10.En el infierno
La fogata de la gran chimenea ardía, lo quemaba todo: los papiros, los libros, los extraños artilugios de medición. Griselda lo veía consumirse todo. El trabajo de su vida se reducía a cenizas, ya no importaba. Sabía que en un mundo, de fantasía e intereses personales, las verdades eran incómodas, innecesarias, sabía bien que la sociedad no estaba preparada para oír lo que ella sabía, y en parte se debía a que se había guardado toda la información con recelo.
—Griselda, ¿por qué? —barbulló Vlad Dragen al verla frente al fogón—. No era necesario, tu trabajo era tu vida, tu ambición. No debiste tirar tus metas al vacío, son lo que te mantienen en la eternidad.
—Ya no tiene sentido —dijo ella, inspirando el humo—. Vine hasta aquí porque quería ser protegida, porque quería seguir progresando. Soñaba con algún día ser escuchada, quería que se me tomara en cuenta, pero no podrá ser en el mundo que creamos. La alquimia, la filosofía... nada de eso sirve mientras sigamos con el cuento de los demonios.
—Será posible. —Vlad se acercó a ella, estrechándola en un abrazo—. Solo debemos esperar a que las cosas se calmen. Sé que lo hicimos mal, que nos equivocamos, que Kat ya no está, pero de nada sirve que bajes los brazos. Eres una inspiración para todas las vampiresas, todas ansían ser inteligentes y poderosas como tú.
—¡No es así como lo quería! —protestó, deshaciéndose de su abrazo—. Nuestras hijas me han visto instalar una granja de humanos, ¡necesitamos comer y ellos nos han dañado! Pero ellas no lo saben, no entienden el rencor, la venganza que hay tras eso. Lo ven como algo natural, y ya es tarde para hablar de verdades.
—¿Y a qué viene eso ahora? —preguntó Vlad, enderezándose—. No tuviste problemas hasta entonces. Tú fuiste la creadora de los linajes, y las granjas.
—Sabes que es por Kat. —Griselda se puso de pie, dando la espalda al fuego—. Ella solo quería algo de amor y no se lo pudimos dar. Ese fue nuestro sacrificio, despojarnos de la compasión, ¿tiene sentido una vida así? ¡Tan negra, tan desdichada!
Vlad recordó la charla con Bladis, ahora entendía que ellos quedaban fuera de ese mundo que habían creado. Habían poblado las tierras de vampiros, se habían vengado; ¿y ahora qué? No podían ver un camino, un recoveco por el cual escapar ilesos. ¿Seguir con el cuento, dejarlo evaporarse, escapar del mismo o morirse con él?
Bladis ya parecía haber tomado las riendas del asunto. No tenía intenciones de deshacer su mentira. Hacía más de cien años él había vociferado, en la plaza pública, puras blasfemias para salvar a Katherine; él había dado forma y vida a sus farsas. Estaba condenado por sus palabras, y no haría un gran drama por ello. Más le preocupaba Giovanni Leone, no podía perder tiempo llorando. La última noticia era que don Leone había conquistado tierras las tierras costeras, si ese hombre seguía avasallando en nombre de los vampiros, sería cuestión de tiempo para que pretendiera subirse a la cúspide de la hermandad.
Bladis Arsenic, el primero de su apellido, recorría los pasillos de su morada luego de cavilar bastante. Le habían dado demasiado poder a ese tipo poco confiable. Lo habían convertido en inmortal, a él y a su gente debido a las inminentes guerras que los amenazaban, pero ahora lo tenían allí en medio. Era un estorbo muy peligroso.
Giovanni Leone era un criminal acostumbrado a hacer el jefe, uno al cual parecía no importarle matar al mismísimo Lucifer para conseguir su trono. Por el momento se mostraba manso, cínico, pero Bladis sabía que no sería mucho tiempo. Giovanni era una amenaza, una amenaza que debía eliminar si pretendía seguir teniendo el poder de su hermandad.
El problema era que no podía enviar a un sicario por él, los ejércitos eran suyos y sus hombres se mantenían unidos por una fuerte lealtad. Por lo que Bladis decidió planearlo utilizando sus métodos. Claro que necesitaba ayuda y consentimiento, pero solo por los que de verdad eran puros.
Tenía suerte de encontrarse con el indicado. Nosferatu estaba increpando a su hija, y esposa, a pocos metros de él. Victoria trataba de balbucear algunas disculpas mientras sostenía su vientre entre manos, pero él no daba un paso atrás.
—¡Si vuelves a acertarte a él, te juro que te encerraré en la torre de por vida! —vociferaba Klaus.
—Nosferatu —interrumpió Bladis—. ¿Qué sucede? —preguntó, viendo a Victoria derramar algunas lagrimillas. Cada día le daba más pena esa pobre muchacha.
—¡El idiota de Simón Leone anda rondando a mi mujer!
—N- no hice nada papá, él so-solo m-me estaba hablando...—Victoria se ponía cada vez más nerviosa, y Klaus más furioso.
—¿Simón Leone? —preguntó Bladis, a veces olvidaba los nombres de quienes conformaban la familia de Giovanni.
—El hijo menor de Giovanni con Griselda, un idiota maleducado.
—Justo quería hablarte de los Leone, a ti y a los demás.
Nosferatu hizo un gesto despectivo, dejando ir en paz a la pobre Victoria; y junto a Bladis ingresaron a su despacho. Pretendía no prolongar demasiado la situación; Bladis Arsenic fue claro, primero con Klaus, luego con los demás. Debían matar a Giovanni Leone de un modo que no pudieran ser criminalizados, y luego, tomarían lo único que les importaba de él: sus tropas.
Cuando Bladis Arsenic explicó su método para acabarlo, los demás estuvieron de acuerdo. En realidad no había muchas opciones, era intentar matarlo o dejar que con el tiempo éste lo hiciera con ellos.
Fue durante una fiesta de la Salamanca. Un cargamento de esclavos sería torturado, humillado, sodomizado y consumido por los miembros fervientes de la hermandad. La fiesta siempre comenzaba a las doce y concluía con los primeros rayos del sol. El misticismo reinaba. Los tambores sonaban con gran énfasis, eran tocados sin descanso por los esclavos, los hacía llegar al éxtasis, al nirvana. Todos embriagados en sadismo y lujuria, entre chillidos y carcajadas histéricas en el salón principal del castillo, era el momento ideal.
Las grandes cabezas siempre se mantenían al margen de esa situación. En un palco apartado, observaban y se contenían en el desenfreno.
Una doncella desnuda llenó sus copas de sangre, luego los dejó a solas.
—Qué maravilla —susurró Vlad, rodeando con sus ojos el antro de perversión—. ¡Hay que celebrar!
—Y agradecerte a ti, Giovanni —musitó Griselda, con una mueca picaresca—. Por las tierras que has conquistado, por tu imbatible caballería.
—La verdad es que quiero ingresar al infierno con honores —carcajeó Giovanni, alzando su copa.
—Así será —sonrió Bladis, entre dientes.
Klaus se levantó, dejó su copa a un lado, y se dirigió al barandal del palco. Miró a todo ese gentío desenfrenado. Era un enorme cúmulo de cuerpos fornicando y comiendo sobre los cadáveres, la sangre, el sufrimiento humano. Comenzaba a excitarse.
—¡Damas, caballeros! —Aplaudió buscando atención de los vampiros, pero éstos no se lo daban—. Está noche es muy especial, nuestro reino ha crecido un poco más. Los cristianos y otomanos deben retroceder ante nuestro poder, y todo esto se lo debemos a Giovanni Leone y su familia.
Leone asintió con cordialidad, le gustaban los halagos. Pero todos seguían sin hacer caso, el ruido de los tambores se intensificaba, los alaridos, las risotadas.
—Es hora de ascender Leone —dijo Vlad, dándole el paso hacia el pasamano, para que él también viera a "su" gente.
Se oían algunos aplausos, y algunas miradas ebrias lo felicitaban.
—¿Ascender? —preguntó intrigado, ¿era posible?
Griselda, Klaus, Vlad y Bladis lo rodearon con un amable guiño.
—Ascender, Giovanni —afirmó Griselda, mostrando sus colmillos—. Así como Katherine, es momento que vayas al infierno y que continúes tu trabajo al lado de nuestro señor.
Giovanni abrió sus ojos con espanto, pero antes de que pudiera desenvainar su espada, los cuatro, ya lo tenían sometido. Clavaron sus dientes en él y drenaron fuerte.
El público prestó atención. Los aplausos se intensificaron, los silbidos, las risas. ¡Leone sería enviado al infierno como un verdadero demonio! Solos los líderes de la hermandad sabían bien lo que hacían, era un simple homicidio.
Giovanni Leone no pudo huir de esos cuatro puros, sus gritos se perdían en la multitud, en el barullo. Su sangre se acababa, si a un vampiro se le era desaguado por completo, ya no habría segunda oportunidad. Su recipiente quedaría vacío, seco, marchito.
Antes de caerse, oyó como Vlad lo soltaba para hablar con la gente.
—¡Aplaudan! —gritó, llamando la atención de unos pocos—. ¡Giovanni ha sido llamado por Satanás! Hoy ascenderá al más allá.
Bladis tomó la espada de Leone, y, antes de que se pudiera resistir, lo atravesó con la misma, quitándole el corazón.
La fiesta continuó, y más tarde ningún caballero de los Leone pudo replantearse lo que allí había sucedido. Lo habían visto todo y no habían hecho nada, estaban demasiado sumidos en el desenfreno. Preferían creer que su jefe de verdad ascendía, a admitir que moría de un modo insultante.
Antes que el amanecer tocara las ventanas, Vlad habló con Simón Leone, el hijo menor de Giovanni, tenía unos dieciocho, pero por algunos era considerado adulto. Este era un chico un poco torpe y de mirada risueña, más sus rasgos eran duros y su porte intimidante, pero tras sus ojos castaños y su cabellera dorada solo había ingenuidad. Además, contaba con otro factor, no pertenecía a la caballería por ser inexperto y su madre era una vampiresa pura: Griselda Báthory, aunque ella había entregado la potestad a la familia Leone, para que en la próxima generación nacieran puros de dicha familia.
—Antes de irse, tu padre nos pidió que continuaras con el liderazgo —explicó Vlad.
—Pero yo no sé nada, señor. Soy el más joven de mi familia —respondió un tanto acongojado—. Nunca podré dominar las caballerías como lo hacía mi padre, no sé de estrategias como mis hermanos, tampoco de guerra.
—Tranquilo, tu padre tenía mucha fe en ti. —Vlad le colocó la mano el en hombro, bosquejando una sonrisa confiable—. Yo te ayudaré a comandar a tu gente, recuerda que eres superior a tus hermanos, y eres un igual con nosotros de ahora en más.
Bladis se acercó a Simón.
—Lo harás bien —añadió con una palmeada en el hombro—. Katherine también fue suplantada por su hijo mayor, Edgar, todavía está siendo instruido, pero pronto estará listo para tomar el mando en su familia. Tu linaje es muy importante, es como una hermandad que nuestro mundo es sólido.
—Está bien. —Simón sonrió de lado—. Prometo esforzarme en mis lecciones.
La pantomima era clara, solo que Simón quizás nunca se daría cuenta que estaba siendo usado, manipulado. Las tropas de Leone serían comandadas por un títere, tras él, quien sostenía los hilos, serían los puros, la hermandad originaria.
Bladis podía sentirse más tranquilo, entendía bien que con Giovanni muerto, sus hombres no eran más que piezas sin autonomía. Ahora limpiaba la sangre de su rostro, había bebido de más y el mareo de la lujuria lo apresaba generándole espasmos calientes. Prefería reposar en soledad que con alguien al lado.
Quién iba a decir, que en medio del desastre, una persona había logrado aprovechar la distracción para penetrar el castillo. Madeline lo sabía bien, se había informado en cada bar, en cada prostíbulo o pueblo. Los vampiros tenían fiestas asquerosas y crueles una vez cada tanto, y ese era el momento de distracción perfecto. No obstante, nadie en su sano juicio se atrevía a inmiscuirse allí, en una fiesta de la Salamanca. Pero la joven odalisca tenía una ambición, una vida que salvar, la vida de su amado lobo y la gente de su clan. Incluso debía procurar una cura en caso que sus hijos sufrieran el mismo destino.
Los muros interminables del castillo de la hermandad se extendían y se elevaban hasta el cielo empantanado. Era una fortaleza, una en donde coexistían cientos de inmortales, y los humanos que allí moraban estaban en calabozos, como servidumbre o en cámaras de tortura.
Madeline tardó horas en trepar por los ladrillos, horas corriendo sin ser vista, y horas para escalar hacia alguna ventana.
Su plan era desesperado, por no decir un desastre. Su idea consistía en buscar a un vampiro y esperar a verlo dormido para llenar un frasco con su saliva, ¿cómo? De alguna forma debía conseguirlo. Era estúpida y confiaba demasiado en su suerte.
Con el llegar del alba logró alcanzar una ventana, en donde acechó a uno de ellos. Era un vampiro, no había dudas de ello, pues él se encontraba en una habitación rodeada de lujos escandalosos, en una cama grande como su cabaña, además era un ser cadavérico, su rostro no presentaba arrugas, ni cicatrices, ni siquiera vello facial. No parecía a los hombres del pueblo, ni a un rey, ni a un príncipe, ni a un lobo. Era algo distinto a todo, un individuo sobrenatural.
Madeline, con sumo cuidado, ingresó por el postigo de madera. Puso su pie sobre el suelo y luego el otro. De su bolso de viaje tomó un frasco, uno pequeño, y se acercó hasta él.
Bladis respiraba, respiraba muy profundo. Sus pestañas tupidas estaban bien selladas, sus parpados bien cerrados, tenían algunos cabellos negros por encima, y sus labios cárdenos estaban entreabiertos, y allí, como dos agujas, emergían colmillos de serpiente bañados en elixir.
Las manos de Madeline temblaron e intentó no jadear. Ella procuró colocar el frasco bajo el colmillo que goteaba un cristalino líquido. Con algunas gotas estaría bien.
Una a una caía, una sonrisa se dibujaba en la odalisca, pero cuando alzó la vista al vampiro, dos ojos inertes y brillantes la miraban. La sangre de Madeline detuvo su curso, el frío fue inmediato. No podía salirse con la suya frente a un demonio, y ahora, con un movimiento que no había podido predecir, él la tomaba del cuello para arrojarla por los suelos, rompiéndose así el frasco, dejándola a su merced.
—¡Humana miserable! —gritó Bladis, dando pasos toscos hacia ella, quien no podía reaccionar—. ¡¿Quién te envía?! —preguntó, tomándola de los cabellos hasta dejarla de pie.
—¡Na-nadie! —balbuceó ella, con lágrimas en los ojos.
El vampiro no admitió esa respuesta, por lo que la abofeteó con violencia en su mejilla. La nariz de Madeline sangraba a chorros, su boca, su cabeza, todo dolía. De golpearla otra vez, ese vampiro iba a hacerla polvo.
—¡Habla, zorra! —gruñó Bladis, pateándola en el estómago.
La humana se retorció en el suelo, sin aire. En agonía.
El vampiro debía saber de dónde había salido esa sucia intrusa, justo cuando acababan de asesinar a Leone. Los motivos para sospechar eran demasiados.
Madeline se hizo un ovillo en el suelo, pensando en lo idiota que era. Había sorteado la desgracia una vez, y por provocar al destino obtenía su merecido. Su loco amor la cegaba, haciéndole creer que podría contra un demonio, que ella era invencible.
—La peste... —masculló ella—. Necesito la cura.
Bladis arqueó su ceja y volvió a tomarla del cabello. La peste negra mataba a todos a las afueras del castillo, aunque no era argumento suficiente para Bladis, que en más de cien años se encontraba con la primera humana que osaba merodear su perímetro.
—No te daré ninguna cura —siseó él—. Los humanos serán castigados hasta la muerte, y tú te quedarás aquí hasta que me digas de donde saliste.
Madeline no tenía escape, no podía intentar huir de un ser superior en fuerza y agilidad. Por su parte, Bladis Arsenic envió a buscar una jaula grande, y allí la encerró, en su habitación, junto a su cama. Si era cómplice de un traidor hablaría, de lo contrario, terminaría siendo parte del banquete, lista para la próxima Salamanca, en donde los humanos de las granjas no solo sufrían la desdicha de entregar su sangre, sino que eran canibalizados en vida.
Bladis se sirvió una copa de vino, y sentado en el borde de su cama espero a que la mujer abriera su boca. Ésta no tenía nada que decir: no diría de dónde venía, menos que estaba casada y tenía dos hijos licántropos, siendo que estos eran una ambrosía para los vampiros.
—Tu nombre —ordenó él.
—Madeline.
—Yo soy Bladis Arsenic, hijo de Lilith y Asmodeo —presumió con una sonrisita—. No te has metido en la habitación de un lacayo, soy el más poderoso aquí. ¿Entiendes lo que te digo, pordiosera?
Madeline tragó fuerte, la cara de sádico ya la tenía.
—¿Lilith y Asmodeo son demonios?—siseó un poco avergonzada, no conocía la religión de la gente del norte, de hecho ella era una pagana.
Bladis frunció el ceño al presenciar tanta ignorancia.
—Lilith la primera mujer de Adán, hecha del mismo modo que él, ¡rebelde, audaz, intrépida y lujuriosa! Era demasiado mujer para un palurdo como Adán, lo dejó para divertirse en el infierno —explicó él—. Junto con el demonio de la lujuria, Asmodeo, es que nacimos los vampiros.
—Ya veo. —Madeline alzó su ceja, le parecía un cuento más—. Si eres tan poderoso puedes leer mi mente y saber que no soy cómplice de nada.
Bladis apretó sus puños, esa mujer era astuta.
—Muchas de mis habilidades están dormidas, despertarán en el averno —inventó como el buen cuentista que era—. Sin embargo, tengo inmortalidad, curación, juventud y la posibilidad de torturarte si no abres la boca por cuenta propia. ¿Te parece poco?
<<¡Curación!>>, pensó Madeline, entonces era cierto, pero ya era tarde.
—Tendrás que torturarme hasta matarme. —Madeline se sentó en el suelo—. No tengo nada que decir más de lo que ya he dicho.
El vampiro tomó un largo trago hasta vaciar su copa, le era imposible creer en ella, y por eso mismo solo tenía en su mente la idea de matarla, por más curiosidad que le generara su osadía.
Bladis daba fuertes pasos por los pasillos repletos de cuerpos ebrios y mutilados tras la Salamanca. Estaba decidido a no dejar pasar el más mínimo inconveniente, porque conocía de la fragilidad de su pueblo, de su gente, porque todo su mundo era producto de extinciones tras extinciones de los que amaba.
—Bladis, ¿es cierto? —preguntó Vlad Dragen, en cuanto lo increpó desenvainando su espada y en dirección al cuarto en donde se reunían los soldados—. Dicen que una mujer ingresó a tu recámara.
—No había nadie vigilando —dijo Bladis—, de haber estado dormido de verdad, esa humana inmunda me habría asesinado en un parpadear.
—Oí que trató de extraer tu elixir, nada más.
—¡¿Te parece poco?!
Griselda y Klaus se acercaron a Vlad y Bladis, la noticia era un susurro que se oía en cada habitación. Así que, los cuatro herederos del trono se encerraron en su recámara para tratar temas referentes a la hermandad.
En una mesa redonda se dispusieron los cuatro grandes apellidos de los puros, ya que los herederos de Leone y Belmont debían esperar para participar.
—Cortaré la cabeza a todos los que debieron cuidar el ala este del castillo —afirmó Bladis.
—Era la Salamanca —explicó Vlad—, tú quisiste que todos presenciaran el "ascenso" de Leone.
—Habían guardias designados —intervino Klaus—. No es excusa, nos dejaron desprotegidos. Si no es que lo hicieron adrede.
—Están siendo paranoicos —dijo Griselda—. La culpa te consume, Bladis. Nada aseguraba que Leone nos traicionaría, tú fuiste el de la idea de enviarlo al infierno, siendo al primer vampiro que matas.
—Le dimos demasiado poder a alguien que no lo merecía —dijo Bladis—. En todo caso, todos estuvieron de acuerdo cuando clavaron sus espadas.
—Debemos llegar a un acuerdo —propuso Klaus Nosferatu—. Coincido con asesinar a los guardias que no trabajaron durante la Salamanca, y luego a esa mujer. Que sirva como lección, en caso que alguien ose faltarnos el respeto. Somos los líderes, los puros, ¿no?
—Al fin alguien coherente —murmuró Bladis.
—Como quieran. —Vlad Dragen se levantó de su asiento—. Yo tengo asuntos que atender.
Griselda puso su vista en blanco y luego se retiró, y fue secundada por Vlad, quien fue en dirección a las bibliotecas.
Bladis y Klaus tomaron un camino distinto, en ese mismo instante siguieron con lo prometido. Ambos desenvainaron sus espadas y frente a la mirada de todos los suyos cortaron la cabeza de los soldados impuros que no habían cumplido con su trabajo la noche anterior.
El silencio, tras los cortes y los gritos de súplica, fue brutal. Una barrera invisible dividió a quienes estaban en la cúspide y quienes eran mestizos e impuros, la brecha entre los linajes se acrecentó.
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