Aracnofobia
Y ahí está el artista Nathaniel Kurtzberg, manteniéndose paralizado del miedo y sudando excesivamente por esa pequeña araña que está a punto de arruinar su obra, pues aún no seca la pintura en ella.
Quiere gritar, esconderse y desaparecer de ahí, pero no es capaz de moverse. Por otra parte, quiere salvar lo que tanto trabajo le costó. Para él sería más fácil si su madre o su mejor amiga estuvieran ahí, pero no es así, él se encuentra solo e indefenso.
Desde pequeño había temido a las arañas, sin embargo, siempre huía de ellas y había alguien que las mataba, tiraba y se desinfectaba las manos para regresar a calmarlo, sino se ponía muy mal y le daban ataques fuertes en los que salía espuma de su boca y él se hería físicamente debido a la sensación de tener al animal recorriendo su cuerpo. Nunca había enfrentado su miedo y eso lo llevaba a preguntarse ahora qué haría.
De repente inicia a llorar y su respiración comienza a agitarse; no sabe qué hacer. Sabe que lo mejor sería agarrar un trozo de papel y matarla, pero no es lo suficientemente valiente para acercarse, así que da un paso hacia atrás y suelta un pequeño grito.
No obstante, está harto y la desesperación de ver que pronto la araña llegará a su pintura lo pone de mal humor, por lo que, por primera vez en su vida, toma una decisión que le aterra en demasía y de la cual espera no arrepentirse.
—Muy bien. Ca-cálmate Nathaniel, es solo una pequeña a-arañiiita. —Se dice a sí mismo, con la voz temblorosa, tratando de convencerse que puede controlar la situación. Mientras tanto, enrolla un pedazo de papel y camina lentamente hasta donde está el insecto, aunque al observarlo, da pequeños saltos y grita desesperadamente—: ¡No puedo! ¡No puedo!
Regresa al lugar en el que estaba en un inicio y comienza a arañar sus brazos en lo que se abraza, tratando de simular que alguien más lo protege, pero pronto se da cuenta de su cobardía y de las consecuencias que ésta acarrearía e intenta acercarse a la araña una vez más. Debe enfrentar sus temores.
Rápidamente presiona el cuerpo del antrópodo con el papel y lo tira al bote de basura que está a un lado, después, sale corriendo a lavarse las manos y a echarse alcohol para desinfectarse. Posteriormente vomita en el escusado y se lava la boca; es ahí cuando mira su pálido rostro en el espejo y, orgulloso, se dice: Pude enfrentar mi miedo.
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