Tiempo, Cronos famélico, cruel y divino, mariposa aleteante que en paréntesis abierto dibuja y desdibuja, crea y destruye todo en insondables y transparentes espacios de vida.
Somos sus dueños pero como esclavos sonrientes acudimos a su encuentro. Traspasamos por él inconcebibles límites: de la cordura a la locura, de la sensatez a la idiotez, de lo divino a lo profano.
Nos arropa y nos abandona a la intemperie, sin él no conocemos el inicio y el fin de nosotros mismos; y es él quien nos otorga la potestad de mistificarlo, transgredirlo o transformarlo.
El tiempo, entre bostezos y suspiros, hizo para nosotros una irrevocable y única morada. Emprendimos el recorrido. Tú de mí, yo de ti. En azaroso vaivén, lento a veces y convulsionado otras, construimos un espacio con aroma de violetas adormecidas. Probamos la miel y la hiel. Supimos de tempestades y quietudes.
Desde muy adentro de nosotros, nos sentíamos atiempoanclados a la misma orilla; como si el uno fuera la sombra lumínica del otro. Sombra necesaria que acaricia y acompaña.
Y en ese nuestro tiempo, como un cíclope enfurecido, brotó de pronto el desatino. Y las violetas cerraron sus ojos; se bifurcaron los caminos y tú y yo, como sombras exiguas iniciamos el adiós y el largo camino del reencuentro. Donde otra vez encontraríamos aroma de violetas, de sándalo y hortensias. Donde tu de mi y yo de ti convocaremos el principio y el final del tiempo; nuestro tiempo, tiempo de violetas, de alas, de sol y luna.
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