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Prólogo. Cartas

Prólogo. Tal vez, Santa no cumple todos los deseos de Navidad.

Sábado 02 Noviembre, 2024.
📍Buenos Aires, Argentina.

Narrador Omnisciente ❜

La luz del sol se colaba con timidez por las persianas medio abiertas del pequeño departamento de Isa. A pesar del calor característico de Buenos Aires en esos días, la mañana parecía tranquila.

Isa, aún en su estado somnoliento se recostó en el sillón, abrazando una almohada mientras sostenía el teléfono entre sus manos. La llamada había comenzado en cuanto vio el número en la pantalla, y sabía que no podría ignorarla mucho más. Su madre había estado llamando insistentemente desde que llegó a Buenos Aires, pero Isa no había contestado. 

Sabía lo que diría, y la verdad es que no tenía ganas de escucharla.

Hace una semana se había ido a la ciudad de Rosario a pasar tiempo con sus padres. Y bueno, las cosas no salieron del todo bien. Como siempre.

—¿Por qué no contestás? —comenzó en cuanto aceptó la llamada.

—Estaba ocupada. —respondió con la voz un tanto fría, Isa no quería empezar a pelear, pero era lo que siempre pasaba.

—¿Ocupada en qué? ¿Nunca podés dejar de hacerte la ocupada para hablar conmigo? Soy tu madre, Isabella —elevó su tono de voz, causando que Isa cerrara los ojos con frustración.

—Mamá, ya te dije, no tengo ganas de hablar si no me vas a hablar en serio.

—¿Sabés qué es lo que pasa? Que sos una malagradecida. No tenías porqué irte así, todo estaba saliendo bien. Siempre haces lo que se te canta y luego no me das ni un minuto.

Las palabras de su madre flotaban en el aire como un peso invisible que se iba acumulando, estrujando su pecho. Isa había aprendido a callarse, a no contestar, a no entrar en discusiones con ella. A veces, era lo único que podía hacer.

La verdad era, que nada había salido bien. Desde el día uno en el que llegó a casa de sus padres el recibimiento no fue lo que esperó, pero de alguna forma, era a lo que estaba acostumbrada. A las discusiones, a los gritos, y al ambiente tan pesado del cuál le había costado salir.

—Mamá, no estoy dispuesta a seguir escuchando lo mismo, ¿entendés? Si no llamás para disculparte, entonces no tengo nada que hablar con vos. —Las palabras salieron más duras de lo que quería, pero ya no podía más.

—¿Por qué tendría que disculparme? ¡Vos te fuiste sin avisar!

—¿Y por qué ahora te importa que me haya ido? Te recuerdo que vos eras la más feliz cuando me fui de la casa —recordó la chica.

—¿Cómo podés pensar eso de mí? No puedo creer que mi hija me trate de esta manera, tu hermana jamás habría sido capaz de...

La voz de su madre se quebró, y en ese momento Isa sintió que la conversación llegaba a su fin.

—Bueno, ya está. —dijo, tratando de mantener la calma, pero ya cansada de todo—. No quiero seguir con esto. Estoy ocupada. Cuídate.

Colgó y dejó el teléfono sobre la mesa. Y al instante la incomodidad se apoderó de ella. 

Siguió mirando la pantalla por un rato, pero la sensación de vacío no se iba. Soltó un suspiro y se dejó caer sobre el sillón. Estaba cansada, no solo de esa conversación, sino de las conversaciones de siempre. 

De la misma sensación de sentir que nunca iba a ser suficiente para sus padres.

De la misma sensación de saber que, es alguien que solo vino al mundo para reemplazar a otra persona.

Camila Vargas perdió la vida en un accidente automovilístico cuando tenía apenas diecisiete años. Había pasado la noche en casa de su mejor amiga luego de que la invitara a una pijamada, y los padres de esta se ofrecieron a llevarla de regreso a casa al día siguiente.

Lamentablemente el viaje terminó en tragedia cuando el auto en el que iban fue embestido por un conductor que se pasó un semáforo en rojo.

Sus padres describen ese evento como el peor día de sus vidas, y desde entonces, todo cambió.

Isabella nunca conoció a su hermana, ya que murió mucho antes que ella naciera. Y desde que sus padres le contaron eso, comenzó a verse de una manera distinta.

Las comparaciones, las decepciones, no eran porque ella era una mala persona, era porque sus padres buscaban que fuera igual a Camila. Isabella descubrió entonces, que no era una hija a la cual sus padres amaban por lo que era, sino que era una persona que sus padres habían traído al mundo solo para intentar llenar el vacío que dejó su hermana.

Sacudió levemente la cabeza, con la intención de alejar esos recuerdos. Se levantó y comenzó a caminar sin rumbo por su departamento. Había llegado apenas en la madrugada, y lo único que quería era encontrar algo de paz. La maleta que había dejado en el pasillo seguía ahí, esperando a ser desempacada. Isa la miró con indiferencia y sin darle demasiada importancia, la dejó al costado. 

Necesitaba hacer algo, cualquier cosa, para despejarse un poco.

Al final decidió ordenar. Sin ganas, pero lo decidió. Al menos eso le daría algo de distracción.

Luego de ordenar su pequeña sala de estar se acercó al estante en donde solía guardar las cosas que no tenían un lugar destinado en su casa. Allí, observó entre algunos papeles y objetos, una caja pequeña y polvorienta. 

No sabía por qué la había guardado, ni por qué había dejado que se quedara allí, pero algo la impulsó a tomarla. La agarró y caminó hasta sentarse de nuevo en el sillón, con la caja sobre sus piernas.

Abrió la tapa de la caja. La luz del sol se coló en el interior, iluminando las cartas que estaban amontonadas dentro, sus ojos recorrieron rápidamente las primeras y con mucha curiosidad, las sacó una a una, deseando conocer su contenido.

Luego lo recordó, eran todas esas cartas que le había escrito a Santa cada Navidad, desde que era pequeña. Ni siquiera recordaba que las seguía guardando.

Tomó la primera carta, la fecha en la esquina de la hoja estaba borrada por el paso del tiempo, pero sabía que debía ser de cuando tenía unos diez años. Las letras eran desordenadas, llenas de errores, pero lo que estaba escrito seguía siendo igual de sincero.

"Querido Santa, soy yo otra vez. El año pasado te olvidaste de mi deseo, tal vez porque eres viejo y te cuesta recordar todo lo que te piden, entonces aqui voy otra vez.
Lo único que quiero para esta navidad es que mis padres dejen de pelear. Quiero una navidad sin gritos, sin peleas y que todos podamos ser felices. Por favor, prometo portarme bien. Isa."

Un nudo se formó en su garganta. Pensó en cómo durante tanto tiempo había pedido lo mismo. Por años, sus deseos habían sido simples, sinceros, pero nunca cumplidos

Cerró los ojos por un momento. Años de Navidad pasaron y las cosas nunca fueron diferentes. Ahora solo estaba a un mes de que comenzara Diciembre, y su más reciente experiencia con su familia le recordó que, al menos por ahora, nada parecía cambiar.

Las comparaciones, la falta de paz, las peleas constantes, el vacío de tener una familia rota por la pérdida de alguien a quien ni siquiera tuvo la oportunidad de conocer.

Aunque ahora, mientras sostenía esa carta, algo en su interior comenzó a cambiar. Miró la siguiente carta, y la siguiente, y con cada una recordó lo que había soñado, lo que había pedido... Isabella comenzó a darse cuenta de algo. 

Tal vez el silencio en su departamento no era un vacío, sino una forma de paz. Quizás no tenía la familia perfecta, pero estaba aprendiendo a encontrar la paz de una manera que no había entendido antes. Tal vez, después de todo, sus deseos navideños no habían sido tan imposibles.

Quizás, al fin, algo se había cumplido.

Al tomar la última carta, se sorprendió al darse cuenta que la fecha era del año pasado.

Su mente la llevó a ese veinticuatro de Diciembre del dos mil veintitrés. Su primera Navidad lejos de su familia, y la más pacífica hasta ahora. Pero también, se sentía sola.

Leyó el contenido de la carta y sonrió.

"Ya que mis padres no van a cambiar, entonces quiero a alguien más, alguien especial con quien pueda pasar Navidad."

Dobló la hoja cuidadosamente y la guardó en la caja, junto con las otras cartas. Por un momento se quedó mirando la caja y le causó algo de gracia. Lo que ella no sabía era que ese deseo se iba a cumplir mucho antes de lo que imaginaba.

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