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Scott Lang #2

Capítulo uno: La curiosidad mató al gato.


Cuando a las cinco de la tarde Scott volvió a casa, Addison se vio incapaz de preguntarle por el traje. Fue mirarle y las palabras se perdieron en la punta de la lengua.

Pero sí que tuvo una pequeña charla con él (por llamarlo así) por el desorden:

- Scott más vale que cuando llegue a casa esté todo ordenado porque si no, te echo de casa y cambio la cerradura – fue lo primero que le dijo Addison. Scott ni siquiera se había quitado el abrigo cuando Addison se le acercó y le miró muy seriamente. – Va en serio.

Scott miró al frente y se irguió antes de decir: – Señora, sí señora.

Aunque Addison frunció el ceño y quiso enfadarse con él, se le escapó una risita (aunque ella lo consideró más como un bufido). Le dejó un beso de despedida en la mejilla, se colocó su chaqueta vaquera negra y salió del piso.

Bajó los cuatro pisos para salir a la calle. Cruzó la calle cuando no pasaba ningún coche –el paso de cebra estaba al final de la calle y no tenía ganas de andar de más– y caminó hasta llegar a su coche. Su coche era un Renault Twingo del 2005 de color azul cerúleo.

El coche tenía 12 años y ya empezaban a estropearse cosas, pero Addison no podía permitirse llevarlo al taller ni comprar otro coche.

Entró dentro y lo puso en marcha. Antes de salir del aparcamiento, se puso el cinturón de seguridad.

Trabajaba como camarera en el turno de tarde/noche en un bar al otro lado de la ciudad. Había días que incluso hacía un turno de día (pero no el de noche), o incluso a veces llegaba a trabajar todos los fines de semana de un mes. Hacía muchas horas extra para conseguir más dinero, porque su salario más las propinas era poco dinero.

Había que reconocer que no era el mejor trabajo del mundo (aunque había que reconocer que tampoco era el peor). No ganaba mucho y las propinas no es que fueran espectaculares. Pero qué se le iba a hacer, había desaprovechado la oportunidad de ir a una Universidad –aunque nunca se le dio bien estudiar– hacía mucho tiempo y ahora no tenía el dinero (ni tiempo, ni ganas) suficiente como para pagar la Universidad.

Addison nunca fue una buena estudiante. Solía hacer pellas, no le importaban las clases y su futuro estaba tan lejos que ni se preocupaba por él. Sus padres poco a poco fueron perdiendo el contacto con ella hasta que llegó el punto de que solo se enviaban felicitaciones en Navidad (porque ni siquiera se acordaban del cumpleaños de su hija y viceversa).

Diez años más tarde, Addison se arrepentía de todas las estúpidas decisiones que cometió. Pero como no puede volver atrás y la vida que tiene ahora no le disgusta tanto (lleva seis meses viviendo con Scott, ¿qué más podría desear? Ah sí, salir con él), se conforma con ella.

Conoció a Scott gracias a Luis, el único amigo que los dos tenían en común. Cualquier alumno que hacía pellas iba, atraído por un imán, a una casa abandonada a dos calles del instituto. En esa casa siempre había gente reunida. Ahí fue donde Addison conoció a Luis, con catorce años. Lo primero que pensó de él fue que no tenía muchas luces en la cabeza, pero al final se convirtió en un gran amigo.

Y después de tres meses hablando con él y su pandilla en la casa abandonada, Luis trajo a Scott al escondite. Addison habló con él y el flechazo fue inmediato, por lo menos de su parte, ya que Scott nunca sintió lo mismo. Y después, los días que no hacían pellas, solían juntarse en el instituto o los fines de semana.

Addison tuvo que parar en un semáforo rojo y sonrió ante los buenos recuerdos.

Sabía que Scott no sentía nada por ella porque una noche en una fiesta –después de haber bebido varios chupitos de tequila– ella le obligó a Luis que le preguntara a Scott si ella le gustaba. Y la respuesta fue no. Debido a los chupitos, ella se fue de la fiesta llorando –se volvía muy sensible cuando bebía–.

Hubo un día que la pandilla de Luis trajo LSD al escondite y todo el mundo probó un poco (Addison incluida aunque si alguien le preguntaba, ella lo negaría). A partir de ese momento, unos u otros traían cosas para probarlas.

Y también se acordó del día, mucho después de terminar el instituto cuando a Luis se le ocurrió la brillante idea de robar dos máquinas de smoothies (idea por la cual arrestaron a Luis). Había que admitir que Luis, cuando se le ocurrió la idea, iba borracho (segundo motivo por el cual le arrestaron) y que cuando le arrestaron, pegó a un policía y le dejó KO (tercer motivo por el que acabó en San Quentin).

Scott y Luis eran amigos del instituto y, años más tarde, se reunieron en San Quentin. Ahí, su amistad creció aún más.

Cuando el semáforo se cambió de nuevo a verde, Addison aceleró y giró a la izquierda.

Quince minutos más tarde, llegó al bar.

Aparcó en el parking que tenía el bar reservado a los trabajadores, salió del coche y le echó el seguro. Entró por la puerta trasera y fue directa a la sala para los trabajadores. Ahí se quitó la chaqueta vaquera y se puso un delantal negro con el nombre del bar en letras blancas. Salió de allí y caminó por el pasillo –donde estaban los servicios, el despacho del jefe y la puerta de la cocina– hasta llegar al bar.

Cuando Annie, la camarera a quien Addison tenía que relevar, la vio, dejó de hacer lo que estaba haciendo –es decir, preparándole una bebida a una cliente–, pasó al lado de Addison sin decir nada y se marchó.

Addison dio un par de zancadas para seguirle preparando la bebida a la cliente que no vio correcto el comportamiento de Annie.

- Vodka solo – la mujer le dijo cuando Addison levantó la mirada para peguntarla.

Ella la sonrió agradecida y empezó a prepararla. Annie solo había sacado un vaso por lo que Addison cogió una de las botellas de vodka blanco que había en la estantería y empezó a llenarle el vaso. Miró de reojo al cliente porque sabía que la conocía de algo, pero no sabía de qué. Es como si tuviera su nombre en la punta de la lengua pero a la vez no se acordaba de su nombre.

La mujer tenía el pelo pelirrojo, por debajo de sus hombros y tenía ondas. Era bastante guapa, ojos verdes, nariz recta, labios rellenos, piel blanca. Vestía una chaqueta de cuero de color negra abrochada pero no podía verle la parte de abajo, ya que la barra se lo impedía.

- ¿Eres Addison Baker? – la mujer le preguntó directamente cuando fue a entregarle la bebida.

Addison levantó la mirada y la miró a los ojos, confundida por la repentina pregunta.

- ¿Quién lo pregunta? – respondió con otra pregunta.

- Soy Natalia – ella sonrió sin mostrar los dientes. La sonrisa no le llegó a los ojos. Además, la sonrisa se veía muy falsa. A Addison no le dio muy buena espina.

- ¿Por qué lo preguntas?

Addison se giró para dejar la botella en su sitio. Se volvió a girar y la miró, esperando la respuesta.

- Annie, la otra camarera, dice que los Manhattan de Addison Baker son increíbles y que debería pedir uno – ella respondió simplemente.

Sí, se le daba bien los Manhattan. Pero Addison no se creía que la razón por la que preguntara su nombre fuera por esa. Lo dejó pasar.

- Cuando te termines ese puedo prepararte un Manhattan – acabó diciendo Addison.

- Y en tu camiseta aparece Addison – la mujer dijo señalando con la barbilla el nombre de Addison bordado en la camiseta.

Addison se fue a otro lado de la barra cuando vio a otro cliente habitual acercarse. Le sacó una cerveza, le quitó la chapa y se la entregó, sin dejar de vigilar a la mujer por el rabillo del ojo. Sabía que conocía a aquella mujer de algo, pero aún no sabía de qué.

Otro camarero, Troy, se acercó para ocupar su sitio.

- Encárgate de las mesas, ¿quieres? – dijo Troy a su lado.

Addison le miró con una ceja alzada. Troy le miró con ojos de cordero degollado, su arma secreta –bueno, no tan secreta– e infalible.

- Me duelen los pies – dijo para convencerla.

- Está bien – suspiró ella.

Empezó a pasearse por las mesas, recogiendo los vasos vacíos y anotando pedidos, después se acercaba a la barra y se lo decía a Troy.

Fueron pasando las horas y Addison dejó de estar atenta a la mujer pelirroja, pero a veces se giraba para mirarla. La mujer estaba ahí, con ambos brazos puestos encima de la barra rodeando su vodka solo, apenas sin probar. Addison siguió tomando pedidos y cuando se giró para mirar a Natalia –si es que se llamaba así en realidad–, no la encontró. Solo estaba su vaso de vodka –apenas había bebido de él– con unos billetes arrugados al lado de este. Se había ido.

Se acercó a Todd, uno de los gorilas de la puerta del bar, en su descanso de cinco minutos. Todd se encontraba fuera de brazos cruzados y mirando mal a cualquiera que se acercase mucho a la fachada del bar. Todd era calvo, media casi dos metros y parecía un armario. Así que, sí, intimidaba un poco.

- La mujer pelirroja con chaqueta de cuero – empezó a hablar Addison, sus brazos cruzados intentando protegerse del frío de la noche. – ¿Hace cuánto se ha ido?

- Diez minutos o así – respondió él, sin mirarla.

Addison asintió, pensativa.

La mujer, Natalia, se había ido sin probar su Manhattan por lo que dejaba claro que no había venido a beber su cóctel.

- Preguntó por ti – dijo Todd, llenando el silencio. Se giró para mirar a la cara a Addison. – Dije que trabajabas aquí pero que no habías llegado todavía. Después entró dentro.

Eso lo dejaba aún más claro. Bueno, solo dejaba clara la parte en que no había venido a probar su Manhattan. Pero, ¿por qué había venido? Eso no lo dejaba claro.

- ¿Sabes por qué preguntaba por mí?

Todd negó con la cabeza.

- Pensé que era amiga tuya.

- No lo es – esta vez fue el turno de Addison de negar con la cabeza.

- Si vuelve a aparecer se lo preguntaré – Todd le aseguró.

- Gracias – Addison le sonrió antes de volver a entrar adentro y seguir con su trabajo.



Eran casi las tres de la mañana cuando Addison subía los pisos para llegar a su casa. Le dolían los pies y los ojos se le cerraban cada dos por tres. Entró en su casa y cerró detrás de sí la puerta con llave. Scott no estaba en el salón por lo que supuso que se había ido a la habitación a dormir.

Si Addison veía el sofá vacío era porque Scott dormía en la cama, entonces no le importaba quedarse dormida en el sofá. Y si le veía en el sofá, sin hacer ruido, se iba a la habitación y se dormía en la cama.

Con los ojos medio cerrados se quitó la chaqueta y los zapatos (perdió el equilibrio y casi se cae al suelo. Casi. Pero sí que se chocó con la mesita de café), caminó hasta el sofá y se tumbó en él.

Habían pasado seis meses de que Scott viviera en su misma casa y compartían la cama. No como lo haría una pareja –y como ella realmente quería– sino que por la madrugada-día la utilizaba Addison y por la tarde-noche la utilizaba Scott. En estos seis meses nunca durmieron en la misma cama y a la vez.

La segunda habitación (que debería ser la habitación de Scott) estaba llena de trastos y cajas que en estos seis meses aún no habían sido recogidos. Scott nunca tuvo la iniciativa de comprarse una cama y vivir en la segunda habitación (le aseguró a Addison que con el sofá bastaría pero pasaron dos semanas y ya compartían la misma cama).



Al día siguiente, Addison se despertó sobre la una del mediodía. Se dio una vuelta por la casa para comprobar que Scott ya se había ido a trabajar y, en efecto, él no estaba. Y también le asombró ver que el nivel de desorden de la casa había menguado hasta el punto de casi no existir.

Antes de tomarse un café, Addison fue a su habitación y se puso su chándal negro, ya que el uniforme no era lo más cómodo del mundo (y aún así se quedó dormida con él). Pasó por el baño para lavarse la cara y hacerse de nuevo la coleta –se tuvo que peinar un poco porque si no, iba a ser peor después– y salió a la cocina. Mientras la cafetera hacia el café, ella fue tostando un poco de pan y le untó un poco de mantequilla. Era un poco tarde para desayunar pero a Addison no le importó mucho, siempre comía más tarde que el resto de personas.

Se llevó la bandeja con su café (con poca leche y media cucharada de café) y su plato de tostadas al salón. Lo dejó sobre la mesita y ella se sentó en el sofá. Cogió el mando de la televisión y fue haciendo zapping (mientras daba sorbitos a su café) hasta que encontró un canal que echara algo decente –o sea, la FOX con Los Simpsons–.

Dejó el mando al lado de la bandeja y cogió una de las dos tostadas para darle un mordisco.

Aunque lo que estaban echando en la televisión era entretenido –eran Los Simpsons, ¿a quién no le gustan Los Simpsons?– su mente estaba en otra parte. En esa bolsa negra que estaba debajo de su cama.

Le picaba la curiosidad, un montón. Tenía ganas de volver a ver el traje, de volver a tocarlo y probárselo. Addison se mordió el labio, decidiendo si eso iba a ser una buena idea o no. Como le quedaba una cuarta parte de la tostada, se la metió entera en la boca, apagó la televisión y se levantó del sofá. Caminó con prisas hasta la habitación y se agachó hasta que sus rodillas tocaron el suelo. Levantó la colcha de la cama (Addison no podía creerse que Scott hubiera hecho la cama) y...

La bolsa no está.

La maldita bolsa de deporte negra de Scott con un traje y casco extraño dentro no estaba.

Ni siquiera debajo de la cama había ropa sucia o envoltorios de comida. Tampoco estaba el periódico.

Addison quedó sentada en el suelo con las piernas cruzadas, ligeramente defraudada. Sus ganas de probarse el traje, aplastadas y su curiosidad, aumentó.

¿Dónde está la bolsa? ¿Se la habría llevado Scott? ¿A dónde? ¿Y para qué iría a utilizar el traje? O tal vez la había cambiado de sitio porque se enteró de que Addison la encontró y si así fue lo que pasó, ¿dónde la habría escondido?

Addison se pasó el resto del día buscando la bolsa de deporte por todo el piso –haciendo pausas para terminarse su café y cuando fueron las cuatro para comer–. Y no, no la encontró por ningún lado.

Cuando fueron las cinco volvió a sentarse en el sofá, derrotada. Cogió el mando y encendió la televisión, para llenar el silencio de la casa.

La bolsa no estaba en el piso. Lo que significaba que Scott había salido de casa ese día con ella. ¿Al trabajo? Lo veía imposible porque, ¿para qué iba a querer un informático un traje extraño? Así que seguro que habrá hecho otra cosa con él. ¿El qué?, Addison aún no lo sabía.

Media hora más tarde –media hora que fue gastada viendo Mentes Criminales– Scott entró en el piso. Y no llevaba la bolsa.

- Hola – Scott la sonrió y Addison tardó unos segundos en sonreír, aunque la sonrisa era un poco tensa. Scott lo notó. – ¿Todo bien?

- Sí – asintió Addison, aunque no sonó muy convencida. Scott tampoco lo estaba.

Addison esquivó los ojos de Scott porque sabía que le volvería a preguntar, para asegurarse, y a ella no se le daba muy bien mentir. Miró su regazo y se dio cuenta de que aún llevaba el chándal; no se había puesto su uniforme de camarera.

- ¿Hoy no tienes que trabajar? – le preguntó Scott confundido, cambiando de tema.

- ¡Sí! – gritó ella.

Se levantó rápidamente y se encerró en la habitación. Podía escuchar la risa de Scott a través de la puerta. Ella le maldijo por reírse de ella.

Abrió el armario y sacó su uniforme de repuesto, después se quitó el chándal para ponerse el uniforme. Se agachó para ponerse las zapatillas negras y salió de la habitación. Entró en el baño para peinarse otra vez (y después hacerse una coleta alta), lavarse la cara y maquillarse brevemente (un poco de rímel y antiojeras). Cogió el bote de vaselina y se echó un poco en sus labios resecos, para que así se hidrataran y, de paso, le brillaran un poco.

Se miró un momento en el espejo para comprobar que estaba bien.

El uniforme de camarera consistía en una camiseta negra con el nombre de la camarera en letras blancas justo encima del corazón, pantalones largos también negros y el calzado debía ser obligatoriamente negro.

Se miró a los ojos en el espejo. La coleta le salió bien, no estaba ni muy a la izquierda ni muy a la derecha. Su pelo rubio caía hasta rozar sus hombros. No tenía mala cara, gracias al rímel sus ojos azules parecían más grandes.

Salió del baño y fue al salón. Ahí se puso su chaqueta vaquera negra y cogió su bolso.

- Adiós Scott – Addison se despidió y Scott la sonrió desde el sofá con cerveza en mano antes de que ella cerrara la puerta con llave.

Bajó las escaleras rápidamente y caminó con prisas calle abajo, donde la noche pasada había dejado su coche. Cuando llegó, entró en él, dejó el bolso en el asiento del copiloto, arrancó y salió de allí con prisas. Después se acordó de que no se había puesto el cinturón y con una mano intentó conducir y con la otra se abrochó –casi choca con un coche que intentaba salir de un parking, pero este coche consiguió frenar a tiempo–.

Addison trabaja en un bar que se llamaba The Station. Se llamaba así porque era un local ambientado como si fuera una estación de tren. El local tenía colores marrones, granates y grises oscuros. La pared opuesta a la barra era una fila de pequeños vagones, cada uno era una mesa de madera con asientos acolchados de color granate. Tenía un buen ambiente, podían entrar familias, parejas, raritos que les gusta los trenes, ancianos... Además, los viernes por la noche siempre había música en vivo. Y el bar tenía una pequeña terraza donde a veces también ponían música en directo, o incluso hacían monólogos, y la gente se animaba a bailar.

Cuando llegó al bar, aparcó en el pequeño parking reservado a los trabajadores. Antes de cruzar el pasillo, pasó por la sala de los trabajadores, para dejar la chaqueta y el bolso, y ponerse el delantal.

- Por los pelos, Baker – gruñó su jefe desde su despacho. Jeffrey, su jefe, la había visto pasar ya que la puerta de su despacho estaba abierta.

- No volverá a pasar – ella consiguió decir antes de cruzar el pasillo y, por tanto, perder de vista a su jefe.

Cuando Annie la vio, hizo exactamente lo mismo que ayer, dejó de servir a uno de los clientes en la barra. Addison escaneó rápidamente el bar, pero no encontró a Natalia. Ya en la barra le pidió disculpas al hombre que estaba esperando su bebida. Él se encogió de hombros, restándole importancia.

En el descanso, Addison salió afuera, donde esta Todd –se arrepentía de no haber traído su chaqueta–. Se puso a su lado y se apoyó contra la pared.

- ¿Ha vuelto? – Addison le preguntó.

- Ayer, cuando salió del bar, entró en un Jaguar XF negro con las ventanas tintadas. No vi la matrícula – respondió él. – Hoy no la he visto pero ahí, hay un Jaguar XF negro con las ventanas tintadas.

Addison respiró calmadamente antes de girarse hacia donde había señalado Todd con la barbilla. Y sí, ahí había un Jaguar.

- Gracias – Addison le agradeció.

- Tal vez tu compañero de piso debería venir contigo, por si acaso – dijo Todd. – Aunque con lo pequeño que es, dudo que sepa dar buenos golpes.

Addison se rió.

Unos clientes salieron de The Station y ambos se mantuvieron en silencio. Cuando se alejaron lo suficiente para que no les escucharan, Todd habló:

- ¿Quieres que llamemos a la policía? – preguntó Todd.

- No – ella negó. – Vuelvo a trabajar.

- Si necesitas que te lleve a casa, no será un problema – le aseguró Todd.

- Gracias – ella le susurró.

Addison entró y empezó a limpiar las mesas que algunos clientes habían dejado.

De todos los compañeros del trabajo, Addison hablaba más con Troy –quien, por cierto, había vuelto a ocupar la barra porque aseguró le dolían los pies–, a veces conseguía fumarse un cigarrillo con Annie –cuando esta no salía escopetada, claro– y otras veces se reía con Todd de los borrachos solitarios que frecuentaban el bar –y que la mayoría tenía que ser echados por Todd–. No tenía una solida relación de amistad con Todd pero Addison apreció que se preocupara tanto por su seguridad como para acompañarla hasta casa.

Natalia no apareció en toda la noche.



Cuando Addison volvió esa noche a casa, sobre las dos y media de la mañana, Scott estaba en el sofá viendo la tele.

- Pensé que estarías dormido – Addison le dijo, dejando su bolso encima de la mesa del comedor.

- Están echando una maratón de Transformers. Van por Transformers: El Lado Oscuro de la Luna – se encogió de hombros. – ¿Quieres verla?

Addison asintió.

Se quitó las zapatillas y las dejó a un lado. Se acercó al sofá y se sentó al lado de Scott. Subió los pies al sofá y se apoyó sobre el posabrazos. Después encogió las piernas en el sofá.

Scott, al ver su posición, se apoyó sobre ella, dejando su cabeza en la cadera de ella. Al parecer, la postura no le gustó por lo que cogió un cojín, lo puso en la cadera de Addison y se volvió a tumbar.

- Así que me esperabas para esto – Addison se rió.

- Me has pillado – Scott se rió con ella.

Scott rodeó con su brazo izquierdo las piernas de ella y le acarició la rodilla, sin darse cuenta.

Addison sintió su corazón latir más rápido y se mordió el labio inferior para reprimir una sonrisa. Había días, cuando Scott hacía ese tipo de gestos, que Addison volvía al pasado y se sentía como una adolescente enamorada.

Nunca llegó a hablarle sobre sus sentimientos. Siempre fue muy cobarde para admitirle sus sentimientos a Scott. Aunque el resto de la pandilla lo veía tan claro como el agua, Scott nunca se fijaba en eso. Y después empezó a salir con Maggie, se casó con ella e incluso tuvo una hija con ella, Cassie. Cuando acabaron el instituto, Addison se distanció bastante del grupo, no podía soportar verles juntos.

Cuando se enteró de que Scott entró en la cárcel y que se iba a divorciar de Maggie, Addison se sintió mal por él. Para cuando Scott salió de la cárcel, habían perdido el contacto y tampoco quería declararle su amor en ese momento. Lo veía estúpido ya que pensaba que había perdido su oportunidad de hacerlo y que no iba a tener más oportunidades.

Y después de un montón de tiempo, Scott apareció en su piso, pidiéndole ayuda y ella no pudo decirle que no. ¿Cuánto había pasado desde que Addison se alejó de la pandilla? ¿Diez años? Cuando le vio, no podía creer lo que veían sus ojos.

Scott parecía más maduro –después se dio cuenta de que no. Seguía haciendo bromas y comentarios estúpidos–, tenía unas cuantas arrugas en la frente, tenía el pelo más corto y mejor cuidado. Se había dejado un poco de barba y eso le quedaba muy bien.

Le veía bien, el divorcio ya olvidado o, al menos, no le afectaba tanto. Le contó que estaba buscando trabajo para así tener la custodia compartida de Cassie, su hija. Y al final consiguió un trabajo.

Podría pedirle ahora salir, pensó innumerables veces Addison. Pero había pasado muchos años, ambos habían cambiado y tal vez ella no sentía lo mismo –más tarde supo que seguía coladita por él– o incluso él no se sintiera cómodo a su alrededor.

Pero si eso era así, ¿por qué iba actuar tan cariñoso a su alrededor? ¿Es porque de verdad se siente a gusto con ella? ¿O porque era así con todos?

Addison sacudió la cabeza para quitarse esos pensamientos –que nublaban su cabeza con esperanza– de la cabeza y se centró en la película. La película acababa de empezar porque aparecían dos astronautas en la Luna. Addison lo sabía porque no era la primera vez que había visto la película y además, le encantaba Transformers.

Y pensar en Scott le llevaba a pensar sobre la bolsa que encontró debajo de la cama. A dónde se la habría llevado y qué ha hecho con ella.

Se paró la película y empezaron a salir anuncios por lo que Addison aprovechó para preguntarle:

- ¿Hoy has tenido que trabajar?

- Sí – suspiró Scott. – Tan aburrido como siempre.

Addison se mordió el labio inferior, ¿le estaba mintiendo o le decía la verdad? Addison no se creía que Scott se llevara ese traje extraño al trabajo, a menos que también le hubiera mentido con su trabajo.

- ¿Addison? – Scott levantó la cabeza del cojín para mirarla.

- ¿Sí? – ella le devolvió la mirada, no se había dado cuenta de que le había dicho algo. – ¿Qué me habías dicho?

- ¿Qué tal tu trabajo? – Scott la sonrió. – Oye si estás muy cansada deberías irte a la cama...

- ¿Y perderme el maratón de Transformers? – bromeó ella. – Nunca.

Scott se rió.

- Y mi trabajo, bien – Addison se encogió de hombros. – Hoy casi hubo una pelea. Pero Todd les separó antes de que se pegasen.

- ¿El que mide dos metros, es dos veces yo y calvo? – preguntó Scott.

- El mismo – Addison se rió por la descripción.

- No tiene cara de Todd – Scott volvió a apoyarse sobre el cojín.

- Lo sé – se rió ella. – Pero nunca se lo digas a la cara, no le gusta que se lo recuerden.

En ese momento los anuncios se acabaron y la película volvió por lo que ninguno de los dos continuó la conversación.



A la mañana siguiente –¿o debería decir tarde?–, Addison se despertó en su cama. Se había despertado debido a que se estaba quemando media cara. Abrió los ojos y se dio de lleno con la luz del Sol. Los cerró de nuevo con un quejido por la luz y rodó para que la luz le diera sobre la espalda.

Se había olvidado bajar las persianas la noche anterior –¿o debería decir la madrugada anterior? El maratón acabó sobre las cinco y media de la mañana– y ahora Addison se arrepentía de ello.

Miró el reloj que había en la mesita de noche y vio que eran las tres y media. Si hubiera cerrado las persianas ahora estaría durmiendo felizmente, pensó ella mientras se levantaba de la cama. Sacó las dos piernas de debajo de las sábanas y apoyó los pies en el suelo. Con un suspiro, irguió su espalda para no quedar en una postura desgarbada –el médico le repetía una y otra vez que estar todo el día así era mala para la espalda–. Addison levantó los brazos por encima de su cabeza y se estiró. Acabó cayendo hacia atrás, volviendo a acabar tumbada en la cama (desde las rodillas hasta la cabeza). Rodó y cayó por el pie de la cama al suelo.

Sus manos frenaron el golpe que iba directo a su cara, lo cual tenía que agradecer. Además, la colcha de la cama se había caído al suelo, por lo que eso también amortiguó, un poco, la caída.

Estar en el suelo de su habitación le llevó a pensar de nuevo en la bolsa de Scott. Quería ver si la bolsa estaría ahí, mal escondida debajo de la cama, pero muy en el fondo sabía que no estaba ahí, que Scott se la había llevado lejos de allí, tal vez para siempre. Pero aún así, tenía ganas de comprobarlo. Aunque un 99% de sí misma sabía que no iba a estar ahí.

Addison podría fácilmente haberse levantado para mirar por uno de los lados de la cama, o también podría haberse arrastrado si no tenía ganas de levantarse (que ese era el caso). Pero lo que hizo fue enganchar las manos en la colcha y tirar de ella. Así, la colcha se soltaría de la cama y podría ver lo que había debajo de la cama sin moverse.

Addison tiró y la colcha le cayó en la cara. La apartó a un lado y miró lo que había debajo de la cama.

El 1%, la parte irracional de Addison, había tenido razón esta vez (y seguramente iba a ser la última vez que le ocurriera esto en la vida).

La bolsa negra de deporte estaba en el centro. Addison estiró la mano derecha para cogerla y tiró de ella para sacarla de debajo de la cama. Consiguió levantarse de la colcha y una vez de pie, dejó la mochila en la cama.

Su corazón le palpitaba más rápido, y una sonrisa apareció en su cara. ¡El traje estaba aquí!

Pero tenía que asegurarse de que Scott no se enterara de que ella sabía dónde estaba la bolsa y, aún menos, que la viera con la bolsa o con el traje.

Salió de su habitación para hacerse un recorrido por el piso (debía asegurarse de que Scott no estuviera en el piso y se hubiera ido a trabajar) e hizo una pausa de dos minutos para hacerse un Colca Cao, calentarlo y bebérselo. En el camino de vuelta, Addison estaba engullendo un donut glaseado de fresa (lo había encontrado al lado del Cola Cao y le fue imposible dejarlo ahí solito).

Para cuando sacó el traje de la bolsa y lo dejó encima de la cama, ya había terminado de comerse el donut. Aún sentía curiosidad por el traje y tenía ganas de ponérselo. Averiguar qué hacía un botón a la altura de los nudillos en cada mano y cuál era el uso del traje.

Antes de sacar el traje, se secó las manos en los pantalones del pijama (porque el glaseado era pegajoso y se le había quedado en los dedos). Una vez que tuvo el traje en la cama vio que tenía un cinturón extraño. Addison alargó la mano para tocarlo y vio que era de un material duro, más duro que la tela del traje.

Cogió el traje y se encerró en el baño con él. Dejó el traje encima del lavabo. Cerró la puerta detrás de ella y echó el pestillo –no quería que Scott viniese antes de lo previsto y la pillase–.

Se agarró de la costura de la camiseta que llevaba puesta y tiró de ella hacia arriba para quitársela. La dejó doblada encima del retrete –había tenido que bajar antes la tapa–. Después llevó las manos a la cinturilla de los pantalones y se los bajó. Los pantalones acabaron encima de la camiseta, doblados de la misma forma.

Un escalofrió la sacudió y no supo decir si era por el repentino frío del baño (ya que se encontraba solamente en ropa interior y con los calcetines puestos) o por la anticipación. Le dio la vuelta al traje y bajó la cremallera hasta el final. Cogió el traje por los hombros y metió cuidadosamente la pierna derecha y después la izquierda. Se subió el traje, pasó los brazos por las mangas y con dificultad –ya que la cremallera estaba detrás– se abrochó el traje.

El traje no era de su talla, tuvo que darle vueltas a las mangas de las manos y de los pies para que al menos no lo arrastrara. Pero, aún así, le quedaba muy grande. Lo siguiente fue ponerse el calzado, que tampoco era de su talla. Después se puso los guantes –no hace falta decir que tampoco eran de su talla–, cogió el casco y se lo colocó en la cabeza. Lo último que se puso fue el cinturón.

Se miró en el espejo, ya con el traje completamente puesto. Lo que vio delante de ella le hizo reírse. No podía creerse que debajo de ese traje hortera, grande (para ella) y extraño estuviese ella. En ese momento, viéndose a sí misma en el espejo, se dio cuenta de que la manga izquierda tenía una especie de pantalla, pero decidió no tocarla, al menos, no de momento.

Levantó la mano derecha y observó el botón que estaba a la altura de los nudillos.

- ¿Para qué servirá esto? – habló sola Addison.

Pulsó el botón y se arrepintió de ello.

El estómago se le subió a la garganta, como en las bajadas de las montañas rusas. Notó que caía al suelo así que zarandeó los brazos, intentando sujetarse al lavabo, para evitar la caída. Pero por más que intentase sujetarse, no encontraba nada. Después sintió que todo su cuerpo estaba cambiando. Se encontraba mareada. Todo a su alrededor le daba vueltas por lo que cerró los ojos con fuerza. Todo eso fue a la vez, como si su interior estuviera dentro de una batidora.

Cayó al suelo del culo, aunque la caída no le dolió tanto.

Aún con los ojos cerrados, apoyó las manos en el suelo. La cabeza aún le daba vueltas, y no quería darse en la cabeza con la mampara de la ducha o con el lavabo. Movió las manos por el suelo, intentando encontrar el lavabo, para poder sujetarse a él y levantarse. Pero no había nada a su alrededor. Abrió los ojos, confundida. Tuvo que parpadear un par de veces para poder ver bien.

Aunque lamentó abrir los ojos.

El lavabo, que era de color blanco y tenía tres filas de cajones para guardar casi todo del baño, era enorme y estaba bastante lejos de ella. Addison tuvo que levantar mucho la cabeza para poder ver lo más alto del lavabo. Aunque ni siquiera podía ver el grifo desde este ángulo.

Giró la cabeza para ver la ducha y, desde donde estaba, parecía un rascacielos, a punto de tocar el techo del baño. Con las manos apoyadas en el suelo, se puso de rodillas, y después se levantó hasta quedarse de pie.

En los primeros segundos que estaba de pie, se mareó un poco pero después no. Aún así tenía ganas de vomitar.

Se miró las manos pero no vio nada malo en ellas, también comprobó el resto del cuerpo. Todo estaba bien excepto el baño que era gigante. O ella había encogido.

El traje la había hecho encoger.

Se miró la mano derecha de nuevo y pulsó el botón, pero no ocurría nada. Se asustó y pulsó más veces el botón, pero era inútil, no volvía a la normalidad. Después pasó a verse la otra mano y ahí encontró otro botón. Con menos seguridad, lo pulsó.

La sensación de mareos volvió a aparecer y Addison cerró de nuevo los ojos. Zarandeó los brazos en el aire y después, sus manos se apoyaron en el lavabo. Cuando volvió a abrir los ojos, vio su reflejo en el espejo.

Addison suspiró de alivio. Pero, a la vez, quiso volver a intentarlo. Volver a encoger e investigar más con el traje.

Si Scott la pillaba con este traje... ¿Se enfadaría mucho con ella por haberlo utilizado? ¿La gritaría? No quería ni pensar en las consecuencias. Ni siquiera se atrevía a preguntarse por qué iba a necesitar este traje, qué cosas haría con él. Parece muy útil pero, ¿y si lo había robado? ¿Y si trabajaba para alguien malo? ¿Industrias Pym era de confiar? ¿Estaba el traje en buenas manos?

Dio un paso atrás, inspiró y después expiró. Levantó la mano derecha y volvió a pulsar el botón.

Esta vez los mareos no fueron tan malos, se estaba acostumbrando a ellos. Abrió los ojos de nuevo y se puso de pie. Se giró hasta mirar a la puerta, que estaba a su derecha. Se acercó a ella y miró fijamente el pomo de la puerta.

Con esta forma no iba a poder abrir la puerta. Pero aún así, saltó para llegar al pomo de la puerta.

Abrió los ojos como platos cuando vio que había saltado más de lo que se esperaba (no lo suficiente para llegar al pomo pero sí más de lo que creía). Cuando estuvo en el punto más alto, levantó los brazos, pero no pudo llegar al pomo –ni siquiera al cerrojo, que se encontraba debajo de él–. Volvió a intentarlo dos veces más, solamente por la sensación de estar tanto tiempo en el aire.

Después vio el hueco entre la puerta y el suelo, suficientemente grande como para que ella cupiera. Addison se tumbó en el suelo y se arrastró hasta llegar a la puerta, ahí intento aplastarse lo máximo posible al suelo para poder pasar. Lo consiguió. Una vez dentro de la habitación, Addison miró maravillada la habitación.

Si el baño parecía gigante, la habitación aún más. Siempre pensó que su habitación (bueno, la casa en general) era muy pequeña, pero desde esta perspectiva, era gigante.

Se acercó al mar de sábanas que había en el suelo, a los pies de la cama, y se subió a ellas. Como no pesaba tanto de esta forma, las sábanas no se hundían por su peso, era como caminar por pequeñas nubes formadas por sábanas. Se acercó a una de las esquinas de la cama, donde la sábana aún no se había caído al suelo. Se agarró a ella y empezó a trepar para subir encima de la cama (la tarea era más difícil de lo que parecía).

En momentos como este, Addison deseaba haber sido más buena en Educación Física (el ejercicio no era lo suyo). Los brazos le dolían de hacer fuerza y acabó rodando sábana abajo, hasta caer en el mar de sábanas. Pero, al segundo intento, Addison consiguió llegar arriba.

Empezó a saltar en la cama, como si fuera una cama elástica gigante (además, como saltaba más alto, la sensación era más fuerte).

Cuando se aburrió de saltar, se acercó a la mesilla de noche y saltó la corta distancia que había entre la cama y la mesa. Aterrizó de cuclillas en la madera y después dio una voltereta. Tuvo que admitir que el golpe le dolió.

Había un cenicero limpio y se sentó en él. El cenicero era como una pequeña bañera redonda, hecha a su nueva medida. Su espalda se apoyaba en el borde del cenicero y sus pies tocaban el otro extremo. Después salió del cenicero y se acercó al despertador que había al lado de él. Medía tanto como ella y el tictac que hacía se volvía un poco insoportable, incluso le retumbaba en el pecho.

Se acercó al filo de la mesilla y sin pensárselo dos veces se dejó caer al suelo. El impacto se lo llevó el hombro izquierdo y después rodó por el suelo de la habitación hasta que dejó de dar vueltas. Se quedó tumbada en el suelo bocarriba con las manos extendidas. Movió los brazos y las piernas como si intentase hacer un ángel en la nieve –aunque no era nieve, sino la moqueta del suelo–.

Addison escuchó un ruido, pero no pudo identificarlo. Fue corto y sonó muy bajo, pero eso bastó para que se levantara rápidamente, pensando que fue Scott entrando en la casa. Addison miró la puerta de la habitación, que estaba cerrada. Esperaba oír los pasos de Scott y que entrara en la habitación. Pero nadie entró.

Pensó en volver a tumbarse pero volvió a oír el ruido. Provenía del montón de sábanas del suelo. Addison corrió para ver qué era. Saltó encima hasta acabar en el centro y encontró el origen del sonido.

Había una hormiga –que hacía un sonido extraño cada vez que movía las mandíbulas y juntaba sus antenas– de color negra. Eso no era extraño –la verdad, Addison sabía que cualquier bicho podía entrar en su casa– y tampoco la tenía miedo. Era como el tamaño de un perro –si Addison hubiera estado en su verdadero tamaño–.

Lo extraño era la cámara que llevaba encima.

- ¿Qué hace una cámara ahí? – se preguntó a sí misma Addison.

Addison se acercó unos pasos para mirar más atenta a la cámara. Se quedó de rodillas mientras se inclinaba para mirar con más atención a la cámara. Golpeó la lente con los nudillos de su mano derecha. La hormiga dio varios pasos atrás.

Addison volvió a ponerse de pie y se acercó a la hormiga, dispuesta a acariciarla en la cabeza. La hormiga se dejó acariciar, incluso se acercó un poco más.

No sabía cuánto tiempo podía haber pasado así, pero tenía miedo de que Scott apareciese y encontrase la bolsa abierta de par en par. Y peor aún, sin el traje dentro.

Se movió por las sábanas dispuesta a caminar de vuelta al baño. Pero algo chocó con su cadera, se giró y vio que era la hormiga, que la había seguido.

- ¿Me estás siguiendo?

La hormiga no le respondió, sino que movió sus antenas. Addison se encogió de hombros y siguió caminando hacia la puerta. La hormiga le seguía.

Cuando llegó a la puerta, Addison se giró para mirar a la hormiga.

- ¿Crees que puedes entrar por ahí? – le señaló el hueco entre la puerta y el suelo.

La hormiga inclinó la cabeza, observando a Addison.

Addison se tumbó en el suelo y empezó a arrastrarse para pasar al baño.

Ya en el baño, vio que la hormiga también intentaba pasar por el hueco, y lo consiguió.

- Muy bien – Addison felicitó a la hormiga. La acarició en la cabeza.

Iba a pulsar el botón para volver a su tamaño normal, cambiarse de ropa y salir de ahí. Pero se acordó de la hormiga con una cámara. ¿Quién había puesto la cámara en una hormiga?

Se paró a mirar el cinturón que llevaba el traje. ¿Por qué llevaba un cinturón? Y, al igual que las otras veces, la curiosidad venció y Addison empezó a toquetearlo. Pulsó un botón y el centro del cinturón se abrió, mostrando que el cinturón tenía un hueco para poner algo –Addison no sabía el qué– pero, estaba vacío. Cerró el cilindro que había abierto.

Pero cometió el fallo de mover la ruedecita –que se encontraba por fuera del cilindro– hacia la izquierda y, después, pulsar el botón.

Los mareos volvieron a aparecer, como si estuviera empequeñeciendo de nuevo, ¿pero podía ser eso posible? ¿Encoger más de lo que ya estaba?

A pesar de los mareos, Addison abrió los ojos. Pero no vio la habitación a su alrededor, que era lo que se suponía que debía estar viendo. En cambio, todo a su alrededor estaba cambiando de colores a una velocidad muy rápida, tan rápida que su ojo no podía procesar todo lo que veía.

Veía grandes esferas y muy a lo lejos estaba su habitación. Pero su habitación parecía tan lejos e inalcanzable. Todo estaba en silencio, no había ningún ruido. No se encontraba muy bien, volvía a sentir como su interior estaba en una batidora, solo que esta vez era cien veces peor. Addison llegó a traspasar varias esferas y por un impulso de terror, Addison pulsó frenéticamente el botón de la mano izquierda, pero no funcionaba. Addison no podía volverse a hacer grande. Después buscó en el cinturón, tocando la ruedecita que había tocado sin querer antes. Si podía encogerse, tendría que haber una forma de hacerse más grande, ¿no? Pero por más que moviera la ruedecita o pulsara los botones de los nudillos, no se hacía más grande. Al contrario, se iba haciendo más pequeña.

Se volvió una bola, con las rodillas al pecho y los brazos rodeando estas. Quiso enterrar la cabeza y no ver nada a su alrededor pero le era imposible. Necesitaba saber a dónde iba ahora. Tal vez así podría saber cómo salir de ahí.

La habitación desapareció por completo y ahora eran las esferas (que eran de un color marrón poco oscuro) lo que estaba al fondo. Todo a su alrededor cambió. Ahora parecía que estaba bajo tierra, con unos seres que parecían bichos gigantes (¿podían ser ácaros?) y esferas que le habían crecido púas muy anchas.

Si los bichos que estaba viendo eran ácaros, entonces se había vuelto más pequeña de lo que ya era; se hacía cada vez más pequeña. Al igual que con las otras esferas, acabó atravesando una de las esferas con púas –que cada vez se hacían más pequeñas– y ahora todo a su alrededor era de color blanco y azul. Había como arena de color blanco y pequeñas esferas azules rodeando la arena blanca. Aunque esas esferas se hicieron más grande a medida que Addison se acercaba.

Atravesó la arena blanca y lo que había a su alrededor ahora parecía ser como el espacio. Y había átomos a su alrededor. Cruzó uno de los átomos y pareció haberse metido en un lugar lleno de montañas. Después, pareció salir del átomo y se encontraba un lugar oscuro, con varias figuras –rombos parecían ser– sin parar de moverse. Después, acabó en un lugar oscuro donde no había nada.

A partir de ahí, todo a su alrededor dejó de cambiar. Bueno, no cambió tanto como lo anterior.

Addison no se creía lo que acababa de ver. Estaba alucinando, debía ser eso. Todo debía ser un sueño, no, una pesadilla. Esto debía ser una pesadilla.

Después de los cambios, Addison se encontraba en la más absoluta nada. Sus brazos no seguían sus órdenes al pie de la letra. Ella quería moverlos, pero no se movían mucho. Lo mismo pasaba con sus piernas. Ella quería moverse, encontrar una salida de ese lugar.

Pulsó el botón izquierdo, pero no pasó nada. Después, pulsó el botón derecho, pero obtuvo el mismo resultado.

Ni siquiera sabía dónde se había perdido y tampoco cómo volver. Parecía que no iba a volver a salir de ahí nunca. Se iba a quedar ahí atrapada para siempre.

Esos pensamientos hicieron que su corazón le doliera. No había tenido una gran vida, así que perderla no le suponía una gran lástima.

Pero sí que se arrepentía de no haberle dicho nada a Scott sobre sus sentimientos. No haberle pedido una cita. Lamentaba ser tan cobarde por no haberle mirado a la cara y haberle dicho "te quiero" cuando ambos eran adolescentes. Por haber esperado tanto que cuando se iba a declarar, Scott ya estaba saliendo con Maggie. Incluso podía haber aprovechado la oportunidad cuando Scott apareció en su casa, fue como una segunda oportunidad para hacerlo. Pero Addison fue muy estúpida y no aprovechó la oportunidad. La vida no era justa así que si este era su castigo por no haber sido lo suficientemente valiente y haberse atrevido a peguntarle, que así sea.

Addison cerró los ojos. Sus mejillas estaban bañadas por las lágrimas, el dolor acumulado de todo este tiempo salió a la luz de golpe y Addison se encogió más.

Addison no volvería a ver a Scott pero le encantaría verle por última vez. Aunque, ¿de qué serviría volver a verle si seguiría siendo incapaz de declararse? Así que apretó los ojos con fuerza y rezó a todos los dioses existentes, a quién estuviera ahí arriba escuchándola que si volvía a ver a Scott una –y última– vez, se declararía.

No supo cuánto tiempo se quedó así, con los ojos cerrados, las mejillas húmedas y rezando a alguien que posiblemente no exista.

Pero logró escuchar algo. Addison abrió los ojos para buscar la fuente del sonido. Le costó abrir los ojos, como si hubiera estado mucho tiempo con ellos cerrados. Addison pensó que había sido una imaginación, como los oasis en el desierto. El sonido se volvió a repetir, entonces Addison estuvo segura de que no se lo había imaginado. Al haber eco, no podía entender lo que decía.

El sonido se repitió con más insistencia hasta que pareció escuchar a alguien decir su nombre, ¿pero cómo iba a escuchar a alguien aquí? No había nada ni nadie. Addison miró a su alrededor, no encontró nada. Pero miró al frente y a lo lejos vio una figura. Entrecerró los ojos para ver si podía ver mejor a la figura. Llevaba una especie de casco gris, al igual que lo llevaba ella. El traje era una mezcla entre negro, dorado y toques naranjas. Y llevaba alas.

La figura se acercaba a una gran velocidad. A medida que se acerba, fue distinguiendo mejor los rasgos del traje. Era un traje sin mangas pero la persona que lo estaba utilizando llevaba también unos guantes negros. La parte de las piernas era de color negro mientras que el tronco mezclaba el dorado en el pecho y abdomen, naranja en el cuello y hombros y un poco de negro en los costados.

Era un traje para mujer, Addison lo supo porque ese traje tenía más curvas que el que ella utilizaba. Y, bueno, también porque el traje tenía tetas.

Volvió a escuchar su nombre y esta vez reconoció la voz.

Era Scott.

¿Scott? ¿Scott había venido a rescatarla? ¿En un traje para mujer? Si los dioses habían escuchado sus plegarias, habían actuado muy rápido.

Addison intentó hablar, decir su nombre, para que él supiera que estaba ahí, que seguía viva. Pero no encontraba la voz, tras varios intentos, lo consiguió; pudo decir su nombre.

Scott levantó una mano y tiró un pequeño objeto en su dirección. Era plateado y en el centro brillaba un color azul. Addison no entendía por qué había hecho eso.

- ¡En el cinturón! – Scott gritó.

Entonces lo entendió. Addison tocó el cilindro en el centro del cinturón para poder abrirlo. Ahora sabía qué había que poner en el interior. El pequeño objeto estaba en frente suya y ella alargó los brazos para cogerlo. Lo tuvo que intentar varias veces porque el objeto se resbalaba entre sus dedos. Al tercer intento, lo agarró con fuerza y lo metió a presión en el cilindro, después lo cerró. Y la ruedecita, que aún se acordaba que la había girado hacia la izquierda, la giró a la derecha.

Scott estaba en frente suya, alargó los brazos y consiguió tocarle. Él también lo hizo con su mano derecha.

- Tienes que pulsar el botón izquierdo – gritó Scott. Entonces, Scott se alejaba de ella y Addison no lo entendía, pero vio que se estaba haciendo más pequeño, a un ritmo mayor que el de ella.

Addison siguió la orden y pulsó con fuera el botón izquierdo. Rodeó a Scott con los dos brazos en un abrazo férreo. La sensación de que se hacía más grande volvió a aparecer y Addison empezó a llorar de felicidad. Scott también se hacía más grande. Scott, al igual que Addison, envolvió sus brazos alrededor de Addison y no la soltó.

Regresaba a casa pero, no solo eso, Scott había ido a rescatarla como su príncipe azul.


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