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Capítulo 25

Cuando el insistente alumno desapareció, Hermione suspiró aliviada y miró a su salvadora. Bellatrix llevaba un vestido de terciopelo verde oscuro, ajustado a su figura con una abertura lateral que llegaba hasta el muslo. El escote estaba bordeado con lo que la chica intuyó que eran diamantes auténticos. Las sandalias de tacón de aguja en negro con piedrecitas brillantes y unos mitones de encaje completaban el conjunto. De nuevo, a Hermione le costó no babear. Y su compañera se dio cuenta.

-¿Me giro para que puedas mirarme el culo también? -se ofreció la morena.

No le hizo falta responder porque la mortífaga lo hizo. Por seguirle el juego y porque la sobriedad seguía desaparecida en combate, Hermione sentenció: "Una obra de arte, sin duda". La slytherin la miró sorprendida por el descaro, pero finalmente rió. Iba a contestar cuando Slughorn se acercó a saludarlas. Le pidió un baile a la duelista que declinó la oferta: ella nunca bailaba y menos delante de los alumnos. No podía malograr su imagen y además aborreció los bailes en su época de joven casadera. Le dio toda esa información para que la dejara en paz. Aún así lo intentó un par de veces más. Cuando se deshicieron de él, retomó la conversación:

-Tú tampoco estás mal, monito. Me ponen las mujeres con traje.

-A mí me pone mi novio -respondió la castaña intentando mantener la seriedad.

-Sí, te pone enferma -sonrió la bruja-. Seguro que pensaste en... ¡Kreacher! -se interrumpió al ver a su elfo de confianza- ¿Puedes traerme whisky? MamacGonagall no ha servido nada más fuerte que la cerveza de mantequilla...

-¡Por supuesto, señorita Bella! -respondió el elfo encantado de poder complacerla.

No pasó ni medio minuto cuando Kreacher volvió con una botella de whisky. Con un chasquido de sus dedos, la transformó para que pareciera agua y la directora no detectara la infracción. La bruja oscura le dio las gracias. Hermione la contempló sin decir nada. La morena se sirvió un vaso y dio un trago largo. Cerró los ojos disfrutando con placer. Seguidamente le ofreció a su compañera. Hermione no aceptó. A Bellatrix le dio igual. Con un movimiento de varita le llenó el vaso de whisky. La chica no bebió.

-Tratas bien a los elfos -comentó.

-Vaya tema para una fiesta, monito, eres la juerga personificada... -la regañó la bruja- Aprecio a Kreacher, siempre me ha sido leal. Nos ayudó a tenderos la emboscada en el Departamento de Misterios. Y cuando de pequeña tenía problemas de ira y mis padres me castigaban él me curaba y...

La bruja oscura se calló de repente. Hermione vio en sus ojos que se arrepentía de lo que acababa de confesar. Y que había bebido para ser capaz de bajar a la fiesta y no controlaba sus palabras. Notó que Bellatrix sacaba su varita de nuevo, probablemente para hacerla olvidar. Hermione iba a detenerla pero no hizo falta. Mirelle apareció sonriente y ajena a todo como de costumbre:

-¡Herms! Ethan te está buscando porque dice que le has prometido un brindis o no sé qué -le indicó a la castaña que maldijo a Merlín-. Y tú, ven a bailar.

-¡Por supuesto que no! -se negó la slytherin- Yo no bailo.

-Vas a bailar conmigo, ma chérie -aseguró cogiéndola del brazo y arrastrándola al centro.

-¿¡Pero no ves la imagen que vamos a dar!? ¡Los alumnos se tocarán pensando en nosotras! -protestó la morena.

"Así les hacemos un regalo de Navidad" sentenció la francesa. Hermione sacudió la cabeza y sin ser consciente dio un trago al whisky. Estuvo a punto de escupir al notar lo fuerte que era. Pero aguantó. Acarició el vaso mientras observaba a las dos brujas bailar entre los hipnotizados alumnos. Lo que le había revelado Mirelle sobre la angustia de la slytherin trabajando en Hogwarts le resultaba tan familiar que la asustaba. Odiaba identificarse con una asesina. Cuando vio a Ethan acercarse hacia ella, dio un par de tragos más. El mago empezó a relatarle sus vivencias rechazando a alumnas que se le declaraban pero no le escuchó. Estaba absorta disfrutando del espectáculo. A los dos minutos el joven se rindió y siguió la dirección de sus ojos.

-Joder... -murmuró- Qué buenas están...

-Y que lo digas -respondió Hermione sin mirarle.

Él frunció el ceño ligeramente; ya le había pasado con Mirelle, no podía ser que la sabelotodo también prefiriera su mismo sexo... Aunque independientemente de sus preferencias sexuales, todo el mundo contemplaba a las dos brujas bailar ajenas a todo. Poseían una elegancia innata y se notaba que habían sido educadas para triunfar en esas fiestas. Bellatrix, que intentaba fingir desagrado con poco éxito, permitía que su compañera llevara el ritmo; a Mirelle se le daba bien guiarla. Además de cómo sus cuerpos perfectos encajaban y sus melenas se mezclaban en un abanico ocre y oscuridad, Hermione envidiaba sus expresiones.

A la castaña se la veía alegre y feliz, como siempre, y orgullosa de haber logrado convencer a la obcecada mortífaga. Y Bellatrix... a Bellatrix parecía que por unos minutos alguien la ayudaba a soportar la carga que la asfixiaba. Sonreía ligeramente y sus ojos brillaban. No parecía recordar que se hallaba en una sala donde la mitad la odiaban y la otra mitad la consideraban objeto de estudio. Eran completamente opuestas de carácter: la luz y la oscuridad personificadas. Mirelle siempre tenía una sonrisa para todos y Bellatrix un crucio. La francesa jamás permitía que nada le afectara, mientras que la inglesa vivía sumida en una guerra que nunca le concedía una tregua.

Sin embargo, ambas pertenecían a insignes familias de sangre pura, se habían negado a ser esposas y madres devotas, eran decididas y fuertes y las habían criado de forma similar. Bellatrix había encontrado en Mirelle a la única persona que podía comprenderla sin juzgarla. Además eran ricas, de la misma edad y preciosas. Se parecían también en su alergia al compromiso, era lo único que las separaba. Aunque por muy generosa que fuese Hermione, el sentimiento predominante era le envidia: ella deseaba algo así. Ni en sus primeros tiempos con Ron se había sentido tan libre como ellas dos. Había costado mucho trabajo y sacrificio lo que a ellas les salía solo. Claro que su relación con el pelirrojo era más profunda, pero...

-¿Me concede este baile? -insisitó Ethan.

La gryffindor chasqueó la lengua con fastidio, pero aceptó. Eso la libró de analizar la envidia que le daba la forma en que Bellatrix confiaba en Mirelle. Y le sonreía, y no la consideraba un ser inferior. Quería mucho a su amiga y se merecía lo mejor, pero ella también quería una Bellatrix... Una que no fuese una asesina sin compasión ni remordimientos. Mientras el mago la guiaba a la pista de baile, pensó en sus sospechas de que la slytherin no se arrepentía de sus crímenes. No lo habían hablado: le daba miedo preguntarle y que se lo confirmara.

-¿En qué piensas, hermosa? -le preguntó el mago.

-En que no sé si somos nosotros o es la sala la que da vueltas.

No debería haber mezclado vino y whisky. Pero ya era tarde. Mientras aguantaba estoicamente en la pista de baile, en uno de los giros su mirada se cruzó con la de Bellatrix. Recibió una sonrisa burlona y temió que su embriaguez fuese demasiado evidente. Aún así respondió con una mueca de suficiencia e intentó ignorarla. Logró hacerlo porque todos sus esfuerzos se centraron en mantener la compostura. No era solo el alcohol. Estaba bailando con un chico que no era su novio a pocos metros de la que fue su amante una noche en la misma sala donde tuvo lugar la guerra. En el suelo que pisaban habían yacido cadáveres de niños de once años. De repente sintió ganas de vomitar. Era demasiado, todo era demasiado.

-¿Te encuentras bien, Hermione? -preguntó Ethan preocupado.

Ella paró de bailar y asintió. Murmuró que solo necesitaba aire. Él la agarró del brazo e insistió en acompañarla. Eso aún retorció más su estómago, necesitaba librarse de él. Le aseguró que prefería estar sola.

-No te voy a dejar salir en estas condiciones -remarcó el mago-. Fuera está nevando, hace frío y...

Hermione gimoteó desesperada. La sala seguía dando vueltas como un carrusel con siniestras figuras que bailaban exultantes a su alrededor. Se hallaba sumida en una danza macabra. ¿De verdad nadie se daba cuenta del sinsentido? Su respiración estaba más acelerada que cuando se enfrentó al troll con once años. Todo se volvió borroso, como si formara parte de una película de terror que alguien había acelerado. Creyó que estaba sola, no parecía que nadie más se diera cuenta. Hasta que una niña en algún lugar empezó a gritar. Eso la calmó un poco, no estaba sola.

-¡Hermione, Hermione! -exclamó McGonagall.

Sí estaba sola: la niña que gritaba era ella. No era su primer ataque de pánico, pero sí el primero en público. En una sala con cientos de alumnos y todos los profesores que la miraban con más curiosidad que preocupación. La música y la danza habían cesado, el entrechocar de las copas también. Eso no la calmó, ni mucho menos la avergonzó, no era ella la que debía sentir vergüenza. Quizá envalentonada por el alcohol o simplemente porque la situación no parecía real, empezó a gritar:

-¡¿PERO NO OS DAIS CUENTA DE QUE ESTO ES UNA BARBARIDAD?! ¡ESTAMOS BEBIENDO Y RIENDO MIENTRAS NUESTROS AMIGOS ESTÁN MUERTOS! ¡MURIERON AQUÍ, JUSTO AQUÍ, DONDE ESTAMOS BAILANDO COMO ENFERMOS! DEBERÍAMOS HABERLOS SALVADO, DEBERÍAMOS HABER...

-Hermione, por favor, ven conmigo -ordenó McGonagall intentando mantener a raya su preocupación.

-¡NO! -bramó la chica que había perdido en control por completo- ¡Te agradezco todo lo que haces por mí, pero no puedes tratarme como a una cría! ¡No eres mi madre, deja de intentar serlo!

"Yo no pretendo..." murmuró la escocesa. Hermione no quería su compasión, pero no parecía haber forma de calmarla. Estaba tan superada por los acontecimientos que le dio igual que todo el mundo la mirara y la rodeara como a un colacuerno fuera de control. El silencio era tan absoluto que resultaba ensordecedor. McGonagall no sabía qué hacer tras ser rechazada. Antes de que nadie se decidiera a actuar, la joven gryffindor notó como alguien la agarraba con fuerza.

-Se viene conmigo, así estará a salvo de paternalismos y sensiblerías.

A la chica no le hacía gracia que la causante de la mayoría de sus problemas la obligara a abandonar la sala. Pero no tuvo fuerzas para seguir gritando. Como no la rechazó, McGonagall estaba desesperada y Bellatrix no aceptaba replicas, no hubo un plan mejor.

-¡Y el resto qué miráis, volved a lo vuestro, panda de bebés ineptos! -espetó la mortífaga.

A ella no le hizo falta gritar. De inmediato toda la sala intentó buscarse una ocupación. La música volvió a sonar y cada uno localizó su copa y a su acompañante. Un minuto después Hermione ya solo era un cotilleo entre baile y baile. Por suerte ella no lo oyó, no oyó nada. La única sensación era Bellatrix arrastrándola fuera del colegio. En concreto la tenía sujeta por la muñeca donde con dificultad aún se podía leer "sangre sucia".

Si hubiese sido dueña de su cordura o al menos de su cuerpo, Hermione hubiese protestado. Pero no fue capaz. Seguía sufriendo un ataque de ansiedad. Su corazón iba a toda velocidad, sentía un calor asfixiante, sudaba mucho y se ahogaba, le faltaba el aire. Ya le había sucedido otras veces tras la guerra, pero nunca en público. Quería pedirle a la slytherin que la llevara a la enfermería y que caminara más despacio. Llevaba poco tacón, pero no estaba acostumbrada; no así su compañera, que se deslizaba con doce centímetros igual que con sus botas de combate. Necesitaba calmarse, no podía controlar su respiración en esas condiciones.

Solo logró balbucear mientras gimoteaba agobiada. Fue ignorada. Pronto la puerta que daba acceso al exterior del castillo se abrió ante ellas. Una bofetada de frío envuelta en diminutos copos de nieve las recibió. Eso calmó mínimamente a Hermione: los sofocos empezaron a reducirse. Sin soltarla, Bellatrix se dirigió hacia uno de los laterales del castillo. "Esto no me está pasando a mí, no soy yo" pensó la castaña. Recordó que la sensación de estar fuera de sí misma era otro síntoma del ataque de ansiedad. Era el más fuerte que había tenido. Aunque ahora la envolvía el aire puro, en semejante estado de agitación apenas podía respirar. Sumida en una absoluta irrealidad, escuchó a Bellatrix ordenarle:

-Túmbate.

El suelo estaba cubierto por una capa de nieve de un palmo de grosor. A pesar de que nada de eso parecía real, se olvidó de sí misma y se centró en la mortífaga.

-¿¡Pero tú estás loca!? ¡Me estoy fastidiando de frío de pie como para tumbarme! ¡Lo que necesito es...!

-Muy bien. Por las malas entonces, es mi forma favorita.

Ni siquiera se molestó en sacar su varita: con un ligero empujón, Hermione perdió el equilibrio y cayó al suelo. La nieve amortiguó el golpe, pero no su ira ni mucho menos el frío. No pudo incorporarse: apreció con detalle las sandalias de ante con diminutos cristales negros tallados a mano. Y lo pudo apreciar porque Bellatrix tenía el pie sobre su pecho. No hacía presión, pero sabía que si se movía, la haría. Se rindió. Miró con odio la cascada de pelo negro de la mortífaga ahora adornada con pequeños copos y cerró los ojos. Si quería matarla sin varita ni nada, adelante. 

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