18. El joven burgués
Tras una larga calma, las cosas volvían a alborotarse ante los problemas sociales. Los humanos tenían sus propias batallas que librar. La peste dejaba millones de muertos en todo el mundo, así como pobreza y un descontento general. ¿Dónde estaba Dios? Al menos los demonios vampiros se hacían cargo de su gente, se tenía un mejor pasar predicando con el Diablo que con los santos. ¿Qué hacían la iglesia y los reyes? No les importaba otra cosa que no fuera el diezmo, aunque eso significara que ellos no podrían dar de comer a sus hijos.
Al menos los vampiros se salvaban de ser el blanco de las batallas, tras estas situaciones de revueltas, Bladis llamó a una junta con los líderes de las familias. Simón Leone, Imara Báthory, Victoria Nosferatu y Edgar Belmont se sentaban alrededor de la mesa redonda.
—¿Qué reportes hay esta semana? —preguntó Bladis, con la vista en sus papeles y mapas.
—Mucho oro proveniente del nuevo continente —dijo Simón, sonriente—. Nuestros barcos han atacado a los piratas de forma eficaz.
—Y-ya y-ya l-lo e-estoy —Victoria comenzó a balbucear, y se volvía peor con las miradas de sus colegas—. ¡Ya lo estoy contabilizando!
Imara lanzó una risita burlona, que fue aplacada por una mirada furibunda de Bladis.
—Imara, ¿cómo va la instrucción de los jóvenes? —preguntó Bladis.
—Mi hermana, Catalina, se encarga de ello —contestó ella—, yo estoy incursionando en el negocio de pequeños niños humanos. Algunos valen más que todo el oro pirata.
—¡Por favor, Imara! —rió Simón.
—Revisa las cuentas, Simón —exclamó la vampiresa—, si los agarras de pequeños puedes adiestrarlos como se te plazca. Nada vale más hoy en día que un esclavo eficiente.
—¿No serán excusas para tapar tu adicción a la carne fresca? —inquirió Edgar.
—¿Acaso es un problema? —preguntó Imara—. Soy una vampiresa, un demonio terrenal. Lo que es un problema es la baja reproductividad, ¿no es así Edgar? Tu familia está siendo castigada, por eso tus miembros cada vez son menos.
Edgar carraspeó su voz.
—¿De qué hablas, Imara? —inquirió Bladis.
—En términos de números, los Belmont se reproducen con menos frecuencia que las demás familias. —La vampiresa se encogió de hombros—. He leído algunos apuntes de mi madre, algunos que no se quemaron con el fuego, puede que los Belmont sean los menos fértiles de la hermandad. En algunos siglos estarán extintos, ese es un problema.
Bladis golpeó la mesa con furia.
—Imara Báthory, si sigues blasfemando en mi cara juro que te desterraré a los círculos más bajos del infierno.
Imara se mantuvo tiesa, pero con la mirada firme.
—Yo solo dije...
—¡No hables! —exclamó Bladis, levantándose de sus aposentos—. Todos los documentos de tu madre serán confiscados por mi gente y prendidos fuego como su cadáver.
Bladis sabía bien que cualquier cosa que Griselda hubiese dejado podía ser interpretado para mal; lo mismo sucedía con su biblioteca personal, por ello mismo había reescrito los libros en un idioma encriptado que solo pudiese entender él. Prefería eso a dejar la única actividad que le generaba placer.
El rey vampiro abandonó la habitación, Edgar, Simón y Victoria dieron la espalda a Imara y siguieron su camino, ya nadie la soportaba en la cúspide de la hermandad, y con el correr de los años, la reputación de la familia Báthory fue en decadencia por aquella mujer a la que solo le importaba satisfacer sus placeres más oscuros.
Quizás las cosas se modificaron cuando ese Azazel, el esclavo de Imara, llegó. Décadas y décadas de esclavitud infantil que terminaban en una masacre producida por esa vampiresa, hasta que uno fue diferente y supo comprenderla. Así, como Madeline había hecho con Bladis, tejiendo una telaraña, Azazel hizo lo mismo. No le importaban las historias de demonios, ni le asustaba la idea del infierno, tan solo ansiaba salvar a los suyos, y por ello utilizó hasta la última estrategia para deshacerse de aquella mujer y asegurarse que nadie más pasara por lo mismo.
La cabeza de Imara rodó, luego de haber sido traicionada por un astuto humano al que torturó de niño y convirtió en vampiro el día de su casamiento, ignorando las leyes de su mundo.
Azazel supo que esa muerte podría traerle problemas serios, y ya teniendo un estatus y la inmortalidad en sus manos, entregó la responsabilidad al Vaticano.
—Ustedes pueden quedarse con el crédito —dijo Azazel al mismísimo pontífice—, yo me encargaré de establecer un orden entre los dos mundos, ahora que soy parte de la cúspide vampírica.
Desde ese entonces, y cada vez más, el poder de los vampiros tuvo que subordinarse al poder de los humanos y sus crecientes tecnologías y conquistas. Con la llegada de Azazel, con la muerte de Imara y con la baja en la reproductividad, los viejos y oxidados engranajes comenzaron a moverse, lentos pero con una fina precisión hacia el declive.
—¡Padre! —Nikola abrió las puertas del despacho de Bladis, quien estaba compartiendo una taza de té con Madeline—. ¡¿Acaso no vas a responder a las locuras de ese inmundo impuro?! Azazel no llevará al declive.
Bladis se puso de pie.
—El mundo está cambiando, ya no se puede responder con una ofensiva —dijo Bladis, en completa calma—. Los humanos avanzan a una velocidad abismal desde que decidieron ignorar la palabra sagrada de su iglesia. Están decapitando a sus reyes y conquistando tierras como nunca antes. Hay que saber retroceder, ser cauteloso. No nos queda más que negociar con el Vaticano.
—Podemos atacarlos —insistió Nikola.
—¿Por qué? —preguntó Bladis, tomando asiento otra vez—. No tengo intereses en atacarlos, obtengo más aliándome con ellos.
—Quieren restringir nuestra alimentación con el sistema de ofrendas propuesto por Azazel —rumió Nikola, encolerizado—. Es una broma, lo único que falta es que llegan las ideas de los burgueses a nuestra hermandad y los impuros crean que pueden ir por nuestras cabezas.
—Las ideas ya están aquí —dijo Bladis—, hay que amoldarse al nuevo mundo. La gente ya no cree en patrañas.
—Nosotros somos demonios reales —afirmó Nikola.
—Pero de carne y hueso —dijo Bladis—, y ninguno ha podido ir al infierno y volver, ¿tú quieres intentarlo para demostrar nuestro verdadero origen?
Nikola tragó saliva.
—Somos inmortales —afirmó.
—Hasta que morimos —sonrió Bladis—. Si la ciencia humana dice que somos solo humanos longevos, perderán todo el miedo que nos tienen. Es mejor dejar las cosas así. Acéptalo ya, Azazel no será parte de la realeza, pero como esposo de Imara tomará su lugar y Catalina quedará como líder, ¿estás más tranquilo?
—De ninguna manera.
Nikola se fue, cerrando la puerta de un azote.
—Qué sorpresa —exclamó Madeline—, es la primera vez que un hijo tuyo escapa de una discusión con la cabeza pegada a su cuerpo.
—Ya lo dije, son otros tiempos. —Bladis sorbió de su taza—. ¿Qué me dices del sistema de ofrendas que nos propuso el Vaticano?
—No entiendo bien. —Madeline engulló un pastelillo.
—El Vaticano se encargará de criar huérfanos para alimentar a nuestros miembros más jóvenes —explicó Bladis—, con un solo humano podremos alimentar grupos enteros, también nos otorgarán esclavos, oro, y galones de sangre a cambio de elixir. Lo único que no debemos hacer es mantener a raya nuestra sed.
—¿Comercializar elixir con el enemigo? —Madeline lanzó una carcajada—. Así que ahora eres un burgués. Increíble, ese Azazel parece ser el verdadero demonio terrenal, todos se han subordinado a su capricho, ¡qué divertido!
—¿Crees que esto es posible solo por mérito propio? —Bladis alzó una ceja—. Él no es más que una herramienta para apagar el incendio.
—¿Incendio? —preguntó Madeline.
—Este mundo que he creado —admitió Bladis—, al final lo comprendí, no seré yo quien acabe con esto, tendrá que ser otro. Mientras tanto tendré que seguir jugando mi papel.
—¿Con jugar tu papel te refieres a ser un maldito demonio? —preguntó Madeline.
—Así es —dijo Bladis, cavilando miles de ideas—, debo seguir siendo respetado, mis decisiones serán absolutas. Seguiré cumpliendo mi rol. Si es necesario mataré, torturaré haré lo que sea posible para que mi puesto como único rey quede intacto porque no puedo permitir que personas como Nikola, Simón o cualquier otro tomen este trono o el fuego puede avivarse antes que
—Eres tan despreciable —murmuró Madeline—, ni siquiera sé por qué estoy pasando tiempo contigo.
—Y cada vez será peor —advirtió Bladis—, más que nunca me aferraré a mi lugar y solo me iré cuando vea a la brisa del bosque llevarse la última ceniza. No seré un cobarde como lo fue Vlad, Griselda, Klaus o incluso Katherine. Estoy dispuesto a llegar al fin.
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