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☽ | Chapter 96. [03]

GALATEA

Abrí los ojos de golpe, notando como si un peso se hubiera desprendido de encima de mi pecho. Lo último que recordaba era tener sobre mi cabeza la cúpula del bosque; lo último que recordaba era a Calígula saboreando la bala de plata que me había extraído antes de lanzarme en persecución de aquella traidora vampira.

Parpadeé varias veces, despejando mi visión y encontrándome con un escenario que no me resultaba en absoluto familiar... o quizá familiar, pero imposible. Era imposible que me encontrara en la mansión Vanczák.

Mi mente rescató la voz masculina que había creído escuchar mientras sentía la muerte acechándome desde las sombras, preparada para abalanzarse sobre mí para llevarme con ella.

-Derek –fue lo primero que se escapó de mis labios en un tono ronco.

Una sombra apareció en mi campo de visión. Una sombra que conocía muy bien, pero que no era la persona que yo deseaba encontrar nada más despertar; Hunter me observaba con una mezcla de alivio y desconcierto, con sus ojos azules húmedos.

Antes de que pudiera reaccionar me encontraba atrapada en un sentido abrazo por parte del pequeño de los Vanczák, quien parecía estar soltando algo parecido a sollozos entrecortados que nunca antes había oído.

-Dios, Galatea –musitaba Hunter-. Creí que te habíamos perdido, por unos momentos hemos llegado a pensar...

Se cortó de golpe y pude ver cómo desviaba la mirada hacia el vampiro que se mantenía entre las sombras.

Mi estómago se contrajo al reconocer a Rátz.

¿Había sido él quien me había sacado del bosque? ¿Serían ciertas las palabras de Calígula? Empecé a sentirme enferma al creer que Derek realmente se encontraba... que él...

-¿Dónde está Derek? –en aquella ocasión mi voz salió mucho más clara y aguda.

La mirada que compartieron Rátz y Hunter empeoró mi precario y delicado estado de ánimo.

-He dicho que quiero saber dónde está Derek –repetí.

Hunter tragó saliva.

-En su cuarto –respondió.

Me rebatí entre los brazos del menor de los Vanczák hasta que logré desasirme de ellos, permitiéndome ponerme en pie. Sentí mis piernas inestables, además de notar cómo la habitación giraba vertiginosamente; busqué apoyo en uno de los muebles de la sala que tenía más cerca para tratar de estabilizarme y respirar hondo.

Una vez estuve segura de que podía moverme sin temor a terminar en el suelo, dirigí mis pasos hacia la puerta; Rátz me contempló con una pizca de interés en el fondo de sus ojos verdes mientras que Hunter se apresuraba a intentar detenerme.

-¡No! –exclamé y el vampiro se quedó congelado-. Necesito verle. Lo necesito.

Hunter debió ver la desesperación en mi rostro, ya que se apartó de manera sumisa, permitiéndome continuar con mi idea. Salí del salón y me tambaleé hacia las escaleras que ascendían hasta el tercer piso.

El trayecto se me antojó como un auténtico infierno. Aún tenía una pequeña laguna en lo referido a los sucesos que habían tenido lugar después de que yo perdiera el conocimiento en el bosque, pero lo primordial para mí en aquellos instantes era ver con mis propios ojos a Derek.

Me abalancé contra la puerta de su dormitorio, asfixiándome con mi propia respiración. El saloncito que precedía al dormitorio en sí se encontraba inalterado, lo que significaba que la batalla no había logrado burlar los muros de la mansión; con esa pequeña esperanza, me dirigí hacia la puerta que conducía a la habitación de Derek.

Una sombra salida de la nada se interpuso en mi camino, disparando todas las alarmas dentro de mi cabeza y provocando que mi cuerpo se pusiera en tensión de manera inconsciente, aunque me encontrara desarmada; respiré hondo cuando vi que se trataba de Vencel, otro de los vampiros húngaros.

Él parecía encontrarse frente a un fantasma.

-Quiero ver a Derek –exigí.

Vencel parpadeó con desconcierto.

-Fuera –gruñí, mostrándole los colmillos.

El húngaro me dedicó una última mirada cargada de sorpresa antes de abandonar la habitación, quizá para informar de mis malos modales a Rátz.

Nada más escuchar la puerta cerrándose, me atreví a internarme en el dormitorio, encontrándome a Derek en la cama. Sin reaccionar.

Como si realmente estuviera muerto.

Las piernas empezaron a flaquearme mientras yo me forzaba por llegar a su lado, notando mi corazón astillándose a cada paso que daba sin conseguir ninguna respuesta por su parte; al final me dejé caer junto al colchón donde reposaba el vampiro, con todo el cuerpo sufriendo convulsiones debido al llanto.

-Derek –me salió un gemido ahogado.

Al no recibir respuesta alguna sentí que mi corazón terminaba de rompérseme en mil fragmentos. Era como si la manipulación que aquellos dos vampiros se hubiera hecho realidad, como si me hubiera envuelto en su terrible abrazo y me hubiera dejado atrapada allí; no pude seguir conteniendo las lágrimas mientras observaba el cuerpo inmóvil del vampiro.

En la imagen que había usado Calígula en mi contra lo había retorcido hasta conseguir una versión mucho más dolorosa, con su pecho abierto y múltiples heridas que habían asegurado su muerte; pero el Derek que tenía delante no mostraba ningún rastro delator y su uniforme estaba manchado de sangre.

Me atreví a acariciar su rostro, notando a cada segundo que pasaba una poderosa asfixia. La esperanza que había guardado tras el enfrentamiento con los dos vampiros acababa de extinguirse y mi pecho se encontraba dolorosamente vacío, llorando la pérdida de Derek.

Lo había perdido por segunda vez.

Lo había perdido para siempre.

Cogí su rostro entre mis manos y lo contemplé en silencio mientras las lágrimas de sangre resbalaban por mis mejillas, estrellándose contra los pómulos del vampiro; me odié a mí misma por los fallos que me habían apartado de su lado, que nos habían mantenido separados por tanto tiempo.

Que nos habían impedido disfrutar de nuestra relación y que ahora me asfixiaban por todos los errores que había cometido.

Cerré los ojos mientras sollozaba, incapaz de contener mi dolor ante su pérdida.

-Lo siento –dije con voz ahogada-. Siento todo el daño que te causé. Siento no haber sido capaz de estar a tu lado como merecías; siento no haberte apoyado en tus peores momentos, Derek.

-¿Galatea? –respondió una voz debajo de mí.

Me quedé inmóvil, intentando descubrir si aquello había sido producto de mi imaginación... de mi propia desesperación.

Fui separándome de Derek lentamente, topándome con su mirada de ojos azules clavada en mi rostro. Contemplándome con una expresión que me rompió mi recién recuperado corazón.

Acaricié su rostro y esbocé una tímida sonrisa.

-Espero que sea la última vez que me hagas algo así, Derek Vanczák.

Le permití que se incorporara, pero una parte de mí (la más posesiva y que había recuperado a su novio de entre los muertos) no quería ni un centímetro de separación entre nuestros cuerpos. No quería separarme ni un segundo más de Derek Vanczák y quien tratara de hacerlo... tendría que sufrir las consecuencias de una vampira muy cabreada.

-Galatea –Derek repitió mi nombre con una nota de asombro-. ¿Cómo... cómo es posible? Te he visto... Te habían traído en brazos... Rátz dijo que estabas... Dijo que estabas muerta.

Lo miré con el ceño fruncido mientras Derek se atrevía a acariciar mi rostro, comprobando que realmente era yo.

-Estoy aquí –musité.

-Estás aquí –repitió y sus ojos se le humedecieron-. Estás aquí...

Nos quedamos en silencio, contemplándonos como si fuera la primera vez que lo hiciéramos. En aquellos instantes, a pesar de no saber siquiera qué estaba sucediendo en el exterior, lo único que quería era quedarme en aquella habitación, junto a Derek.

Disfrutar de los primeros minutos de la eternidad que nos esperaba a ambos.

Respiré hondo, llenándome las fosas nasales con el inconfundible aroma del vampiro, aunque algo contaminado por la sangre que cubría parte del tejido de su uniforme; Derek se entretenía acariciándome el cabello, que debía encontrarse hecho unos zorros después de mi encontronazo y posterior emboscada.

-He estado pensando en algo –dije, rompiendo el silencio-. Y creo que he encontrado los nombres perfectos para nuestros tres futuros hijos.

Los labios de Derek se curvaron en una amplia sonrisa. Se me escapó un involuntario gritito de sorpresa cuando rodeó mi cintura con sus brazos, empujándome contra su pecho; con su rostro a centímetros del mío.

-¿Qué te parece si empezamos con algo más sencillo?

Le dirigí una mirada interrogante.

-Cásate conmigo –me pidió.

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