Capítulo 32
Una bandera blanca sale de la pistola, confeti volando por el aire.
Me levanto, gritando son los brazos alzados. Mi risa llena la habitación, mi cuerpo tan libre.
Finalmente, todo ha terminado, todo, todo, todo.
El reloj a desaparecido, la presión en mi pecho se ha ido.
Y ni todo el dinero del mundo podría comprar lo que tengo delante.
Mi padre, con la piel tan pálida que parece desaparecer, con la mirada perdida entre en confeti que llena su alfombra.
Confusión, sorpresa, enojo, es una maldita obra de arte.
El sonido de las puertas de entrada resuenan, pisadas llenan los pasillos.
—¿Qué...? ¿Qué has hecho?—sus palabras nos son más que susurro, un misero ruido ante mi risa.
—¡Saluda a las cámaras!—una media docena de luces rojas brillan por toda la oficina, como si reconocieran su llamado. Cada una de ellas dando un ángulo perfecto al famoso gobernador.
La grabación de sus palabras resuena en las bocinas escondidas por la habitación.
El proyector que está en una pared se enciende, dejando ver imágenes, vídeos, informes, mensajes de texto. Toda la información recopilada tras años y años de actos ilegales, todo siendo de propiedad publica en el instante en que el gatillo de la pistola fue apretado.
Mi risa para, cuando su mirada está en la pared blanca, donde las imágenes siguen viajando, desde diferentes computadores a lo largo de la ciudad, mandando y mandando aunque el equipo de él trate de pararlas.
—¿Cómo...?—me acerco a él, justo en el rango donde las cámaras no notaran más que mi espalda.
El gran suéter negro cubriendo mi vestido.
—Mmm, tal vez soy un poco más inteligente de lo que creías, o tal vez, los planeas más simples son los que funcionan mejor.—me encojo de hombros.—El resultado hubiera sido el mimo. Tu futuro siendo igual de oscuro.—le sonrío.
Y como acto final, un pequeño error de cálculo, pero aun perfecto ante las cámaras aun funcionando.
Elijah se lanza sobre mi, sus manos impidiendo el paso de aire por mi garganta.
Empiezo a golpear mis brazos, luchando por aire.
Su cara está roja de ira, las venas de sus brazos apareciendo, luchando con todas sus formas de romperme el cuello.
La puerta de la oficina se abre, dejando entrar a una docena de policías armados, varios de ellos se lanza hacia el gobernador, haciéndolo soltar su agarre.
Los policías sujetan al gobernador en el piso, mientras este empieza a gritar amenazas.
Uno de los policía se acerca a mí, toso por la entrada de aire, quejándome por el dolor de mi cuello. El policía toma mi brazo, sacándome de ahí.
Trato de agarrar aire, caminando lo más rápido que puedo, siguiendo el paso al policía que no suelta mi agarre.
Llegamos a la puerta de atrás.
El policía delante de mí se quita su capucha, dejándome ver unos oscuros ojos.
—Lo hiciste bien.—sonrío, aun sin poder hablar por el dolor en la garganta.—Te esperan, ve a que te revisen.—señala mi garganta antes de cerrar la puerta en mi cara.
Corro hacia el bosque, respirando con dificultad, con una gracias atorado y unas ganas de volver dentro, solo para ver la cara del que finge ser policía, pero estoy segura es el chico que ha logrado hackear todos los noticieros de la ciudad.
Tal vez ahora que todo a terminado, tal vez podríamos ir a comer y platicar.
Me río ante lo ridículo, casi suspirando de alivio al ver la ya conocida figura adelante de mi auto.
Corro hacia mi abuelo que me recibe con sus brazos abiertos, con orgullo en su mirada.
Una semana ha pasado desde el gran escándalo del gobernador. Los noticieros se volvieron locos, el luto de los ciudadanos fue tan grande que cualquier que no supiera que ha pasado genuinamente creería que ha muerto.
Las protestas contra la asamblea pararon las calles por completos, muchos alegaban que ellos también estaban conectados con todos los tratados, los anuncios desmintiendo cualquier conexión fueron casi diarios.
Muchos de los que si estaban implicados fueron arrestados. Sara Morgan se había dado a la fuga a pesar de no encontrar algo incriminatorio contra ella, el pequeño pago por sacar a Oli.
El que se creía ser el único hijo del gobernador fue visto en España unos días luego del suceso, pero las autoridades no tienen nada como para traerlo de regreso, Oliver solo era el hijo, y eso en ningún pais es un crimen.
Y aunque las noticias hablaran sobre mi, la segunda hija del gobernador todas las grabaciones de la conversación que tuvieron con el gobernador se paraban por segundos, cuando mencionaban el nombre de mi madre.
Apago la pequeña televisión del hotel dentro del aeropuerto. Reviso que no haya dejado nada en la habitación antes de sacar mi maleta.
Miro el boleto para asegurarme por quinta vez el número de la puerta de entrada.
Un escalofrío recorre mi cuerpo a pesar de mi camiseta manga larga y el suéter que cubre mis hombros.
Media hora después abordo, asegurándome que mi maleta de mano esté bien puesta sobre mi cabeza me siento al lado de la ventanilla, agarro mi audífonos con intención de ver una película.
Un pequeño golpecito en mi hombro me hace ver a mi lado.
—¿Está ocupado? Hay un bebe muy ruidoso allá atrás.—mi boca se abre, mis manos aun con mis audífonos a medio poner.
Mi corazón palpita con fuerza.
La preciosa sonrisa de Ian crece ante mi expresión.
Pone su maleta de mano al lado de la mía antes de sentarse a mi lado.
Las palabras parecen tan ajenas a mí cuando levanta la de la silla, para que no haya separación entre nuestros asientos.
Ante mi silencio el chico voltea a verme, primero un ojo, luego el otro.
—Mmm, definitivamente me gustan más tus ojos de este color.—mi boca se abre y se cierra.
Mi cerebro tratando de procesar toda la información presente, tratando de hacer todas las preguntas necesarias, pero hay tanto dentro que nada logra formularse.
Sus ojos van a mi cuello, moviendo un poco el suéter aun en mis hombros, Ian toca mi pequeña cadena y asiente.
—Veo que el enrojecimiento ha disminuido, me imagino que tuvo que haber estado un poco hinchado.
—¿Cómo...?—mi mano va a mi cuello.
Ian mira mis ojos.
—No sé si sentirme aliviado o indignado que no me hayas reconocido.
Mi ceño se frunce con confusión, pero la visión del policía viene a mi mente.
El único que corrió a mí luego que entraran, el que me sacó de ahí y que necesitó quitarse la máscara de los ojos para asegurarse que no estuviera herida más que del cuello.
No porque era parte del plan si no porque...
—Eras tú.—mi susurro de sorpresa apenas es audible.
Su sonrisa crece, orgulloso.
—Siempre Young.
—¿Cómo?—pregunto, ignorando el segundo apellido de mi madre.—¿Por qué?
Ian parece meditar la respuesta, pero la seriedad de su rostro logra que un escalofrío pase por mi cuerpo.
No de miedo, nunca de miedo.
—Porque necesitabas ayuda, porque desesperadamente necesitabas hacer esto.
—¿Desde cuándo?—mis manos tiemblan ligeramente, tratando de recordar todos los mensajes que tuve con un extraño, un extraño que siempre estuvo a mi lado.
—Alguien me contactó necesitando información sobre la esposa del gobernador, llegar a ti fue sencillo a partir de ahí. Necesito pedirte que no lo menciones, acostarme con un cliente no es nada profesional.—mi risa le saca una sonrisa.
—Lo supiste desde entonces.—digo, sorprendida.—Y no huiste.
Su ceño se frunce ligeramente.
—Solo hizo que me enamorara más de ti.—retengo la respiración ante sus palabras.—Por que lo estoy, estoy enamorado de ti Ava Davis.
Ava's Outfit
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