Capítulo 8
Bellatrix acertó en sus predicciones: Hermione no soñó con ella por primera vez en muchos días. Greyback, los Lestrange, Colagusano y varios mortífagos más ocuparon su lugar. Aunque muchos de ellos estaban muertos o en Azkaban, el hombre lobo y varios más seguían en paradero desconocido. En cuanto se levantó, fue a ver a Madame Pomfrey para pedirle pociones para no soñar. Le dio unas cuantas sin hacer preguntas. La medibruja pasó semanas intentando sin éxito sanar la cicatriz de Hermione y le tenía suficiente cariño y respeto como para confiar en su criterio.
Casi peor que el temor a esos monstruos era la necesidad de revaluar su relación con la bruja oscura. Deseaba seguir odiándola aunque de alguna forma retorcida la protegió aquella velada aciaga. Pero eso no perdonaba lo de Sirius, ni lo de Dobby, ni lo de Tonks, ni que, en resumidas cuentas, hubiese sido la mejor mortífaga de Voldemort. No obstante, después de semejantes revelaciones, daba gracias de que Bellatrix hubiese estado aquella noche en la Mansión Malfoy. Miraba con otros ojos incluso su cicatriz.
La morena era cruel y estaba segura de que sus ideas no habían cambiado, solo esperaba el momento idóneo para atacar. Sin embargo, cuando durante la batalla de Hogwarts desarmó a Hermione, no solo no la mató sino que le devolvió su varita. Tampoco entendía eso. Sus ideas feministas y de defender a las mujeres -a su trastornada manera- también la llevaban a respetarla un mínimo. Pero seguía siendo una ególatra que la despreciaba. Aunque a los alumnos parecía tratarlos bien... Cada vez que lo pensaba terminaba con dolor de cabeza.
-Me va a volver loca sin ponerme un dedo encima... - musitó para sí misma.
Pensó en escribir a Harry y a Ron para contarles las nuevas revelaciones, pero lo descartó: no se veía capaz de relatar aquello. Ni siquiera había tenido fuerzas para hablarlo con Minerva. A la bruja oscura apenas la vio durante las semanas siguientes. Si se cruzaban por los pasillos, se ignoraban. Bellatrix caminaba abstraída en su mundo con su abundante melena cayéndole por la cara de tal forma que Hermione dudaba que pudiese ver algo. La duelista trataba de poner barreras con el mundo incluso en sentido físico.
Se volvieron a ver en la reunión que convocó McGonagall para evaluar los resultados del primer mes. Hermione acudió la primera y se sentó junto a la directora. El resto de profesores fueron llegando poco a poco. Finalmente -pero esta vez puntual- apareció Bellatrix charlando con Mirelle. Se sentaron juntas y la escocesa comenzó el análisis del curso. Al parecer todo fluía sin problemas y no había ninguna queja especial. Así que pasó a comentar asuntos concretos. Empezó por uno que llevaba días extrañándola.
-Bellatrix -la llamó sin resultado- ¡Bellatrix!
La bruja oscura dio un respingo, volvió a la realidad y dejó de jugar a enroscar el pelo en su varita. Miró a la directora esperando la reprimenda.
-¿Por qué en tus notas y exámenes hay números en lugar de nombres?
-Ah, sí. Es mi sistema, los he numerado.
-¿Has numerado los trabajos?
-He numerado a los alumnos.
Toda la mesa la miró con desconcierto, así que procedió a detallar su método de trabajo.
-Es que son un montón y solo voy a estar un año. Veo imposible aprenderme sus nombres, no me aprendí ni los de los mortífagos...
Cada vez que mentaba algo relacionado con Voldemort, la mayoría de profesores se revolvían inquietos en sus asientos. Ella prosiguió con la explicación.
-Así que los he numerado. Tengo memoria fotográfica y me cuesta mucho menos asignarles números en función de dónde se sientan.
Antes de que la directora pudiera objetar ante la inmoralidad de reducir a los estudiantes a números, la duelista añadió otro argumento:
-Además pensé que sería más justo. Por mucho que sea una persona nueva, tolerante y todas esas tonterías, no puedo cambiar la forma en la que me criaron y las ideas con las que he vivido siempre. Si conociera sus apellidos sabría si pertenecen a los Sagrados Veintiocho y podría tener la tentación inconsciente de cogerles más apego que a los mestizos o sangr... nacidos de muggles. No queremos que eso pase. Y ningún alumno se ha quejado, a todos les parece bien. Así que mi sistema es perfecto.
"Por lo menos no los ha llamado sangre sucias" pensó Hermione poniendo los ojos en blanco. McGonagall sacudió la cabeza, suspiró y se admitió a sí misma que le tranquilizaba que la bruja oscura no conociera el estatus de sangre de sus alumnos. Como parecía que a ella le funcionaba y a los estudiantes también (aunque tomó nota mental de preguntarles), decidió dejarlo correr por el momento. Por el contrario, Madame Hooch -otra de las pocas que se atrevían a replicar a la mortífaga- no se quedó callada:
-¡Da igual que a ellos les parezca bien! ¿Te gustaría que a ti, la gran Bellatrix Black, te redujeran a un número? -preguntó indignada.
Hermione estuvo de acuerdo y temió la réplica de la bruja. Sin embargo, la aludida sonrió con crueldad y contestó despacio:
-Ya lo hicieron y para siempre -comentó apartándose la abundante melena para dejar el cuello a la vista-. No me molestó especialmente.
Todos tragaron saliva al ver en su cuello el tatuaje del número 93 con las runas de Azkaban. Nadie añadió nada. Salvo Mirelle, que murmuró a su amiga en francés: "¡Me encanta cuando los dejas flipados con tus movidas de expresidiaria!". Bellatrix le guiñó el ojo e invitó a McGonagall a seguir con la reunión. La directora tomó la palabra para intentar paliar la incomodidad. Preguntó por asuntos particulares a algunos profesores y luego pasó a asuntos generales.
-Me preocupa Steve Fawley, de tercer curso. Siempre había sacado muy buenas notas y este curso está mucho más flojo, no se apuntó a las excursiones a Hogsmeade, ni le interesan las prácticas de quidditch como los otros años. ¿Cómo va en vuestras asignaturas?
Hermione compartió la preocupación, también se había fijado e incluso le había preguntado al chico, pero sin resultados. El resto observaron sus notas y estuvieron de acuerdo. Entonces la directora preguntó a la única que no había intervenido:
-Bellatrix, ¿cómo va Fawley en Defensa?
La morena frunció el ceño y se encogió de hombros. Confirmaron que, en efecto, no se había aprendido un solo nombre. Su amiga francesa intentó echarle un cable. Había acudido a algunas clases de la bruja oscura para ayudarla con las demostraciones de duelo:
-Slytherin, pelo rubio oscuro, ojos castaño claro, más bien bajito. En tu clase se sienta en segunda fila en un lateral.
La aludida ladeó la cabeza en su habitual gesto pensativo.
-¡Ah, sí, veintitrés! Eso lo solucioné el otro día. Su padre murió este verano en un ataque de un hombre lobo y su madre ha tenido que irse a trabajar fuera del país porque tienen problemas económicos. No se lo ha contado a nadie porque le da vergüenza. Le encanta el quidditch porque fue su padre quien le enseñó a jugar y siempre le decía que acabaría siendo jugador profesional. Pero todos sus compañeros tienen escobas nuevas y a él le daba vergüenza ser el único que tenía que usar una prestada. Además, su madre está más lejos de lo que vuelan las lechuzas y no podía firmarle la autorización para ir al pueblo. Escribí a la tienda de quidditch y le regalaron el modelo más caro que ni siquiera ha salido a la venta (bueno, me lo regalaron a mí, pero no necesito más trastos de esos). Y le firmé la autorización indicando con claridad que soy la bruja más poderosa del país pero no la madre de nadie. Me prometió que va a esforzarse por sacar las mejores notas de su vida. Así que ya está.
Si les hubiese contado que se iba a casar con muggle y a tener ocho hijos no la hubieran mirado con los ojos más abiertos. A nadie le cuadraba la idea de Bellatrix preocupándose por la felicidad de un alumno, parecía una locura, era como Umbridge acariciando a un centauro. Tras mirarla con asombro durante bastantes segundos, la directora rebuscó en un archivador las últimas autorizaciones que había recibido. Como había estado tan ocupada con la evaluación de la duelista, las había aceptado sin leerlas. Pero comprobó que decía la verdad. Entre las últimas que había recibido estaba la citada: su firma y su aclaración de no-maternidad estaban bien claras. Para sorpresa incluso de sí misma, fue Hermione la primera que se dirigió a ella:
-¿Cómo lo sabes?
-Le pregunté y me lo contó -contestó como si fuese la cosa más evidente del mundo.
-Yo también le pregunté y me dijo que no pasaba nada.
Bellatrix abrió la boca para soltar una respuesta sarcástica pero la mirada de advertencia que recibió de McGonagall la disuadió y eligió mejor las palabras:
-Confían en mí. A esas edades son muy orgullosos y todo les da vergüenza. No le va a revelar nada a doña Perfecta, cerebro del trío dorado y adalid del buen juicio. Pero una pobre loca que pasó catorce años en la cárcel y a la que el Ministerio guía y evalúa como si tuviese cinco años, le impone menos -comentó la bruja riéndose sola-. Por muy vergonzosa que le parezca su situación, no creo que vea posible igualar la mía.
El resto la miraban sin salir de su estupor y sin entender el motivo de que aquello hubiese llevado a la ex mortífaga a llorar de risa.
-¡Y encima el pobre muchacho me lo contaba con una actitud de "Ya siento molestarla con mis mierdas porque es evidente que usted está mucho peor..."! -siguió la duelista secándose las lágrimas- Ay... Al final va a ser lo mío esto de la enseñanza, no sé por qué parecéis todos tan viejos y cansados, esto está chupado.
-Querida, tienes un tacto con el que podrías trabajar de sanadora en San Mungo -ironizó Hooch.
-¡¿Te imaginas?! ¡Yo en San Mungo sin ser paciente, el mundo implosionaría! -balbuceó Bellatrix con dificultad porque se estaba riendo muy fuerte- Recuperaría el apellido de casada que me hizo famosa y haría tarjetas de visita: "Madame Lestrange, sana su mente y su alma. Veinte por ciento de descuento si el trastorno te lo causó ella".
Parecía que se iba a ahogar en sus propias carcajadas. Mirelle intentaba aguantar la risa: ver a Bellatrix pasándolo tan bien en un ambiente tan serio era muy contagioso, pero quería evitar las miradas de odio de la directora. Hermione la contemplaba asustada, esa mujer estaba completamente loca. Slughorn le pasó un pañuelo para que pudiera secarse las lágrimas y Minerva levitó hacia ella un vaso de agua para ver si se tranquilizaba. Le costó un par de minutos más, pero al final consiguió serenarse y les animó a continuar sin asomo de vergüenza.
-¿Por dónde íbamos? - preguntó Minerva maldiciendo porque Bellatrix hubiese aparecido durante su mandato y no en el de Dumbledore o Snape.
-Steve Fawley -recordó Herbert Carburd-. Madame Black nos contaba que en un arranque de bondad solucionó su problema.
-¡Oh, qué va! -intervino de nuevo la duelista- No es bondad sino egoísmo. Soy la mejor, siempre lo he sido, en todo lo que hago. Aunque lo odie, no voy a dejar de ser la mejor profesora porque veintitrés se pase las clases suspirando. Voy a superaros a todos igual que fui la única que pudo derrotar a Voldemort, la mejor mortífaga, la única bruja a la que un unicornio ha ofrecido sangre voluntariamente, la mejor estudiante ya que nadie ha podido igualar mis E.X.T.A.S.I.S...
Lo del unicornio era una historia que mataría por escuchar, pero fue la última parte la que hizo saltar a Hermione. Estaba segura de que Bellatrix no había sacado mejores notas que ella en sus exámenes finales. La interrumpió sin dudar:
-Yo saqué once Extraordinarios en los E.X.T.A.S.I.S.-sentenció con orgullo.
Bellatrix la miró con una amplia sonrisa. "Yo doce" aseguró. Era imposible: ella se presentó a todas las asignaturas. La castaña miró con incredulidad a McGonagall que asintió con pesar.
-¿Cómo es posible si...?
-Bellatrix cursó Adivinación -informó la directora.
Era el único examen al que la joven no se había presentado. Siempre le pareció una tontería y una pérdida de tiempo, ni siquiera lo contaba como una posibilidad. La gente solía prepararse como mucho tres de esos exámenes, jamás se le ocurrió que nadie pudiese estudiar las doce materias. ¡Espera! Eso quería decir que...
-¿¡Cursaste Estudios muggles?! -preguntó sin dar crédito.
-No lo cursé. Pero me presenté al examen porque tenía bastante experiencia sobre el terreno. Digamos que mi maestro de entonces me solía llevar a visitar barrios muggles -comentó con tranquilidad- y aprendí mucho. Tuve la suerte de que uno de los temas entre los que pude elegir para desarrollar era "Armas muggles"; ya sabes, bombas, rifles, dagas... y de eso sé un montón.
La chica palideció.
-¡Bellatrix! -la regañó Minerva.
-¡Dime, Minnie! -respondió sonriente.
La directora no verbalizó el hecho de que no era apropiado dar a entender que sacó un Extraordinario porque Voldemort la llevó a atacar zonas muggles. Tampoco la tranquilizó pensar que esa bruja que ya era mortal con una varita supiese emplear armamento bélico. Decidió dar por zanjado el tema de Steve Fawley alias "veintitrés". Recordó una vez más el calendario del mes y finalizó la reunión con la sensación de que aquello le había supuesto un esfuerzo mental excesivo.
Mirelle le preguntó algo en su idioma natal a Bellatrix y la bruja contestó afirmativamente. Hermione supuso que habrían quedado para cenar o algo así. Mirelle salió corriendo hacia su clase pero la gryffindor no era capaz de levantarse de su asiento. Seguía saturada por todo lo que la bruja oscura había revelado: los alumnos confiaban en ella más que en el resto, fue una estudiante extraordinaria solo comparable a ella misma... Se maldijo al darse cuenta de que tenía envidia de su compañera francesa por cenar con ella y ser su amiga. Por mucho que la odiara, había temas de los que le gustaría conversar... Y más en su habitación, de noche y con el vestido escotado que llevaba... "¡Hermione! ¿Estás enferma o qué?" se riñó inmediatamente refugiándose en la imagen de Ron. Se dijo que la admiración y el odio eran tan grandes que la confundían.
Cuando se levantaba, recordó que sí tenía una excusa para hablar con ella. Lo había traído por si acaso y no pensaba dárselo ni loca, pero necesitaba pasar página. Necesitaba superar realmente el pasado. Ya no la odiaba tantísimo y empezaba a pensar que, por desgracia, podría aprender de ella. Su sed de conocimientos siempre era su perdición. Y además era la única que podía ayudarla con el problema de Gringotts... Así que cuando solo quedaban la directora y ella, llamó a la última persona que abandonaba la sala:
-¡Madame Black! -exclamó sin pensarlo mucho.
La aludida se giró enarcando una ceja en un gesto interrogativo. McGonagall miró a su protegida horrorizada como diciendo: "¿Pero qué haces? ¡Que por fin se iba!". La chica reunió valor y susurró ocultando el temblor de su voz:
-Tengo algo para usted...
La bruja se acercó lentamente y Hermione rebuscó en su bolso. Pronto sintió el terciopelo bajo sus dedos. Se arrepintió al instante, pero ya no había marcha atrás. Aprovechando que Kreacher trabajaba en Hogwarts, le había pedido hacía unos días que fuese a buscar algo para ella a Grimmauld Place. Al saber que el asunto tenía que ver con la matriarca de los Black, el elfo cumplió sin rechistar. Extrajo la funda de terciopelo y se la tendió a la duelista. Bellatrix lo aceptó tras dudar unos segundos. Cuando sus finos dedos rozaron los suyos, la chica sintió un escalofrío por todo el cuerpo.
La directora observó con estremecimiento como la slytherin desenvolvía la daga con la que mató a Dobby y torturó a Hermione. Contempló el arma embelesada y la acarició con cariño, realmente debía tener valor emocional para ella. La castaña la observó sintiendo el sudor frío resbalando por su espalda. Fue a peor cuando sin soltar el instrumento, la bruja le subió la manga donde lucía la cicatriz. Ni siquiera tuvo el valor de retirar el brazo. Bellatrix acarició el insulto con la yema de sus dedos, como admirando su trabajo. Los escalofríos volvieron a adueñarse de su cuerpo (y el terror no era la causa de todos).
-¿Sigue significando algo para ti?-preguntó la ex mortífaga con calma.
McGonagall sacó su varita con disimulo, pero Hermione la frenó mientras meditaba la respuesta. Sintió que era incapaz de mentir a aquellos ojos negros que parecían perforar su alma. La cicatriz ya no le recordaba el odio hacia su autora ni a aquella noche traumática. Tampoco deseaba lucirla en defensa de su condición de sangre; aquello era valiente pero bastante pueril. Así que respondió con sinceridad:
-No como al principio. Y agradezco que me ayudaras como pudiste.
Para su desmayo, la morena agarró con soltura la empuñadura de la daga. Antes de que la directora pudiera levantar su varita, observaron desconcertadas como arañaba con la punta su dedo índice. Un par de gotas de sangre brotaron al instante. Agarró el antebrazo de la chica y lo acarició con el arma pero sin cortar. La gryffindor notó aterrada cómo su cicatriz se abría. El dolor fue inmenso pero apretó la mandíbula para no gritar. McGonagall no sabía si debía intervenir o no. Bellatrix colocó su dedo sobre ella sin tocarla en ningún momento. Las gotas de sangre cayeron sobre la herida abierta. Hubiese sido realmente doloroso de no ser porque su cerebro se centró en registrar la sensación del cuerpo de la mortífaga tan cerca del suyo, su olor a sándalo y pachuli y el aura de oscuridad y misterio. McGonagall contemplaba la escena angustiada con la varita dispuesta. Pocos segundos después, Bellatrix cortó el contacto y guardó la daga en su cintura.
-Necesitas algo para recordar -escuchó Hermione en su cabeza.
No supo si las palabras fueron reales o no. Bellatrix se marchó sin decir nada. La directora y su exalumna se miraron sin entender qué acababa de pasar. Hermione conjuró un pañuelo para limpiar con cuidado la herida de su antebrazo. Comprobó con estupor que la cicatriz de "sangre sucia" seguía ahí, pero de forma casi imperceptible. Las líneas rojas y brillantes que lucía cinco minutos antes ahora eran blancas y sin relieve. Minerva parecía igual de sorprendida.
-¿Qué tipo de conjuro es? -murmuró la chica aturdida.
-No lo sé -reconoció la directora-. Algún tipo de magia negra muy compleja. Supongo que ella era la única que podía curarlo.
La chica había llegado a la misma conclusión. También sospechó que podría haberla eliminado por completo, pero querría que recordara la diferencia de sangre que las separaba. Aún así, ¿por qué lo había hecho? Recordó sus palabras durante la guerra: "Siempre cuido de mis mascotas". Volvió a sentir un escalofrío de origen indeterminado. Al final suspiró y se rindió:
-Ya no tengo ni idea de lo que pienso de ella, Minerva.
-Yo tampoco. Todos sus actos son contradictorios, me sorprende cada vez que abre la boca. Me lo esperaba peor cuando la contraté, pero también creí que sería más fácil de manejar... Sé cómo tratar a la mortífaga trastornada que creí que aterrorizaría a los alumnos; pero esta versión que consigue que confíen en ella sin dejar de hablar de su pasado con total naturalidad... no sé qué pensar.
La castaña no pudo estar más de acuerdo.
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