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12. El frasco lleno

¿Cómo se suponía que debía actuar un demonio? Madeline se imaginaba cosas horribles, irreproducibles; desde torturas, físicas, mentales, asesinatos y un sinfín de sufrimiento. Sin embargo, lo peor que había recibido de Bladis era una bofetada y una patada por inmiscuirse en su habitación e intentar sustraerle su saliva. Algo merecido y esperable en cualquier contexto.

Por el momento, Bladis mostraba el comportamiento caballeroso de un príncipe de la corte real. Cuando el sol tocó la ventana de la habitación, Madeline fue liberada y llevada al comedor para ser alimentada con decenas de manjares.

—¿Qué tal estás hoy? —preguntó Bladis, sentándose al otro extremo de la gran mesa de roble.

Madeline no respondió y engulló tanto alimento como pudo. Moría de hambre, y debía recuperar fuerzas para seguir. El vampiro rió ante la falta de modales.

—Bailarás para mí —indicó Bladis, intercambiando una mirada con la mujer—. Te daré el elixir para enviárselo a una persona que quieras salvar. Esa será tu paga de esta semana.

—¡Lo haré! —Madeline dejó de comer, su mirada brillaba de la emoción.

—Pero de ahora en más vivirás aquí —sentenció Bladis—. Serás mi propiedad, mi esclava personal. Es un trato, soy un demonio después de todo.

Madeline sintió su estómago cerrarse, por el momento tenía la cura para Russell asegurada, era todo lo que importaba.

—Te dije que lo haré, haré todo lo que me pidas.

—¿Tanto quieres salvar a esa gente? —Bladis entrecruzó sus dedos y apoyó su rostro en ellos—. ¿De quién se trata? ¿Tienes hijos?

—Las mujeres del mercado y del prostíbulo. —Madeline respondió rápido, no podía dar pistas—. Han sido mi salvación cuando no tenía un lugar a donde ir. Nadie se acuerda de ellas y las condenan por la vida que las obligan a vivir.

Bladis asintió.

—Los humanos son muy hipócritas. —El vampiro lanzó un pequeño frasco lleno de líquido transparente que Madeline atajo en el aire—. Esta noche te quiero en mi habitación, ya envié por atuendos apropiados para tus bailes, y ordené que te prepararan una recámara. Procura estar allí o tendré que asesinarte junto a toda la gente del pueblo.

—Cumpliré mi palabra —masculló Madeline, queriendo saltar de la felicidad.



Bajo la supervisión de los guardias, Madeline fue hasta el pueblo, hacia una dirección que conocía bien. En medio de todos los puestos del mercado, había uno pequeño de unas mujeres que vendían dulces y conservas, así como algunos elementos de cocina tallados en madera. Era la forma de ayudar que tenían los humanos que vivían junto a los licántropos.

—¡Madeline! —gritó una mujer al reconocerla. Era su cuñada, Camila, esposa de uno de los hermanos de Russell.

Madeline le hizo un gesto de silencio, y se acercó a ella.

—Conseguí la cura para Russell. —dijo y traspasó el frasco con el elixir—. Conseguiré más para todos, solo debo mantenerme con los vampiros un tiempo más.

—¡Estás loca! —exclamó Camila—. Debes venir ahora mismo con nosotras.

—No puedo, me vigilan —dijo señalando a los guardias que se mantenían a una prudente distancia—. Ya encontraré la forma, pero pronto estaré de vuelta.

—Estás jugando con fuego. Si Russell se entera...

—No le digas, por favor. —Madeline tomó a Camila de las manos—. Esto es por el bien de todos.

—Si te quedas, ¿puedes conseguir más? —Camila desvió su mirada—. Los casos están aumentando en el clan.

—Por eso lo haré. —Madeline miró hacia los guardias—. Cuando consiga suficiente para todos me escaparé.



Alimento, asilo y la cura de la peste a cambio de mover sus caderas. Madeline creía que podía seducir a Bladis cuanto quisiera, comenzaba a perder el miedo en él. La odalisca no solo bailaba para ganar el elixir, también como una muestra de burla, en su mente existía un sentimiento de poder arrasar con cualquier peligro que le deparar su suerte.

Noche tras noche, como si estuviesen envueltos en un interminable sueño, Bladis y Madeline cenaban delicias, tomaban un baño y luego ella bailaba sobre su cama, sosteniendo una dulce sonrisa, manteniéndole la mirada hasta que el vampiro no pudiese más del deseo. Así sería, para lo que Bladis significaba un inocente juego de seducción, para Madeline significaba una artimaña que la acercaba más a su objetivo.

Luego de hacer el amor pasaban horas y horas hablando, ella le contaba las historias del palacio otomano, la vida en ese lugar; las peleas entre concubinas, las fiestas del sultán, los cuentos tradicionales y demás. Bladis le relataba las guerras que había peleado, y como, poco a poco, había crecido su reino.

Al final, Madeline se dormía a su lado, pero él seguía despierto. Casi nunca estaba cansado, no le importaba, no se preocupaba por perder el tiempo a su lado, contemplándola. Para quien era un problema, era para Madeline, no tenía un respiro, tan solo cuando obtenía el pequeño frasco de elixir y lo se lo llevaba a Camila.

Por el momento, Madeline se tranquilizaba con saber que Russell iba mejorando, pero lo que ella hacía para salvar al clan era un secreto entre unos pocos. De enterarse, el lobo iría directo al castillo y asesinaría a cualquiera que le hubiese puesto un dedo a su mujer.

Hasta el momento, la única excusa válida, era que Madeline estaba en una peregrinación con mujeres brujas, ellas hacían pócimas milagrosas contra la peste, y tenía que mantenerse allí hasta curar a todo el clan, e incluso tener pócimas para un futuro.



—Bladis —susurró ella, una noche en la que terminaba en sus brazos como siempre—. Estuve pensando en que nunca me has mordido, nunca has bebido de mi sangre, ¿acaso debo tener algo especial para que lo hagas?

—No —respondió él—. No quiero darte el trato que le damos al ganado. Tú y yo tenemos otro tipo de relación.

Madeline tragó fuerte, ¿otro tipo de relación? Todavía no se explicaba el apego de ese demonio para con ella.

—Es verdad. —Madeline fingió inocencia— Eres un conde vampiro y yo soy su bailarina personal.

Bladis rió, le divertía su coqueteo, por lo que la tomó de la quijada y arremetió con un beso.

—Podemos ser más que esto —dijo Bladis—, solo te mordería para convertirte.

—Bueno —barbulló ella, en busca de las palabras exactas—, qué tal si comienzas dándome pequeñas mordidas, y cuando llegue el día me transformas.

—¿Cuándo llegue el día?

—El día en el que no me sienta solo como una bailarina de tu propiedad. Mientras tanto podrías alimentarte de mí, será una ofrenda por todo lo que me das.

Madeline tenía una idea clara en mente: guardar la saliva de las mordidas de Bladis en frascos y así completar las dosis para todo el clan, incluso tendría de sobra si algún día uno de los suyos se enfermaba.

Bladis guardó silencio, la miró profundo y acarició su cabello. Su mente cavilaba miles de cosas, de hecho tenía miles de preguntas, en primer lugar: ¿desde cuándo se había apegado tanto a esa humana?

—Está bien, te morderé un poco —dijo él, ubicando sus dientes en el cuello de ella—. Aceptaré tu ofrenda con honor.

Bladis se acercó a su cuello, clavando sus finos colmillos, inyectándole una descarga de energía y placer. Madeline se desvanecía extasiada. Ella sintió su sangre borbotear, ardiente, pero antes de dejarse llevar por la lujuria, se apartó para guardar las gotas de saliva y comenzar a danzar.



Desde la muerte de Leone y la llegada de Madeline la hermandad respiraba aires de tranquilidad. El carácter solitario y repelente de Bladis se aplacaba por unas caderas y la sonrisa de una simple mortal. Griselda y Vlad intercambiaban miradas picarescas al verlo inmerso en sus pensamientos, en tanto escribía uno de sus tantos libros de memorias.

—Así que estabas aquí, Bladis. —Vlad Dragen se abrió paso a la enorme biblioteca, la cual tenía un uso restringido para los puros—. Hacía mucho no escribías.

Griselda siguió a Vlad.

—Estás muy distraído desde que decidiste no ejecutar a esa bailarina. —La vampiresa rió—. ¿Qué tiene de especial esa humana? Claro, a parte de su cuerpo voluptuoso.

Bladis los miró y apretó sus labios.

—Es un pasatiempo —dijo apartando su libro y su pluma.

—No tienes que avergonzarte —rió Griselda—, tuve algunos amoríos con humanos en mi juventud. Son un placer culpable. Sus cuerpos tienen la calidez del sol que no podemos tocar.

—¿A qué vienen? —Bladis se levantó de sus aposentos y se cruzó de brazos—. No estoy para tonterías, tengo más de cien años y esa bailarina no llega a los veinticinco. Además, es una humana.

—¿Así que estuviste haciendo cálculos? —Vlad carcajeó y entregó una carta a Bladis—. Beltrán y Livia enviaron esto, al parecer están viviendo juntos y pronto vendrán a visitarnos.

—¿Beltrán? —Bladis tomó la carta y la abrió—. Sigue con vida.

"Mis queridos y viejos amigos, espero que la eternidad los encuentre con salud. Sus nombres no dejan de resonar, y gracias a ello, junto a Livia, hemos podido establecer ciertos negocios en el oriente, lejos de las frías cuevas. Pronto iremos a visitarlos, y así podremos ponernos al día."

Bladis apretó la carta y por un momento se mantuvo en silencio, con la mirada en el suelo. Vlad se acercó y lo palmeó en el hombro.

—Se lo que piensas —dijo Vlad—, Beltrán no estará muy orgulloso de como construimos este imperio. Nadie lo está, pero creo que las cosas pueden mejorar, por eso es necesario que dejes entrar el amor en tu corazón.

—Es cierto —añadió Griselda—, podemos inventar nuevas historias que tuerzan todo este lamentable infierno terrenal, pero el cambio debe empezar por nosotros.

Bladis sonrió.

—Lo pensaré —dijo.

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