Mientras sueño
Abro los ojos. Estoy flotando fuera del edificio. La brisa me mece como lo hacen las olas y escucho el zumbido semejante al de los motores. Me impulso con los brazos hacia la ventana, algo me rodea: una especie de fibra transparente y pegajosa. Avanzo sin traspasarla, se estira conmigo por toda la habitación. ¡Esta no es mi alcoba! Es Luisa, mi compañera de clases, quien duerme aquí. Se levanta y grita. Aprieto los párpados y soy arrastrada con fuerza. Caigo, siento el vacío y despierto ahogada y exhausta. ¡Qué sueño tan raro!
Luisa me ha observado de reojo toda la mañana. Al fin se acerca y me habla (y ella nunca me hablaba): Me cuenta que soñó conmigo que, me vio volando en su cuarto... Le sonrío y no le digo nada. Se aleja, se da vuelta y me juzga con la mirada. No me prestó los cuadernos y somos vecinas. Ayer no fui a clases. Me cansé de tocar a su puerta. No le importó que supiera que estaba ahí.
Manuel, el vigilante del colegio, se ofrece a llevarme a casa. Abre la puerta de su carro y me invita dentro. Mira para ambos lados, no hay nadie. Me aparto y le frunzo el ceño, le digo que espero a mi abuela, y al fin se va. Él es tan sospechoso...
¡Qué día tuve!... Salto a la cama, se siente muy suave, igual que la seda. Parpadeo y veo el cielo. De nuevo floto enfrente de una ventana. Entro en la habitación. ¡Es la de Manuel!, el hombre ronca más fuerte que ese ruido de motor. ¡Despierta!, adormilado frotando sus ojos. Intento regresar, pero me freno. ¡Estoy aterrada! Empiezo a patalear y reviento esa... lo que sea. Vuela en miles de partículas tornasoladas. Se apaga el ruido de motor y caigo al suelo. Siento miedo y me oculto bajo la cama. Lo escucho levantándose...
Amanece y sigo aquí. Manuel no volvió a su cuarto. Lo oigo al teléfono. Espero a que se vaya y salgo. Lo veo y me escondo. Sube esposado al carro de la policía... Vuelvo a casa. El día está opaco y silencioso. Llamo a la puerta, mamá sale corriendo indiferente. Llego a mi alcoba y, ahí estoy: ¡sumergida en un sueño! Regresa mamá con mi abuela, ambas lloran. Me llevan en la ambulancia. Voy tras de mí.
Vigilo mi cuerpo que vive conectado a aparatos. La abuela trae amapolas y repite su letanía extraña (la abuela y sus cosas con los Oniros). Entra un hombre no apoya los pies en el suelo, escucho ese ruido de motor que proviene de sus alas casi imperceptibles. Mira a mi abuela, mi cuerpo y luego a mí. ¡Puede verme! Se acerca, toca mi cabeza con la amapola, y me duermo y despierto, cansada sobre esta cama de hospital. La abuela duerme sonriente en la silla. Tan profundo que, ni sacudiéndola, se despierta.
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