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Miles Morales 42

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La puerta del apartamento se abrió con un chirrido suave, y Miles entró con pasos sigilosos, intentando no hacer ruido. Pero antes de que pudiera siquiera cerrar la puerta detrás de él, una voz suave pero firme lo recibió.

—¿Otra pelea, Miles?

Él se detuvo, cerrando los ojos por un momento antes de girarse. T/N estaba en el pequeño sofá, envuelta en una manta, pero completamente despierta. La luz tenue de la lámpara a su lado iluminaba su expresión de preocupación y algo de cansancio.

—No quería despertarte, mami —Dijo su voz baja, casi como un susurro.

T/N se levantó, dejando la manta a un lado y caminando hacia él. Sus ojos recorrieron su figura, deteniéndose en los cortes y moretones que apenas ocultaban las sombras de su traje negro.

—Miles... —Murmuró, negando con la cabeza. Su tono no era de reproche, sino de una preocupación que lo hacía sentir más culpable que cualquier regaño.

—Estoy bien, de verdad—Intentó esquivar su mirada, pero T/N no lo permitió.

—Si estuvieras bien, no estaría viendo sangre en tu costado.

Sin esperar su respuesta, ella lo tomó de la mano y lo guio hacia la cocina, donde siempre guardaba un botiquín para estas ocasiones. Miles se dejó llevar sin protestar, consciente de que discutir con ella era inútil.

—Siéntate—La orden fue suave pero innegociable.

Miles se sentó en una de las sillas mientras T/N sacaba vendas, alcohol y ungüentos. Se quitó la parte superior de su traje con un gesto resignado, revelando los cortes recientes y algunos moretones oscuros que se extendían por su piel morena.

Ella frunció el ceño al verlo.

—¿Cuántos eran esta vez?

—Seis. Nada que no pudiera manejar—Intentó sonar despreocupado, pero el leve gemido que escapó de sus labios cuando T/N limpió uno de los cortes con alcohol lo delató.

—Nada que no pudieras manejar ¿Eh? —replicó ella, alzando una ceja.

Miles apretó los dientes, pero no dijo nada. Sabía que T/N no lo hacía para hacerlo sentir mal, sino porque le importaba. Mucho más de lo que él sentía que merecía a veces.

—¿Por qué tienes que hacerlo solo? —Preguntó ella después de un momento, su voz más suave ahora mientras aplicaba ungüento en una herida particularmente profunda—Sé que quieres proteger a los demás, pero ¿Quién te protege a ti, Miles?

Él la miró, sus ojos castaños encontrándose con los de ella.

—Tú. Siempre eres tú.

T/N se detuvo, su mano aún sosteniendo una venda. Sus palabras, tan simples pero cargadas de significado, hicieron que su corazón se apretara.

—Miles...

—No digo eso para que te preocupes más, mami. Solo... es la verdad. Cuando estoy ahí afuera, lo único que me mantiene cuerdo es saber que puedo volver contigo. Que tú estarás aquí.

Ella lo miró fijamente, sin palabras por un momento. Luego, con una delicadeza infinita, terminó de vendar su costado y acarició su mejilla.

—No me gusta verte así, pero entiendo por qué lo haces. Solo prométeme que siempre volverás, ¿Sí?

Miles tomó su mano, apretándola contra su rostro.

—Siempre.

El silencio entre ellos fue reconfortante, lleno de promesas no dichas y un entendimiento profundo. Cuando T/N terminó de curar sus heridas, lo ayudó a ponerse una camiseta limpia antes de arrastrarlo al sofá.

—Ahora, tú necesitas descansar.

Miles sonrió ligeramente, recostándose con un brazo alrededor de sus hombros mientras ella se acomodaba junto a él.

—¿Sabes que eres increíble, verdad?

T/N rió suavemente, apoyando su cabeza en su pecho con cuidado para no lastimarlo.

—Y tú eres un desastre. Pero supongo que alguien tiene que arreglarte.

—Eres buena en eso, mami.

Mientras la noche continuaba, el ruido del mundo exterior desapareció, dejando solo a Miles y T/N en su pequeño rincón de calma, donde siempre encontraban refugio el uno en el otro.