El sin nombre
Fue hasta él, por suerte lo encontró todavía. Él desamarraba las riendas de un caballo pardo que habían estado atadas a un poste de madera.
Mina se aproximó a él hasta quedar frente a frente.
―Oiga, sin nombre... ¿Quién es usted?
Él se volvió a ella mostrando un gesto amable.
―Un hombre que le ha llamado la atención conocer un hermoso pueblo.
Ella sonrió alegremente, meditando cada una de esas palabras.
―Pero... ¿De dónde es usted? ―Preguntó Mina, se sentía muy interesada en seguir hablando con ese singular caballero.
―Soy de donde me lleva el destino. Soy como el viento, amo la libertad de mis pasos y estoy enamorado de mi espada. Eso soy, Mina, un soplo del viento que forma a un guerrero.
Mina quedó fascinada con la explicación. Le encantaron cada una de las palabras del sin nombre.
― Un guerrero...
El caballero había quedado ferozmente atrapado al ver fijamente ese brillo que fulguraba en la profundidad de los ojos de Mina al escuchar la palabra guerrero, en su mirada irradiar la esperanza, pero también relucía bondad con una fuerza prodigiosa. Reconocer en esa expresión que en ella renacía ese ideal que él aún mantenía; un destino en común donde la vida dependía de ser un intrépido viajero, conocer el mundo un lema de vida, sin ataduras, ni compromisos siempre en libertad y disposición de aprender.
Mina; tal cual el caballero intuía, no podía ocultar la fascinación, alegría y el interés por conocer más.
―Lo he seguido porque... ―Él la veía fijamente―Verá, quiero ser sincera con usted. Le agradezco mucho lo que hizo. No sé cómo pagarle, no tengo dinero ni riquezas, pero...
Él la interrumpió.
―No es necesario, pero me agrada su sinceridad y su disposición. Ya que quiere compensarme... Porque no me acompaña.
Mina abrió los ojos a más no poder, mientras su corazón brincaba descompasadamente en su pecho. Al percibir los erráticos latidos de su corazón, algo la impregnó profundamente de arrepentimiento. El caballero lo notó al instante.
―Mina, no le haré daño, le doy mi palabra. ―Mencionó él al verla tan ensimismada y algo acobardada.
Pero esas palabras tuvieron un efecto positivo, sonaron sinceras para Mina. Ella al cabo de un momento, asintió con la cabeza. Él la ayudó a subir al caballo. La marcha comenzó, él halaba las riendas, mientras Mina se perdía en sus pensamientos. No podía dejar de sentirse deslumbrada por el comportamiento del sin nombre.
En un rato se había alejado considerablemente de la tarberna. Él guiaba al caballo por sendero estrecho enmarcado en la hierba que hacía camino entre el pueblo hasta casi cruzarlo por completo.
Mientras la marcha seguía, la noche dejaba ver el crepúsculo caer. Desde hacía rato, Mina sabía que su casita había quedado atrás, se adentraban al bosque, dejando el camino a un lado. De pronto se detuvo.
―Bien... Estamos un sitio tranquilo. Puede compensarme, pero será sólo si usted lo desea...
Mina absorta se bajó del caballo, mientras el sin nombre mantenía toda su atención en ella. Inclinó la mirada por breve, mientras se sobaba las manos.
«Es atractivo, es amable, es sincero, respetuoso y bondadoso. ¡Nunca me había pasado igual! Quizá lo correcto sea entregarle lo que todo hombre quiere de una mujer, no tengo opción pagó muy bien por ayudarme, es lo justo. Espero que no me lastime...» Pensó.
Temblando lentamente deslizó sus dedos al escote de su viejo vestido, él notó lo que intentaba, se sobresaltó de inmediato, amonestándola.
―¡Mina, deténgase! ¿Qué hace?
― No lo sé, es que, usted...
― ¡No! No quiero eso de usted. Que de haber querido eso, no habríamos venido hasta aquí, sino que desde hace ya un rato habría ocurrido y no muy lejos de donde la hallé. ―Él tragó saliva y respiró hondo calmando el disgusto―Lo que quiero decir es que, si le parece, me gustaría que me enseñe algunas cosas. En compensación puede mostrarme como es el pueblo, sus costumbres, su manera de entender las plantas curativas, pociones y ungüentos. Estaré unos días en el pueblo y no conozco a nadie. Prometo pagarle bien si me permite hospedaje. Será poco tiempo, tal vez cinco días o una semana.
Mina sonrió tímidamente. Se sonrojó a más no poder y luego suspiró.
―Sí eso desea, creo que está bien.
Mina respiró hondo. Nunca se sintió tan desconcertada y agradecida. El sin nombre no dejaba de sorprenderla.
―Empecemos por lo más lógico. ¿Dónde vive?
―No muy lejos de aquí y vivo con mi abuela― Respondió sintiendo que había contestado muy rápido.
―De acuerdo, entonces, ¿cree que puedo quedarme unos días con usted? En realidad, me refiero a los días que necesite estar en el pueblo.
Mina suspiró de nuevo.
Sabía que su abuela ya estaba muy enferma y ambas necesitaban mucho el dinero. Aquella anciana se dedicaba a leerle la suerte a las personas, pero lo que ganaba con eso no alcanzaba para la comida, menos para mantener lo necesario. Mina trabajaba con ánimo porque tenía a quien cuidar, alguien que la esperaba al volver, esa anciana era marginada por muchos en el pueblo al dedicarse a la adivinación, pero Mina sabía que esa anciana tenía más corazón que muchos de los que la señalaban y se proclamaban a sí mismos justos y creyentes. Mina estaba convencida que su abuela predicaba amor con los hechos más que con los palabras.
―Sí, sí. Puede quedarse conmigo. Pero antes, debo avisarle a mi abuela, aunque ella es gentil y sé que estará de acuerdo, deseo que sea ella lo sepa antes de que lo conozca.
Él asintió con la cabeza. Ahora juntos iban caminando de regreso al sendero en dirección al humilde hogar de Mina. Ella dirigía la marcha, mientras tanto no podía dejar de pensar en lo diferente que era el sin nombre al resto de los hombres. Su abuela se lo había dicho muchas veces: todos los hombres no pueden ser iguales, sino sólo habría herreros o sólo pastores.
Sonrió divertida al darse cuenta que su abuela tenía razón. Trataría de ser muy amable con el sin nombre. Aunque no sabía cómo harían para vivir tres en la pequeña casita hecha con endebles maderos, donde apenas había unos tapetes para dormir.
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