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Miles Morales 42
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La fiesta estaba en pleno apogeo. La música retumbaba en las paredes del pequeño apartamento de uno de sus compañeros de clase, y el ambiente era animado, con luces de neón que parpadeaban al ritmo de la música y un grupo de estudiantes riendo y conversando en los rincones. Para T/N y Miles, que rara vez se mezclaban en eventos sociales, la invitación había sido un compromiso, pero al final, decidieron no dejar que la noche pasara desapercibida.
T/N estaba recargada contra la pared, observando el espectáculo que se desarrollaba frente a ella. Miles se encontraba a su lado, bebiendo de un vaso desechable mientras mantenía su expresión tranquila. Había estado un poco reservado al principio, pero cuando sonó una canción que reconocía, algo cambió en su postura.
—Vamos, mami—Dijo con una sonrisa ladina, dejando el vaso vacío sobre una mesa antes de extender la mano hacia ella—Vamos a movernos.
T/N arqueó una ceja, mirándolo con duda.
—¿Tú bailando?
Miles encogió los hombros, fingiendo indiferencia mientras sus ojos se iluminaban de emoción.
—Es solo una canción, mami. Y es la mía. Vamos.
A pesar de su reticencia inicial, T/N dejó que él la arrastrara hasta el centro de la pequeña sala de estar convertida en pista de baile. La mayoría de las parejas estaban bailando juntas, pero Miles tenía una energía contagiosa que pronto convirtió el espacio en su propio escenario improvisado.
La canción era pegajosa, un reggaetón acelerado que invitaba a todos a moverse. Miles, como buen puertorriqueño, no perdió el tiempo y se soltó enseguida. Movía las caderas con una naturalidad que T/n no podía ignorar, y pronto se encontró siguiéndolo el ritmo, a pesar de su escepticismo inicial.
—Vaya, Miles—Ella rió mientras trataba de seguir el paso rápido de la música—¿Desde cuándo sabes bailar así?
—Desde siempre, mami—Él sonrió, sus ojos brillando de diversión mientras la guiaba en un giro—Brooklyn me dio buen ojo para esto.
T/N rió, sintiéndose ligera y despreocupada por primera vez en la noche. Miles la hacía sentirse segura, divertida y, sobre todo, deseada. Mientras los dos se movían, la tensión que siempre había tenido en la vida social se disipó. Fue como si Miles la transportara a su mundo, un lugar donde no importaba nada más que estar juntos, disfrutando del momento.
—¿Te estás divirtiendo, mami? —Preguntó él, acercándola para un abrazo rápido antes de separarse nuevamente.
—Sí, y tú también—Ella sonrió, dejándose llevar por el ritmo—Nunca pensé que diría esto, pero me encanta verte bailar así.
Miles ladeó la cabeza, mirándola con ojos brillantes.
—¿Y eso es bueno o malo?
T/N rió, dándole un leve empujón con el hombro.
—Es genial, Miles. No te subestimes.
Él se encogió de hombros, satisfecho con la respuesta. Seguían bailando, moviéndose al ritmo de la música como si nadie más estuviera en la habitación. Para ellos, esa noche no se trataba de la fiesta, ni siquiera de la música. Se trataba de estar juntos, disfrutando del uno al otro en un ambiente en el que ambos se sentían fuera de lugar, pero dentro de su propio mundo.
—¿Por qué no hacemos esto más a menudo? —Preguntó Miles, la voz un poco más baja ahora, sus rostros a solo unos centímetros de distancia.
T/N lo miró, su sonrisa un poco más suave.
—Porque entonces no sería especial.
Miles asintió lentamente, captando su significado.
—Tienes razón—Él se inclinó hacia ella, su respiración cálida en su mejilla—Pero cada vez que lo hagamos, será inolvidable.
La música cambió a algo más lento y Miles no dudó en acogerla con un abrazo más cercano, como si quisiera retener ese momento el mayor tiempo posible. T/N se dejó llevar, acurrucándose en su pecho mientras ambos seguían el ritmo suave de la canción.
—Así es como debería ser todas las noches, mami—Murmuró él, tan cerca que sus labios casi rozaban la piel de su frente.
T/N levantó la vista hacia él, su expresión serena.
—¿Entonces qué estás esperando? —Preguntó con una sonrisa—Vamos a disfrutar cada momento juntos.
Y así, entre risas, baile y complicidad, Miles y T/N continuaron su noche, dejando claro que, para ellos, las fiestas podían ser mucho más que un simple evento social. Podían ser un recordatorio de por qué se amaban tanto, en cada paso, cada roce y cada mirada compartida.
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