MIMADO
Ran Haitani nunca negaría su debilidad hacia su hermanito.
Para todos, el mayor de los Haitani era fuerte, astuto, capaz e imponente como solo él podía serlo, sin embargo, para encontrar el talón de Aquiles en el hermano mayor, solo era necesario mirar a su derecha y encontrarse con su sombra de 1.60 de estatura, mechas azules y ojos brillantes ocultos detrás de unos redondos anteojos.
Rindou Haitani era la más pura debilidad del Rey de Roppongi. Todo aquel que se atreviera a tocar al pequeño Haitani, también se atrevía a firmar su condena de muerte.
Por más cruel, hipócrita y despiadado que pudiese llegar a ser Ran con el resto del mundo, jamás llegaría a ser igual con Rindou.
Con Rin, su hermano mayor era un completo contraste. Siempre cuidándolo, siempre protegiéndolo y siempre mimándolo.
Junto a Ran, Rindou podía convertirse en el niño más caprichoso y mimado del planeta tierra.
Si Rin quería panqueques para desayunar, los pedidiria; si Rin quería el nuevo videojuego de pokemon, se lo compraría; si Rin quería ver esa tonta película de humor, la verían. Cada capricho que Rindou Haitani quisiese en su vida, Ran estaría ahí para consentirlo.
Con una sola condición.
Rindou tenía que ser un buen niño.
Un niño amable y obediente.
Siempre tenía que decir por favor cuando pidiera algo, no debía de decir malas palabras cuando no lo estuviera follando y jamás debería desobedecer a su mandatos.
Tres reglas simples a seguir.
Y como a Rin le convenía aquel trato más que a nadie, se esforzaba en cumplir con cada una de las pautas.
Solo así podía conseguir lo que quisiera.
— Quiero desayunar pastel — había dicho una mañana.
Usualmente el rubio se encargaba del desayuno y su hermano mayor de la comida, sin embargo, el dolor de cadera y su sistema aún adormilado le pedía a gritos alejarse de la cocina y evitar cocinar solo por esa mañana.
Ran levantó los ojos de los chupetones en su cuello y lo miró con una ceja alzada; Rindou apoyó su mentón sobre el dorso de su mano aún sentado en la barra que separaba la cocina del comedor y revoloteó sus pestañas de manera inocente.
— Por favor... —rogó bajito.
El mayor asintió dejando su taza de café a un lado y tomando su celular para buscar en la aplicación de comida a domicilio el pedido de su hermanito.
Y aunque había días en los que los que los caprichos de Rin se reducían a un simple pastel para desayunar, había otros en los que el menor se convertía en un completo mimado las veinticuatro horas.
Como aquella tarde cuando arrastró a Ran de compras, pasando por su tienda de videojuegos favorita hasta aquel local semi escondido en el centro comercial y que -definitivamente- era la parada favorita de Ran.
— ¿No crees que ya tienes muchos juguetes? —preguntó sobre su oído, sin quejarse en verdad.
— El otro día ví uno azul que me gustó —hizo un puchero y abrazó al mayor por los hombros—. Me lo comprarás, ¿verdad?
— ¿Has sido un buen niño?
Rindou apreció pensarlo tan solo unos segundos y después asintió efusivamente causando una risita en el teñido.
— Bien, ve a elegir lo que te guste y llámame cuando deba ir a pagar.
Rindou sonrió emocionado, dejó un beso en su mejilla y se perdió en los pasillos repletos de juguetes sexuales.
Ran aprovechó la distancia para recorrer con la mirada de arriba a abajo sus piernas desnudas ante el corto short que llevaba esa tarde; aún vistiendo la primera parada de ropa que encontró en su armario -aquel short negro y una camisa oversize- se veía tremendamente hermoso ante sus ojos.
Y le encantaba pensar que cada centímetro del cuerpo de su hermanito le pertenecía.
— ¿Es todo? —le preguntó cuando fue a la caja a pagar las compras de Rin. Dos cajas blancas del mismo tamaño y una negra cuadrada, grande y plana; todas elegantemente guardadas en una bolsa discreta de color rosa pastel.
— No encontré nada más divertido.
Ran sonrió por la respuesta y le entregó la tarjeta a la mujer de la caja.
Un par de horas después salían del centro comercial con un montón de bolsas llenas de todos los caprichos de Rindou Haitani. El menor sabía que si Ran no se hubiera involucrado en negocios ilícitos a tan temprana edad, posiblemente su tarjeta no hubiera soportando ni siquiera la primera parada que hicieron, sin embargo, a lo largo de los años los hermanos había acumulado una gran fortuna únicamente comparada con la de Hajime Kokonoi, y cumplir los costos gustos del niño mimado no representaba ningún problema.
— ¿Compraste eso? —preguntó Ran desde el marco de la puerta de la habitación que compartían; su mano derecha sostenía un vaso de wiki y sus ojos estaban perdidos en las piernas de Rindou ocultas debajo de un par de medias largas con orejas de gato.
— Si, en la segunda tienda —respondió, terminando de colocarse la segunda media.
Cada vez que regresaban de un largo día de caprichos y compras, Rin corría a la habitación a sacar todas sus adquisiciones y Ran a tomar un vaso del primer licor que se encontrara.
— Son linda, ¿no?
— Si, se te ven bien —admitió, pasando a la habitación y dejando el wiski sobre el mueble más cercano.
— Compraré más de estas, tal vez unas de oso. Fuyu tiene muchas y me gustan como se ven.
— ¿Ah, si?
— Si.
— En ese caso, creo que deberé verlas más de cerca para entender tu gusto por ellas.
Sin demorase demasiado se arrodilló frente a la cama entre las piernas abiertas del menor, pegando su nariz a su muslo izquierdo y aspirando el olor de su jabón y su piel. Rindou entendido inmediatamente en dónde terminaría aquello y no pudo evitar temblar ante el pensamiento.
Ran pasó su mano derecha abajo el muslo izquierdo, abrazándolo y manteniéndolo siempre firme y a su alcance para mordisquear, besar y marcar a su gusto mientras su mano izquierda se encargaba de recorrer la pierna libre desde el tobillo hasta la cadera.
Rin se mantenía atento a cada movimiento, tembloroso y ansioso por cada acción. Llevó sus manos hacia atrás de su cuerpo, dejando caer levemente el peso y manteniendo en todo momento sus ojos sobre el cuerpo arrodilla frente a él.
Cuando el mayor pareció satisfecho con su obra de arte en la piel ajena, se separó apenas unos centímetros y le dedicó una mirada que Rin no tardó en interpretar.
Con movimientos ansiosos y temblorosos retiro su ropa inferior, sintiendo como Ran la deslizaba por sus tobillos para lanzarla a algún rincón de la habitación, después, sintió una pesada mano en su pecho que le obligó a caer de espaldas en el suave colchón aún con las piernas fuera de este y su hermano entre ellas.
— R-ran...
— Tranquilo pequeño, ¿no te gustaba ser un consentido? —preguntó de manera burlesca, mordiendo el interior del muslo y sonriendo ante el suave jadeo que el menor soltó—. Recuerda que debes portarte bien, Rin, de lo contrario tendré que dejar de cumplir tus caprichos.
— Me pórtate bien... —aseguró, siguiendo con el juego.
— ¿Seguro?
— S-si...
— Ya veremos.
La espalda de Rindou se arqueó cuando sintió la humedad de la boca del mayor encontrarse con su sensible entrada.
Ran sabía cómo torturarlo, sabía cada movimiento que debía de hacer, cada parte que debía tocar y la velocidad exacta a la que debería ir, por eso, no era de extrañarse que en menos de cinco minutos los gemidos de Rindou estuvieran viajando por toda la habitación.
Sus pierna izquierda era recorrida por la mano de Ran mientras la otra se enrollaba torpemente sobre su hombro en busca de más placer. Su cuerpo se estremecía al sentir la lengua ajena juguetear con su cuerpo y sus manos se aferraban a las sábanas blancas en busca de amortiguar un poco el torbellino de sensaciones que se había creado en su vientre desde que su hermano se había arrodillado frente a él.
El mayor parecia muy satisfecho con cada reacción y sonido que provenía de Rindou, incluso parecía estarlo disfrutando más que el mismo desastre de gemidos que se encontraba sobre la cama. Jugaba con la velocidad, las caricias y los movimientos, haciendo al menor desesperar cada vez más.
Cuando se canso de jugar con su hermanito, se incorporó y reclamó la boca contraria, siendo rápidamente respondido por el menor, al que no pareció importarle probar su propio sabor mientras devoraba los labios ajenos.
Sin romper el beso, Ran se estiró sobre el cuerpo más delgado, tanteando sobre la cama el montón de bolsas y cajas que resguardaban todo lo que el menor había comprado toda la tarde y dando por fin con la caja cuadrada y plana de terciopelo negro.
Le dio tregua a la boca ajena y se separó para abrir la caja; Rin con la respiración agitada, los ojos húmedos y las mejillas sonrojadas tuvo apenas la fuerza para ladear la cabeza y mirar lo que su hermano había tomado.
Con una sonrisa, Ran tiro la tapa de la caja y el listo a la otra punta de la cama, sacando el bote pequeño de lubricante que siempre se incluía en esos productos y la esponjosa cola de zorro que Rindou había escogido en la sexshop.
Cuando el menor la miró, no pudo evitar temblar ante la electricidad que recorrió su cuerpo.
El teñido dejó un último beso sobre los labios contrarios antes de volver a su lugar original arrodillado frente a la cama. Cada minuto que tardó limpiando y lubricando el juguete pareció ser una eternidad para el ansioso adolescente que solo podía respirar pesado y suplicar ansioso.
— ¿Estas listo, Rin?
— Si... joder, si.
Escuchó una risita provenir del mayor y luego un beso caer sobre su glúteo, antes de que el frío juguete se posicionará en su entrada y comenzara a abrirse paso por las estrechas paredes.
Gimió y sollozó ante la intromisión; el juguete no se parecía en nada al tamaño de Ran y aunque no era la primera vez que usaba algo así, gracias al jugueteo previo su cuerpo suplicaba por algo más grande.
— R-ran... Ran, por favor.
— ¿No te gusta? Pero si tú mismo lo compraste.
— Por favor, por favor, por favor —suplico, sintiendo las lágrimas resbalar por su mejilla.
— ¿Por favor qué, Rin?
— P-por favor sácalo y entra tú.
— ¿Eso quieres?... sabes que me gustaría mucho, pequeño, pero aveces tengo que negarte algunas cosas, la gente puede pensar que eres un mimado.
— ¡Ran!
El mencionado sonrió con victoria. Había conseguido justo lo que quería,
— Lo pensaré —mintió, levantándose y caminando al mueble donde había dejado su wisky, escuchando detrás de él a Rindou sollozar y maldecir—. Mientras tanto, pórtate bien, tal vez para la comida puedas convencerme de cumplir tus caprichos.
Antes de salir por completo de la habitación pudo ver al menor intentar incorporarse en su lugar y soltar un agudo gemido cuando el objeto únicamente se incrustó más en el; aquella escena terminó de otorgarle su indudable victoria.
Ran Haitani jamás negaría su debilidad ante su hermanito. Si era necesario él moriría por Rindou; mientras no le pidieran vivir una vida sin él, no había nada que no hiciera por aquel mocoso mimado.
Muchos pensarían que solo malcriaba al menor, dándole todo lo que quisiera, consintiéndolo como a nadie y cumpliendo todos sus caprichos; pero de lo que jamás se enterarían, era de que Rindou Haitani siempre se ganaba todo lo que obtenía.
A su manera, pero lo hacía.
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