Sumido en un cansancio existencial y con tantos naufragios en el caos de mis desaciertos, intentando llevarme bien con mi soledad; respiraba mi rutina otoñal.

Casi tan imperceptible como un faro en altamar;  con tu mirada de misantropía, tu mochila cargada de temores encubiertos, apareciste tú.

Sedujiste mis anhelos con tu indiferencia, mis ansiedades se aquietaron con tu voz y tus desaires se convirtieron en mi postre favorito.

Mis demonios se vistieron de blanco , mi anarquía se hizo amigo de la brújula y me divorcié de mi extenuante soledad...

Cual lluvia fresca abrazaste los valles de mis agobios ; le pusiste color, a mis grises madrugadas de invierno; desempolvaste mis arrugadas ganas de soñar.

Mis ilusiones se vistieron de gala para bailar con mi optimismo ; exploraste los rincones de mis inseguridades para inundarlos con destellos de fe cada día.

Apagaste mis infiernos con una simple sonrisa y cuando me recostaba en tu piel, mis demonios se ahogaban en el silencio de tu ternura.

Nunca pude perturbar tu apacible respirar o nuestra piel se engranaba en una inquebrantable paz; quizá tus demonios y los míos tuvieron un romance imperecedero.

Bendito el día que naufragué en tus profundidades; bendita la noche que miramos la misma luna; bendito Dios, quien alió nuestros senderos; bendita tú y bendito nuestro amor, siempre.