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Miles Morales 42

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La luz cálida de la cocina iluminaba el pequeño apartamento que Miles Morales compartía con su madre. Era un lugar acogedor, lleno de vida gracias a los pequeños detalles que Río siempre insistía en mantener: plantas en cada rincón, cuadros familiares, y el aroma constante a especias que llenaba el aire. Pero esta noche, el olor era diferente, único y Miles sabía perfectamente quién era la responsable.

Desde el umbral de la cocina, la observaba. T/N estaba de pie frente a la estufa, con un delantal que apenas protegía su ropa del desastre culinario que estaba creando. Sus manos trabajaban con precisión, mezclando ingredientes, ajustando el fuego, probando sabores. Su concentración era absoluta, con un pequeño ceño fruncido que hacía que Miles sonriera.

No pudo resistirse. Caminó hacia ella con pasos silenciosos, como el depredador que era en las calles, pero esta vez con intenciones completamente diferentes. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, deslizó sus brazos alrededor de su cintura, envolviéndola en un abrazo suave pero firme.

—¿Qué estás haciendo, mami? —Murmuró cerca de su oído, su voz grave llenando el pequeño espacio entre ellos.

T/N dejó escapar una risa suave, aunque no apartó la vista de la sartén que estaba cuidando.

—¿Qué parece? Estoy cocinando.

Miles apoyó su mentón en su hombro, observando por encima de ella los movimientos fluidos de sus manos.

—Se ve bien, pero huele aún mejor.

—Eso lo dirás ahora —Respondió ella, girando ligeramente la cabeza para mirarlo de reojo— pero espérate a probarlo.

—No necesito probarlo para saber que me va a gustar. Siempre me gusta lo que haces—La sinceridad en su voz hizo que T/N sonriera, aunque intentó no dejarse distraer.

Miles bajó la cabeza un poco, dejando un beso suave en la curva de su cuello antes de apretar su abrazo.

—¿Sabes lo mucho que me gusta verte así? Tan concentrada, como si el mundo entero desapareciera excepto por lo que tienes enfrente.

T/N giró la cabeza, esta vez lo suficiente como para mirarlo directamente. Había un brillo en sus ojos, una mezcla de diversión y ternura.

—Si sigues hablando así, Miles, voy a quemar la cena.

Miles soltó una pequeña risa, pero no la soltó.

—Entonces apúrate, porque no pienso moverme.

—¿De verdad? —Preguntó, alzando una ceja.

—De verdad. Este es mi lugar favorito —Respondió, apretándola un poco más contra él.

T/N negó con la cabeza, aunque no pudo evitar reírse. Su corazón siempre se derretía un poco cuando Miles mostraba su lado más tierno, ese que solo ella conocía.

—Está bien, pero si algo sale mal, será tu culpa.

—Lo aceptaré con gusto, mami.

El sonido del aceite chisporroteando llenó el silencio entre ellos mientras T/N terminaba de cocinar, y aunque ella intentaba concentrarse, la calidez de Miles detrás suyo y el peso reconfortante de sus brazos alrededor de su cintura hicieron que la tarea fuera mucho más dulce.