Déjame escalar tus infiernos, para embriagarme de tus pecados; quiero sumergirme en tu mal humor, sobrevivir a las estocadas de tus sarcasmos y aplacar tu ira con un te amo.

Cuenta con mis brazos, cuando el tornado de tus crisis arrasen con la compañía de todo el gentío, que fue devastado.

Me quedaré en silencio navegando en el griterío de tus ojos, que han convertido, la dulce voz de sus pupilas, en abrojos.

Voy a arroparme de osadía para sonreírte con cierta picardía; a ver si apago los acordes de tu melancolía, mientras me tomo un café con tu letanía.

Voy a besar con paciencia cada centímetro de tus silencios, suspiraré con sigilo y mis latidos respirarán a hurtadillas, para que no sientas ni la sombra de mi silueta.

No quiero tus días risueños, quiero amar tus noches grises; tus mañanas, cuando te levantes con el pie izquierdo, tus tardes de tropiezos, para adorarte con todos defectos.

Remendaré tus desatinos con una sonrisa y aunque me destierres de tu piel; me quedaré a tu lado, incluso, cuando a todos hayas auyentado, con el desquicio de tus días malos.