De qué me vale seguir encendiendo la leña que a veces se apaga con el vaivén del tiempo.

De qué me vale remendar cada día mis ilusiones y anhelos, si veo que te alejas y te desvaneces hasta de mis sueños.

De qué me vale mentirle a mi corazón por tantos inviernos, a veces temo romperlo aunque sé que  ya esté hecho trizas hace tiempo.

De qué me vale tantos versos si tus ojos no se asomarán jamás a verlos, si tus suspiros jamás acariciarán a mis sonetos.

De qué me vale partirme el alma, desgarrarme la piel por dentro, morir y resucitar, si no tendré ni la migaja de tus dedos.

De qué me sirve amarte desde lejos, desde la oscuridad de mis miedos, desde mis laberintos y dolores bermejos, desde mis desquicios y deseos perversos.

De qué me sirve gritar tu nombre entre mis desvelos, despertar con el aroma de tu ausencia y llamarte cada noche y cada día desde la sangre de mi poesía.

De qué me sirve extrañarte como hombre si solo te puedo esbozar en mi poesía, con el espectro de cada estrofa revoloteando mi melancolía.

No eres un amor de esos que se pueden tocar cada mañana, que uno le da besos y promesas disfrutando de su mirada, porque estás lejos de mis dedos, de mi cuerpo y de mi tinta.

De qué me vale quererte con el corazón de mis sesos y con la razón de este terco corazón si solo eres eso, la poesía de mi dolor.