Capítulo 04
MIRADAS AZUCARADAS VUELVE A WATTPAD por tiempo indefinido\*-*/ Recuerden que este es el borrador de la historia, en el libro físico y en el ebook hay cambios <3
Lo veo partir y lo primero que hago es lanzar un grito de euforia. Jasmine se carcajea, me tapo la boca con emoción.
¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Por todos los cielos despejados!
El chico de mis sueños se sentó en mi mesa y charló despreocupadamente conmigo. ¡Sabe cómo me llamo! No sé, de aquí al altar hay un solo paso, debería planear nuestra boda.
—Pellízcame, Jas —le pido. Me sonríe de orea a oreja y niega con la cabeza, divertida, mientras juega con su tenedor en su plato de pasta.
—No es buena idea, el chico está mirando hacia acá. Pensará que eres una loca sadomasoquista. —Levanta su mano y hace como si estuviera dándome un latigazo. No puedo evitar reír—. No quiero escuchar pretextos, el viernes te arreglo yo.
Ruedo los ojos y me encojo de hombros.
—Pero íbamos a ir juntos a la fiesta —dice Greg haciendo una fingida mueca de tristeza.
—Voy a estar junto a ti toda la noche, guapo —susurra mi amiga y eleva las cejas con coquetería. Me aclaro la garganta.
—Según sus propios requerimientos, aseguraron que no se comerían con los ojos o la boca en mi presencia si mantenía una conversación con el joven Shawn Price, así que...
—Tartamudear no es hablar, Nat —tuerce el tonto de Gregorio. Le aviento una papa frita, la cual esquiva entre risas. Después ignora mi discurso sofisticado y besa a su novia.
Las hamburguesas de la cabaña del señor pimiento son las mejores que he probado, y no lo digo para hacer promoción y ganar más propina, aunque no me vendrían mal unos cuantos dólares.
Los viejos Hest son dos hermanos que se aliaron para armar el restaurante. Es rústico, puedes oler la madera por todas partes. Como una cabaña, duh.
La verdad es que les agradezco mucho, aunque me obliguen a usar un uniforme horrible. Consiste en un short rojo con tirantes y una playera del mismo color. Mi gorro de hamburguesa es la cosa más espantosa, al menos el mío tiene doble queso, el de Poppy solo tiene uno.
—Quita esa cara, hamburguesa rubia —dice Jackson limpiando sus palmas en su delantal, mientras yo frío papas a la francesa y escucho cómo saltan las chispas de aceite. Malditas cosas, ¡queman mis bracitos!—. Hazte a un lado, yo me encargo de eso, tú puedes preparar las carnes en la parrilla.
Y casi quiero bendecirlo y hacerle un altar. ¡Oh, san Jackson de las patatas!
—Gracias —le digo al tiempo que le regalo mi lugar con moño y todo.
Jackson es la cosa más dulce que conozco. Tiene estos ojos azules que vuelven locas a las chicas del trabajo. Creo que si no estuviera colada por Shawn, me enamoraría del chico que me salvo de ser dorada en el aceite. ¡Mi héroe!
—¿Cómo te fue en el examen? —pregunta.
Me acerco a la estufa y tomo dos rebanadas de queso en una charola, luego las coloco sobre las carnes.
—Ya sabes, matemáticas no es lo mío.
—¿Qué es lo tuyo, Nat? —cuestiona lanzando una risita.
—Muy chistoso, chico mostaza —lo aguijoneo por su uniforme amarillo y el gorro en forma de tapón que lleva en la cabeza.
Es agradable conversar con él, es relajado como yo y siempre se mantiene charlando. No hay esos silencios incómodos ni me pongo a hablar como un disco rayado.
Jackson es dos años más grande, es un universitario que trabaja para pagar sus estudios en la facultad de sistemas computacionales.
—¿Nat? Te necesito adelante, está lleno. —El viejo Ernest Hest aparece en la cocina y me mira suplicante. No hay suficientes meseros en la temporada de clases y le gusta abusar de mi generosidad.
Le doy una mirada a mi compañero de labores, me quito el delantal blanco cuando asiente.
Ernest aprieta mi hombro como agradecimiento al tiempo que tomo un block de notas y una pluma. El lugar es un desastre. Poppy se me acerca con cara de pocos amigos, pobre chica, seguro está enojada porque mi sombrero tiene dos rebanadas amarillas.
Su cabello negro está sujeto, lo único visible es un mechón de color violeta. Siempre me ha resultado intimidante, es una versión extrema de Cecile con todas esas perforaciones que parecen esferas en un árbol de Navidad.
—Las del lado izquierdo son todas tuyas, reina. Mueve tu culo o te obligaré a que lo muevas —dice la reencarnación de Morticia, antes de esquivarme y tomar una orden del mostrador. ¡Pero qué genio!
Inspecciono mi lado y me pongo con ello. Hay una pareja de jóvenes, una madre con sus dos niños y un grupo de adolescentes que juntaron cuatro mesas. Tomo las órdenes y les llevo sus respectivas bebidas. Quince minutos después estoy entregando las dos hamburguesas dobles de la pareja. Llego al mostrador para esperar a que salga el otro pedido, cuando otra de mis mesas es ocupada.
Doy un paso, pero me detengo en seco.
¿Por qué me haces esto, Dios? Hubiera preferido que las palomas de la iglesia cagaran en mí.
Me va a ver en mi tonto traje y con una gorra graciosa. ¿Por qué tienen que pasarme estas cosas a mí?
Pero toda preocupación se me escapa de pronto al ver a su acompañante situarse a su lado. Hannah se ve bien en su falda suelta hasta la rodilla y su blusa rosa pastel. Luce como un pequeño panecillo lleno de betún.
Quiero golpearme la cabeza contra la pared porque no paré de hacerme ilusiones desde que se sentó a platicar conmigo en el almuerzo. Además, escuché el rumo de que está soltera, es probable que terminen juntos, mientras yo limpio su mesa. Eso se escuchó horrible.
—¿Qué haces ahí, niña? —Poppy la amargada viene a molestar—. ¿No ves que se ocupó otra?
—Ehh... Poppy, ¿podríamos cambiar de lado? —Se cruza de brazos.
—No, y si no vas ahora, iré con Ernest.
Tal vez podría empezar a entrenar defensa personal con su cara. Ese pensamiento me alegra solo un poco.
Sin más remedio, me encamino hasta la mesa prohibida, haciendo lo posible por alargar el encuentro. Camino dando pasos cortos y lentos. Quiero atrasar mi ejecución.
Me detengo frente a ellos, pero no me notan pues están muy concentrados en su plática. Por un momento lo miro, tal vez sí me va lo masoquista porque no puedo dejar de ver cómo la mira.
—¿Desean ordenar ahora? —pregunto, entretanto intento esconderme detrás de mi libreta.
Ella me enfoca primero y me sonríe con amabilidad, si fuera una zorra sería más fácil odiarla, pero no lo es. La chica es buena persona.
—Natalie, hola —dice y yo quiero tirarme de un puente porque en ese instante Shawn levanta la vista y abre los párpados con asombro. Trago saliva con nerviosismo, creo que le diré a mamá que me compre una pastilla tranquilizante, acabaré perdiendo el cabello a este ritmo.
—Hola, Han. —Me obligo a sonreír. Ambas estamos en la clase de artes, no es muy buena, ella siempre le ruega a nuestro profesor por puntos extras—. Shawn.
Deja el asombro y me sonríe, me gustaría tanto que me sonriera como a ella.
—¿Les ofrezco algo de tomar? —cuestiono, queriendo acabar con esta conversación absurda.
—Yo quiero limonada dietética y una ensalada con tiras de pollo. —Anoto rápidamente, asintiendo—. ¿Podrían poner el aderezo a un lado? Siempre llenan mi comida y es demasiado azúcar. Mi nutriólogo me prohibió excederme.
—De acuerdo. —Me aseguro de apuntar lo del aderezo. De todas formas, ¿quién viene a un lugar de comida rápida y grasosa a comer lechuga?—. ¿Y para ti?
—Un refresco de naranja y una hamburguesa especial con papas grandes. —Le pongo punto a la orden y levanto la barbilla, hago contacto visual con él.
Mi pobre Shawn a lado de una come lechuga, qué desperdicio.
—En unos minutos traigo sus pedidos. —Me doy la vuelta con demasiada torpeza.
Al caminar hacia el mostrador no puedo dejar de pensar que son diferentes, mucho. No entiendo por qué le gusta.
* * *
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