De Regreso a Venezuela
I
El joven sintió que había visto España de una manera diferente a la que todos la conocen. Por supuesto, había visitado los lugares más clásicos, Madrid, Barcelona, la Costa Brava, San Sebastián, pero había aprendido a ver más allá de la superficie, más allá de la imagen que todos ven. Había mirado a los ojos de la gente, había visto las expresiones, las expresiones en la cara, en la mirada, en la forma en que expresaban sus pensamientos, y había comprendido que era un país rico, un país diversificado, y un país con una cultura y una sociedad encantadoras, que tenían que ver tanto con la historia, como con la complejidad de la vida actual. Y, aunque había aprendido mucho, sentía que había mucho más que descubrir... En especial a la señorita melancólica que había redescubierto como por arte de magia.
El joven sabía que volver a Venezuela era inevitable. Sabía que era algo que tenía que hacer, aunque sabía que dejaría atrás a una persona especial, a una persona con la que se sentía unido, a una persona con la que sentía que había compartido algo más que una relación pasajera. Pero, se dijo a sí mismo, esta experiencia había sido un regalo, y se sentía agradecido por haberla compartido con alguien que, de alguna forma, le había abierto los ojos y le había enseñado a ver más allá de la superficie. Se sentía agradecido por ese cambio en su vida, y sabía que eso lo acompañaría el resto de su vida. Pero, aunque le dolía dejar a la chica melancólica, sabía que, tarde o temprano, se verían de nuevo, asi sus tíos políticos la amenazaran con desheredarlas de la fortuna paterna.
La chica melancólica nunca había querido quedarse sola, y sabía que el joven tenía que irse. Le dolía la idea, y quería que él se quedara, pero sabía que no podía pedirle eso, no era lo mejor para ninguno de los dos. No quería dejar de ser amigos, pero sabía que su distancia era necesaria, sabía que no podía quedarse atrapada en el pasado.
Trató de pensar en cómo sería su vida sin él, en cómo podría hacerla más valiosa y satisfactoria, con otros proyectos y otros intereses. Pero, no podía evitar sentirse triste por su amigo, por lo que habían compartido, y por lo que perdería.
Pensaba en todo lo que le había enseñado sobre el mundo, y pensaba en todo lo que él le había enseñado a ella,y sabía que esa pérdida era necesaria. Pensó en cómo amar es dejar ir, eso fue lo que pensó, y sabía que tenía que decirle a él. Pero, al mismo tiempo, sabía que no podía evitar sentirse vacía y un poco vacía, sin él. Pensó en cómo esas sensaciones habían cambiado su vida, y se preguntó qué pasaría en el futuro.
II
El aeropuerto estaba lleno de gente, y todos parecían estar en una prisa constante. La gente andaba con maletas en la mano, se escuchaban las anunciaciones sobre los vuelos, y la mayoría de la gente tenía una expresión estresada en su cara. Los mostradores de las aerolíneas estaban llenos de gente haciendo cola, y todo era un caos en apariencia. A la chica melancólica, todo eso le parecía un caos en un sentido mecánico, un lugar donde todo era tecnicismo y calculado. Pero, en su interior, tenía una sensación de profunda conexión, una sensación de conexión con el joven, una sensación de conexión con todo lo que habían compartido.
Se dio cuenta de que todo eso no iba a desaparecer, aunque estuvieran a miles de kilómetros de distancia. Pensó en todo lo que estaba viviendo y en lo que estaba aprendiendo, y se dio cuenta de que todo era parte de la gran aventura llamada vida. Mientras se acercaba al aeropuerto, respiró profundo y se sintió un poco mejor. Las preocupaciones no habían desaparecido, pero había descubierto algo importante, algo que le hizo nada de gracia: su tristeza más acentuada de lo habitual.
Nunca entendió que estaba en el camino correcto, aunque ese camino pudiera ser difícil y agotador en ocasiones. Y, aunque no podía ver el futuro, sabía que todo estaba bien, y eso la tranquilizaba. Se sintió un poco más preparada para lo que estaba por venir. En ese momento, se sentía conectada con la mayor parte de lo que le pasaba en su vida. Y, cuando llegó al aeropuerto, tenía una sensación de calma, de tranquilidad. Sabía que sería difícil, pero era consciente de que estaba preparada. Y eso era lo único que necesitaba en ese momento. Se abrió paso por las filas de seguridad, y sintió una emoción extraña, una emoción que le hizo pensar en la frágil naturaleza de la vida, pero también en que las hipotecas se podrían saldar si se trabajaba duro y nunca se subestimaba el poder del tiempo.
No había podido soportar el poco tiempo sin él. No Estamos hablando de la partida de nuestro joven, todo está escrito se refiere a Cómo se siente la señorita melancólica mientras llega al aeropuerto de Venezuela.
La chica melancólica se sentía un poco desconcertada, un poco confundida. Llegó al aeropuerto, y todo en ella estaba alerta, atenta, buscando, esperando. Pero, al final, no pudo encontrar al joven. Caminó por la terminal, una y otra vez, se asomó a las ventanillas y los restaurantes, pero no lo encontró. Fue a las oficinas de información, y preguntó por el chico, pero nadie parecía saber nada.
Luego, se sentó en una silla, y miró a su alrededor, tratando de disipar la confusión y el estrés. Empezó a sentir una ola de emociones, una sensación extraña, como si todo lo que había ocurrido en los últimos meses hubiera ocurrido en un sueño, y que ahora, ella estaba despertando. Todo parecía irreal, y eso le hizo sentir una extraña mezcla de desesperación y calma. Luego, mientras se sentaba en el aeropuerto, sintió una mano en su hombro. Se volvió, y vio un rostro conocido, un rostro que le resultaba familiar. Era él. Estaba ahí, sólo para decirle algo.
—Lo siento — dijo el joven — te he hecho esperar demasiado, pero no pude venir. Estaba trabajando, y no pude encontrar la manera de irme. Esto es un desastre. Sé que me olvidaste, y no lo voy a permitir. Te prometo que voy a hacer todo lo posible para compensarte.
Allí no había nadie, nuestra señorita melancólica estaba hablando con la nada.
Ella se dio cuenta de que tenía lágrimas en los ojos, pero no las limpió. Se limitó a mirarlo, y le sonrió.
—No te preocupes. Sabía internamente que me ibas a volver a fallar, pero no lo quería aceptar. Estoy bien. Estás aquí ahora, y eso es lo único que importa.
En ese instante, ambos sonrieron, y se sentían contentos.
—Te voy a escribir todo el tiempo — dijo ella — y te voy a llamar siempre que pueda.
El joven asintió con la cabeza. Ella le dio un abrazo, y después se sentó en una silla cerca de él.
El espejismo se disipó completamente.
Seis meses más tarde, la chica melancólica estaba en una biblioteca. Había un montón de personas, pero uno en particular parecía resaltar. Se estaba acercando a ella, con una sonrisa en el rostro. Ella no podía verlo bien, pero algo en su interior le decía que era su principe azul. Y, cuando la miró a los ojos, ella lo reconoció. Era él. Era el joven que había conocido en un cine en España.
Durante años, ambos vivieron miles de momentos juntos. Vieron paisajes increíbles, crearon historias juntos, lloraron, se rieron, y se apoyaron el uno al otro. Encontraron un amor, un amor profundo, un amor que nunca se olvidaría. Sus recuerdos eran como un poema, y sus vidas fueron como un relato en el que los dos encontraron lo que necesitaban.
Habían pasado por una situación desagradable: subidas y bajadas, sonrisas y lágrimas, abrazos y cachetadas, y alguna que otra palabra hiriente que los quisieron separarse innecesariamente.
Algo más importante aún, fueron capaces de darse lo que necesitaban el uno al otro. Las palabras nunca podrían describir lo que sentían, y las acciones no podrían mostrar lo que vivían. Pero, de alguna manera, sabían que tenían un amor que nadie podría comprender.
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