La pelirroja con la vista decaída y el corazón hecho añicos, se encontraba en la sala de espera junto con la madre del ojiverde: Marianette Monet. Una mujer con ojos caucásicos, el pelo teñido de color castaño y con una expresión facial impredecible. Catherine seguía con la respiración entrecortada y con suspiros de frustración todavía recordaba el momento en que ya dos horas recibió la terrible noticia...
Cuando el ojiverde azotó la puerta con veracidad, su mente colapsó en breve tiempo, su frustración se apoderó de ella a tal grado de destruir cosas que se cruzarán por su camino. Tomando constantes respiraciones profundas y tratando de tranquilizarse por aquel melodramático momento decidió por fin, salir del salón y tratar de escabullirse sobre la gente para que nadie, ni sus propias amigas; la fuesen a ver.
Logró cruzar la pista sin alarmar a nadie, recibió uno que otro empujón, pero eso era lo que menos le importaba, en su corazón yacía una ruptura drástica e irremediable. Se libró con facilidad , pero apenas abriendo la puerta de la salida a la tan elegante celebración; su cuerpo percibió en tan solo segundos la brisa gélida, desde la plantilla de los pies hasta en la salvaje cabellera que traía.
Caminando así, con escalofríos en cada momento, todo iba 'bien' en el sentido de que no hay nada peor que lo que su corazón en esos momentos vivía.
<<Edmond>>.
Siempre se le cruzaba en sus pensamientos, ese maldito hombre que, por casualidades del destino, se enamoró estúpidamente de él. Ese hombre que la hacía sentir tanto amor, cariño, melancolía y mucha lujuria.
<< ¡¿ Por qué él?!>> susurraba con el ceño fruncido y con ojos llorosos, enojada consigo misma por enamorarse de alguien tan maravilloso , de no haberse dado cuenta desde el principio. Su celular vibró, sacando abruptamente su pensamiento dentro de su mente.
—¿Hola? —respondió la llamada con cierta confusión ¿Por qué le llamaba un extraño?
—Buenas noches señorita le llamamos del hospital "Di Palais" para avisarle del reciente accidente del joven Monet, ¿Lo conoce?
¡Todavía pregunta!
Sus ojos se hallaban atónitos al escuchar las palabras de la voz de esa mujer, que posiblemente era una enfermera.
—Si —cuando menos se dio cuenta contestó —. Lo conozco. Su garganta estaba seca, el constante parpadeo en sus ojos la alejaban del mundo exterior.
—Ok... en unos minutos llego ¡Gracias! —le colgó a la mujer desconocida y en breves segundos, el celular ya marcaba el número de la madre de Edmond. Después de dejar un mensaje de voz, ya que su madre no contestó, corrió rápidamente al hospital donde se encontraba, el hombre de su vida.
Llegando al hospital con bocanadas de aire para recuperar el aliento, se dirigió a recepción y gritó:
—¡Edmond Monet, la habitación de Edmond Monet! —inhalaba y exhalaba con dificultad.
—Señorita tranquilícese, se ve pálida ¿Se encuentra bien? —la enfermera preocupada por su salud, sentó a regañadientes a la pelirroja y el momento de reposar su espalda en la silla, su cabeza le dio una vuelta terrorífica propiciando un desmayo, para su buena suerte la enfermera la sostuvo entre sus brazos. Catherine levantó la vista y la tierna anciana le preguntó:
—¿Por quién viene jovencita?
—Por Edmond Monet —una lágrima se dejó ver en sus pupilas.
—Espera aquí... lo buscaré —la enfermera se dirigió a su carpeta que se encontraba cerca de su escritorio, unos minutos mas tarde aminó hacia la joven.
—Y bien, ¿Está aquí? —interrogó hacia la anciana con ímpetu.
—Es el piso tres, cama treinta y siete —sonrió con ternura.
—¡Gracias! —se levantó de golpe y sus pies reaccionaron por sí solos, y en menos de diez minutos se encontraba parada frente al cuarto número treinta y siete. Tocó la puerta con dos leves golpes.
—¡Ed! —su garganta se atragantó al no verlo, y solo observar una cama vacía.
—¿Qué pasa aquí, donde esta Edmond Monet? —preguntó frustrada.
—Se encuentra en la sala de cirugías, pasillo dos doblando hacia la izquierda —contestó amablemente la joven con el peculiar uniforme de enfermera.
—¡Gracias! —bajó al piso dos y si, se encontraba justo enfrente del cuarto donde estaban operando a Edmond Monet. Su corazón se reventó en el solo hecho de pensar en cómo se encontraba la persona más maravillosa en un momento crucial, en donde incluso, podría morir.
En aproximadamente veinte minutos, llegó su madre y tan pronto la vio, le habló.
—Señora, que bueno que vino me alegro...
—¿Tu qué haces aquí? —preguntó con amargura en sus ojos.
—¿Disculpa? , señora...
—¿¡ Tu causaste esto verdad !? —sus palabras causaban confusión en la mente de la pelirroja.
—Yo... no ca-cause esto señora —titubeo con un ligero temblor en su labio inferior.
—Si lo hiciste. Provocaste esto en mi hijo, ¡¿Tenía que enamorarse de ti?! — renegó molesta — .
Es tu culpa, tú y tú innegable rechazo en mi hijo —escupió, sujetando las manos en su cabellera.
Todo el pasillo era caudaloso , frío como un lugar sin vida, sin almas que respiran. Treinta tortuosos minutos tuvieron que pasar para que el doctor saliera de la sala de cirugía.
—¿Son familiares del señor Monet? —cuestionó desplegando sus guantes y centrando su mirada hacia la señora y la pelirroja, cada una por su lado. Marianette fue la única que levantó la vista hacia el inquieto doctor:
—Si, soy su madre —se levantó de su lugar y se centró en el doctor, sus ojos mostraban unas marcantes ojeras y una tristeza incesable.
—Bien, su hijo... ha salido con suerte en la cirugía —sus ojos se volvieron mares de lágrimas.
¡Su hijo estaba vivo!
Al ver la tan audacia alegría de la madre, el doctor la sujetó del hombro con firmeza, y solo se apresuró a decirle las ahora apuñaladoras palabras que harían desvanecer su felicidad.
—Salio bien, solo que... —suspiró pesadamente tratando de sonar lo mas sincero y compasivo posible —. Sufrió una conmoción cerebral.
La mujer atolondrada por las palabras del doctor, recostó su espalda en el asiento mas cercano a ella, pero las lágrimas no fluían de sus ojos, ya no tenía fuerzas para seguir sollozando. En cambio, la joven pelirroja se acercó al médico y le preguntó:
—¿Qué ocasiona la conmoción cerebral? —preguntó preocupada por la salud de su amado hombre.
—Una conmoción cerebral se ocasiona cuando se produce un golpe muy fuerte en la cabeza, sacude al cerebro y le ocasiona conmoción o trauma —explicaba el doctor con paciencia y claridad en sus palabras —. Puede ocasionar mareo o perder el equilibrio, además de que la persona que lo padece puede tener una severa disminución de memoria.
Esa última oración fue la detonante de una frustrante Catherine.
<<¿Será que me olvidó>> la pregunta surgió en su cabeza con un ligero temor y tristeza...
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