** CAPÍTULO 04**
Segundos después el doctor se retiró pidiendo disculpas por hacerlo, no sin antes la madre de Edmond le preguntó donde se encontraba su hijo. Las dos llegaron a la cama treinta y siete, donde con anterioridad, Catherine había frecuentado pensando que se ubicaba ahí. La madre de Edmond fue la primera en tocar la puerta y casi al instante las dos enfermeras que se encontraban cuidando a Edmond, se retiraron y cerraron la puerta. Marianette se soltó a llorar, lloró por ver a su hijo tan devastado, tan frágil. Al ver como vivía por unos inútiles aparatos que lo hacían respirar.
La pelirroja por el contrario, su mente se encontraba ocupada recordando ese momento en el que Edmond se encontró por vez primera, enfermo..
El sol respingaba por todo el cielo, dejaba ver destellos alucinantes, pero al poco tiempo una lluvia torrencial se dejo llevar. Emocionados Catherine y Edmond salieron a jugar como dulces niños de cinco años, ya era un poco noche cuando esos dos traviesos jugaban a corretearse entre ellos. Entre risas y uno que otro capricho por parte de Catherine se dejaron caer sobre el mojado y rezumado pastizal, lleno de flores y rosas sobresalientes.
Los dos reían eufóricamente hasta que el pequeño ojiverde habló:
—Gracias por ser mi amiga —se acercó abrazar a su mejor amiga.
—Y tú por ser el mío Ed —besó su pómulo derecho.
—¡Ew! —se oyó un grito proveniente de la casa vecina de la de Edmond. Los dos se pararon y corrieron hacia la recién pintada franja donde separaba las dos casas.
—¡Oye! —gritó un enojado Edmond.
La pequeña con rizos rubios corrió hacia su portón y se encerró en su gigante casa.
—¡Menuda niña! —suspiró Catherine con alivio, pero Edmond no se quedó así , salió de su casa y tocó el gran portón de la niña rubia.
—¿Qué haces Ed? —preguntó con recelo, no le gustaba que Ed buscará a la niña rubia misteriosa.
—¡Niña rubia! —gritó brincando de un lado a otro llamando la atención del mayordomo de la gigante casa.
—Disculpé señorito, ¿Qué busca por aquí? —se agachó para ver al pequeño ojiverde.
—Busco a una niña rubia que se escondió en esa puerta —dirigió su dedo índice hacia la grande puerta con decorados elegantes.
—¡Oh! no jovencito, no se escondió. Es su casa —sonrió dulcemente, el señor mayordomo.
—¿En serio? —preguntó curioso el pequeño.
—Si, le diré que la busca —: ¿Cómo se llama jovencito?
—¡Edmond Monet! —erguió la espalda con egocentrismo y presunción, alzando el mentón.
—Muy bien, en un momento vengo —el señor caminó hacia la puerta entrando en una fracción de segundo.
—¡Ed! —agitada Catherine llamó a Edmond.
—¡Cathy! —abrazó a la pequeña pelirroja.
—Me alegro de verte, nunca te vayas de mi lado —estrujo el pecho de Edmond.
—Ni tú te alejes del mío —sonrió a la dulce pelirroja que tenía de frente.
Quien le iba a decir que iba ser; el amor de su vida. El hombre, que la iba enloquecer en cada maldito segundo...
Se acercó a él con pasos torpes, llegó hacia el aparato donde se encontraba conectado.
—Ed —susurró, observando su blanquizca cara, sus párpados aun cerrados y sus labios pálidos, deleitada estaba Catherine porque aun con estado crítico; se veía hermoso. Colocando su mano encima de la de él, congelada por el ambiente. Le sonrió con lágrimas escurriendo por su cara:
—Quizás ya no me recuerdes, ya no te acuerdes de mi voz, de mis besos de lo Te amo. De las cartas que escribiste y que me maravillaron por tu peculiar forma de expresar tu amor hacía mi. Quizás cuando despiertes veas el mundo con otros ojos, te fijes en alguien más, y yo sólo quede como un vago recuerdo olvidado. Tu madre, no creo que quiera dejarme verte, te he herido y está en lo correcto de hacerlo, más sin embargo, se que en lo más profundo de tu corazón; me seguirás recordando y me amarás, como lo habías estado haciendo todo ese tiempo que dejé ir. TE AMO, siempre lo haré aunque tu mente me borré de tu cálido y hermoso corazón, aunque mi alma jamás se refugie en la tuya.
Te amaré y lo haré con la misma fuerza, no importa si el destino nos quiere lejos, porque se que habrá un día en el que vuelva a ver tus perfectos ojos y besé esos bellos labios. Te Amo Edmond Monet , nunca me olvides ¿De acuerdo? —besó su frente y suspirando fuertemente salió de la habitación...
Al día siguiente, el pequeño ojiverde se encontraba tumbado en su cama totalmente resfriado y enfermo. Catherine y su ahora amiga rubia llamada Charlotte; esa misma rubia que corrió a su puerta y el mayordomo encontró a Edmond gritando, ese mismo día la pequeña rubia fue hacia ellos, jugó y se volvieron amigos los tres en conjunto.
Llegaron con una crepé en sus manos, —las favoritas de Ed —al ver lo que sus dos amigas traían, el ojiverde brincó de alegría.
—¡Hola Ed! ¿Te encuentras ya mejor? —preguntó Catherine con preocupación.
—Ya me siento mejor Cathy —estornudó y sacudió la nariz como un tierno conejo. Todos rieron en la habitación de Ed por su curiosa manera de estornudar.
Cinco días pasaron, las vísperas de un soleado verano se aproximaban y Edmond ese día empeoró en su salud. Bastó con una fiebre intensa para que su madre lo llevará al médico. Al día siguiente Edmond fue al doctor, le recetaron antibióticos y unos estudios, que constaba en extraer sangre con una aguja gruesa y larga.
¡Que era para tenerle miedo!
Catherine sujetó su mano y él agarrando la suya con fuerza; le sonrió a su querida amiga. Terminó la enfermera y le colocó un curita de animales acompañado de una paleta de limón.
—Gracias por estar conmigo —recargó su cabeza en el hombro de la pelirroja.
—Siempre lo estaré , ¿Recuerdas? Te quiero tontito —picó la punta de su nariz con ternura.
—Yo igual —sonrieron al unísono...
Nunca creyó en que se iba a encontrar en tan repentina situación, ¿Iba a superarlo? No lo creía pero ese día ser uno muy largo, los demás se iban a convertir en cortos y veloces; tanto, que pasaron diez días exactos desde que ya no lo volvió a ver.
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