La Decisión
Una vez terminada la fiesta del Conuco Nuevo todo el poblado volvió a su rutinaria y apacible vida. Los jóvenes ya poseían el status de verdaderos hombres y asumían con seriedad su nuevo rol.
Había trascurrido una semana después de aquella noche en que Quirón se atrevió a besar a Moroní. Delante de Serdna y de los demás, aparentemente todo era igual, pero entre ellos la complicidad danzaba en suave vuelo. Ella no había preguntado ni él había explicado. No hacía falta, contra lo que el destino determina nada puede esgrimir barreras. Así lo entendía Moroní. Ella y Quirón se amarían; era una deuda pretérita que tenían prometida. No había palabras pero las miradas se encargaban de transmitir lo que nacía dentro de ellos.
Un atardecer tranquilo mientras Quirón fumaba su pipa sentado en la piedra del fondo sintió pasos, voces conocidas, y de pronto su nombre en un repentino grito de búsqueda. Estaba solo en la casa. Serdna estaba en sus labores de campo y Moroní estaba en el río colaborando con el parto de una de las mujeres del poblado. Quirón acudió al encuentro de las voces y se encontró con sus compañeros de expedición. En el reencuentro, el abrazo, las palmadas, el extravío; luego, lo recopilado para el documental, las anécdotas, el llamado a regresar. Conversaron largo rato. Entonces la pregunta que él no quería escuchar surgió de uno de sus compañeros.
- ¿Cuándo regresamos? Están esperando por nosotros para editar el material.
- Lo sé. Yo pude recoger muchas muestras interesantes, algunas de corte mítico-religioso, otras solo detallan el aspecto cultural.
- Si todo está listo. ¿Qué esperamos?
- Yo me quedo, ustedes pueden llevarse todo el material.
- ¿Te quedas? ¿Estás loco?
- Tal vez lo estoy. Pero es mi decisión. Me quedaré un tiempo más hasta tener la certeza definitiva de lo que haré.
- Oye hermano, salimos con unos planes y debemos terminar con ellos.
- Yo cumplí mi parte del trabajo. Esta es una decisión personal.
- No entiendo. Lo personal para ti hasta hace unos días era terminar este proyecto y enfrascarte en otros de alta envergadura. ¿Qué ha pasado?
Moroní llegó con la buena nueva del nacimiento de un hermoso varón. Saludo tímidamente a los visitantes y se dirigió al interior de la casa. Sabía de que se trataba y no quería escuchar. Prefería esperar. Sin embargo, para los visitantes no pasó desapercibida la forma en que Moroní se dirigió a Quirón y mucho menos la ternura con la cual éste la miraba. Las conjeturas invadieron los pensamientos y la pregunta no se hizo esperar.
- Espera, espera, lo que yo acabó de ver tiene que ver con tu decisión- pregunto el amigo-.
- Tal vez. Lo cierto es que necesito aclararme, ubicar dentro de mi ciertas piezas que están desencajadas.
- Pero si tú no eres hombre que se conmueve fácilmente. ¿Tú te has fijado de quien se trata?
- De una mujer tan especial que nunca pensé conocer.
- Te desconozco. Estás embelesado, embrujado. ¡No lo puedo creer!
- No me interesa lo que piensen. Es mi vida y yo decido. No les estoy pidiendo permiso, les estoy participando lo que voy a hacer.
- Es imposible conciliar contigo. Y tienes razón es tu decisión, pero piénsalo bien.
No hubo más reproches ni peticiones. Quirón les entregó todo el material fílmico, los rollos fotográficos y su libreta de anotaciones. Prometió mantenerse en contacto y desde allí ayudarlos en lo que quisieran. La despedida careció de la efusividad de la llegada, no obstante, de corazón, se desearon lo mejor. Quirón, desde la puerta los vio alejarse. No sentía tristeza ni dolor. Había resuelto el dilema que se le había presentado desde que comenzó a entender lo que sentía por Moroní. Cada día que transcurría pensaba en aquel momento y a veces dudaba. Pero hoy no necesitó pensarlo dos veces.
Rápidamente entró a la casa para buscar a Moroní. La encontró sentada en la piedra donde tantas veces él pensara en ella, deseándola, amándola. Esta vez tampoco fueron necesarias las palabras. Quirón se acercó lentamente y haciendo que levantara la mirada posada en el arenoso suelo comenzó a acariciar su rostro con el dorso de su mano. Sentía la piel caliente aún por el sol que tomara en el río, su pelo revuelto era una invitación a la caricia. La apretó contra su pecho como queriendo en ese abrazo que sólo ella había logrado conmoverlo y revolverle la vida al punto de decidir quedarse. Le propuso caminar y lo hicieron muy juntos, tomados de la mano. Ya la tarde iniciaba su cuenta regresiva y se sentía una suave brisa en el ambiente. Poco a poco llegaron a la orilla del río. Se sentaron a contemplarlo y Moroní le traducía cada compás del agua. Le hablaba de su estrecha relación con el agua y de cómo ésta era para ella el espejo de las cosas que habrían de pasar. Le contó como llegó a desarrollar esa estrecha relación con la naturaleza y le mostró el tatuaje natural en forma de pez que tenía en la planta de su pie izquierdo. Quirón disfrutaba la conversación de Moroní, algo en ella lo cautivaba en extremo.
De pronto, Moroní se tendió en la orilla y su cuerpo amparado por el somnoliento camino de la tarde invitaba a la suave caricia, al amor. Quirón se recostó a su lado; podía sentir el torrente de sus venas, el palpitar de su corazón unido al de él que emprendía una carrera que lo dejaba sin aliento. Muy tiernamente comenzó a acariciarla; primero dibujar su silueta con sus manos luego moldear cada pliegue. La empinada cuesta nunca antes transitada era para él la mejor expedición. Al cabo de un rato eran solo piel, susurro y danza tranquila que anunciaba el preámbulo de la unión corpórea. Los suaves besos iniciaron el ascenso, las caricias fueron instalando deseo en el terreno inmaculado. Los límites del pudor eran frágiles líneas que incitaban a la trasgresión. La noche los cobijaba y ellos se perdían en un naufragio de efluvios sutiles, de besos y caricias jamás imaginados. Quirón seducía, recorría y poco a poco sucumbía a la irresistible embestida del amor. Moroní se estremecía, experimentaba, y en inquieto vuelo se elevaba a la cúspide del placer. Sensaciones jamás pensadas. Inimaginables caricias quebrantaron la barrera de la timidez conduciéndolos a la felicidad plena. Solos, bajo la noche, sellaron su amor con esa entrega; y más que piel fue el alma la que se entregó en aquel pacto. Pasaron horas abrazados, mirando las estrellas y escuchando el murmullo del río.
De regreso Moroní temía que su padre fuese a llamarle la atención. No le gustaba mentir por lo que no sabía qué decir y era de notar que al verlos llegar juntos Serdna podía sospechar algo. En efecto, al llegar a la casa, él la esperaba con ceño fruncido y en actitud de requerir una explicación.
- Papá...eh...estuvimos dando un paseo. Esta tarde vinieron los amigos de Quirón a buscarlo y él se negó a ir. Quería contarme. No nos dimos cuenta del tiempo. Perdón padre.
- Yo sé que sabes cuidarte pero no me gusta que andes sola. El monte tiene muchos misterios y uno no sabe cuando cae en la trampa.
- Usted tiene razón pero Moroní no estaba sola.
- Para ella, sola, el monte no es enemigo ¿entiende?
- Lo entiendo y quería decirle que si no me fui a la ciudad fue por Moroní. Porque estoy seguro que mi lugar está a su lado.
- Para un hombre como usted los placeres de estas tierras son como espejismos. Se refleja pero no es cierto.
- Yo amo a Moroní, y haré lo que usted diga.
Ante la inesperada declaración Moroní estaba confusa y emocionada. Serda sorprendido no acertaba a entender muy bien las palabras de Quirón. Aunque algo él sospechaba no esperaba tanta premura.
- ¿Usted quiere decir que...?
- Quiero decirle que estoy dispuesto a lo que sea para permanecer al lado de Moroní.
- Con su decisión ha dado el primer paso. Su renuncia es abono para el nuevo comienzo. Y si de verdad la quiere tendrá que desposarla bajo nuestras leyes.
- Se hará como usted diga.
- Pero... Quirón, yo no pensé que...
- Pues debiste pensarlo. Yo te amo y no voy a perderte.
Desde ese momento Moroní fue la mujer más afortunada de aquel poblado. Lograr que un hombre como Quirón quisiera ser parte de su pueblo era una hazaña que muchas envidiaban. Muchas de aquellas mujeres habían sido asediadas por hombres de ciudad pero nunca con las mismas pretensiones, siempre querían imponer, jugar y luego marcharse. Quirón se quedaría y eso era importante.
Moroní era inmensamente feliz y Quirón tenía mucho que ver con eso, se empeñaba en hacer que los días fueran para ella un eterno transitar por la alegría. Instalaba a su alrededor la risa y pretendía para su antojo inventarle otros colores al arco iris. Ella, por su parte, lo sumergía en plácidas sensaciones tan sólo con una mirada o tierno beso. Así transcurrieron algunos días hasta que la ceremonia del matrimonio se hizo de acuerdo a lo establecido en el watunna del pueblo. Moroní fue desposada y Quirón recibió el más hermoso tesoro.
De allí en adelante, él como un buen esposo, dispuso todo para que vivieran en una pequeña casa que había sido construida como sorpresa para Moroní. Allí se instalaron con lo indispensable, lo más importante lo tenían en abundancia: el amor. Amasaban sueños bajo las estrellas y su deseo se coronaba día a día en la unión de sus cuerpos.
Así transcurrieron varios años. Moroní de él, Quirón de ella. Unión de dos estirpes milenarias; fusión de culturas y modos de ser. Quirón fue para aquel pueblo palabra certera, acción consecuente. Sin pretender el calco de principios o formas de vida trató de ayudarlos a progresar, con sanas ambiciones, con perspectiva de futuro. Los acompañó y defendió en los enfrentamientos con otros pueblos. Conoció de ellos la sabiduría mítico-religiosa que los guiaba; aprendió a descifrar el canto de los grillos, la caricia del viento y los delirios de las nubes desfragmentadas en alegóricas siluetas. Equiparable era el saber que compartían. Quirón aprendió a amar cada porción de tierra que sus manos surcaban para introducir el grano; a percibir en la textura y en el olor el punto exacto de los frutos. Estableció una comunión con la savia y el polen de la generosa madre.
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