificación se llevó la corona de esta noche.

Me dejo caer en el colchón y me quito los zapatos. Tomo mi celular y reviso mi bandeja de entrada. Me siento como la mierda.

Me quedo mirando la pantalla por un buen rato hasta que me decido. Mis dedos se mueven sobre las teclas como si tuvieran vida propia.

«Ocurrió otra vez, Han, ¿crees que podamos hablar? Como que lo necesito»

No me contesta de inmediato, así que es posible que esté dormida. No obstante, mi móvil timbra antes de que active el botón silencio.

«Ahora no puedo, Shawn. ¡Adivina! Liam vino a la casa a hablar, dice que está arrepentido. Hablamos mañana»

Leo el mensaje una y otra vez sin poder creerlo. De verdad necesitaba que me escuchara, que... dijera que todo iba a estar bien. Quería que me recordara que debo comportarme y seguir en la rutina donde intento agradarle a papá como si eso fuera posible.

Dejo el aparato en la mesa de noche, ignorando lo mucho que me duele que esté con él. Me decepciona un poco que no se preocupe por mí, yo estoy incondicionalmente para ella si me necesita.

La historia se vuelve a repetir.

Estoy cansando de lo mismo.

Estoy harto de esperar a Hannah Carson cuando para ella no soy más que un perro faldero que carga su mochila en las salidas.

Miro al vacío pues no tengo sueño, y una sonrisa se extiende en mi rostro al recordar el beso de más temprano.

—Por Dios, estoy demente —susurro a la nada. ¿Cómo es posible que esté pensando en dos chicas al mismo tiempo? ¿Qué demonios me pasa?

Los labios de Natalie son suaves y sabían a cerveza y chicle de cereza. Su perfume es maravilloso, huele a esta cosa que me está haciendo perder la cabeza. Relamo mis labios al recordar, besa delicioso, y mentiría si dijera que no quiero besarla de nuevo. ¡Con un carajo! ¡Quiero besarla ahora!

¡Y se subió a mi moto! Dijo que era su sueño, lucía tan pequeña con ese enorme casco. Hannah jamás lo habría hecho, es demasiado cuadrada. La besé una vez, durante una de sus rupturas, no puso objeciones, una semana después regresó con el sujeto y partió mi corazón.

Hay algo que no deja de martirizarme, besar a Han fue delicado y agradable, besar a Natalie fue como un maldito torbellino que me arrasó, tuve que separarme para no treparla a la moto y lamerle el cuello como un jodido salvaje. Soy un lunático. Está mal que las esté comparando.

Duele el rechazo de Hannah, pero si pienso en Nat puedo esbozar una sonrisa.

El lunes por la mañana entro a la escuela y me topo con Harold, quien me saluda con un asentimiento. Recogemos nuestros libros y nos encaminamos a clases.

El aula de matemáticas está vacía, excepto por una cabellera rubia que me resulta demasiado familiar. Está tan concentrada en su libro que no se da cuenta de que entramos al salón. Teclea frenéticamente en la calculadora y apunta.

—Te veo al rato —le digo a mi mejor amigo, recibo una sonrisa conocedora de lado que me hace girar los ojos con exasperación. Idiota.

Me aproximo sin quitarle la mirada de encima, no pasa desapercibido el vuelco que da mi corazón. Miro de reojo, está haciendo la tarea. No puedo esconder la risita, sale de su nube de concentración y me enfoca con las cejas entornadas. Se relaja en cuanto me ve.

Tomo asiento en el banco de a lado bajo sus atentos ojos cafés.

—Hola, preciosa. —Muerde su labio. Soy capaz de ver el sonrojo que se esparce en sus mejillas antes de que esconda su rostro. Finge prestar atención a sus deberes, pero puedo ver su nerviosismo.

—Hola —murmura, escueta.

—¿Sabías que la tarea es para hacerse en casa? —pregunto con diversión, mirando el reloj que llevo en la muñeca—. Te quedan siete minutos.

—Si te callaras podría concentrarme, sería más sencillo —susurra, malhumorada.

Muevo mi silla y la pego a la suya. Me estoy comportando como un psicópata, no me importa porque cuando estoy con Nat algo cálido se extiende en mi pecho. Me hace reír, no me juzga como los demás.

—¿Por qué? —cuestiono en un susurro uniendo mi boca a su oído—. ¿Te pongo nerviosa?

—S-sí, la verdad es que sí, y necesito hacer esto. Reprobé el examen de la semana pasada, el profesor Golden me enviará a detención si no entrego la tarea. —No sé si sentirme mal por interrumpir o hacer a un lado la hoja y quitarle lo nerviosa a besos.

Se me ocurre una idea maravillosa.

—Puedo hacer tus problemas en cinco minutos con una condición —digo sin alejarme demasiado. Su rostro gira para enfocarme con los párpados abiertos.

—¿Cuál?

—Que me dejes enseñarte cómo se hacen después. —Asiente sin dudarlo. Sin embargo, no he acabado—. Y que tengamos una cita esta noche.

Una cita con Nat, una donde pueda olvidarme de todo y, quizá, solo quizá, pueda besar sus labios de nuevo.


* * *


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