Quirón
En la mañana, Moroní sintió un gustoso olor a café recién colado que la despertó. Ya su padre lo había tomado y se había marchado a la siembra. Moroní se cambió, se apresuró a lavar su cara, peinó su pelo y salió al encuentro de Quirón. Se quedó observándolo. Estaba en la parte de afuera de la casa fumando, con una deliciosa expresión, su hermosa pipa.
En apariencia física Quirón era un hombre apuesto; de contextura fuerte pero con una dulzura en su rostro que apenas él sospechaba. Su piel blanca hacía el contraste justo con la negrura de su pelo y sus ojos, dos amielados insondables, que se coronaban en una frente de amplias entradas. Moroní lo observaba y pensaba que estaba hecho para su gusto.
Quirón había venido hasta esas tierras en una expedición que intentaba hacer un documental acerca de las bellezas naturales de nuestra Selva Amazónica. Con su arte fotográfico debía capturar y transmitir cada aroma, cada matiz, cada latigazo y cada herida abierta en el corazón de la tierra. Pero para esto el hombre debía establecer un contacto íntimo y cercano con la tierra misma, sentirla, amarla y luego descifrar sus complicados acertijos.
Moroní lo sacó de su encanto cuando se acercó a él con un tazón de humeante café.
- Muchas gracias por el café, pero no debió molestarse. Creo que el cansancio me hizo dormir más de lo debido.
- No es molestia. Parecías abstraído, como distante. Tan inatrapable como el humo de tu pipa.
- Sólo pensaba en el trabajo que tengo que hacer. Desde hace mucho tiempo tengo esta aspiración y deseo concretarla de la mejor manera.
- Si en algo puedo ayudarte...
- Por supuesto que puedes. Tú que conoces estas tierras, su gente, sus costumbres eres la más indicada para aportarme datos fidedignos.
- Entonces cuenta conmigo - dijo Moroní - al término que sentía que no sólo en eso podía ayudar al viajero.
En ese momento Quirón, por vez primera, observó detenidamente a Moroní. Había algo en ella que lo cautivaba. Sus miradas permanecieron cruzadas y a través de ellas sentían la caricia de una voz ancestral que parecía susurrarles que uno estaba echo para el otro.
Sin salir de su encanto Quirón le pidió a Moroní perpetuar esa expresión de su rostro. Rápidamente entró a la casa y buscó su cámara. Moroní que nunca había sido fotografiada no sabía que hacer y se mostraba un tanto esquiva.
- No tengas miedo, dijo Quirón. Sólo tienes que ser tú y este lente al compás de una luz capturará tu imagen. El resto lo hago yo.
Moroní no podía negarse. Y así, y desde ese día, Quirón, a la caza de las miradas, las sonrisas y los gestos de Moroní fue atesorando las más hermosas imágenes que alguna vez captara su lente. Desde ese momento, Moroní acompañó a Quirón a los más hermosos sitios para que él recogiera su muestra fotográfica. Él sentía que Moroní era agua, piedra, pájaro, tierra, aire. Un todo de la naturaleza conjugado en presencia de mujer.
Quirón era un hombre reservado y de temperamento un tanto solitario. No solía expresar sus emociones con facilidad, pero allí, frente a Moroní, mientras la observaba tan libre, tan ella, y a la vez tan recelosa por lo novedoso de la experiencia, no pudo más que sonreír. Reía y hablaba mientras intentaba guiar la sesión de fotos.
- Eso es Moroní. Sólo mira a donde quieras, pero sin perder la mirada. Eso es, así Moroní. Piensa en que sólo eres tú y este espacio. Bien, muy bien. Listo.
- ¿Eso... era todo?. Solo escuché muchos clics, clics.
- Sí, Moroní, sólo se trata de clics, clics, dijo Quirón, mientras reía y miraba con dulzura a la muchacha.
- Pues entonces es fácil ¿no?. No será difícil tomar las fotos que necesitas de este lugar.
- Y mucho menos si estoy contigo, se atrevió a decir Quirón.
Al escuchar esto Moroní sintió como en su estómago revoloteaban muchas mariposas. Eran las primeras palabras amables que el hombre tenía para ella. Sentía que podía estar muchas horas a su lado y sentir que el tiempo no transcurría pero no quería molestarlo con su presencia.
- Voy a estar dentro de la casa, arreglándola un poco y preparando la comida. Si no temes perderte puedes dar una vuelta por el poblado.
- Sí, creo que empezaré a seleccionar las tomas para el documental y las fotos.
Entraron juntos a la casa. Quirón guardó su cámara y sólo tomó una libreta y un lápiz que acomodó en un bolsillo. Se despidió de Moroní y salió. Mientras caminaba observaba acuciosamente todo lo que lo rodeaba. Según las coordenadas que había manejado junto a su grupo, debía estar ubicado en uno de los poblados situado en la cabecera del río Uraricoera en las Sabanas del Cerro Roraima.
Al acercarse a las otras casas del poblado Quirón observaba como la invasión de la "proyección turística" se debatía en crudo duelo con la mágica presencia cultural de las etnias. En ese espacio terriblemente cautivador, se erguía y luchaba, negándose a sucumbir, el herido espíritu de diversas comunidades indígenas; cada una preservando su esencia, a pesar del peso de los "intercambios interculturales" que no eran más que demonios desterrados e invasores enmascarados de gloria. Miraba como, de la simbiosis entre elementos autóctonos y foráneos, iba naciendo peligrosamente, la posibilidad de la pérdida cultural, o peor aún, de la opaca presencia que sucumbe en la lucha, no por ser un débil soldado sino por lo pesado de la artillería contraria.
Quirón estaba acostumbrado a conocer de los problemas étnicos en teoría, en lo que con distintos propósitos escribe la gente. Pero estar allí y mirar a corto lente el objetivo, era la más auténtica y cruda vía de conocimiento. Allí, en contacto con el gemido del agua y el grito desahuciado de la tierra podía admitir como se especulaba acerca de la preservación del patrimonio cultural indígena. Y hoy, después de haber estado tan informado corroboraba la tesis que connota decires y haceres como dos cosas distantes entres las que se tiende un puente levadizo.
La idea del documental había surgido, desde el punto de vista laboral, como un requerimiento de la empresa de Audiovisuales para la cual trabajaba. Pero más allá, por una necesidad personal, Quirón había inducido y organizado el viaje. Quería disfrazar con el antifaz del trabajo el escape para tanta confusión que surgía dentro de él. Su espíritu se dolía de las cosas que no podía transformar y otras veces, perdido entre el gran suburbio citadino, se confundía entre los borrosos límites de la razón y el instinto.
Mientras Quirón recorría el lugar, haciendo sus anotaciones observó gran movimiento entre los habitantes; al parecer se estaban realizando los preparativos para una fiesta o ritual de costumbre. En una especie de Casa Comunal un grupo de mujeres, de manera diligente, estaba preparando mucha comida y sirviendo una bebida, que por el olor percibido, parecía estar curtida por el paso de los días especialmente para esa celebración. Mientras tanto otro grupo de mujeres más jóvenes se daban a la tarea de pincelar con pinturas multicolores, extraídas de productos naturales, palmas que servían para adornar el contorno de la casa; así mismo enhebraban cintillos y collares, seguramente para ataviar los cuerpos de quienes participarían.
Quirón caminaba con soltura por el lugar y no era visto con asombro, como suponía al principio; pues dentro de las costumbres culturales de la etnia de Moroní era usual la adopción y la asimilación de miembros extraños. Decidió ir al encuentro de Moroní para indagar a qué se debía el azaroso movimiento de la gente. Mientras caminaba pensaba en la muchacha y se sorprendía del agrado que sentía al recordar la candidez con la que posó para su lente. Recordaba sus ojos, sus negros y profundos ojos. Sin saber por qué se sentía preso de aquella mirada; un extraño sortilegio heredado de muchos siglos se apoderaba de aquellas pupilas y lo hacían sucumbir sin razón lógica alguna. El temperamento frío e impenetrable de Quirón, por vez primera, abría una rendija para la acariciante mirada de Moroní la cual le arrancaba una desconcertante sensación que lo embriagaba.
Al entrar a la casa, Moroní salió a su encuentro. Llevaba en sus manos una cesta llena de yucas frescas traídas por su padre la noche anterior. Quirón la miró fijamente y con el empujón de un súbito impulso le dijo:
- Tus ojos cautivan de manera inexplicable. Parecen ojos musulmanes. Intensos, indescifrables. Y al cabo que decía esto, con la palma de su mano tapaba la mitad del rostro de Moroní.
- Me reconozco en esos ojos, y eso me inquieta.
Moroní lo miraba y sentía desvanecerse ante él. Tenía la certeza de que muy sinceramente Quirón expresaba lo que sentía, porque de los dos, sólo ella era la llamada a entender lo que pasaba. Quirón y ella volvían a encontrarse porque una vez estuvieron unidos solo que acabado un ciclo se desprendieron para reiniciar el camino del reencuentro.
Quirón, negándose el intento de seguir abordando a Moroní preguntó por el movimiento que había observado en el poblado.
- Se trata de la celebración del Adahe ademi hidi o fiesta del Conuco Nuevo. Es un ritual de nuestra gente a través del cual se inicia en los adolescentes un cambio mental y emocional que los hace hombres verdaderos. Dura varios días, allí podrás recabar dato para tu trabajo.
- ¿Cuándo comienza?
- Esta noche. Por eso voy a ayudar a las mujeres a rallar la yuca. Aunque creo que nuestra participación está relegada a un segundo plano. No podemos participar en el ritual, sólo en los preparativos previos. Y eso es injusto porque el Watunna es de todos. Pero desde siglos es así y tal vez yo no logre cambiarlo.
- ¿Qué es el watunna?
- Es el que contiene los cimientos de nuestro pueblo. No está escrito en ninguna parte. Está dentro y fuera de nosotros. En él está la sabiduría, la riqueza y todo lo que marca la vida de nuestro pueblo.
- ¿Puedo acompañarte...ayudarte en algo?
- Sí, me gustaría.
Quirón tomó la cesta de yuca que sostenía Moroní y de inmediato salieron de la casa. Durante el camino ella intentó saber algunas cosas de este hombre que la hacía sentir terriblemente agradada. Tras lo poco que pudo conversar, la muchacha presentía que un grito de soledad en el alma de Quirón ahuyentaba tesoros de luna. Intuía que dentro de aquella apacible humanidad luchaban fuerzas que se disputaban el feraz espacio de su ser.
Al llegar a la Casa Comunal Moroní se unió al resto de las mujeres para colaborar con los preparativos, mientras que Quirón observaba, rondaba y tomaba notas. Así transcurrió la tarde hasta que Moroní convidó a Quirón para ir a la casa, comer y luego regresar en la noche para la ceremonia. Serdna había llegado de la siembra y esperaba por Moroní fumando un tabaco delgado, hecho por él mismo. Ente los hombres solo hubo un breve cruce de palabras mientras que Moroní servía la comida. Comieron intercalando parcos diálogos. Quirón sentía la mirada penetrante de aquel hombre y eso lo inquietaba. Se sentía invadido y escudriñado por la mirada de Serdna; era evidente que aunque lo aceptó como huésped en su casa no estaba muy complacido con su presencia.
Moroní intentando suavizar la situación le contó a su padre que Quirón estaba haciendo investigaciones acerca del ritual que pronto se iniciaría.
- Siempre lo desconocido atrae. Dijo el hombre sin muchas ganas de seguir hablando.
Al terminar de comer Serdna se recostó en su chinchorro y Quirón sentado en la piedra grande del fondo, encendió su pipa. Moroní, después de lavar los platos se fue al río sin decir nada. Al cabo de un rato, Quirón fumando su aromática pipa caminó lentamente en dirección del río. Moroní se bañaba. Su cuerpo desnudo en armónica conjunción con el exuberante paisaje que la rodeaba, encegueció los ojos de Quirón.
- Parece una reina, una reina morena. Pensó el hombre lleno de admiración y deleite al observar a la muchacha.
Temiendo cometer una imprudencia y ser descubierto por Moroní caminó suavemente hacia atrás. Evitaba ser visto pues ese encuentro casual podía ser asumido como una conducta indecorosa y no quería que ella pensara eso de él. Regresó a la casa y encontró a Serdna acostado aún en su chinchorro. Pensó conversar con él para no sentirse nervioso por lo sucedido pero notó que el hombre, en actitud pensativa, no mostraba interés alguno por él. Sentado nuevamente en la piedra siguió fumando su pipa intentando apartar de su mente aquella imagen que le creaba una especie de zozobra en su corazón. Con la latente presencia del momento recién vivido Quirón fue sorprendido por Moroní quien ya regresaba con su piel olorosa a montaña, a brisa de tardecita dulce. Su pelo chorreaba por sus hombros como una cascada de ébano embravecida. Aún algunas gotas resbalaban por su rostro, el cual tenía la tersura de la canela en flor.
Quirón se enfrentaba a aquella mujer en medio de un torrente de confusiones que se alojaban en su ser atormentado y solo. No resultaba fácil para él admitir que aquella frágil y a la vez impetuosa mujer podía conmoverlo, revolverle el alma, al punto de sentir por primera vez, después de mucho tiempo, el corazón galopar en su pecho. Y más aún, en ese fúrico galope sentía que inexplicablemente sucumbía sin razón alguna.
Moroní lo sacó de su encanto al decirle que pronto se marcharía al poblado para la celebración. Asintió con un leve movimiento de cabeza mientras apagaba y guardaba su pipa.
- Estaré listo en unos minutos. Sólo voy por mi equipo de filmación.
La muchacha acudió al interior de la casa y Quirón en cada uno de sus pasos sentía que los suyos iban a seguirla por siempre. La razón no daba explicación, su piel, su instinto hablaban; el latido de su corazón que se alegraba al vestirse de domingo le decía que algo entre aquella mujer y él estaba ya unido.
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