two kids
La repentina alarma sonó, haciéndose presente en aquel silencio y marcando ya las once de la mañana, logrando entonces, que el joven de cabello gris, se despertara para apagarla.
Siempre se levantaba a las ocho, por lo que ese horario no era para nada temprano. Pero los fines de semana eran la excepción, claro.
Al ponerse sus pantuflas color violeta oscuro, frotó su mano derecha contra sus ojos y se encaminó feliz a la habitación de su padre.
Su corazón latía tan rápido, sentía que podía explotar de su propio pecho incluso.
Para intentar calmarse, inhalo por la nariz, exhaló por la boca y lento pero seguro, giró aquella manija redonda para terminar así, decepcionado.
A pesar de tener esperanzas, la tierna y pequeña voz en su cabeza le decía una y otra vez, qué era lo mismo de antes; una reunión.
Algo típico del presidente, quién era nada menos que su padre y único familiar.
En la casa, claro.
Pues los demás estaban en el extranjero y, su madre, había muerto en el parto.
Aún sabiendo que no fue su culpa, a Nam le dolía el hecho de no tener una noción completa de su apariencia y personalidad.
Quería saber más allá de lo que contaba su padre y las fotos colgadas en la pared.
Todos, retratos y anécdotas sobre momentos que nunca vivió, pero aún así amaba.
Se encogió de hombros y antes de cerrar la puerta, fijó su mirada por última vez, a la fotografía en la mesita de luz.
Frunció el ceño, pues le pareció no haberla visto antes. Algo que confirmó al acercarse.
Tomo aquel pequeño marco de madera entre sus manos y colocó su pulgar sobre el vidrio, justo en el rostro de su madre. Quién estaba de perfil, tenía panza y una ecografía en la mano.
Sonrió al instante, mostrando sus encías y hoyuelos. Era obvio que su padre la había dejado apropósito, por lo que a pesar de ser una fecha difícil para ambos, le dio un regalo de cumpleaños perfecto.
Susurró un te extraño por lo bajo, tras besar el frágil objeto y marcharse de la habitación.
Al bajar las escaleras, daba pequeños saltos con ambos pies por cada peldaño.
Podría estar solo, pero era su cumpleaños. Tenía que enfocar su completa atención en una cosa, la más importante de todas, el desayuno.
Ya en la planta baja, fue a la cocina por la caja de cereal.
Cereales ugh! sabor chocolate, para ser exactos, los mejores del mundo.
Tomó su tazón color celeste de Koya, para servir la leche fresca que ya había sacado de la heladera. Luego, fue por una cuchara a la cocina cuando escucho de repente, la puerta trasera abrirse.
Creyó que era su padre, por lo que corrió a eufórico a recibirlo. Debía agradecerle el regalo.
-- Niño, ¿qué haces aquí? -- demandó en cambio un hombre alto, de pelo blanquecino como su piel y mirada gatuna algo feroz e intimidante. Por su físico y rasgos, Joon estaba casi seguro, de que era un alfa sangre pura.
-- ¿Disculpa? -- atajó al instante y como pudo Kim ante el apodo, sintiendo su cuerpo, temblar a la vez.
-- ¿Quién te dejó entrar? -- dijo el mayor con su voz de alfa y cambiando la pregunta, negándose asi, a repetir lo anterior.
-- Yo vivo aquí -- respondió de manera sumisa Nam, quedando a los segundos, boquiabierto por lo dicho.
Hace mucho que no escuchaba la voz, pero debía obedecer, tal como lo hacía con su padre cuando lo castigaba de pequeño.
Aunque, por otro lado estaba en serios problemas, pues su progenitor, le hizo prometer no decirle a nadie que vivía allí.
Solo las personas de confianza, como las mucamas, guardaespaldas y maestros particulares lo sabían.
-- Eres hijo del presidente -- acotó el peliblanco, en un hilo de voz.
Para Namjoon, ya era demasiado tarde. A esa altura no tenía sentido mentir, por lo que se limito a asentir.
-- No le digas a nadie -- exclamó cabizbajo, suplicando.
-- Escucha, soy nuevo -- se justificó el alfa tras tocar su pecho. -- Vine por mi uniforme -- agregó.
-- ¿Eres Min Yoongi? -- preguntó Kim al levantar la vista.
El mayor no emitió palabra alguna, dejando entonces, que todo cobrara sentido.
Aquel nombre que Joon había oído en una conversación entre su padre y Hoseok, su mano derecha, no fue pura casualidad.
-- Bienvenido -- dijo el menor avergonzado, tras hacer una reverencia. Recibiendo un gracias como respuesta, seguido de una sonrisa ladina, de encías rosadas.
Por unos minutos, se miraron uno al otro, demostrado ambos estar conscientes de lo que ocurriría.
No debían, no debía. Kim podía ser mayor de edad pero su padre, le arreglaría sin duda un matrimonio pronto.
Con tantos pensamientos en su cabeza, tiró todo a la basura cuando beso al alfa con deseo y rapidez.
Eran solo ellos, batallando contra el silencio y sus lenguas.
Cuando tomaron distancia, debido a la falta de aire, Min sujetó de la cintura al menor para dejarlo sobre la fría mesada negra.
-- Hazme tuyo pero no me marques -- pidió entre susurros, el lobo interior del de hoyuelos. Acercándose al oído ajeno, tras enredar sus piernas en el mayor.
Quien se desnudó y entró de una estocada brusca en el lubricado omega, haciendo caso a la orden.
Nam, tratando de acostumbrarse al tamaño, arqueó su espalda al gemir agudo.
Logrando que el alfa comenzará con las estocadas suaves, aún con la camisa puesta y algo desabotonada.
Era doloroso en sí, pero le gustaba. Causaba placer en todo su cuerpo, a pesar de ser una manera ruda de hacerlo.
Por las embestidas, sus senos redondos de tamaño mediano, rebotaban junto a los testículos en su rosada vagina.
Cada que se acomodaba, el mayor era más brusco y eso lo hacía sentir tan pequeño, por no decir insignificante.
Es decir, los omegas con las características de Namjoon, se creían extintos. En ese momento, sus cualidades femeninas salieron a la luz.
La respiración agitada del alfa, le daba escalofríos en su espalda.
Aquel cosquilleo de calor interminable proveniente de su pelvis era una señal, por lo que había leído ocurría cuando una persona se corría.
Cosa que hizo al unísono del pelinegro dentro suyo.
Ahora ese líquido blanco y espeso, no era algo desconocido para el.
-- Que rico desayuno -- exclamó el mayor, para luego dejar un corto beso en la frente ajena.
cap. único
gracias por leer
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