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Mr.


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Con el título oliendo a fresca tinta y su ser a conocimiento, se ha esmerado en buscar empleo y para su suerte, y recomendación de sus maestros, ha sido aceptado en una de las escuelas de renombre de la ciudad.

Por eso se encuentra acomodando su corbata, alisando su saco y rociando su varonil perfume en sus pómulos, muñecas y cuello. También en las hombreras del saco.

Su automóvil no es 'del año', pero le parece respetable. Conduce sin mucha prisa, está a tiempo como siempre. Respeta las señales de tránsito y con pulcrosidad estaciona su vehículo en el espacio libre designado para él en el estacionamiento de la institución educativa.

Su maletín es de cuero puro, y por eso lo sostiene como una joya ya que le costó carísimo. Es de una marca reconocida, qué esperaban.
Sus zapatos de charol, pulcramente lustrados, pisan el frígido establecimiento. Éste estaba ambientado con clara influencia inglesa, todo en él susurraba 'clase alta'. Susurraba porque a la alcurnia no se permite gritar. Es vulgar.

Con un suspiro emprende su camino. Los pasillos tiene más elegancia que él en toda su vida, pero no debe demostrar cuan intimidado se siente sólo por unos muros de cemento y mármol.

Al caminar, pudo observar como los alumnos, varones todos, conversaban entre ellos, reían y bromeaban. Algarabía pura. Otros, maniobraban sus móviles o se encontraban con los auriculares puestos. Y muy pocos, casi nadie realmente, leían.

Se quedó embelesado por todo el lugar, que había visto hasta el momento, pero en especial por el amplio jardín y su flora preciosa.

Cada paso le acercaba más a la oficina del director. No puede mentir, se moría de ansiedad, de la buena y la mala, más de la mala.

Limpió el líquido que brotaba de él en sus palmas, sus pantalones eran la mejor tela para secar su desastre corporal. Sacudió sus manos con las esperanza de despejar y alejar sus miedos, entonces, posó su mano derecha en la perilla color oro, giró ésta con delicadeza y el director ya le estaba invitando a pasar desde su asiento.

Pidió permiso para sentarse, se le fue concedido. Se acomodó en el blando tapizado y prosiguió a escuchar atentamente las instrucciones que el otro le daba.

La conversación tenía una sensación de calma. Él director había bromeado y soltado ciertos comentarios que le hicieron sentir muy alagado. <Es usted muy joven y capaz> <En está institución se convoca a los mejores. Claramente usted es uno de ellos> <¿Más de cinco idiomas? ¿Graduado con honores? ¿Entiende por qué está aquí?> <Es un placer tenerle como parte nuestros docentes>. Estaba a punto de mover su mano y decir 'Oh, basta, ya lo sé', pero la apariencia se debe mantener.

Le explicó y dedicó unas cuantas frases más. Se despidió con una reverencia para después dirigirse al salón de maestros a presentarse como era debido.

El ambiente era un sueño. Sofás, libros, una pequeña cocina, y pensaba que de algún lugar aparecería esa ave de los huevos de oro. Si, toda una fantasía hecha realidad.
Unos docentes se encontraban saludándose, conversando y quejándose del inicio laboral. Todos tenían una taza de café en sus manos, dándoles un toque muy sofisticado ya que la postura que cada uno tenía, era demasiado para sus ojos de la prole.

Carraspeo sutilmente, llevó de paseo a sus dedos por sus cerdas y así acaparó la atención. Su introducción se baso en decir su nombre, profesión y la universidad de donde era egresado. Los otros, al ver lo joven y tan 'carne fresca' que era, decidieron intimidarle con todos sus logros propios, sin embargo, no funcionó. Si algo tenía era altanería y muy 'de alcurnia' serán ellos, pero nunca como él. Jamás.

Una vez terminada la batalla que de premio tenía la satisfacción de la humillación, uno de los docentes, un poco más joven que los demás, le ofreció amablemente su ayuda.
Se presentó con cierta picardía, sus ojos chispeaban juguetones y en fin, todo él era un personaje.
Su manera de hablar llevaba consigo muchos ademanes con las manos, sus expresiones siempre eran escandalosas pero divertidas. La conversación se basó en los chismes más picantes de cada 'vejete' del lugar. Sus palabras fueron, <Como nuevo miembro, es mi deber informarte de los cuidados a tomar. Es como una iniciación> Se reducía a las infidelidades y no sabe qué más de los miembros del sector docente. Lo que sí captó su atención fue la razón de su ingreso a la plantilla laboral. Como dijo su nuevo amigo, <En realidad, el director estaba muy preocupado y contrató al primero que mandó su hoja de vida. Deja te cuento, lo que pasa es que el jefe tenía cierta 'afinidad' con el antiguo profesor de ingles, de quien ocupas el puesto. Discutieron, el maestro se deprimió, no dictaba correctamente las lecciones y a veces ni llegaba a clase. En fin, los alumnos, corchos, no tenían idea alguna de la jodida lengua. No les preocupaba en lo absoluto, pero ya sabes, la esposa se enteró del pequeño amorío y le amenazó con comentarlo si no despedía al amante. Y así, querido amigo, es como llegaste al instituto del mal.>

Le pincharon el globo inflado con halagos.

Con un poco de hastío, camino con la tonta hoja que tenía como horario. Estaba detallado, tenía los salones, horas a dictar y sus horas libres. Parsimonioso caminaba, el pabellón le absorbía pero él no se dejaba.

La primera clase que le esperaba, estaba casi llena de alumnado. En el primer día siempre hay uno que otro ausente. Abrió la puerta y el silencio se hizo.
Los alumnos quedaron estáticos cuando le vieron poner sus libros y apuntes en el marrón escritorio. Las cabezas estaban volteadas en su dirección, algunos alumnos se habían bajado de los pupitres que les funcionaban de asiento temporal.
Él adquirió su pose habitual, apoyó su espalda baja en la parte frontal del escritorio, cruzo sus piernas, una sobre otra e hizo lo mismo con sus brazos que reposaban en su pecho. Su miraba era altanera, la ceja izquierda se levantaba prepotente y un simple bufido bastó para que todos se sentaran erectos en sus asientos. Así de imponente.

Sus palabras fueron elegidas con sumo cuidado, quería mantener su pose de 'mandatario' frente a los adolescentes. La presentación consistió en la clara suposición de todos, él era el nuevo profesor. Dijo claramente que él seria el responsable de llevar la materia todo el año y que espera comportamiento adecuado y atención en cada momento. Los alumnos susurraban, pero un carraspeo les sacaba del murmullo colectivo.

No le dio mucha letra al asunto, sacó su material de trabajo y llamó a cada alumno para que se presente brevemente. Trató de grabar los nombres y rostros en su mente, apuntó una que otra cosa en la pizarra, la fecha, su nombre y el título de la primera lección.
No pasó mucho para que algunos se quejaran de lo 'rápido' del inicio de clases, ya que algunos profesores sólo se dedican a hablar en el primer día, pero él no. No con él.

Y cada minuto fue una punzada en el cráneo. ¿No se supone que es una escuela de renombre? ¿Qué demonios han estado haciendo estos idiotas?

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Gracias al bendito tiempo el curso con ese grupo terminó. Cascarrabias se dirigió al salón de maestros, dejó sus pertenencias en el suelo y se sirvió una taza de café sin azúcar.

Su nuevo amigo parlanchín regresó a escena al poco tiempo que la taza ya estaba en sus manos. No alcanzó a dar el primer soro ya que su amigo le quitó la taza de café, bebió el contenido y corrió a escupir el líquido ala papelera cercana.

-¡PUAHG! esto está horrible, ¿por que bebes esta basura?

Esa frase sólo fue el comienzo de las quejas del pequeño maestro. Él quería taparle la boca con cualquier cosa y de referencia su puño. La voz chillona tiritaba en su oído, las quejas no cesaban y su dolor de cabeza no paraba. Sólo era el primer día.

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Su día laboral había finalizado de la manera en la que jamás soñó. Su cabeza dolía por escuchar tanto tiempo al otro maestro y por renegar con los idiotas de sus alumnos. A toda situación mala hay que sacarle un poco de jugo dulce, por eso tomó su móvil, marcó ese número ya conocido y pasó por un local de comida china. Tras recibir la afirmación que esperaba, compró comía suficiente y pasó por la farmacia.

Un baño era lo que necesitaba. Dejó las bolsas con comida en la cocina y prosiguió con su aseo. Al marcar su paso iba sacando las piezas de tela que cubrían su cuerpo. La corbata dejó de tener un nudo, la camisa fue abierta con rapidez y la cremallera de sus pantalones también. Sólo necesitaba dejar caer las piezas y sumergirse en el agua, pero el sonido de la puerta abriéndose, los pasos marcando la cercanía y unos brazos envolviendo su torso, le impidieron continuar su cometido.

Las manos traviesas se paseaban por sus costados, un suspiro tocaba su cuello y la compañía en el agua se hizo sin palabrería de por medio. Piernas enrolladas con otras, saliva y mordidas por todo el cuerpo. El agua corre por la lisa piel y cuando el ritual termina, sólo queda la sensación de 'liberación'

La visita termina después de comer juntos en la barra de la cocina, un beso de despedida y 'Llámame después' en el oído.

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