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04. Inspiración

Capítulo IV. La Memoria y el Olvido.

Domingo 17 Noviembre, 2024.
📍Buenos Aires, Argentina.

Isabella's pov

—Me puse la' Gucci con un short de Nike. Buzo y cadena, estoy que goteo... —canté bajito mientras mi cabeza se movía al ritmo de la música. Mis ojos, sin embargo, permanecían fijos en el cuadro frente a mí.

No estaba muy segura de lo que estaba haciendo. Lo único que tenía claro era que, si no terminaba esta pintura hoy, probablemente reprobaría el semestre.

Y eso no es una opción, considerando que es el último.

Inspiré hondo, agarré mi block de notas y anoté las cosas que debía cambiar o añadir al cuadro.

Este proyecto debería haberlo comenzado hace una semana, pero entre el trabajo en el café y otras responsabilidades, me consumí tanto que terminé posponiéndolo una y otra vez.

Ahora, a tan solo tres días de la entrega, con un lienzo aún vacío, me di cuenta de que la procrastinación es una mierda.

Y odiaba profundamente mi capacidad para dejar todo para último momento

La tarea, en teoría, era sencilla; crear una obra que explorara el concepto de "La Memoria y el Olvido". El objetivo era plasmar cómo esos dos elementos influían en nuestra percepción del pasado, presente y futuro, de una forma creativa y original.

Tenía claro lo que debía representar, pero no cómo. Mis ideas eran vagas, incompletas, como piezas de un rompecabezas que no encajaban. Y eso me frustraba.

No tener inspiración es de las peores cosas que le puede pasar a un artista. Porque si vives de ella, ¿qué haces cuando no aparece? Honestamente, es una paja.

Muchas cosas suelen inspirarme; la música, los poemas, los paisajes, hasta incluso las personas. Pero cuando no hay inspiración, no la hay. Y forzar a mi cerebro para que genere algo creativo solo me dejaba más vacía y enojada conmigo misma.

Me levanté del sillón, quitándome los lentes y soltándome el cabello. Estos episodios de bloqueo eran raros, pero cuando aparecían, eran lo peor del universo.

Mirá si justo me va a pasar ahora, cuando estoy a nada de entregar un proyecto.

Con una última mirada al lienzo, decidí ir a la cocina para prepararme un té. Pero en lugar de eso, terminé sentada en el suelo al lado de la alacena, comiéndome un paquete de Doritos.

Odiaba esta sensación. Me sentía inútil, como si no pudiera conectar dos neuronas. Pero sabía que lo mejor era tomarme un descanso. Quizás, después del paquete de Doritos, la inspiración llegaría de golpe y lograría crear la mejor pieza visual de mi carrera.

O quizás solo me pondré peor y no terminaré nada.

¡Basta! No quiero ser pesimista.

El sonido del timbre interrumpió mi discusión mental, fruncí el ceño sin saber quién podría ser un domingo a las dos de la tarde, y luego me levanté para ir a averiguarlo.

Al abrir me encontré a Victoria con una caja en sus manos y una muy linda sonrisa en su rostro.

—Hola Vicky, ¿cómo estás? —saludé mientras me apartaba para que ella entrara.

—Demasiado bien para ser verdad, ¿vos? —respondió mientras miraba de reojo el departamento que ya conocía tan bien—. ¿Cómo ha estado tu día?

—No muy bien que digamos, pero lo importante es que tengo salud —respondí mientras bajaba un poco el volúmen de la música, ahora solo se escuchaba su risa haciendo eco en mi departamento.

—¿Por qué? ¿Qué andás haciendo? —indagó, dirigiéndose al living y ahí se dió cuenta—. ¿Ese es tu proyecto final?

Ambas nos ubicamos enfrente del lienzo, observando lo vacío que se veía.

—Sí, apenas lo comienzo, sé que se ve un poco vacío pero no sé ni qué quiero hacer.

—Ya lo veo... —agarró el paquete de doritos de mi mano y tomó un par antes de regresarmelo—. Ah, mirá, te traje donas. Capaz que esto te inspira.

Recibí la caja blanca y sonreí en grande al abrirla. El olor era increíble y cada una de las seis donas en la caja estaba decorada en forma de gato.

—¿Esta es Micha? —señalé la que estaba en la esquina inferior izquierda de la caja.

—Sip. Ahora podés pedir donas personalizadas con los gatos del café —respondió con orgullo—. Dale las gracias a Tomi, él fue el de la idea.

Tomé una de ellas y la probé, sintiéndo de inmediato la explosión de sabores en mi boca. Estaba rellena de chocolate. Y era increíble.

—Es lo mejor que comí en los últimos diez años —exageré mientras le daba otro mordísco.

—Ya sé, están buenísimas —me dió la razón y se sentó en el sofá—. Okey estoy aquí, sabés porqué vine, mostrame.

Fruncí ligeramente el entrecejo y luego recordé que le había dicho que viniera hoy para terminar el trabajo que veníamos haciendo durante las últimas dos semanas.

Victoria quería que el café tuviera una nueva imagen, entonces me había hecho trabajar en nuevos logotipos, diseños de menús, y demás. Todo con el fin de tener un diseño más acorde a lo que ella quería y a lo que el café representaba en sí.

—Bancame un segundo —le dije y salí corriendo a mi habitación para buscar mi tableta y algunas carpetas en donde habían dibujos hechos a mano.

Cuando volví, comenzamos a discutir cuáles eran los mejores, si habían que hacerles modificaciones y demás. Estoy casi segura de que pasaron aproximadamente veinte minutos, hasta que el timbre sonó nuevamente.

—¡Voy! —grité mientras me levantaba y me acercaba a la puerta.

Giré el pomo y me quedé quita en mi lugar al ver de quién se trataba.

—¡Por fin, es aquí! —exclamó, como si hubiera logrado una misión importante luego de varios intentos—. Hola, Isabella.

Me dediqué a observarlo antes de dirigirle la palabra, llevaba una camiseta negra con un diseño alternativo que llama la atención, una camisa blanca debajo que asoma por el cuello y las mangas, unos pantalones anchos grises que le dan un aire relajado y una gorra negra sobre su cabeza.

No pude evitar recorrerlo con la mirada varias veces, confirmando una y otra vez lo bien que luce, como si ese desaliño fuera completamente intencional, casi provocador.

—Me vas a comer con la mirada si seguís así —su comentario me sacó de mi ensoñación. Parpadeé, intentando no sonrojarme, y me aparté para que entrara.

Ingresó a mi departamento con una sonrisa en el rostro. Cerré la puerta y esta vez, un poco menos sonrojada, lo miré.

—Hola, Iván... ¿Qué hacés aquí? —pregunté con curiosidad.

—Vino conmigo —respondió Victoria, quien había escuchado la pregunta—. Lo tengo contratado como mi chofer personal.

—El término "esclavizado" sería más adecuado para mi —habló con un tono sarcástico mientras nos dirigíamos a la sala—. Tuve que tocar el timbre de todos los deptos de este piso solo porque no sabía en donde poronga estabas.

—¿No era más fácil enviarme un mensaje para preguntarme? —dijo ella, como si eso fuera lo más lógico del mundo.

—No olvidés que es streamer, no creo que pensar esté dentro de sus capacidades —sonreí con burla y él me fulminó con la mirada.

—Ja, Ja, Ja, que graciosa que sos eh —hizo notar la ironía de sus palabras—. Y para su información, si lo hice. Solo que vos nunca me contestaste.

—Uh, mala mía entonces —respondió Vic sin darle mucha importancia—. Igual, te dije que iba a demorar un poco y que si tenías afan podías irte a tu casa.

Él suspiró y se sentó a su lado mientras miraba de reojo las cosas sobre la mesita.

—Nah, te espero mejor. Tampoco es como que tenga planeado stremear hoy.

No se me hacia extraño ver a Iván ahora que ya lo conocía, de hecho, ya habíamos comenzado a trabajar juntos y logramos llevarnos muy bien en poco tiempo.

Pero la cercanía de Iván con Vic si era algo que me desconcertaba. Lo conocí recién luego de no saber que existía y ahora parece que son más cercanos que antes.

—¿No es raro? —pensé en voz alta.

—¿Qué es raro? —preguntaron a la vez, con el acento santafesino que los caracterizaba a ambos.

—No, nada. Solo que me parece raro verlos más cercanos últimamente, ¿siempre fueron así?

—El hijo de puta solo vino a la inauguración del café y no lo volví a ver después de eso —Vic lo señaló—. Normalmente nos vemos dos veces al año. Y la razón por la que lo ven más seguido ahora es simple: porque tiene auto y yo no.

—Soy su Uber, básicamente —resumió el pelinegro—. Igual, ¿cuándo pensas comprarte tu auto? No siempre estaré para llevarte a todos lados.

—Estoy en eso, ¿okey? Primero debo tomar las clases de manejo —explicó sin apartar su vista de su teléfono—. ¿Decís que papá se tome el tiempo de enseñarme a estacionar como hizo con vos? —soltó una risita que Iván imitó—. Igual la primera vez vos chocaste el auto intentando estacionar, sos un fracasado —dijo en un tono burlón que me hizo reír e Iván resopló.

—No es tan fácil como parece —se cruzó de brazos.


⭐️


Probablemente solo habían pasado cuarenta minutos desde esa última conversación y, desde entonces, había estado sentada frente al sofá, mirando a la nada.

Mientras hacíamos lo nuestro, a Victoria le había entrado una llamada que, desafortunadamente, no podía posponer ya que era muy importante.

Le dije que contestara tranquila, y ahora, mientras ella hablaba por teléfono en mi cocina, Iván y yo nos sumergimos en un mar de aburrimiento que jamás creí experimentar.

Ni siquiera tenía la intención de mostrarle mis diseños. Sentía que últimamente todo me quedaba mal y ni pintaba hablar sobre mis problemas de bloqueo y falta de inspiración. Lo iba a aburrir el doble.

Bufé, frustrada, y cerré los ojos mientras intentaba relajarme. Pero los volví a abrir cuando escuché la pregunta que formuló:

—¿Eso lo pintaste vos?

Miré lo único dibujado en el lienzo; una mujer sentada en una habitación vacía. Era lo único que había hecho hasta ahora. Lo veía y podía sentir lo mediocre que era comparado con otras cosas que ya había hecho. Sabía que era capaz de más, pero, como mencioné, no tenía inspiración.

—Sí, ignora lo horrible que es. Planeo hacer otro —me levanté y quité el lienzo del caballete.

—No está horrible, solo está... incompleto —se levantó y me lo quitó de las manos, observándolo con atención—. ¿Planeas hacer algo en específico?

—Se supone que debo representar la memoria y el olvido o algo así... es un proyecto de la facultad y solo me quedan tres días para entregarlo —expliqué—. El problema es que no sé qué poronga hacer y me estresa saber que no tengo mucho tiempo.

—¿Te puedo ayudar? —levanté una ceja.

—¿Sabés lo que es presentar un proyecto final? Esto debe salir perfecto.

—Claro que lo sé, también estudié. No soy tan fracasado como pensás, boludita.

—¿Qué estudiaste? —indagué, un poco más interesada.

—Diseño industrial.

—¿Y terminaste la carrera?

—Eso no importa —respondió, dándome a entender que la respuesta era un no—. Déjame ayudarte, dale. Sé dibujar re piola, y encima tengo buenas ideas.

—¿Ah, sí? ¿Y qué propondrías para salvar esta pintura?

Observó el cuadro por unos segundos, y yo lo observé a él. Parecía analizarlo de verdad.

—Querés representar el olvido y la memoria, ¿no? —asentí.

—He intentado plasmar la idea que tenía en mi cabeza, pero no me está saliendo, como podrás darte cuenta...

—Capaz te estás esforzando mucho por darle sentido. ¿Por qué no pensás en cómo se siente más que en cómo se ve? 

Volví a dejar el lienzo en su lugar y comencé a poner toda mi atención en él.

—¿Cómo se siente? —fruncí el ceño.

—Sí, como... cuando intentás recordar algo y es un quilombo. A veces lo que aparece está roto, como cuando soñás con algo pero no lo podés agarrar bien. 

Me quedé reflexionando en sus palabras unos segundos. Al principio no tenía sentido, pero luego de pensarlo un poco... seguía sin tener sentido.

—No estoy entendiendo —admití.

—Es como si la memoria estuviera llena de cosas acumuladas, pero algunas ya no tienen sentido porque están mezcladas con lo que sentiste en ese momento —añadió Iván, gesticulando con las manos—. Es raro, como un collage. 

Esa palabra resonó en mi mente, "collage". Y de repente, las ideas comenzaron a encajar.

—¡Es eso! —exclamé.

Sin esperar, comencé a dibujar. Lo primero que llegó a mi cabeza fue una habitación llena de espejos rotos y objetos antiguos.

—¿Qué es eso? —preguntó.

—Es un símbolo de cómo fragmentamos los recuerdos. Cada pedazo refleja algo distinto, pero juntos hacen un todo.

—Qué buena metáfora, che. Hasta suena re profundo...

—¿Viste?

Mientras el lápiz se movía en mi mano, Iván seguía soltando ideas que parecían encajar una con la otra, como un rompecabezas. Algunas eran un poco raras y parecían no tener sentido, pero creo que, al fin y al cabo, esa era la esencia del cuadro.

Suspiré satisfecha al ver el resultado del boceto. No era lo que esperaba ni lo que tenía en mente, pero, sin dudas, era mucho mejor.

En el centro estaba la mujer, sentada en una habitación llena de espejos rotos y objetos antiguos. Su rostro está cubierto por una máscara de porcelana, que simboliza la forma en que ocultamos nuestros verdaderos sentimientos y recuerdos.

En el fondo de la habitación, se puede ver una puerta abierta que conduce a un jardín lleno de flores. Pero esta está bloqueada por muchos objetos que la mujer ha acumulado a lo largo de los años, los cuales, a su vez, representan la dificultad de dejar ir el pasado.

Creo que la comparación es evidente: nuestra memoria es como una habitación llena de objetos y recuerdos que podemos acumular y olvidar. Pero, cuando intentamos recordar algo, podemos encontrar que nuestros recuerdos están distorsionados y bloqueados por nuestras emociones y experiencias.

—Wow... gracias —musité.

—¿Por qué? —preguntó sin entender.

—Porque sin vos probablemente nunca habría hecho esto —sonreí con sinceridad.

—Yo te lo dije, tengo muy buenas ideas —dijo con aires de grandeza, manteniendo el tono divertido en su voz—. No me subestimes por ser streamer.

—Ya aprendí —rodé los ojos—. Pero posta, gracias. Quién lo diría, que vos eras la inspiración que me hacía falta.

—¿Yo? —se señaló a sí mismo y asentí—. Gracias, me siento halagado.

—Voy a tener que pedirte ayuda cada vez que trabaje en arte conceptual.

—Aceptaría, solo si la próxima vez me pintás a mí.

—Boe, ¿qué flasheas? —solté una risita nerviosa, sin saber realmente por qué lo estaba—. Igual no es mala, serías un buen modelo...

A pesar del poco tiempo que llevábamos conociéndonos, habíamos desarrollado una confianza que me permitía sentirme cómoda estando con él. Era raro, pero el simple hecho de tenerlo cerca me inspiraba.

Mientras observaba nuevamente el boceto, mi mente empezó a despejarse. Los colores comenzaron a aparecer en mi cabeza como si mi inconsciente estuviera conectando los puntos, cada uno con una sensación, un pensamiento, una memoria.

Me imaginaba el cuadro lleno de tonos apagados, como grises que se entrelazaban con destellos de rojo y azul.

Los grises representarían la tristeza, los recuerdos que no se logran recordar con claridad, serían la nostalgia de lo perdido, de lo que ya no se puede recuperar.

Los rojos eran el dolor.

Y los azules representarían la calma que llega cuando finalmente, después de mucho tiempo uno se permite olvidar.

El contraste inevitablemente me recordó a mi familia. A mi madre, a mi padre, y a mí. Mi memoria era como esa habitación, llena de escombros de momentos que yo no entendía, fragmentos dispersos que a veces no lograban ni conectar entre sí.

Sin darme cuenta, el aire que me rodeaba se volvió denso. Parpadeé varias veces, sin saber bien qué estaba pasando. Iván, que hasta ese momento estaba de pie, mirando el cuadro con interés, notó que mi expresión había cambiado.

—¿Estás bien? —preguntó, con su tono habitual, pero esta vez había un tono de preocupación en su voz.

Sacudí la cabeza, intentando espantar mis pensamientos. —Sí, sí... Solo que... es complicado querer hacer las cosas lo más perfecto posible cuando a veces siento que mi propia mente es un caos que no puedo controlar.

Pasó su brazo alrededor de mis hombros dándome unas palmaditas de forma amistosa.

—A veces el caos es lo más cercano a la inspiración. Pensalo así, la vida misma es un quilombo, pero también es lo que hace que las cosas sean interesantes, ¿no?

—Tiene algo de sentido cuando lo decís así.

Y por alguna razón, esas palabras me hicieron sentir menos sola en mis propios pensamientos.

Quizás, al igual que el caos, mi arte también podría encontrar su propia manera de expresarse, sin que todo tuviera que encajar perfectamente.

Volví a mirar el lienzo y esta vez me di cuenta de que, el arte no se trata solo de una representación perfecta de una idea, sino de cómo lo que se siente se traduce en algo mucho más complejo.

Y, tal vez, Iván tenía razón. El caos, al mirarlo desde otra perspectiva, podía ser tan hermoso como cualquier otra cosa.

Al final, el cuadro no sería un mar de tonos serios y meticulosamente planeados, sino una combinación de pensamientos, recuerdos olvidados, emociones... y quizás, un poco de caos, como nuestra conversación.

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