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Único Capítulo

Primero que nada: Sé que las estrellas fugaces en realidad no son estrellas y son piedras o polvo del espacio que golpea la atmósfera de la Tierra y que va tan rápido que brilla como una estrella. Aclaro que esto es ficción y que solo fue utilizado para un cuento. Segundo: Disfruten la lectura❤️.
Tercero: Les agradecería mucho que me dijeran su opinión sincera💞

—Tienes que saltar, Miedosa Fugaz.— dijo una compañera suya, su compañera de viajes. La estrella con sus piernas cruzadas y su cabeza enterrada en ellas, negó con la cabeza.

Hoy era el día que culminaba su vida como estrella. Ya que, cada trescientos años siempre las estrellas fugaces saltaban dejando el espacio. La Luna, reina del cielo oscuro azulado, decía que ello permitía que los humanos vieran la gran belleza de la noche a través de ellas y que la siguieran venerando agradecidos de tan hermoso show.

Ella no quería saltar, tan solo había vivido 100 años ¡Era muy joven! Apenas había podido conocer la Vía Láctea.

Su compañera la vio angustiada. ¡Qué iba a ser de ella si no saltaba! La Luna estaría muy enojada.

—Vamos, Miedosa Fugaz.— dijo otra vez. La estrella negó otra vez y comenzó a lloriquear.

No quería,  por supuesto que no. Las estrellas fugaces podían vivir bastante tiempo, pero con el mandato de que saltarán cada 300 años nadie vivía más allá de los 200 años.

La estrella fugaz siguió lloriqueando con la cabeza enterrada en sus piernas.

— Oigan, ustedes. — los llamó un guardia de la reina, un meteoro.— ¿Por qué no están con las demás estrellas esperando su turno para saltar?

La estrella fugaz sacó su cabeza de entre sus piernas y miró dolorosamente al guardia, en cambio, su compañera le dio una sonrisa nerviosa al meteorito.

— Lo sentimos, señor. Ya sabe que Miedosa Fugaz es conocida por ser como dice su nombre.— dijo su compañera y le guiñó un ojo aún cuando el nerviosismo corría por todo su cuerpo.

El guardia las miró no muy convencido, le tenía un pequeño rencor a Miedosa Fugaz, pero dejó pasar el asunto. No tenía que mezclar el rechazo de esa estrella con su trabajo y mucho peor, no quería condenar al castigo de la Luna a Amable Fugaz solo porque estaba tratando de convencer a Miedosa para que salté.

— Está bien, no serán castigadas por la reina, pero ya vayan y salten. Cumplan el mandato de la reina.— dijo el guardia. Amable Fugaz lo miró agradecida.

Miedosa Fugaz se paró del suelo rocoso espacial. No estaba contenta, estaba triste y aunque aún seguía llorando decidió hacerle caso a lo que dijo el guardia.

No iba a condenar a Amable Fugaz. ¡Sería una mala estrella si lo hiciera! Los castigos de la Luna no eran para nada lindos y lo peor era que este satélite no tenía preferencias por nadie.

— ¿Vas a saltar, Miedosa Fugaz? — preguntó su compañera cuando el guardia ya se había alejado un poco. Ella asintió aún con lágrimas en los ojos.

Amable Fugaz le partió el corazón que ella estuviera así, Miedosa a pesar de todo siempre era una estrella fuerte y feliz que ignoraba su destino y propósito por el que fue creada. Sin embargo no podía hacer nada, cualquier cosa que la Luna dijera se cumplía al pie de la letra.

— Entonces, vamos Miedosa.— la pobre Amable no supo de dónde tuvo el valor de sonreírle a la estrella mientras caminaban hacía las pocas que habían en la fila para saltar. Sin duda alguna, fue lo más duro que había hecho.

Miedosa, ya en la corta fila, vio como cada vez iba a llegar su turno. Tenía pánico, tenía ganas de escapar aunque eso le costará un castigo, tenía...en ese momento ya no sabía si por fin aquel brillo característico en ella aún seguía.

Amable, estaba calmada por su destino, lo había aceptado hace mucho tiempo. No estaba preocupada por ella, sino por Miedosa.

Tan concentradas en el miedo y la preocupación que por fin les llegó su turno de saltar.

— ¿Eh? ¿Ya me toca? — preguntó confundida Amable Fugaz. Los dos guardias que custodiaban que las estrellas saltarán, asintieron.

Ella estaba lista, pero antes se volteó y le dio su última sonrisa a Miedosa.— Adiós.— dijo y le limpió una lágrima.

Amable volteó otra vez, hacía el destino que le esperaba. Simplemente saltó y Miedosa solo supo dedicarle una lágrima.

Ahora, era la que quedaba de las dos. En esos momentos solo quería tener una vez más la sonrisa de Amable pero ella ya no estaba, ella ya había saltado.

— ¿Será que puedes apurarte? — preguntó uno de los dos guardias con fastidio. Miedosa tragó saliva.

— Sí, sí. Ya lo voy a hacer.— musitó.

Finalmente, botó una lágrima más y sonrió como si estuviera recorriendo Marte. Y se dejó caer.

Aunque ella nunca lo hubiera querido, fue la estrella fugaz más hermosa que se pudo divisar en el cielo de la noche. Y el gran brillo de Amable pasó inadvertido.

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