Ell Hijo / The Son - @JoeResch
Fue durante una madrugada del 2021, luego de despertar de una pesadilla en la que atestiguaba la muerte de un ser sin rostro y sin nombre, que Hazel volvió a experimentar, después de muchos años, aquella sensación que creyó superada.
Se secó el sudor de la frente en la oscuridad del dormitorio ni bien despertó, como si con aquello pudiera quitarse los resabios angustiosos del sueño reciente, encendió la lámpara de noche y giró la cabeza hacia atrás en busca de Robert. Su esposo dormía.
Bajó a la cocina por un vaso de agua, pero se detuvo en la ventana por un momento. En la calle, el viento agitaba las ramas con cierta brusquedad, preludiando la inminente llegada de una tormenta. A pesar de que Hazel disfrutaba de dormirse con el sonido de la lluvia contra el ventanal del cuarto, esa noche hubiese preferido, por alguna razón, ver la luna llena sobre un cielo estrellado.
La garganta áspera y los labios resecos le recordaron la necesidad de calmar la sed, por lo que acomodó con cuidado las cortinas y se alejó de la ventana en dirección a la cocina.
Tic-tic. Hazel se detuvo de golpe. Tic-tic. Se volvió hacia la ventana que daba a la calle, convencida de que había oído el distintivo golpeteo de algo contra el cristal, pero nada había a trasluz del cortinaje. «Es el viento», se dijo, en un intento fallido por disipar su inquietud. Entonces, oyó con claridad otro tic-tic, esta vez proveniente de otra de las ventanas. Siguió el sonido, que se repitió tres veces más, sin lograr avistar ninguna causa aparente, salvo el viento ululante que sacudía el exterior.
Tic-tic... tic-tic... ¡TIC-TIC, TIC-TIC, TIC-TIC!
Una mano pesada se apoyó sobre el hombro de Hazel, lo que provocó que la mujer soltara un alarido de horror que, de no ser por el ventarrón, hubiese alarmado a los vecinos.
—Hazie, cariño, cálmate, soy yo —anunció Robert. La luz del exterior le iluminaba medio rostro, aunque parecía perderse en la profundidad de su ojo oscuro.
—¿Acaso quieres matarme del susto?
—Lo siento. Te llamé varias veces, pero me ignoraste. Parecías absorta en algo.
—Solo me distraje con el viento. Parece que se avecina lluvia. —Echó un vistazo fugaz a la calle desde la otra ventana y volvió a acomodar la cortina, esta vez con menos prolijidad que antes.
Robert se sentó en el sofá con la cabeza apoyada en el respaldo y la vista perdida en el techo.
—Hoy se cumplen diez años de...
—Lo sé, no es necesario mencionarlo —cortó Hazel.
—Deberíamos llevarle flores, o tal vez uno de esos muñequitos que le gustaban, ¿todavía los hacen?
—¿Por qué estás hablando de esto, Robert? Ahora.
—No mencionarlo no lo borrará del pasado, Hazie. Además, el doctor dijo que deberías visitarlo, hace cuatro años.
—Tú bien sabes que terminé la terapia —replicó Hazel con evidente molestia. Robert se puso de pie y la envolvió en un abrazo, la superaba en altura por dos cabezas. —Prométeme que tú nunca te irás.
—Te lo prometo. Tampoco tú.
—Prometo nunca dejarte, amor.
Esa mañana, el amanecer del día lluvioso encontró a Hazel despierta. Robert ya no estaba en la cama, desde hacía un año, cada día parecía marcharse más temprano y regresar más tarde. Aunque tenía una videollamada programada para las nueve, no se permitiría presentarse en aquel estado deplorable ante sus compañeros de trabajo, por lo que pasó de largo la puerta de la oficina sin siquiera voltear la mirada. Café en mano, la CNN repetía las mismas tragedias diarias; las cifras de muertes seguían en aumento y la paranoia parecía estar devorando al mundo. Estaba cansada de todo, el encierro —ahora autoimpuesto— la estaba agobiando y su único sostén, su esposo, tenía otras vidas por las que preocuparse en el hospital.
Fue mientras revisaba el correo electrónico en su celular que oyó, escaleras arriba, lo que le pareció una risita, una suave y aguda como el susurro del viento. La primera vez la ignoró, sin embargo, cuando se hizo más prolongada e intensa, comprendió que, en efecto, había oído una voz humana. Dejó caer el celular sobre la mesa y sintió la aceleración de sus latidos. Se acercó a las escaleras y entonces escuchó los pasos de alguien corriendo hacia la planta alta. Por un momento, consideró la posibilidad de marcarle a Robert, no obstante, decidió seguir el impulso de subir al piso de arriba.
Tras el último escalón, el silencio le resultó insoportablemente abrumador. Frente a ella, el pasillo parecía cerrarse distante en una tiniebla infinita, como si un agujero negro chupara poco a poco la claridad y ruidos del día. A lo lejos, entre las sombras de quién sabe qué mundo melancólico, las formas de la locura se transformaron en una silueta difusa y pequeña, similar a la de un niño.
—Hijo —susurró Hazel.
Esta vez, la risa llenó el aire a su alrededor, delicada, triste y penetrante, como la reminiscencia de un dolor que no se va.
—Hazel —pronunció una voz a sus espaldas, y enseguida una mano sujetó la suya.
Al girarse, se encontró con los ojos cansados de Robert que reflejaban una profunda preocupación. Volvió a escuchar las gotas de lluvia golpeando la ventana del final del pasillo, cuyas cortinas corridas dejaban ver un cielo gris nuboso.
—Volviste temprano —advirtió Hazel—. Pensé que almorzarías en el hospital.
—¿Almuerzo? Hazie, son casi las siete de la tarde.
—Pero qué dices, amor, acabo de revisar el correo y eran pasadas las nueve de la mañana.
—Cariño, llevo horas llamándote y no respondes. Vine a asegurarme de que estés bien.
—Yo... solo bromeaba. —Hazel forzó una sonrisa falsa, consciente de que no engañaría ni al más crédulo. Robert solo la abrazó.
Esa noche, después de una cena más silenciosa de lo habitual, cuando Robert se hubo metido en la cama junto a ella, aquel no pudo evitar externar sus preocupaciones. Ella leía una novela de Hesse que dejó sobre la mesa de noche tan pronto como él habló.
—¿Ha vuelto a suceder...? ¿Eso?
—¿A qué te refieres? —preguntó ella. Sabía muy bien a qué se refería.
—No quiero sonar brusco, Hazie, pero no sé de qué otra forma preguntártelo. ¿Has vuelto a... a sentir a Otto?
—No —respondió cortante.
—Haze...
—Yo... estoy segura de que solo es la melancolía de la fecha —mintió. No se atrevió a confesar que había estado inmóvil desde la mañana hasta casi el anochecer, contemplando la figura mortuoria de su hijo, aunque para ella fuesen apenas unos minutos.
—Deberías ver a Charlie, quizás necesites la medicación otra vez, al menos por un tiempo.
—¡No me trates como si estuviera loca, Robert! —gritó, y se levantó de la cama—. Eso quedó atrás, tú más que nadie sabes por lo que tuvimos que pasar.
—Lo sé, amor. Y no creo que estés loca, solo quiero que estés bien —murmuró con dulzura.
Hazel volvió a meterse en la cama y se acurrucó junto a Robert, necesitaba sentir su olor y el calor de sus manos.
—Te prometo que veré a Charlie mañana, ¿tú puedes pedirle una cita?
—Le texteo ahora mismo.
Los días siguientes transcurrieron con la misma cadencia, sumidos entre los susurros fantasmales y las visiones siniestras de un pasado que volvía para aferrarse más fuerte que nunca. Un día, cuando sintió el tacto de unas manos frías en su espalda, ya no supo diferenciar la realidad del delirio, y comenzó a hacerse la idea de que Otto, su pequeño Otto, volvía de la muerte para refugiarse junto a ella como lo hacía cuando lo aterraban las tormentas nocturnas. Cierta noche, lo vio desangrándose de pie junto a la puerta de entrada, reparó en un humor viscoso que le chorreaba por la sien, desde la abertura del cráneo partido; tenía el mismo aspecto que la noche fatídica del 25 de febrero. Al día siguiente, le pidió a Robert visitar el cementerio y, por primera vez, estuvo frente la lápida del niño. La imagen de su hijo en la fotografía se le antojó reciente, como si hubiera sido tomada apenas unas semanas atrás. «Otto Robert P. 2003 - 2011. Por siempre amado» rezaba el epitafio. El rictus duro de Hazel mostraba una expresión más inerte que la propia piedra frente a ella, como si debajo del césped no hubiera más que tierra y raíces. Ahora lo veía con claridad, su hijo no estaba en ese lugar, sino en su casa, desperado por volver a los brazos de sus padres.
—¡Hazel! —la llamó Robert, eufórico, una tarde en la que había regresado temprano del hospital.
—Aquí estoy, ¿por qué gritas? —respondió ella, al tiempo que bajaba con presteza las escaleras.
—Hablé con Charlie, Hazel, nunca fuiste a la consulta, ni te comunicaste con él. Me mentiste, no estás tomando las pastillas. —Robert se veía muy molesto.
—¡Porque no las necesito! Todo está más que bien.
—¡Tú sabes que nada está bien! ¿Acaso piensas que no me he dado cuenta de tu comportamiento extraño? No quieras verme la cara de idiota. Creí que era cuestión de tiempo, pero hablé con Charlie para saber sobre tu progreso y me dijo que nunca pisaste su consultorio.
—¡Me cansé de que me trates como si estuviera loca, Robert! Eres tú el que no ve la realidad. Estás ciego.
Hazel hubiera seguido gritando, vomitando sus verdades entre llantos y temblores, pero el timbre de la entrada la interrumpió. Se enjugó las lágrimas y trató de recobrar la compostura frente a su esposo, que había optado por permanecer en silencio, evidentemente, decepcionado por la actitud de la mujer. Pasó junto a Robert como una ráfaga y abrió la puerta con aparente tranquilidad.
—Haze —dijo Aly, su vecina y compañera de yoga—. Escuché gritos, ¿está todo bien?
—Sí, no te preocupes. —Volvió la mirada hacia atrás, pero Robert ya no estaba.
—Mira, yo sé que estás pasando por un momento difícil, viví lo mismo con mi hermana casi al mismo tiempo que tú, pero quedarte encerrada entre tantos recuerdos no te hará bien. Deberías salir un poco, despejar la mente.
—Estaré bien —aseguró Hazel, cansada de que todos le dictaran qué hacer o cómo sentirse.
—Te extrañamos en las clases, el yoga te ayudaría a sanar.
—Lo tendré en cuenta —contestó, lacónica, y cerró la puerta sin despedirse de Aly.
—¡Haze! —gritó la vecina desde el otro lado de la entrada—. La madre de Robert me telefoneó, dijo que lleva días intentando comunicarse contigo y no respondes sus llamadas. —Hubo un silencio prolongado. Por un instante, Hazel creyó que Aly se había ido, pero entonces continuó, como si hubiera tardado en seleccionar las palabras correctas—. Me pidió que te informara que han esparcido las cenizas de Robert en donde él pidió antes de... —Otro silencio—. Llámame, por favor, Haze.
***
The Son
It was early one morning in the year 2021, after waking from a nightmare in which she had witnessed the death of a faceless and nameless being, that Hazel, for the first time in many years, experienced the feeling she thought she had overcome.
She wiped the sweat from her brow in the darkness of the bedroom as soon as she awoke, as if it would remove the anxious remnants of her recent sleep, turned on the night lamp, and turned her head back to look for Robert. Her husband was asleep.
He went down to the kitchen for a glass of water but paused at the window for a moment. Outside, the wind rattled the branches rather roughly, indicating the imminent arrival of a storm. Although Hazel enjoyed falling asleep to the sound of rain against the bedroom window, for some reason she would have preferred to see a full moon against a starry sky that night.
Her scratchy throat and parched lips reminded her of the need to quench her thirst, so she carefully arranged the curtains and moved away from the window towards the kitchen.
Tic-tic. Hazel stopped abruptly. Tick-tock. She turned to the window overlooking the street, convinced she had heard the distinctive tapping of something against the glass, but there was nothing in the light of the curtains. "It's the wind," she said to herself, in a failed attempt to dissipate her unease. Then she distinctly heard another ticking sound, this time coming from another of the windows. She followed the sound, which was repeated three more times, without being able to determine any apparent cause, except for the howling wind that shook the outside.
Tic-tic... tic-tic... TIC-TIC, TIC-TIC, TIC-TIC, TIC-TIC!
A heavy hand rested on Hazel's shoulder, causing the woman to let out a shriek of terror that would have alarmed the neighbors had it not been for the storm.
"Hazie, honey, calm down, it's me," Robert announced. The light from outside illuminated half of his face, though it seemed lost in the depths of his dark eyes.
"Are you trying to scare me to death?"
"I am sorry. I called out to you several times, but you ignored me. You seemed immersed in something."
"I was just distracted by the wind. It looks like rain is coming." She glanced at the street from the other window and adjusted the curtain again, this time less neatly than before.
Robert sat on the couch, his head resting on the back and his eyes lost in the ceiling.
"Today is the tenth anniversary of..."
"I know, there's no need to mention it," Hazel cut him off.
"We should bring her flowers, or maybe one of those little dolls she liked, do they still make them?"
"Why are you talking about this, Robert? Now."
"Not mentioning it won't make it go away, Hazie. Besides, the doctor said you should see him, four years ago."
"You know I'm done with therapy," Hazel replied with obvious annoyance. Robert stood up and hugged her, towering over her by two heads. "Promise me you'll never leave."
"I promise. Neither do you."
"I promise I will never leave you, my love."
That morning, the dawn of the rainy day found Hazel awake. Robert had been out of bed for a year, leaving earlier and returning later each day. Though she had a video call scheduled for nine o'clock, she didn't want to appear in this deplorable state in front of his colleagues, so she walked past the office door without so much as a glance. Coffee in hand, CNN repeated the same daily tragedies; the death toll continued to rise, and paranoia seemed to be consuming the world. She was tired of it all, the confinement —now self-imposed— was weighing on her, and her only breadwinner, her husband, had other lives to worry about in the hospital.
It was while checking email on her cell phone that she heard what she thought was a chuckle upstairs, a soft, high-pitched chuckle like the whisper of the wind. She ignored it at first, but as it grew longer and more intense, she realized that she had heard a human voice. She dropped the cell phone on the table and felt her heartbeat speed up. She approached the stairs and then heard the footsteps of someone running upstairs. For a moment she considered dialing Robert but decided to follow the impulse to go upstairs.
After the last step, the silence was unbearably overwhelming. In front of her, the corridor seemed to close in an infinite darkness, as if a black hole was gradually sucking away the clarity and sounds of the day. In the distance, among the shadows of who knows what melancholy world, the shapes of madness turned into a diffuse and small silhouette, like that of a child.
"Son," Hazel whispered.
This time, laughter filled the air around her, tender, sad and piercing, like the memory of a pain that won't go away.
"Hazel," a voice said behind her, and immediately a hand clasped her.
Turning, she met Robert's tired eyes, which reflected deep sorrow. She heard the raindrops again on the window at the end of the hall, its drawn curtains revealing a cloudy gray sky.
"You're back early," Hazel warned. "I thought you were having lunch at the hospital."
"Lunch? Hazie, it's almost seven at night."
"What are you talking about, honey, I just checked the mail and it was after nine in the morning."
"Honey, I've been calling you for hours and you didn't answer. I came to make sure you're okay."
"I... I was just kidding." Hazel forced a fake smile, knowing it wouldn't fool even the most gullible. Robert just hugged her.
That night, after a quieter-than-usual dinner, when Robert crawled into bed next to her, he could not help but voice his concerns. She was reading a Hesse novel, which she put on the nightstand as soon as he spoke.
"Has it happened again...?"
"What do you mean?" she asked. She knew exactly what he meant.
"I don't want to sound rude, Hazie, but I don't know how else to ask. Have you... felt Otto again?"
"No," she replied curtly.
"Haz..."
"I... I'm sure it's just the melancholy of the date," she lied. She did not dare to admit that she had stood motionless from morning until almost dusk, contemplating the mortal form of her son, even if it was only for a few minutes for her.
"You should see Charlie, you may need the medication again, at least for a while."
"Don't treat me like I'm crazy, Robert!" she shouted, getting up from the bed. "That's all behind us, you of all people know what we've been through."
"I know, dear. And I don't think you're crazy, I just want you to be okay," he murmured softly.
Hazel crawled back into bed and snuggled up next to Robert, she needed to feel his scent and the warmth of his hands.
"I promise I'll see Charlie tomorrow; can you make an appointment?"
"I'll send him a text right now."
The following days passed with the same cadence, immersed in the ghostly whispers and eerie visions of a past that came back to cling to her stronger than ever. One day, when she felt the touch of cold hands on her back, she could no longer distinguish reality from delirium, and began to imagine that Otto, her little Otto, was coming back from the dead to seek refuge with her, as he did when he was frightened by the night storms. One night she saw him bleeding to death at the front door, she noticed a viscous humor dripping down his temples from the opening of his split skull; he looked just as he had on the fateful night of February 25. The next day, she asked Robert to visit the cemetery, and for the first time, she stood in front of the boy's headstone. The image of her son in the photograph seemed fresh to her, as if it had been taken only a few weeks earlier.
Otto Robert P. 2003 - 2011. Forever loved, read the epitaph. Hazel's hard grimace showed an expression more lifeless than the stone in front of her, as if under the grass there was nothing but dirt and roots. Now she saw it clearly, her son was not in that place, but at home, awakened to return to his parents' arms.
"Hazel!" Robert called to her one afternoon when he returned early from the hospital.
"Here I am, why are you calling?" she replied as she hurried down the stairs.
"I spoke to Charlie, Hazel, you never went to the office, you never communicated with him. You lied to me. You're not taking the pills." Robert looked very upset.
"Because I don't need them! Everything is more than fine."
"You know nothing is fine! Do you think I haven't noticed your strange behavior? Don't look at me like I'm an idiot. I thought it was just a matter of time, but I talked to Charlie to check on your progress, and he said you never set foot in his office."
"I'm tired of you treating me like I'm crazy, Robert! You're the one who can't see reality. You are blind."
Hazel would have continued to scream, spitting out her truths as she cried and shook, but the doorbell interrupted her. She wiped away her tears and tried to regain her composure in front of her husband, who had chosen to remain silent, obviously disappointed by the woman's attitude. She hurried past Robert and opened the door with apparent calm.
"Haze," said Aly, her neighbor and yoga partner. "I heard screaming, are you okay?"
"Yes, don't worry." She looked back, but Robert was gone.
"Look, I know you're going through a difficult time, I went through the same thing with my sister almost at the same time as you, but staying locked up in with so many memories won't do you any good. You should get out and clear your head."
"I'll be fine," Hazel said, tired of everyone telling her what to do or how to feel.
"We missed you in class, yoga would help you heal."
"I'll keep that in mind," she replied dryly, closing the door without saying goodbye to Aly.
"Haze!" yelled the neighbor from the other side of the entrance. "Robert's mother called me, she said she's been trying to reach you for days and you're not answering her calls." There was a long silence. For a moment, Hazel thought Aly had left, but then she continued, as if she had been slow to choose the right words. "She asked me to inform you that Robert's ashes have been scattered where he had previously requested..." Another silence. "Call me, please, Haze."
The mighty JoeResch brings the curtain down on our Midnight Masquerade!
I hope you've enjoyed yourself whilst traversing the murky halls of our imaginations. We've certainly enjoyed taking part!
You can find Joe on social media here:
@ joe.r.resch
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