Uno de esos días en que estaba tumbada sollozando escuchó al otro lado de la pared otro sollozo ajeno. Secó sus ojos con las mangas del abrigo y asomó la cabeza lentamente. Quizá un poco asustada por lo que pudiera encontrarse allí.

Había un hombre sentado sobre una vieja caja de madera, a su derecha en el suelo pudo ver una caja verde de cartuchos de escopeta. El hombre la tenía en las manos con la barbilla apoyada sobre el cañón apuntando a su cabeza. Estaba temblando un poco, tenía los ojos cerrados y le rodaban lágrimas por las mejillas. Rozaba el gatillo con el dedo índice de la mano izquierda, dudaba si debía apretarlo.

Ella salió tras la pared que la ocultaba.