Las penurias por las que alguna vez los paises iraníes atravesaron eran cosa del pasado. Guerra y muerte, eran palabras que ahora se asociaban a otras partes del mundo; la pena asolaba constantemente a las familias afectadas. Pero la muerte en sí no es ajena a nadie, y tampoco lo son los sentimientos que se desarrollan a su posteridad.

   ― ¡Madarbozorg! ― gritó Essie con efusividad.

   Sin pérdida de tiempo la adolescente salto de su cama dejando caer en el transcurso un raro aparato electrónico. Se dejó envolver por los cálidos brazos de su abuela, aspirando el olor a inciensos que siempre acompañaban el habitual velo que cubría parcialmente su cabeza.

    ―Creí que tampoco llegarías para esta navidad― le dijo Essie, alejando un poco su rostro.

   ―Ya ves que pude cumplir con lo pactado― contestó la mujer, aún con su nieta llenándole los brazos―. Además, consideró que ya es tiempo de que recibas la reliquia.

   A Essie le brillaron los ojos, pero al instante la emoción se le fue y un ceño fruncido se apoderó de su entrecejo.

   ― ¡Aja! Lo sabía. Mada nunca viene si no es con una razón oculta― la acusó ―. Seguro él te fue con el chisme sobre mis reproches por lo de mi madre. No es de sorprenderse, siempre lo hace cuando ya no sabe cómo lidiar conmigo. ― Essie se alboroto el cabello exasperada, y continuó con un tono realmente duro―. Pues te aseguro Mada que, aunque me des la reliquia, mis quejas no tendrán fin. Se lo merece.

   La anciana Peg ya esperaba aquel berrinche disfrazado de amenaza de guerra. Aunque los años pasaran, y ella intentase mil métodos para ablandar el corazón de su testaruda y algo caprichosa nieta, no había tenido éxito.

   El rencor de Essie por su padre había madurado casi desde que la pequeña tuvo uso de razón. Siendo el hombre un gran inventor que contribuyó al desarrollo del país tras las guerras, fue razonable que tuviera que descuidar regularmente a su familia. Su hija, jamás le había reprochado eso, y ella como su suegra mucho menos. Pero su nieta sí que lo hizo, y ese sentimiento solo se intensifico cuando con tan solo siete años perdió a su madre con la que era tan unida.

   Con parsimonia, Peg posó sus manos sobre los hombros de su nieta, quien miraba un corcho donde tenía fotos de su feliz infancia; claramente su padre no formaba parte de ese collage.

   ―Essie, ¿recuerdas porque comenzaste y continúas escuchando a esa banda que es de mis tiempos? ― le preguntó Peg, acariciándole los negros cabellos.

   La joven alzó la vista a los posters que estaban por encima de su gran corcho, y sonrió. Giró la cabeza en dirección hacia su abuela y contesto nada sería:

   ―Por lo guapos que son, es evidente. ―Su traviesa sonrisa, que era idéntica a la de su padre, apareció para relajar por completo sus facciones―. Mamá creció oyéndola por tu culpa, y ahora yo sigo la tradición― continúo bromeando.

   ―Oh Dios, eres un caso. Pasas del enojo a la alegría.

   ―En realidad me gustan por el hermoso mensaje que transmitían― dijo Essie volviendo la vista, y dejando pasar el comentario de su Mada.

   ― ¿Quieres oír una historia de esta vieja? Llegue a conocer a uno de esos chicos ―propuso Peg, guiñándole un ojo.

   ― ¿Una inventada? Eso no cuenta.

   Peg le dio un golpecito en la frente por su osadía de llamarla mentirosa, y Essie solo se sobó la frente. Condujo a su Mada hasta su mullida cama para comenzar con el relato, no sin antes encender la calefacción y de paso poner un vinilo de música instrumental en el toca-disco de su madre.