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06. Bolucompras

Capítulo VI. Destino o Casualidad.

Miércoles 27 Noviembre, 2024
📍Buenos Aires, Argentina.

Isabella's pov

Dejé caer mi cuerpo exhausto sobre uno de los sofás del lugar y cerré los ojos, imaginando que no existía nada más en el mundo.

Aunque era mitad de semana, hoy tuvimos mucho trabajo en el café, acompañado de un par de accidentes. Unos niños intentaron llevarse a dos gatos y un señor de tercera edad tropezó con uno de ellos, derramando su café en mi delantal.

A eso sumémosle el hecho de que hoy todo el mundo parece estar de mal humor. No he podido entablar una conversación con nadie para distraerme, y necesitaba socializar para no sumergirme en el mar de mis pensamientos.

Mis ojos se abrieron cuando sentí el peso de algo sobre mí. Era Micha, quien se había subido a mi pecho.

—¿Qué pasa? ¿Tenés hambre? —maulló y acercó su nariz a la mía hasta juntarlas, haciéndome sonreír. Luego me incorporé y ella se acomodó sobre mi regazo—. Vos sos la única que no parece estar de mal humor —comenté, como si lograra entenderme.

Cuando la puerta se abrió, Micha bajó de mi regazo y fue a esconderse. Siempre hacía eso cuando veía a alguien que no conocía. Creo que la excepción a la regla fue Iván, ya que desde que lo conoció pareció conectar con él.

Observé al pibe entrar y comenzar a jugar con un gatito gris que estaba entretenido con una pelotita. Micha salió de su escondite y regresó a mi regazo cuando vio que él no tenía intenciones de acercarse.

Sonreí, acariciando su lomo, y escuché sus ronroneos. Por primera vez en la mañana, sentía algo de paz.

Este lugar, sin dudas, era algo más que un trabajo para mí. Era como un refugio, donde podía ser feliz simplemente estando rodeada de gatos y del aroma a café que tanto amaba. No necesitaba nada más que eso. Y era increíble.

Creo que la peor parte era cuando tenía que despedirme de los gatos. Me alegraba que por fin encontraran un hogar después de haber vivido en la calle, pero me entristecía porque me encariñaba mucho con ellos. Para muchos solo son animales, pero para mí significaban mucho más.

Salí de mi burbuja de pensamientos cuando sentí un leve mordisco en mi mano. Bajé la mirada hacia la gatita de ojos verdes.

¿Cuánto tiempo llevaba Micha con nosotros? ¿Y cuánto faltaba para que alguien le diera un hogar finalmente?

A mi cabeza llegó el nombre de Iván. No estaba segura si al final adoptaría o no a Micha, y yo me había asegurado de que nadie más lo hiciera porque sentía que su destino era con él. Tenían una conexión humano-mascota evidente. Como lo que sentí con Pelusa cuando lo vi en mi puerta por primera vez.

Claro, eso pasó hace un par de días, pero no estamos hablando de eso.

De un momento a otro, Micha bajó de mi regazo y corrió hasta la puerta. Se paró en dos patas y comenzó a maullar. Algo desconcertada, la seguí y sonreí cuando vi de quién se trataba.

Como dije, conexión.

Tomé a la gata en brazos cuando el pelinegro se acercó, cuidando de que no saliera por la puerta.

—Hola, Micha —de inmediato la cargó y ella respondió ronroneando.

—Yo también estoy muy bien, eh. Gracias por preguntar —expresé con sarcasmo.

—Hola, Isa —se acercó, dejando un beso corto en mi mejilla.

El roce de su piel con la mía causó que una extraña corriente recorriera mi espalda.

—¿Qué... hacés hoy por aquí? —balbuceé, aún desorientada por el gesto.

—En unos días es el evento donde me obligaron a disfrazarme de Papá Noel —me recordó—. Vine a hablar con Vic para ultimar los detalles... vos sabés.

Sonreí—. Ya quiero verte disfrazado.

—No querés verme disfrazado —negó con la cabeza, divertido.

—¿Cómo vas a imitar a Santa? ¿Ya te aprendiste el guion? —pregunté.

—No —negó.

—Tenés que sonar convincente, si no los niños se van a burlar de vos —le dije—. También les tenés que entregar los regalos.

—Boee, ¿pero quién soy ahora? —hizo montoncito con la mano—. Para mí disfrazarme y hablar como Papá Noel ya es un montón. ¿Ahora me van a hacer entregar regalos? Nomás me falta el trineo.

—No es mala idea, eu —bromeé—. Tranqui, yo te voy a ayudar con eso.

—¿Te vas a disfrazar vos también? —preguntó.

—Y... —vacilé—. Algo así.

—Vos serías uno de los duendes, ¿no? —sonrió de lado, descansándome.

—No, yo sería la señora Claus —me crucé de brazos, fingiendo estar ofendida—. Aunque estoy intentando convencer a Vic de que elija a alguien más... no me agrada la idea de disfrazarme —hice una mueca—. Además, esos trajes te dan un calor...

—Ah, y luego te quejabas de que yo no quería disfrazarme —me señaló—. ¿Segura que no querés? Estaría piola... 

—¿Qué? 

—Digo que vos y yo quedaríamos re bien como señor y señora Claus —carraspeó—. Obvio, si no querés está perfecto, total no estás obligada a hacerlo —reí nerviosamente. 

—¿A vos te gustaría?

—Obvio que me gustaría que estés conmigo, así vos me carreas y no quedo como un pelotudo.

—Mhm... no lo sé —me hice la difícil.

—Tampoco quiero que me dejés sufriendo de calor solo, por favor —añadió—. Dale, Micha, convencela. 

Levantó a la gatita en el aire y miré sus ojos verdes. Esta imagen era igual a cuando el gato con botas quería convencer a alguien de hacer algo. 

—Lo voy a pensar —dije, dando por finalizada la conversación acerca de ese tema. 

En ese momento llegó Victoria junto a una chica pelirroja a la cual reconocí de inmediato. Después del tardío proceso de adopción, finalmente podría llevarse a Luna a casa. Era una gatita negra con manchas blancas en sus patitas, se parecía un poco a Micha, con la diferencia de que esta tenía los ojos de color azul. 

Adoptar un gato del café era algo que llevaba su tiempo. El proceso comenzaba con una entrevista inicial para conocer a los posibles adoptantes y asegurarnos de que realmente estuvieran comprometidos. Luego, tenían que llenar un formulario donde especificaran detalles de su hogar, su experiencia previa con animales, cómo planeaban cuidar al gato, etcétera. 

Al final, hacíamos una visita domiciliaria para verificar que el espacio fuera adecuado y seguro. Y una vez todo estaba en orden, los nuevos dueños firmaban un acuerdo de adopción y se llevaban a su nuevo compañero peludo a casa. 

Era simple, pero efectivo. Lo suficiente para asegurarnos de que cada gatito terminara en el lugar adecuado y que no volvieran a sufrir. 

—¿Cuándo pensás adoptar a Micha? —la pregunta salió de mis labios sin siquiera pensarla. 

—Ayer empezamos con Vic a llenar los papeles —informó como si nada. 

—¿Qué? ¿Posta? —asintió—. ¿Escuchaste eso, Micha? Dentro de nada vivirás en una mansión lujosa. 

—¿Mansión lujosa? ¿Qué decís? —hizo un gesto con la mano. 

—¿Vos te pensás que no veo tus streams? —levanté una ceja—. Sé que sos millonario, boludo. 

—No soy millonario —negó—. Y vos —señaló a Micha—. No te pensés que vas a vivir gratis, eh... Todo vas a tener que ganártelo. 

Ella maulló sin entender la conversación. 

—¿Qué dice este pelotudo? Si ya hasta le compraste un puto castillo —volteé al escuchar a Victoria detrás de mí. 

—Shh —colocó su dedo índice sobre sus labios y yo reprimí una sonrisa. 

—Si fuera por mí, me saltaría el paso de ir a tu casa a inspeccionar que todo esté en orden —admitió la pelinegra—. Sé que Micha vivirá muy bien, pero lamentablemente es parte del proceso. 

—Tranqui, solo avísame cuando vayan. 

—Mhm... —intercaló su vista entre ambos—. ¿Vos querés ir esta vez, Isa? 

—¿Yo? —me señalé y ella asintió—. Eh... bueno, no tengo problema con eso. 

—De acuerdo, le avisaré a Juan para programar la visita... 

¿Recuerdan el paso de la visita domiciliaria para asegurarnos de que todo estuviera en orden? Bueno, esas visitas siempre las hacíamos nosotros en compañía de un inspector de un refugio de animales con el que el café tenía un convenio. En este caso, nuestro inspector era Juan. 

—¿El treinta de noviembre estaría bien para ambos? 

—Sí —respondimos al unísono, y ella sonrió mientras sacaba su teléfono. 

Cuando Vic salió del lugar, volteé a ver a Iván. 

—¿Che, estás hoy, Isa? —preguntó. 

—Mi turno termina en unos minutos —dije, mirando el reloj en la pared—. De hecho, ya debería irme a almorzar y al final a la facultad. Estaría libre a eso de las siete recién —expliqué—. ¿Por qué? 

—Necesitaba que me ayudaras con algo, pero avísame cuando tengas tiempo —asintió comprendiendo. 

—Bueno, dale —sonreí—. Me voy ahora porque, si no, no llego a tiempo ni en pedo —me despedí con un mini abrazo—. Nos vemos, Iván. 


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A eso de las siete de la tarde ya estaba regresando a mi departamento. Hoy sentí el día mucho más lento que de costumbre, y eso era horrible cuando estabas en clases. 

Pelusa me recibió cuando abrí la puerta de mi depto. Lo acaricié en forma de saludo y luego me dirigí a la cocina para lavar mis manos y, posteriormente, buscar algo para comer. 

Me estaba muriendo de hambre. 

Para mi increíble suerte, no había absolutamente nada en la heladera. Al menos no había algo que me pudiera preparar para comer en ese momento. 

Tenía dos opciones ahora; o pedía delivery o finalmente me dignaba a ir al súper y comprar provisiones.

La última semana había sobrevivido a base de pedidos. Creo que era momento de actuar como una adulta responsable e ir al supermercado. 

Busqué una campera, sabiendo que me esperaba la brisa fría de la noche afuera, y en contra de mi voluntad, volví a salir del departamento. 

El súper estaba más tranquilo de lo usual. Caminaba entre los pasillos con mi carrito, repasando mentalmente la lista que tenía en el celular. No eran muchas cosas, más bien lo básico para sobrevivir una semana. 

O al menos eso era lo que pretendía hasta que, al girar en un pasillo, me distraje totalmente por la cantidad de cosas que habían.

Decoraciones navideñas, tazas con frases motivadoras y muchas otras cosas totalmente innecesarias que no sabía para qué servían. Mi cerebro me gritaba que siguiera caminando y no me dejara llevar, pero en cambio me detuve a mirar todo.

¿Quién compraría esto?, pensé, pero entonces sentí que alguien chocaba contra mi carrito. 

—¡Nooo! ¿Y esto? —giré la cabeza para encontrarme con Iván, con un carrito propio y una expresión de sorpresa—. Está re piola... ¡Che, Matute, vení a ver esto! 

—¿Iván? —pregunté, sin poder ocultar mi sorpresa. 

—Isa —él sonrió—. ¿Qué hacés acá? 

—Eh... ¿comprando? —respondí con obviedad, arqueando una ceja—. ¿Vos decís que es casualidad que te encuentre justo a vos acá y a esta hora? 

—Yo no creo en las casualidades —respondió con seriedad—. Creo en el destino... tiraba esa, viste. 

Ambos nos reímos. 

—¿Y vos? —pregunté. 

—Eh, nada, vine ahí con un amigo a comprar unas cosas que necesitaba, y de paso aprovecho para restockear mi heladera. 

—¿Y tu alimentación se basa en papas fritas, galletitas dulces, Coca-Cola y alfajores? —indagué luego de inspeccionar su carrito, conteniendo una sonrisa burlona. 

—Culpa a Matute, no a mí. 

Justo en ese momento apareció su amigo, sosteniendo cinco paquetes de "giacomo capelettini" junto con un queso cremoso. 

—Listo, amigo. Ahí está —dejó todo en el carrito y luego de verme sonrió—. Hola, Isa. 

Le correspondí el saludo. A Matute ya lo conocía, aunque no de manera formal, ya que Iván nos había puesto a trabajar juntos una vez. 

Volví a enfocarme en mi carrito y en lo que me faltaba por buscar. 

—Este pasillo me está tentando demasiado —admití. 

—Bueno, entonces no te resistas. Si estás acá es por algo —dijo, ya comenzando a agarrar lo primero que veía. 

Intenté contenerme, pero cuando me di cuenta, ya estaba sosteniendo un set de mini árboles navideños que claramente no necesitaba. Luego seguí con una serie de decoraciones que incluían renos de cerámica y un pack de velas con olor a galletas recién horneadas. 

Podría justificar mis acciones con el hecho de que ya casi es Navidad y mi departamento aún no estaba decorado. 

—Esto es tan innecesario, boludo... —murmuré para mí misma, mientras Iván a mi lado seguía agarrando cosas random y tirándolas a su carrito. 

—Si vas a la casa de Iván, te morís al ver la cantidad de pelotudeces innecesarias que tiene —soltó Matute. 

—¿Y qué tiene que sean innecesarias? Aguante el consumismo, wacho —bromeó.

—Mirá esto, para el árbol —Matute le extendió un pack de bolas doradas.

—¿Para qué necesitás tantas cosas de navidad? —consulté.

—Voy a armar el arbolito en stream —explicó.

Solté una pequeña risa, imaginándomelo con una cámara apuntando al árbol mientras hacía cualquier cosa menos decorarlo bien.

—Va a ser un desastre —se adelantó Matute.

—¿Vos qué sabés, pelotudo? —Iván le tiró una bolsa de copos de nieve de plástico que Matute esquivó justo a tiempo.

—Y, no sé, si decorás como jugas al minecraft seguro que te va bien —me encogí de hombros—. Pero como sé que sos un desastre en cualquier cosa que no sea el jueguito, seguro tu árbol termina siendo una poronga.

—Paráaa ¿cómo que una poronga? —exclamó fingiendo indignación, Matute y yo reímos—. ¿Me estás subestimando?

—Estoy siendo realista —dije divertida, mientras le dedicaba una mirada que sólo lo provocaba más.

—Boludo, ella me cae re bien —dijo Matute.

Fue algo divertido, hasta que me di cuenta que mi carrito, estaba lleno de todo menos de comida, lo cual era equivalente a que mi heladera seguiría igual de vacía cuando regresara a casa. 

No podía creer que estaba a punto de gastar todo mi sueldo en decoraciones y boludeces, y todo por el pelotudo a mi derecha. 

Lo miré de reojo, con los ojos entrecerrados, culpándolo por haberme arrastrado a este punto. 

—¿Qué me mirás así? —preguntó, notando mi mirada acusadora. 

—Si me invitás a comer después de esto, no me quejo, eh. 

—¿Por qué debería? 

—Porque gracias a vos no voy a tener comida por una semana. 

—Jamás te obligué a agarrar todas esas cosas. Yo solo sugerí —respondió, levantando las manos inocentemente—. Además, son solo boludeces. 

—Sí, pero para vos es fácil comprar cientos de boludeces, sos streamer. En cambio, yo no gano plata tan fácil. 

—¿Viste? Esa es una de las razones por las cuales deberías aceptar trabajar para mí. Así podrías darte el lujo de gastar en bolucompras sin preocuparte por la comida. ¿O no, Matute? Decile. —Matute rió. 

—Qué modesto, señor Buhajeruk. ¿Quién sos ahora? ¿El presidente? 

—Y... ganamos casi lo mismo. 

Solté una carcajada y, entre risas, llegamos a la caja registradora. Pagué y, mientras pensaba en llamar un Uber, Iván habló primero. 

—¿Querés que te lleve? 

—¿Posta? 

—Al final, sí te invito a comer. Me sentí un toque culpable —admitió. 

Mis ojos brillaron con emoción mientras lo veía cargar mis bolsas en la cajuela de su auto. 

—¿En serio? —pregunté otra vez, con una sonrisa. 

—Que sí, te dije —repitió, cerrando la cajuela y abriendo la puerta para mí—. Dale, subite. 

Entré al auto y una vez estuvimos los tres dentro, nos dirigimos a un lugar cercano para comer. Hablamos de todo y de nada a la vez, temas demasiado randoms, justo lo que la ocasión ameritaba. 

El tiempo pasó volando, como siempre sucedía cuando estaba con él. 

De regreso a mi departamento, Iván insistió en ayudarme a subir las bolsas. Una vez dentro, Pelusa apareció en la sala. 

—¿Cómo va, Pelusa? —dijo Iván, agachándose para acariciarlo. Mi gato lo miró como si estuviera evaluándolo antes de dejarse acariciar. 

—Pelusa va a tener que ir al gimnasio si sigue comiendo tanto... ¡la puta madre, olvidé la comida de Pelusa! —comenté, mientras él se reía de mi.

—Mirá el lado bueno, no le compraste comida, pero si un gorrito de navidad —sacó el gorrito rojo de la bolsa en la cual tenía las decoraciones y luego de luchar contra mi gato logró colocarlo sobre su cabeza—. ¿No ves? se ve re tierno.

—Creo que voy a tener que regresar mañana al súper —negué con la cabeza.

Luego de asegurarse de que todo estuviera en su lugar, se despidió y, mientras lo veía salir, no pude evitar sonreír. 

No sabía por qué, pero con él, hasta las cosas más simples se sentían un poco menos monótonas. 


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