Capítulo 32:
[Jungkook]
Miré el vaso de agua y la pastilla que Jimin había dejado frente a mí, comprendiendo inmediatamente cuales eran las intenciones del mayor y sin entender el motivo de estas. A pesar de todo, cuando le miré a él, mostraba una expresión ausente de cualquier duda o nerviosismo.
- Vamos –cogió el vaso y me lo acercó a la boca. Yo la cerré de inmediato y me aparté unos centímetros, sentándome en el otro extremo del sofá. – ¿Quieres hacer el favor de tomártela?
- ¿Me estás intentando drogar?
- ¿Qué? ¿Cómo? –ladeó la cabeza desconcertado e inspiró hondo. Comenzaba a perder la paciencia, y para su mala suerte, yo no iba a ceder ni por esas. – Solo quiero que te tomes una pastilla.
- ¿Por qué?
- Porque sí –le mire casi sin creerme la absurda conversación que estábamos manteniendo. Realmente parecía surrealista. – ¡Ah, tan solo trágatela y no preguntes!
- ¿Dónde están Hoseok y Taehyung? –me fui a poner en pie, con intención de pasar de él. Cierto que era imponente y tan atractivo que tiraba cualquier cimiento de coherencia que me quedara cada vez que le miraba, pero no me iba a dejar drogar por un demente. Incluso aunque también fuera demencialmente sexy. – Deberían haber bajado hace un ra-
Y entonces me hallé siendo empotrado de nuevo contra el sofá, boca abajo y con Jimin sobre mi espalda. No podía mover ni un maldito brazo aunque pusiera todo mi empeño en ello. Jamás habría imaginado que fuera tan fuerte, tanto que podría resultar sobrenatural. Sí, mejor pensar que él tenía una fuerza sobrenatural a que yo me había vuelto un flojo por tener los videojuegos de deportes como único contacto con este.
- Abre la boca.
- ¡OYE! –desistí a revolverme, y solo en ese instante, Jimin aprovechó para voltearme con toda la facilidad del mundo. Cuando le tuve cara a cara, me arrepentí de todos mis males pasados. Parecía totalmente decidido a hacerlo, ya fuera drogarme o meterme un caramelo en la boca, pues seguía sin saber que narices era eso. – No tengo ningún problema con gritar, te lo advierto.
- Pues grita entonces –sonrió ladinamente, haciéndome sospechar que tramaba algo. – Grita todo lo que quieras.
- Ahora verás –afilé mi mirada e inspiré hondo antes de abrir la boca para poder soltar el pedido de auxilio con más volumen del mundo, pero la cosa no salió como lo planeé. El peliplateado aprovechó el primer milisegundo para meterme la pastilla y derramarme el vaso por encima, haciendo que gran cantidad de agua me llenara las mejillas. Con la misma velocidad cubrió mi boca con su mano para que no pudiera escupírsela y sonrió triunfante. – ¡Mmmmgh!
- Traga y luego hablas.
- ¡Mmmmmmmmghmghh!
- No te entiendo en absoluto, Jungkook. –aún con la mano en mi boca, miró su restante, la cual llevaba un reloj adornando su muñeca, y puso una mueca de desagrado. Yo seguía intentando hacerme a la situación de que el chico más popular y distante de la escuela con el cual había intercambiado dos míseras palabras, me estaba drogando. – No tenemos tiempo –me miró esperando una reacción por mi parte, pero yo no iba a hacer nada. Yo tenía todo el tiempo del mundo para resistirme, y debió entender a la perfección, porque tardó medio segundo en cubrir mi nariz con su mano restante, arrebatándome cualquier mísero oxígeno. – Confía en mí, Jungkook.
- ¡Mmmmmmmgh! –negué desesperadamente y comencé a revolverme con todas las pocas energías que me quedaban, pero era inútil. El aire no me llegaba y la pastilla junto al agua en mi boca parecía gritarme desde dentro que la ingiriera.
Y entonces lo hice.
En contra de mi total voluntad, me tragué la maldita pastilla. ¡Y a pesar de ello, el muy maldito siguió cubriendo mi boca y nariz durante un par de segundos más! Quizás era porque no teníamos tiempo o porque tan solo quería molestarme. De cualquier manera le odiaba.
- ¡Te odio!
- Vamos –y de nuevo, sin previo aviso, tomó decisiones por su cuenta las cuales me incluían por completo, como cargarme sobre su hombro como si fuera un dichoso saco de patatas. Comencé a golpear su espalda con fuerza, exigiéndole que me devolviera al suelo y explicase lo que narices estaba sucediendo. Como era de esperar, no lo hizo. – Creo que será mejor de esta forma –inmediatamente cambió su forma de cogerme, utlizando en esta ocasión ambos brazos, como si fuera una princesa. De cualquier forma, no iba a quejarme. Esto era infinitamente más cómodo. – ¿Puedes agarrarte a mi cuello?
- ¡Claro que no! –exclamé indignado. A pesar de todo, me sorprendió que no hiciera ningún intento de escapar. Minutos antes habría pataleado hasta hundirle el estómago. – ¡Quiero saber que me has hecho tomar!
- No lo sé –comenzó a andar, cerrando la puerta a su espalda y alejándose cada vez más de la casa. – Es de mi hermana.
- ¿Tu hermana es una droga adicta?
- No –me hablaba sin prestarme mucha atención, moviéndose con agilidad por el bosque y prestando atención a cada uno de sus pasos. Yo me acomodaba cada vez más a sus brazos, terminando por agarrarle y apoyar mi cabeza en su hombro de forma inconsciente. – No las toma ella.
- ¿Y por qué las tiene?
- Las utiliza para conseguir cosas. –cerré los ojos y asentí, escuchándole con una lejanía completamente irreal, pues le tenía a menos de cinco centímetros. – Anula tu voluntad y te hace olvidar casi todo lo que has vivido después de tomarla.
- Oh –asentí, restregándome sobre su cuello, y sonreí. – Me has drogado, entonces.
- Ahá.
- ¿Por qué? – abrí los ojos y me incorporé para poderle mirar fijamente. Él me correspondió unos segundos, tan solo tres o cuatro antes de fijar nuevamente su vista en el camino. – ¡Wow! –solo en ese instante me percaté de la velocidad que llevábamos. La sensación era la misma que ir en coche, solo que en vez de un vehículo, era Jimin quien me llevaba en brazos. Sonreí de nuevo. – Esto es genial.
- ¿Te gusta? –sonrió y yo volví a acomodarme sobre su cuello, asintiendo mientras cerraba de nuevo los ojos. Se sentía fantástico. Muchísimo mejor que cualquier otro tipo de transporte. Muchísima mejor que cualquier otra sensación.
No fui consciente de lo que duró el trayecto. Ni siquiera por dónde lo habíamos realizado. En todo momento había estado ausente, sintiéndome volar. Estaba drogado, pero no era del todo desagradable, sobre todo cuando cerraba los ojos. Era bastante cómodo.
- ¿Hay alguien en tu casa? – entreabrí un ojo al escuchar de nuevo aquella voz. Nos habíamos detenido, y el barrio era completamente diferente al que veía antes de cerrar los ojos. Este me resultaba más familiar. – Jungkook.
- Mi madre vuelve a las once.
- ¿Y tu padre? –le miré y me encogí de hombros. – ¿Sabes dónde está tu padre? –asentí sumisamente. – ¿Dónde? – Cada vez se notaba más frustrado, pero por algún motivo, no tenía miedo alguno. Incluso me resultaba ligeramente divertido.
- Viaje.
- ¿Entonces tu casa está sola ahora mismo?
- Eso cre-¡a-aaahhhhh! –sin preverlo, ambos terminamos en el alfeizar del balcón de mis padres, el cual siempre estaba abierto. Después de todo vivíamos en un quinto. Nadie podía trepar hasta allí. – Nadie puede trepar esto... – murmuré desconcertado.
- Yo sí –no parecía muy pendiente de nuestra conversación. Me sentía como si estuviera hablando con un niño, pero de cualquier manera, tampoco podía quejarme. Era ligeramente agobiante, por lo que decidí dejar pasar el tema. – Más me vale que las pastillas hagan efecto...
Con cuidado se coló dentro de mi casa, conmigo en brazos, y fue recorriendo la pequeña vivienda en busca de mi cuarto. Cuando me pidió que le guiase, yo lo hice sin pensarlo dos veces, sumiso completamente a sus órdenes. Cada palabra suya se sentía como un cometido que debía cumplir.
Una vez dentro de este, me dejó con cuidado sobre la cama y ordenó que me quitara la ropa. De nuevo, yo empecé a hacerlo sin rechistar ni un solo segundo. Era extraño, no era yo. Yo le habría lanzado el armario antes que desvestirme frente a él.
- Métete en la cama –avancé hasta esta, sintiendo el frío envolverme al encontrarme tan solo en calzoncillos. No tardé en sustituirlo por mi mullida manta, mirando a Jimin envuelto completamente en ella, a la espera de lo siguiente que fuera a suceder.
Pero no sucedió nada.
Tan solo se quedó mirándome en silencio, de pie y con los brazos cruzados, con una actitud tan seria que cualquier diría que me encontraba cumpliendo cada una de las órdenes que salían de su boca. Fui a abrir la mía propia, pero la cerré de inmediato al sentir la sequedad de esta.
- Quiero agua –declaré con total convicción, relamiéndome en un intento de humedecer mis labios. Era imposible, estaban completamente secos. – Quiero un vaso de agua.
- No te levantes –desapareció por mi ventana y a los diez segundos aproximadamente volvió a aparecer con una botella de agua. La abrió y me la tendió gentilmente. Extendí la mano para agarrarla y entonces él la apartó, dejándola fuera de mi alcance. Cuando levanté la vista, se estaba riendo. – Perdón, perdón... – puse un puchero y me tendió la botella, la cual capturé entre mis labios nada más tenerla a mi alcance. – Nunca te había visto de esta forma –le miré desconcertado, abriendo mucho los ojos pero sin dejar de beber. – Ya sabes, tan... ah... no me sale la palabra...
- ¿Drogado? –pregunté haciendo una pequeña pausa para respirar. Él rodó los ojos y negó al tiempo que yo volvía a atrapar la botella con mi boca.
- Sumiso –asintió un par de veces y volvió a repetirlo. – Sí, sumiso. Es muy raro. Normalmente eres todo lo contrario.
- Tienes razón –tragué por última vez antes de tenderle la botella al peliplateado, quien la rechazó con un movimiento de cabeza. La empecé a cerrar y dejé a los pies de mi cama. – Cuando no voy drogado suelo tener bastante carácter.
- ¿Puedes dejar de repetir lo de que te he drogado? –asentí como un soldado asiente a su general, y la reacción de Jimin no fue otra que suspirar y apartar la mirada hacia la ventana, la cual aún seguía abierta. – Menos mal que mañana no te vas a acordar de nada de esto.
- ¿Por qué dices eso?
- Porque de lo contrario, me matarías –soltó una amarga risa y se sentó en mi escritorio, balanceando las piernas. Mientras le veía no podía dejar de pensar en el pequeño detalle de que su magnífico trasero estaba teniendo cierto contacto con la mesa de mi habitación. – No es sensato drogar a alguien que te odia.
- ¿Quién te odia?
- Tú –mientras hablaba cotilleaba las cosas de mi escritorio, lo cual se resumían a apuntes desordenados y cómics. Abrió un par de ellos, pero debió aburrirse rápido, porque los cerró y guardó de nuevo poco después. – No me soportas.
- Eso es cierto, no te soporto. –me revolví en la cama buscando una posición más cómoda y señalé el interruptor de la luz. Jimin se acercó inmediatamente a él y lo pulsó, quitando de en medio cualquier mota de iluminación que pudiera molestarme. La oscuridad parcial debido a la luz lunar, era infinitamente más agradable. – Es que eres demasiado perfecto. Es imposible no sentirse atraído por ti. Eso me cabrea.
- ¿Te cabrea que sea perfecto? –comenzó a andar hasta mi cama, sentándose esta vez al extremo de esta, rozando mis pies bajo la sábana con sus muslos. No podía dejar de pensar una y otra vez en cada mínimo contacto que guardábamos.
- Me cabrea sentirme atraído por ti –por algún motivo sentía que más tarde me arrepentiría de haber soltado tales palabras, pero por ahora no podía negarme a ellas. Él preguntaba y yo respondía. – Y me siento atraído por ti porque eres perfecto, así que en cierto modo, sí. Me cabrea que seas perfecto.
Metí una mano bajo la almohada, y fui girando esta última hasta que en vez de almohada terminó más bien siendo un peluche, atrapada entre mis piernas y brazos como si de una realmente se tratara. Miré a Jimin y me sonrió. Sus dientes parecían destellar entre la oscuridad de mi habitación. Sus ojos emitían una leve luz rojiza, aunque tampoco le di mucha importancia. Iba drogado.
- Pero yo no soy perfecto – declaró en voz baja, rompiendo el silencio. – De hecho, podría ser todo lo contrario.
- Serás el único que lo piensa – los dientes seguían destacando frente a todo lo demás, haciéndome imposible apartar mi vista de ellos. Seguro que a mi madre le gustaría saber el dentista al que asistía Park Jimin.
- Los que me conocen también coinciden conmigo –alargué una mano y Jimin se alejó un par de centímetros, chocando su espalda. – ¿Qué haces? –parecía asustado aunque lo máximo que hubiera hecho fuera acercar mi mano. Quizás era un cobarde, quizás a eso se refería con lo de que no era perfecto. O quizás tan solo le daban miedo las manos.
- Quiero tocarte –murmuré sin pensarlo. De nuevo, tan solo respondía a lo que él preguntaba sin valorar si quiera la posibilidad de mentir.
- ¿Tocarme? –asentí varias veces, ligeramente ansioso. – ¿Por qué? –me encogí de hombros. – Eso es raro, Jungkook.
- Quiero tocarte –repetí en un hilo de voz. A pesar de todo, no me atrevía a moverme. Lo máximo que podía hacer era esperar a que Jimin aceptara y se acercara él mismo a mí.
No podía distinguir sus ojos, tan solo el leve halo rojizo que estos desprendían, pero a excepción de ellos Jimin seguía siendo una perfecta silueta similar a la de un príncipe de cuento con unos dientes exageradamente brillantes. Realmente quería tocarlo, era el momento perfecto, pero mi cuerpo no se movía. Necesitaba su aprobación, y él no me la daba.
Tampoco me sorprendió. Era normal. Yo era normal, y él perfecto.
- Está bien –escuché la cama crujir un par de veces al mismo tiempo que la oscura silueta se acercaba a mí hasta que mi mano chocó con lo que parecía su pecho. Exhalé todo el aire de mis pulmones, sorprendido de sobremanera. – Tócame si es lo que quieres.
Asentí y comencé a deslizar mi mano por todo su pecho, incorporándome poco a poco en el acto hasta que mi almohada terminó en el suelo y yo de rodillas, frente a Jimin, absorbiendo cada detalle que tenía en frente mío.
Bajé la mano hasta sus muslos, acariciándolos suavemente mientras volvía a ascender a su abdomen. Y entonces, tras rozar el extremo de la tela de su camiseta, adentré mi mano en el interior de esta. Y entonces algo me agarró con fuerza de la muñeca, impidiendo avanzar más de lo que lo había hecho.
- Estás frío –murmuré omitiendo el hecho de que Jimin me había detenido.
- Lo sé –sacó mi mano de ahí y la mantuvo en alto. No era necesario, pues no pensaba seguir haciendo nada hasta que me diera permiso. Me sentía bajo sus órdenes, ya fuera para bien o para mal. – Creo que deberías ir a dormir.
- ¿No puedo tocarte más? –pregunté en casi un murmullo.
- No –la respuesta fue casi inmediata. – A no ser que quieras que termine encima de ti dándome un festín con tus entrañas –colocó una mano en mi pecho y empujó hasta que estuve nuevamente tumbado sobre mi cama, mirando a una silueta que poco a poco iba cogiendo detalles. Seguía siendo perfecto, dijera lo que dijera. – ¿Quieres eso? –negué inmediatamente. – Pues entonces, no me toques más.
- Está bien –sentí como mi aliento chocó contra los labios ajenos, aunque yo no hubiera sentido el suyo sobre los míos, detalle que me molestó. Quería sentirlo. No comiéndome las entrañas, pero sí de otras formas. – Jimin...
- ¿Mh?
- ¿Por qué ibas a comerte mis entrañas? – de nuevo, a penas murmullos. Más aire que sonido.
- Porque como ya te he dicho... – inspiró hondo y seguidamente sentí algo húmedo recorrer mi cuello de abajo a arriba, deteniéndose en mi mandíbula, la cual terminó atrapada brevemente entre sus dientes. Seguían siendo lo que más brillaba en el cuarto. – No soy perfecto, Jungkook.
Asentí y cerré los ojos.
A la mañana siguiente, cuando los volví a abrir, lo primero que pensé fue en que momento había comprado la botella de agua que se encontraba a los pies de mi cama.
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