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Capítulo 24: El Poder Divino






Marinette apretó los puños al comprender que había tenido la respuesta delante de ella desde que descubrió a Nathalie y no había sido capaz de verlo. Pero sobre todo ante lo que había hecho ese hombre a una familia únicamente por celos. Porque Robin, el hermano de Nathalie, estaba enamorado de la madre de Adrien. O al menos lo había estado tiempo atrás.

            ― Veo que ya lo vas entendiendo, Ladybug. Y supongo que también entiendes porque siempre he mostrado un especial resentimiento hacia ti.

            Adrien se giró para mirar a la joven de la que había estado enamorado sin saberlo. Era extraño verla sin la máscara, pero al mismo tiempo era como si siempre lo hubiera sabido. ¿Qué pensaría ella de él ahora? La duda le hacía sentirse inseguro. ¿Aceptaría ahora su ayuda o lo trataría como una víctima más de todo ese plan? Sentía que todo lo sucedido era a causa de él. Que todo era personal y no podía lidiar con algo que le afectaba directamente. Se sentía culpable por tantas cosas. Se avergonzaba de tanto.

            ― No soy tu hermana, Robin. No tengo nada que ver ―aseguró Marinette.

            ― En eso tienes razón. A diferencia de ella, tú pareces haber dominado muy bien al gatito ―entonces observó a Adrien con desprecio―. Me avergüenza que tú seas mi sucesor.

            Adrien abrió los ojos de par en par.

            ― ¡Él es mil veces mejor de lo que fuiste jamás como Chat Noir! ―aseguró Marinette sin poderlo evitar.

            Solo entonces se dio cuenta de que el susodicho seguía a su lado, aunque sin máscara. Y que era ni más ni menos que Adrien, el chico del que estaba enamorada. Aunque lo que había dicho era cierto, no por eso dejaba de avergonzarla. Igual que él, que la observaba con los ojos abiertos y un ligero tono rosado en sus mejillas. Tal vez sorprendido por saber que quien ahora era Papillon había sido su antecesor, quizás por sus palabras ante el desprecio que este había mostrado por él.

            ― Esto es muy divertido. De verdad. Te lo mereces por la ayuda que me has prestado todo este tiempo, pero tu tiempo extra ya ha terminado. Espero que lo hayas disfrutado ―La voz de Hellen les recordó que no era Papillon quien mantenía entre sus manos los Miraculous.

            ― Mamá... ―comenzó a decir Adrien. Ella alzó una mano, mirando la otra en la que los Miraculous estaban posados con pasión.

            ― Sht. Mamá está durmiendo todavía. No vayas a despertarla, niño. De hecho, habría preferido que fueras tú, pero tu madre insistió tanto... No iba a hacerle un feo. Cuando alguien te da un regalo no puedes rechazarlo. Es de mala educación ―aseguró cerrando el puño de los Miraculous. Una luz violácea empezó a envolver el puño, extendiéndose por su cuerpo.

            ― Eres el akuma extraviado, ¿verdad? ― Adrien se volvió hacia Marinette. Ella sabía más historia de la que el maestro Fu le había contado. ¿Era acaso eso lo que no había podido contarle, el secreto que guardaba y le había dicho que no le podía revelar?

            Hellen alzó sus ojos, ahora violáceos a causa del poder divino.

            ―El akuma extraviado... Tiene gracia ―apuntó―. Yo diría que fui el akuma inteligente, avispado, el akuma más poderoso. Un superviviente. ¿No te parece?

            ― Solo porque usaste un cuerpo que no es tuyo. Sin ese cuerpo no podrías vivir y lo sabes.

            El cuerpo de Hellen se volvió un instante hacia Gabriel, que seguía detrás de ella mirando la escena entre asustado, avergonzado y resignado. Dejó escapar una risa.

            ― Cierto. Pero es precisamente eso lo que me hace tan especial. Fui el único que pudo aprovecharse de las emociones buenas, del amor, la protección. El sacrificio humano es tan predecible ―Entonces miró a Adrien directamente―. Tú deberías haber sido mío. Tú eras más inocente, más vulnerable. Pero tu madre quiso protegerte. Tu madre insistió, me suplicó, que la poseyera a ella en lugar de a ti. Y pensé, si no lo hago, si de todos modos me quedo contigo, entonces jamás podré esconderme, siempre intentarán matarme de un modo u otro. Pero si cedía, si poseía el cuerpo que me ofrecían, entonces sería libre para poder resurgir. A esta mujer jamás la matarías tú. La adorabas demasiado como para hacerlo. Mucho menos su marido ―se mofó mirando a Gabriel―. Tú lo olvidaste, claro. Y tu madre, aunque resistió un tiempo mi presencia, terminó por cambiar. Entonces fue cuando encontré a alguien que estaba tan lleno de odio y ansiaba tanta venganza que estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirla.

            ― Y le diste el modo de lograrlo ―comprendió Adrien con frustración y rabia.

            ― Él pensaba hacerlo de todos modos, pero de un modo muy mediocre, tengo que decir... ―Robin pareció avergonzarse un poco ante su revelación―. Le dije que podría vengarse de Gabriel, conseguir a la chica y hacer resurgir a Ladybug, todo eso gracias a un Miraculous diferente al que había poseído. Robin sabía dónde encontrarlos, y yo necesitaba que encontrara el modo de hallar los que yo quería, los vuestros.

            El puño se alzó, y su aspecto empezó a cambiar. El poder divino empezaba a envolverla.

            ― Así que robó el miraculous de la polilla, el libro donde lo explicaba todo sobre los miraculous y amenazasteis a Gabriel para que os ayudara ―razonó Adrien.

            El akuma sonrió sintiendo el poder divino crecer en su interior.

            ― Cuando el Maestro Fu vio que uno de los miraculous había desaparecido, supo que necesitaría de nuevo a Ladybug y Chat Noir. Yo sabía que para combatir a Papillon teníais que aparecer... Aunque debo admitir que jamás pensé que quien debería haber sido mío, sería aquel que me ofrecería el poder. Debo darte las gracias, muchacho. Has sido más útil de lo que lo habrías sido de haberme quedado tu cuerpo.

            Adrien, guiado por la rabia, quiso avanzar hacia ella. Fue Marinette quien lo detuvo.

            ― Espera. No sabemos cómo afecta el poder divino... y no tenemos nuestros poderes ahora ―Adrien apretó los puños con impotencia.

            ― ¿Y qué hacemos? ¿Dejar que termine de completarse?

            Marinette bajó la mirada, pensativa.

            ― No la regañes, muchacho. Tiene razón. No podéis hacer nada sin vuestros poderes. Y ahora... los tengo yo.

            El poder divino se alzó sobre ellos, haciendo temblar los muros.

            Gabriel llegó hasta ellos como fue capaz, evitando trozos de muro y techo que se desprendían, desmoronando lo que quedaba de la mansión donde habían vivido. Sujetó a su hijo de un brazo, instándolo a avanzar hacia fuera de la estancia.

            ― ¡Papá! ¡Papá espera!

            Gabriel se detuvo, asegurándose que no los seguían, luego observó a Marinette y finalmente a su hijo.

            ― Lo siento. De verdad. Por todo este tiempo. Solo intentaba...

            ― Solo querías protegerme. Lo he entendido ―aseguró con una sonrisa.

            ― Eres... lo más preciado que tengo. No podía perderte. El mal que habita en ella estaba planeándolo todo. Sabía que habría cosas horribles fuera mientras ella estuviera dentro de tu madre.

            ― Por eso no dejabas que saliera de casa... ―Gabriel asintió. Luego se volvió hacia Marinette.

            ― Gracias. Por proteger a mi familia ―Marinette enrojeció un poco.

            ― Yo no...

            ― Os cubriré. Tenéis que salir de aquí. No tenéis poderes y no quiero perderte, hijo ―aseguró―. Yo me ocuparé de esto.

            ― Pero papá...

            ― Es muy tierno, pero eso no va a pasar. ―La voz de Robin sobresaltó al grupo, que lo vio aparecer por la puerta de nuevo enfundado en el traje de Papillon.

            ― ¡Marchaos! ―exigió Gabriel poniéndose delante y empujándolos hacia la salida.

            ― Papá...

            ― ¡Que os marchéis!

            Marinette frunció el ceño con decisión, agarró el brazo de Adrien y lo instó a correr.

            No iban a ganar de ese modo. Pero siempre había otros, estaba segura.

            ***

Siguieron corriendo hacia arriba, subiendo las escaleras principales hasta llegar a una habitación que, en lo que a Marinette se refería, no había visto nunca. Cerró la puerta en cuanto Adrien entró detrás de ella.

            ― ¡¿Qué estamos haciendo?¡ No podemos huir! El poder divino se ha desatado y...

            Marinette le tapó la boca con decisión. Al ver que había enmudecido ante su reacción, apartó la mano.

            ― No estamos huyendo. Nunca huiría ―aseguró. Luego se sentó en el suelo apartándose el pelo de delante de la cara con expresión asustada―. Es solo que allí no podíamos hacer nada. Necesitamos algo que nos ayude. Nosotros solos no podemos con un poder tan grande...

            Adrien la observó con curiosidad. Esa chica era la misma con la que peleaba todos los días. La conocía bien. Y sin la máscara, era como si fuera alguien totalmente distinto. No conseguía consolidar ambas imágenes. Por otro lado, el modo en el que actuaban juntos era el mismo. Eran un equipo. Seguían siéndolo a pesar de todo.

            ― El maestro Fu me contó parte de la verdad el día que quedaste atrapada en el traje de Ladybug. Me contó que él nos había dado los miraculous, y que existían más. Que la unión de nuestros miraculous creaba el poder divino. Pero no me contó que mi madre había sido una heroína. Eso lo descubrí cuando encontré su miraculous en el despacho de mi padre.

            Marinette había alzado la cabeza. Adrien se había apoyado en la pared, pero seguía de pie. Ella también se apoyó, cerrando los ojos por un momento.

            ― Realmente ocultaba algo en su despacho. Eso es lo que querías mostrarme ese día en tu casa, verdad ―Adrien emitió un pequeño murmullo de asentimiento.

            ― Pensaba que al menos como Adrien podía ayudarte... ―Entonces se rio ante sus propias palabras―. Como Chat Noir no podía decirte lo que había descubierto, en cambio sí lo hice como Adrien. Y te lo dije incluso antes de que llegaras a mi casa como Ladybug... Estuve hablando contigo todo el tiempo. Por eso fuiste a mi casa. Yo mismo te lo había dicho cuando discutí con mi padre...

            ― Y yo torturándome porque no podía decirle nada a Chat Noir de lo que tú mismo me habías contado... ―coincidió Marinette riendo también―. En realidad ya lo sabías todo...

            ― No todo.

            Los ojos de la joven se abrieron para mirar a su compañero. Adrien llevaba todo el tiempo observándola, incapaz de perderse ni un solo detalle. Aunque no lo dijo, Marinette pudo leer en ellos lo que quería decir con "no todo". "No sabía que eras tú".

            ― Adrien... ―murmuró ella―. Por si no puedo decirlo después... Gracias. Ese día me salvaste no una, sino dos veces sin saberlo. Y pese a lo mucho que siempre has querido saber quién era, te contuviste. 

            ― No tenía alternativa.

            Marinette frunció ligeramente el ceño.

            ― Claro que la tenías. Pero decidiste no hacerlo.

            ― De haberlo hecho, jamás me habrías perdonado. Habría fallado tu confianza.

            Marinette volvió a cerrar los ojos, incapaz de seguir sosteniéndole la mirada.

            ― No pensaba que fuera eso tan importante para ti.

            Adrien se agachó entonces, obligándola a abrir los ojos por la sorpresa.

            ― Marinette. Dejando de lado los secretos y las identidades. Eres importante para mí ―aseguró él como si fuera un hecho evidente.

            Marinette se sonrojó, y una débil sonrisa adornó sus labios.

            ― El Maestro Fu dijo que los anteriores portadores de los miraculos fracasaron. ¿Sabes porque? ―Adrien se encogió ligeramente, ella amplió su sonrisa―. Porque ellos no confiaban el uno en el otro.

            ― ¿Nathalie y Papillon? ―Marinette asintió.

            ― Eran hermanos, y se reconocieron al instante a diferencia de nosotros ―apuntó sin poder evitar un deje irónico―. Pero también a diferencia de nosotros, se odiaban.

            ― ¿Entonces no me odias, My Lady? ―preguntó esbozando una pequeña sonrisa ladeada. Marinette no pudo evitar sonrojarse. Que fuera Adrien el que hablaba así le resultaba realmente extraño. Se levantó, intentando centrarse.

            ― No has molestado lo suficiente como para eso, gatito ―aseguró intentando volver a ser la de siempre.

            Sí. Era Adrien. Pero ahora no podía pensar en todo lo que ello conllevaba. Necesitaban un plan. O todo Paris quedaría bajo la influencia de un terrible akuma con un poder demasiado grande.

            ― Entonces necesitamos un plan.

            ― Vamos a luchar contra dos miraculous. Nuestros propios miraculous...

            Adrien sonrió.

            ― En tal caso, quizás lo que necesitamos es aumentar el número ―Marinette lo miró confusa.

            ― ¿Aumentar el número?

            ― No estamos solos, ¿recuerdas?

            Era cierto. Los otros miraculous, sus compañeros.

            ― Pero... Papillon ha dicho que estaban presos de los akumas... ―Adrien lo pensó un instante. Entonces abrió los ojos de par en par.

            ― No todos...

***

            Nathalie se detuvo en seco, apartando a Alya para poder esconderlas a ambas detrás de una pared medio derruida.

            ― El poder divino... Esto no pinta nada bien ―aseguró. Alya se asomó para poder ver a una mujer de rubios cabellos envuelta en un halo violáceo.

            ― ¿Quién es esa? ¿Dónde está Papillon?

            Nathalie suspiró.

            ― Ella es una antigua y muy querida amiga mía. Trabajé para su familia mucho tiempo para compensar mi error del pasado. Gabriel no sabía quién era yo, de lo contrario seguramente me habría echado a patadas. Como hizo, de hecho, cuando lo descubrió.

            ― Espera, espera ―la detuvo Alya―. Para su familia. ¿Esa mujer que parece estar desatando el apocalipsis es de la familia de Gabriel?

            ― Su mujer desaparecida. Supongo que habrás leído la noticia cuando sucedió ―Alya tenía la boca abierta de par en par, incapaz de decir nada―. Mi hermano debe estar cubriéndole las espaldas. Siempre ha estado absurdamente enamorado de ella. Lo que no entiendo es porque no intenta rescatarla. ¿Tan grande es su resentimiento que no ve que no es ella misma? ―se lamentó.

            ― ¿Quién es entonces? ―se atrevió a preguntar anonadada.

            ― El akuma. Uno de los más peligrosos. De hecho, el akuma que habéis estado persiguiendo todo el tiempo ―Nathalie dejó de hablar al ver a quien buscaba incansablemente. Sujetó la mano de Alya y la arrastró hacia otra habitación, pasando por detrás de la mujer incandescente.

            ― ¡Robin! ―lo llamó. El aludido se dio la vuelta, enfundado en su traje. Esbozó una sonrisa.

            ― Vaya sorpresa. Esperaba muchas cosas, pero debo admitir que esta me sorprende gratamente.

            Nathalie apretó los puños.

            ― No puedo creer que sigas con esto. Te dije que lo que sentías podía corromperte ―lo regañó.

            ― Fue lo que tú me inspirabas lo que provocó todo lo demás, hermanita. Resulta que soy yo el malo cuando fuiste tú la que nos traicionaste a todos. Nos subestimaste. Y te creíste mejor que ninguno de nosotros. No creo que tengas ningún derecho a juzgarme.

            Nathalie agachó la cabeza avergonzada. Tenía razón, y contra eso no podía decir nada. Robin siempre había sabido cómo atacarla.

            ― ¡Pues yo creo que tiene todo el derecho! ―Alya se adelantó, situándose a su lado―. Lo que te convierte en el malo es tu predisposición a serlo. Nathalie no ha querido hacer daño a nadie. Puede que cometiera algún error, pero es consciente de ello y ha intentado enmendarlo. En cambio tú, lo único que haces es regodearte de lo que haces sin ser consciente del daño que causas, ¡incapaz de reconocer que también estas equivocado!

            En lugar de avergonzarlo o que sus palabras le afectaran de algún modo, que es lo que Alya había esperado, Robin esbozó una lenta sonrisa de aprobación. Como si escucharla fuera lo que había esperado. Con orgullo.

            ― Eres igual que tu madre. Siempre intentando regañar a todo el mundo, pretendiendo que sus ideas queden por encima sin importar lo que deba hacer para ello. Tan intrépida, tan mordaz y curiosa. Metiendo las narices donde no le llaman. Aunque eso también me gustaba de ella, debo reconocer.

            Alya frunció el ceño.

            ― ¿De qué conoces a mi madre? ¿Qué te da derecho a hablar así de ella?

            Robin se quitó el traje por segunda vez. La primera no había habido sorpresas. Nadie lo había visto antes. Pero Alya sí lo había visto en una ocasión. Una vez, en uno de sus viajes intentando escapar como solía hacer su familia. No era difícil para alguien poderoso encontrarla, pero ellos habían conseguido esconderse con bastante eficiencia. Nunca duraba demasiado, claro, pero lo habían logrado durante muchos años. Esa era la única ocasión que lo había evitado durante más tiempo. Al llegar a Paris.

            Justo cuando, al mismo tiempo, habían comenzado a aparecer todos esos akumas.

            Entonces todo encajó. No era casualidad que los akumas hubieran aparecido cuando llegó a Paris. No había llegado a una ciudad peligrosa por casualidad. Los peligros habían llegado a Paris porque él la estaba persiguiendo. Porque él había estado obsesionado con retenerla. Porque él estaba convencido de que era suya, que le pertenecía.

            ― ¿Alya... estas bien? ―se preocupó Nathalie. Robin dejó escapar una carcajada.

            ― Por supuesto que lo está. Quizás un poco sorprendida ―aseguró. Entonces se acercó un poco a la joven―. ¿De verdad creías que podrías esconderte tanto tiempo sin que tu padre te encontrara?

            Nathalie abrió los ojos de par en par.

            ― ¿Tú... padre? ―Alya frunció el ceño con odio.

            ― Tú no eres mi padre. La genética no lo es todo para convertirte en mi padre.

            ― No, desde luego que no, pero está claro que tampoco lo es quien te cría. Porque no me vas a decir ahora que el hombre que apenas está en tu casa es realmente tu padre, ¿verdad? ―Alya retiró la mirada, incapaz de afrontarlo―. Alya... No crees que es injusto. Yo habría estado todos los días a tu lado. No te habría faltado nada. Pero nunca me dejaron estar cerca de ti, aunque debería haber podido por derecho. Es cierto, no puedo considerarme tu padre solo porque mi sangre corra por tus venas, pero eso solo es así porque no me permitieron estar a tu lado.

            ― No te lo permitieron porque querías apartarme de mi madre ―lo acusó.

            ― Eso nunca lo sabrás con certeza, pequeña. De todos modos, tú madre no es lo importante. Lo importante es que siempre he querido tenerte como hija, siempre he estado buscándote. ¿Por qué crees que te he protegido de los akumas que han afectado al resto de tus compañeros?

            Alya apretó los puños.

            ― Pero no lo hiciste cuando me convertiste en LadyWifi.

            Robin hizo un ademán, restándole importancia.

            ― Estabas obsesionada con Ladybug, necesitaba darte una pequeña lección. Nadie de mi familia puede agradarle nada relacionado con esa... esa...

            ― Es tu hermana ―murmuró Alya. Robin observó ahora a Nathalie. Ella lo miraba asombrada, ese tipo de asombro que siempre lo había sacado de quicio.

            ― Es una sabelotodo, la preferida, la que siempre lo tenía todo. No era su hermano, solo un estorbo.

            Nathalie sintió una pequeña punzada de culpabilidad. Era cierto, de pequeño él la adoraba. La tenía en un pedestal. Ella se ocupó de bajarse de él a base de desprecio, rechazo e indiferencia.

            ― Robby... Lo... lo lamento muchísimo. Sé que tuve la culpa y...

            Robin la cortó de golpe.

            ― No. Me importa muy poco que te disculpes ahora. No sirve de nada, así que no te canses. De todos modos, no importa. Yo ya no tengo que mover ficha. Ella se encargará de todo ―aseguró mirando a Hellen con orgullo.

            Nathalie apartó a Alya, haciéndole una señal para que se fuera. Alya lo comprendió, ahora Robin no era el problema. Tenían que detener el akuma.

            ― No importa eso. No he llegado hasta aquí para detener el akuma. Ese fue mi error hace tiempo. Me importaba más capturar el akuma que confiar en los que tenía al lado. De confiar en ti ―aseguró―. Eres mi hermano, debería haber confiado que podías ayudarme. Éramos compañeros.

            ― Jamás fui tu compañero. Ni siquiera me ayudaste cuando te confesé que estaba enamorado de ella. No me has apoyado jamás.

            ― Hellen estaba enamorada de otra persona, no quería que sufrieras ―Robin la apartó con desdén.

            ― No me importa, Halie. Solo quería que dijeras que era suficientemente bueno para ella, que tenía alguna oportunidad. Jamás creíste que fuera bueno para nadie. ¡Ni siquiera para ti!

            Nathalie parpadeó.

            ― Hacía tiempo que no me llamabas Halie... ―Robin la ignoró, volviéndose hacia la mujer que había finalizado su transformación y evaluaba sus poderes con una sonrisa satisfecha.

            ― Lárgate. No me interesa ―Olvidándola detrás, Robin avanzó―. ¡Hellen! Es un magnífico trabajo. Ya tienes lo que querías, ahora devuélvemela. Prometiste hacerlo.

            El akuma le lanzó una mirada envenenada.

            ― ¿Devolvértela? Estúpido. ¿Crees que voy a deshacerme de este cuerpo así como así? Me ha venido muy bien tu amor y tu odio incondicional. Pero deberías haber sabido que jamás abandonaría este cuerpo. Ella es lo único que me sostiene.

            Robin pareció desesperarse.

            ― Pero me prometiste que elegirías otro cuerpo cuando consiguieras el poder divino. Dijiste que dejarías a Hellen para siempre.

            ― Soy un akuma... Mentir está en mi naturaleza ―observó su mano con satisfacción mientras el rostro de quien había sido su esbirro se encendía de rabia―. Por cierto, también mentí sobre otro asunto ―alzó la mano y apuntó hacia él―. ¿Recuerdas lo que dije sobre perdonarte la vida?

            Robin dio un paso atrás. Conocía el poder divino suficiente como para saber que ese era su final. O lo habría sido si no hubiese sido por quien se interpuso entre él y el rayo de energía.

            ― ¿Halie? ―murmuró con apenas voz.

La mujer que se había puesto delante de él, cayó al suelo. Se agachó a su altura, levantándola todavía sin poder creer lo que había hecho. Ella entreabrió los ojos ligeramente.

            ― Lo siento... de verdad, Robby... Fui una idiota... Debería... haber confiado...

            Robin sintió una mezcla de desesperación y dolor en lo más profundo de su ser al ver a su hermana cerrar los ojos. Se había interpuesto entre el akuma y él para salvarle la vida. No lo entendía. Lo odiaba, siempre había creído eso. ¿Había estado siempre tan equivocado? ¿Había hecho todo eso... para nada?

            Después de tantos años comprendió algo que ahora ya no podría confesar. Algo que ya no tenía ningún sentido reconocer  y le perseguiría para siempre. Su venganza, su amor por Hellen y todo lo que había hecho había sido un modo de llamar la atención de alguien que jamás lo había querido. O que creía que jamás lo había amado.

            Lo único que siempre había deseado era que su hermana le quisiera.

            Y había descubierto que ella lo quería cuando él ya no podía decirle que jamás la había odiado.

***

            ― ¡Está aquí! ―gritó Adrien alzando la mano con el broche del pavo real.

            Marinette vigiló una vez más la puerta de la habitación de su compañero.

            ― Aunque tengamos un miraculous, el poder divino todavía nos gana por uno ―aseguró ella con preocupación, cerrando la puerta para acercarse y ver de cerca el broche.

            ― Es lo único que tenemos. Dudaba si lo tendría aún, porque mi madre apareció como heroína antes, pero al parecer, era solo producto del akuma...

            ― Por suerte.

            Adrien le tendió el broche a Marinette, que lo sostuvo con cierta confusión.

            ― Creo que debes usarlo tú. Al fin y al cabo, eres Ladybug. ―El tono de perplejidad mezclado con convencimiento y orgullo no pasó inadvertido por ella.

            ― Todavía te cuesta creer que sea yo, ¿verdad? ―susurró algo avergonzada. Adrien carraspeó.

            ― Imagino que no tanto como te ha sorprendido a ti. ¿Tan malo ha sido? ―Marinette se sonrojó.

            ― N... no, no... Es... No ha sido malo. Solo que... es gracioso...

            ― ¿Gracioso porque?

            La puerta de la habitación se abrió de golpe y quien entró la volvió a cerrar como si el mismísimo demonio la persiguiese. Quizás era así.

            ― ¡Marinette! Esto es muy fuerte, no te vas a creer quién es Papillon... él... ―pero Alya enmudeció cuando se volvió y pudo ver que su amiga no estaba sola―. ¡Oh, madre mía! ¿¡Adrien, estabas en casa!? Esto debe de ser muy confuso para ti. Marinette está aquí... Bueno ella...

            ― Sé que es Ladybug ―la interrumpió.

            ― No puedo decirte que... ¿eh? ―Alya parecía realmente confundida. Evaluó a Marinette, que miraba hacia otro lado algo avergonzada―. ¿Entonces ya lo sabe? ―instantes después adoptó una posición curiosa y divertida al mismo tiempo―. Vaya sorpresa, ¿no? Y tú diciendo que solo sois amigos cuando dijiste estar enamorado de Ladybug, ¡ja! ―Alya se cruzó de brazos orgullosa, comprobando al poco que Adrien había compuesto una mueca de horror y perplejidad al mismo tiempo que Marinette enrojecia.

            ― Qué... eh... yo... ―Adrien intentaba explicarse.

            ― Alya...

            ― Lo siento, pero ahora le toca a él ponerse a la cola. Porque tú lo negarás, pero estoy convencida de que a pesar de que me has dado la lata con Adrien todo el tiempo, en realidad estas un poco colada por Chat Noir. Lo siento, Adrien, pero es así.

            Marinette encerró su rostro en una mano, incapaz de decir nada más. Adrien parecía estar en las mismas, lo que más rojo y más nervioso que ella si eso era posible.

            ― Alya... ―murmuró Marinette debajo de su propia mano.

            ― No intentes negarlo. Soy Foxyfire, os he visto juntos. He visto como lo miras últimamente y...

            ― ¡Alya! ―Alya se calló entonces, prestando atención. El rostro de Adrien no podía estar más rojo―. Él es Chat Noir.

            Alya parpadeó.

            ― ¿Eh?

            Adrien carraspeó.

            ― Por... por eso estoy aquí... Soy... soy Chat Noir.

            Alya miró a Marinette, luego a Adrien, intentando entenderlo todo. Entonces abrió la boca sorprendida, pero solo una pequeña letra escapó de sus labios. Débil.

            ― Oh.

            Marinette carraspeó.

            ― ¿Po... podemos solucionar este tema cuando un akuma malvado no nos quiera convertir en puré? Ahora que ya sabemos lo importante. ¿Qué tal si nos centramos en cómo podemos reducir a este akuma? Tiene nuestros miraculous.

            Alya se aclaró la garganta también, intentando concentrarse después de haber metido la pata hasta el fondo.

            ― Vale, tiene vuestros miraculous. ¿Qué tenemos a nuestro favor? ―Marinette alzó el broche del pavo real―. ¿Solo eso? ―Adrien y Marinette asintieron―. Bueno, yo todavía conservo el mío. Y mi kwami.

            Como si lo hubieran llamado, Oxxy salió de detrás de Alya, saludándolos a ambos cordialmente.

            ― Que mono ―apuntó Marinette con una sonrisa. Alya no pudo evitar fijarse en que Adrien no perdía ni un detalle de la joven, sonrió complacida.

            ― ¿Es el broche de Heel?

            ― ¿Heel? ―preguntaron los tres al pequeño zorrito.

            ― Sí, es el kwami que custodia el broche del pavo real. Pensé que se había perdido. Todos lo pensábamos, de hecho.

            ― Oxxy ―lo interrumpió Alya―, ¿crees que podemos ganar con estos dos miraculous?

            ― No, si se trata del poder divino. ―Aunque esperaban que contestara Oxxy, no fue él quien hizo aquella afirmación.

            Los presentes se pusieron en guardia al ver quien había entrado en la habitación. Alya se interpuso, indicándoles que dieran un paso hacia atrás para que no se acercaran a Papillon. O Robin, pues ya no llevaba puesto su traje.

            ― No os acerquéis. Él es...

            ― Papillon, lo sabemos ―concluyeron la frase ambos. Alya se volvió un instante con una ceja alzada.

            ― Sabéis muchas cosas ¿eh?

            ― No todas ―aseguró Robin―. El poder divino es muy poderoso. No creo que haya nada que pueda detenerlo, salvo, quizás, el poder de los miraculous. De todos ellos.

            ― Pues es un problema, porque solo tenemos dos. Resulta que los otros han sido akumatizados por... eh... ¿quién era? Ah, sí. Por ti ―lo acusó Marinette.

            Robin abrió la mano con el resto de miraculous en ella.

            ― Ya no.

            Los tres parpadearon confusos. Incluso Oxxy, que sujetaba el miraculous del pavo real parecía algo receloso.

            ― ¿Qué truco es este? ―preguntó Adrien con suspicacia.

            ― No hay truco. Os hará falta si queréis derrotar el akuma que está dentro de tu madre.

            ― ¿Por qué crees que vamos a confiar en ti? ―lo acusó Alya.

            Robin la miró con la primera expresión tierna que le había visto jamás.

            ― Este miraculous también estaba envenenado ―apuntó señalando el que había llevado todo este tiempo―. De odio, de envidia, de decepción. Hellen no era quien realmente me importaba. Y ahora ya no podré decírselo nunca...

            Marinette contrajo el gesto.

            ― Nathalie... ―Robin retiró el rostro, apenado.

― No quiero que muera nadie más de mi familia.

Alya lo observó un instante, evaluándolo. Entonces se giró hacia sus compañeros.

― Creo... que podríamos intentar confiar en él.

― Alya... ¿estas segura? Podría estar todavía bajo el influjo del akuma, podría estar intentando engañarnos.

― No lo creo. Además... creo que se merece una oportunidad.

― ¿Y eso por qué? ―cuestionó Adrien. Alya se encogió de hombros.

― Supongo que esto sí que no lo sabéis. ¿Recuerdas, Marinette, lo que te dije en mi casa? ¿La razón por la que estaba huyendo? ―Marinette asintió―. Pues no había escapado... Él... es mi padre.

***

Gabriel se levantó del suelo poco a poco sin hacer ruido. No muy lejos de donde se encontraba después de una lamentable intención de proteger a su hijo, estaba su otro fracaso. No había podido proteger a su mujer, y solo había sido capaz de ser un títere para evitar que pudieran dañarla. No obstante, el daño ya estaba hecho. El monstruo destruiría la ciudad, enfundado en un cuerpo que amaba y no podía destruir.

La mujer había destruido parte del frontal de la mansión para poder salir al exterior. Se levantó deprisa para seguirla, tropezándose con dos muchachos que parecían más confundidos que él mismo.

― ¿Es el poder divino? ―comentó la joven de rubios cabellos.

― Si es eso, significa que tiene los miraculous de Ladybug y Chat Noir, y que por tanto, tenemos un problema gordo ―aseguró el muchacho pelirrojo.

Dio un paso más hacia fuera, evitando los trozos de yeso y piedra esparcidos por el suelo de mármol. El ruido de los restos llamó la atención de los dos muchachos.

― Señor Agreste, debería esconderse, esto es peligroso. No debería está aquí ―lo aconsejó la joven acercándose a él preocupada. 

― Soy el que más debería estar aquí. Soy responsable de esto... ―se lamentó.

― ¿Responsable?

―Es mi mujer... ―confesó Gabriel apenado.

Vivian y Nathaniel se miraron un instante con la sorpresa teñida en el rostro.

― ¿Quiere decir que usted sabía esto desde el principio? ―Gabriel retiró la mirada, incapaz de sostenerla al reconocer que así era.

― Mi mujer no es ella misma, el akuma la domina. Y yo... no he sido capaz de terminar con ella.

― Ni falta que va a hacer.

Los tres se volvieron al escuchar la voz reconocida. Marinette presidía el grupo, apretando los puños con decisión. Adrien, a su lado, sonreía convencido de que podían derrotar lo que fuese, o al menos intentaba convencerse de ello. Al otro lado, Alya se mantenía firme, sujetando entre sus manos el resto de miraculous. Sin embargo, fue a quien vieron a pocos metros lo que hizo que se tensaran. Robin sostenía entre sus manos a Nathalie, inerte en sus brazos.

― ¿Qué hace él aquí? ―exigió Gabriel con desdén.

― De hecho, de no ser por él, ninguno estaríamos aquí en realidad ―Gabriel observó sorprendido a su hijo. Había sospechado que él era Chat Noir desde el día que llego a su casa como héroe para protegerlo. Se parecía demasiado a su madre como para no darse cuenta al instante. Y había sentido miedo. Miedo de lo que pudiera pasar por eso. Pensó que todo terminaría pronto, y podría proteger a su hijo, pero se había equivocado. Su hijo sabía protegerse a sí mismo. Y al parecer, también tenía a alguien que deseaba proteger.

            ― ¡No fastidies! Eras tú, ahora entiendo porque me resultabas tan irritante ―se lamentó Nathaniel sin poder evitarlo. Vivian le dio un codazo de advertencia, al tiempo que Adrien le devolvía una sonrisa burlona. Orgulloso de ello.

            ―Chicos, la catástrofe acaba de salir por la puerta grande. Me parece que va a ser difícil detener un poder que ha surgido de vuestros dos miraculous. ¿Cuál es el plan?

            Marinette se adelantó para contestar a Vivian.

            ― Usaremos los demás miraculous para contrarrestar el poder divino. No tenemos claro si funcionará... Pero es lo único que tenemos.

            Vivian sonrió a la chica con confianza.

            ― Eres Ladybug, estoy segura de que podemos hacerlo.

*******



¡Hola! Ya sé que dije que este era el capitulo final, y de hecho lo es. El caso es que era tan largo que lo he separado en dos. Tengo las dos partes ya escritas, así que mañana subiré el capitulo 25. Lo he separado, además de porque es largo, para poder subir hoy algo. Ya que me gusta repasar los capítulos antes de subirlos.

Espero que os guste el capítulo. Y que mañana no os decepcione el final. Pensad que todavía faltará el epílogo.

¡¡¡Besitos!!!

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