Juguemos a mirarnos a los ojos, tú y yo;  hasta ignorar al mundo y olvidar el dolor de lo incierto.

Juguemos a desnudarnos el alma desde lejos; para que me cubras con tu silencio y yo con mis versos, lloviéndote a besos.

Juguemos a amanecer juntos como los casados, dormir abrazados como hermanos, desearnos como amantes clandestinos y contar el uno con el otro, como amigos.

Juguemos a que curas mis heridas con el borde de un beso y lo cubras con tu singular embeleso.

Juguemos a olvidar lo malo, a peinar con los dedos nuestros altercados, a cubrir con besos, nuestros celos y abrazar la distancia de nuestros desvelos.

Juguemos: yo, con tu cintura; tú, con mi cuello; yo, con tus gemidos , tú, con mis jadeos; yo, acariciando tus sueños y tú, mis deseos.

Juguemos a arrancarnos el dolor de nuestro pecho,  a mordiscos que parezcan besos; a  rasguñarnos nuestros miedos, a sacudirnos esos rencores añejos.

Juguemos en el lago de la ausencia, a ver si te encuentro o quizá tú das con el cadáver de mi esencia.

Juguemos en ese árbol de la esperanza, tú te meces y yo abriré mis brazos por si nuevamente te apareces.

Juguemos a matar de cosquillas a la melancolía, a seducir con nuestras miradas a la indiferencia; a escondernos de la muerte, cada madrugada.

Juguemos a ser como niños con nuestra fe, a tener palabra de honor como antaño, a cumplir promesas, como ya no se ve; o amarnos por siempre, como en los cuentos, aunque suene extraño.

Juguemos a un abrazo que nos deje sin aire en los pulmones; a un beso que deje enrojecido nuestros labios, a una caricia que se tatúe en nuestra piel y a un amor, que por lo menos dure mil años.

Juguemos a reír de alegría por cada nostalgia, juguemos a ser poesía cada noche; a fundir nuestros  versos  eternamente y; juguemos a ser felices por siempre.