☽ | Chapter 9.
CON TODOS USTEDES LA MUY, MUY LAMENTABLE TRAGEDIA DE ATTILA Y DEIRDRE
Hacía un día radiante y yo lo único que quería era encontrar un rincón en la mansión donde poder liarme a golpes con lo primero que tuviera a mano; choqué sin querer con una mujer que había aparecido de la nada y la mandé de golpe al suelo. La mujer dejó escapar un gemido de horror y sus ojos se dilataron al contemplarme fijamente. Un ligero aroma bastante apetecible inundó el pasillo, provocando que empezara a ensalivar.
Por no hablar del delator sonido de un corazón palpitando a toda velocidad.
-Gabriela, márchate –ordenó una voz masculina al fondo del pasillo.
La chica no dudó ni un segundo en ponerse en pie y salir huyendo por el lado contrario, poniendo la máxima distancia entre nosotras. Me giré de mala gana en dirección de donde había procedido la voz, encontrándome a Hunter apoyado en una columna, mirándome con severidad.
-Por Dios, tú no –gruñí, dándole la espalda e imitando a la chica: huir a toda prisa.
-¡Gala! –gritó Hunter-. Gala, por favor...
Alcé mi dedo corazón y se lo mostré sin girarme. Esperaba que captara la indirecta y me dejara tranquila.
Mi huida maravillosa, esa en la que la chica se marcha muy digna y desaparece de la escena, dando paso al segundo acto del drama, se vio interrumpida cuando su mano me detuvo con facilidad, frenándome en seco. Me dije a mí misma que debía ponerme algún tipo de mensaje en el dedo corazón la próxima vez, por si acaso el gesto en sí no servía en absoluto.
Me obligué a mí misma a mirar al frente. Hunter no merecía siquiera que le echara un vistazo después de que su hermano me hubiera dejado bastante claro a qué se debía tanta amabilidad y atención por su parte.
-Gala –empezó, sonando muy cerca de mi nuca.
Giré sobre la punta de mis pies, zafándome del agarre que tenía su mano sobre mi brazo y permitiéndome tener una buena panorámica de su cuello; le lancé mi golpe sin pensar en las consecuencias, centrándome únicamente en la rabia que fluía dentro de mí, exigiéndome ser liberada.
Conseguí acertarle en su nuez, el mismo punto donde le había dado a su hermano cuando había tratado de huir. Hunter me miró con sorpresa y desconcierto, sin entender a qué venía esa reacción por mi parte; cayó de rodillas contra el suelo, llevándose ambas manos a la zona herida y tosiendo con fruición.
Retuve a duras penas mi pierna, que ya se veía lanzada contra el costado del vampiro. No merecía la pena, Hunter no merecía la pena... como tampoco la merecían el resto de vampiros que vivían en aquella mansión.
-No te atrevas a tocarme otra vez, Vanczák –amenacé entre dientes-. Quiero tenerte bien lejos, o la próxima vez serán mis colmillos arrancando tu piel a tiras.
Di un par de pasos alejándome del cuerpo de Hunter, que seguía tosiendo, pero me lo pensé mejor. Aún había que dar el golpe de efecto y un buen momento para el drama necesitaba las palabras adecuadas, tal y como había visto en multitud de series y películas.
-Y es Galatea, cabrón con colmillos –le recordé-. Gala-tea, que se te quede bien grabado en ese cabezón que tienes.
Satisfecha conmigo misma, eché a correr por el pasillo, sin saber muy bien a dónde dirigirme. La casa, a la luz del día, parecía haber dado un cambio radical: los pasillos desérticos habían pasado a tener una leve actividad de personal que se dedicaba a ir de un sitio para otro, sin importarles el hecho de que vivieran rodeados de monstruos.
Ninguna de esas personas trató de detenerme mientras me dirigía hacia las puertas acristaladas que conducían a los jardines. Las abrí de par en par y eché un rápido vistazo a mi espalda antes de cruzarlas... y echar a correr.
El día estaba nublado, por lo que los rayos del sol apenas eran capaces de traspasar aquella densa capa de nubarrones que anunciaban tormentas; inspiré hondo, llenándome con los aromas que desprendía el bosque y un leve toque a húmedo, señal que anunciaba que pronto llovería.
Recordé lo fácil que le había resultado a Derek encontrarme en mi intento de huida, así que viré hasta donde se encontraba situado el enorme cenador que me había mostrado Hunter ayer por la noche y me escondí tras él, apoyando la espalda contra la pared de piedra. Era el momento idóneo para hacer una lista mental.
Odiaba a Derek por ser un capullo egocéntrico con un ligero problema de tender al totalitarismo, incapaz de aceptar una crítica. Ah, y por haberme convertido en una prisionera-esclava de la que poder disponer a su gusto y gana.
Odiaba a Hunter por ser un cabrón que había fingido ser mi amigo para poder meterse entre mis piernas, según su hermano mayor. No dudaba de su palabra porque Derek conocía a su hermano mejor que yo.
Odiaba a Bala por ser el perrito faldero de Derek... y por haberme puesto aquella mordaza, disfrutando como un niño el día de su cumpleaños.
Odiaba a Anna por ser tan servicial, por no ser capaz de plantarle cara al maldito de su prometido como se debía y por mendigar algún gesto de amor por parte de Derek. No conseguía comprender cómo el amor era capaz de cegar a una hasta tal punto... Obviando el hecho de que yo, en una ocasión, robé un par de calcetines que habían pertenecido a Cody Adler; pero eso era otra historia.
En definitiva, odiaba a todos y cada uno de los vampiros que vivían en Villa Colmillos, a esos mismos que no dudaban en levantar su rabito cuando Derek se encontraba en la habitación, deseando ganarse alguna chuchería o una caricia por parte de su amo.
Un escalofrío de desagrado me recorrió el estómago cuando recordé la orden de Derek sobre cómo debía dirigirme a él. «Amo o señor... ¡Y una mierda, amigo! Esto no es la Edad Media y ese rollo solamente interesa en las novelas sobre sumisas y multimillonarios con un claro déficit de cariño o una infancia muy traumática y jodida...»
Alcé la vista hasta el cielo y me pregunté cómo podría escapar del poder de Derek Vanczák. Según todo ese rollo vampiro, la reclamación que había hecho sobre mí me convertía en un objeto suyo, como si el hecho de no respirar o tener un corazón bombeando sangre me hubiera quitado el derecho de ser una «persona». Arranqué briznas de hierba imaginando que eran los cuellos de todos aquellos vampiros chalados y contuve un gruñido de rabia.
Me quedé inmóvil cuando escuché unos pasos deslizándose sobre la hierba, en mi dirección. Si no hacía ningún maldito movimiento, era posible que el desconocido pasara por delante sin descubrirme, y sin obligarme a que le golpeara en cualquier parte que me pillara más cerca.
Deirdre rodeó el cenador y me dedicó una sonrisa comprensiva. Pensé que debía estar hasta arriba de algún tipo de droga, ya que nunca se había mostrado así ante mí; aquella vampira me había dado más grima que hasta el propio Derek, y eso era ya decir mucho. Siempre la había visto en un discreto segundo plano, siguiendo como una sombra a su inseparable Anna, cuidando de ella como si fuera su niñera.
Me pegué más a la pared de piedra y pensé que hoy mi horóscopo no podía ser muy bueno, dadas las desgracias que me habían acontecido desde que había decidido abrir los ojos, creyendo que podría darles a todos ellos una oportunidad.
-Te estaba buscando –dijo con suavidad.
La miré con recelo.
-Pues yo a ti no –espeté de malas formas-. ¿Cómo coño me has encontrado?
Deirdre se acercó unos pasitos más, todavía sonriéndome. Por unos segundos me pareció a la típica enfermera de las películas de terror que te sonreían con amabilidad antes de inyectarte una aguja enorme con algún tipo de sustancia que te dejaba completamente grogui.
-Tus pensamientos y gruñidos se escuchaban desde la entrada a los jardines –me explicó, tomando asiento a mi lado y sin invitación-. Lamento mucho que hayas tenido que enterarte de esta forma...
Enarqué una ceja, creyendo que estaba refiriéndose a Hunter y su doble juego. En cuanto lo pillara a solas a ese maldito malnacido...
-Sé que es muy duro comprender que te has convertido en una propiedad, subyugadas a los deseos de otra persona –se me escapó un suspiro de alivio al entender que estaba hablando de mi reclamo por parte de Derek-. Pero todo eso tiene su fin, y tú misma puedes alcanzarlo antes si no le das a Derek motivos para creer que eres inestable.
Me froté los brazos, como si tuviera frío.
-Derek dijo que tendríamos que acostarnos juntos –la forma en la que el vampiro pronunció «sexo» se repitió en mis oídos, nublándome momentáneamente la visión debido a la repugnancia que despertaba en mí-. Que era la única forma de reclamarme y marcarme. ¿En serio no puedo negarme? Prometo no huir, incluso prometo comportarme cuando esté delante de Derek... Pero no me obliguéis a hacer eso.
Estaba desesperada por arrancarle a Deirdre un «hay otra forma de hacerlo», algo que me permitiera mantenerme alejada de Derek y Hunter... incluso del resto de vampiros del género masculino; todavía confiaba mínimamente en Anna y en su orientación devota por su prometido.
Aún mantenía la esperanza de que Derek se hubiera burlado de mí, aprovechando mi inexperiencia con el mundo de los vampiros. Deirdre me observó con pesar, pero sin atreverse a decir ni una sola palabra.
Y el nombre de Anna se formó de golpe en mi cabeza, haciendo más intensa esa luz de esperanza que se había creado en mi pecho.
-Anna puede convencerlo –afirmé con rotundidad-. Ella es la prometida de Derek y el amor de su vida. Si le explico lo que ha sucedido, podré conseguir una fuerte aliada que frene a su querido prometido y le convenza de que no necesito ser reclamada.
La mirada que me dirigió Deirdre hizo tambalear mi maravilloso plan.
-La relación entre Derek y Anna no es la misma –confesó casi a la fuerza-. El tiempo es un enemigo peligroso, Galatea; incluso para los vampiros es un enemigo a temer, más que el hierro, la plata... las estacas de madera –me miró con severidad, advirtiéndome que tuviera cuidado con la información que iba a recibir-. Anna no es la jovencita dulce y tierna que siempre ves, y eso es algo que yo aprendí a la fuerza.
Se relamió el labio inferior y su rostro se contrajo en una mueca de desagrado, como si su piel estuviera cubierta de una sustancia amarga. Estaba a punto de descubrir la verdad que escondía aquella misteriosa vampira y no estaba al cien por cien segura de querer hacerlo; mi lado curioso se había erguido en mi interior, con las orejas bien tiesas para poder escuchar lo que Deirdre tenía que decirme. Algo que pudiera ayudarme a enfrentarme al grave problema que se me había planteado.
-Mi vampiro creador fue Attila –aquel primer golpe me arrancó un gemido ahogado, provocando que Deirdre me mirara como si no le sorprendiese lo más mínimo mi reacción-. Nos habíamos enamorado y yo acepté a que me transformara si con ello podíamos estar juntos para siempre; me trajo hasta aquí y habló con Derek, pidiéndole permiso para poder transformarme. Desde el primer momento en que me crucé con Derek Vanczák supe que me traería problemas, por aquel entonces se encontraba más descontrolado de lo que está en este tiempo, y Anna tampoco se encontraba en sus mejores momentos.
»Tras una larga negociación, en la que Derek impuso que ambos nos quedáramos en el aquelarre y que Attila continuara formando parte de su reducido grupo de asalto, por fin llegó el momento de mi cambio –sus ojos se pusieron vidriosos, atrapada en aquellos momentos, supuse-. Attila se encargó de que todo fuera perfecto, de que no me sintiera en absoluto nerviosa por lo que iba a suceder... Habíamos hablado largo y tendido sobre lo que sucedería después, una vez yo fuera convertida en vampira; Bala se había ofrecido a echarle una mano a Attila para cuidar de mí en el tiempo que fuera una neófita.
Se hizo entonces el silencio entre nosotras. Deirdre parecía completamente sumida en los recuerdos de aquella época, ya que había fruncido los labios en una fina línea y contemplaba el horizonte con una expresión algo dolida.
-¿Algo salió mal? –intenté adivinar.
Deirdre sacudió la cabeza, con una media sonrisa desganada.
-La conversión fue bien, como puedes comprobar –se señaló a sí misma, dándome a entender que, de haber salido algo mal, ella no se encontraría en esos instantes hablando conmigo. Lógico, la verdad-. Y todo parecía ir bien hasta que se celebró en esta misma mansión una recepción en honor a los largos años de paz que llevaban viviendo los aquelarres que habitan en Londres. Yo aún seguía siendo una neófita, con mis necesidades magnificadas y sin comprender del todo por dónde andaba; por aquel entonces la relación entre Derek y Anna se encontraba bastante tirante, y no había noche en la que no pudiésemos escuchar sus peleas por toda la mansión.
»Aquella noche Derek se había mantenido bastante alejado de su prometida, bebiendo copa tras copa. Attila creía que el vampiro no tardaría en montar otro espectáculo, fiel a su costumbre, y no se equivocó: Derek dio conmigo mientras yo vagaba por el jardín, puesto que la fiesta había logrado ponerme algo nerviosa. Me sonrió con amabilidad y me propuso que podía enseñarme la mansión; decidí seguirle hasta los pisos superiores, sin sospechar nada, totalmente embobada por la energía y el aroma que desprendía... Muy pronto averiguarás que apenas tenemos mucho control, aunque tú hayas demostrado esa entereza al alimentarte de sangre donada robada –me removí con incomodidad, pero Deirdre parecía bastante concentrada en su relato-. Los neófitos sois demasiado viscerales, Galatea; os movéis muchas veces por instinto y necesidad, olvidando que hay cosas más importantes. Yo misma me vi en esa comprometida situación cuando Derek me acorraló en uno de los dormitorios del primer piso, convenciéndome de que nos lo pasaríamos bien y que aquello le estaba permitido por ser el líder. «Tomo cuanto quiero», fue lo que me dijo; yo estaba medio obnubilada por su hipnótico aroma y por las copas de sangre con alcohol que había tomado a lo largo de la noche, lo cual se lo puso todo más fácil.
»Me entregué a él y Anna lo descubrió –su rostro se contrajo en una mueca-. Montó todo un escándalo por lo sucedido, pero Derek no parecía en absoluto afectado por las duras palabras que estaba recibiendo de su prometida, como si no le importara lo más mínimo que aquello le hubiera hecho sufrir. Anna, por el contrario, le exigió que la compensara de alguna forma, que estaba cansada de ver el tránsito de mujeres que había en su cama; le recordó que era su prometida y que se había transformado en vampira por él, abandonándolo todo. Es la misma excusa que usa Anna siempre que quiere pulsar un interruptor dentro de Derek que consigue cambiarlo: algo cambió en él y me ordenó que, en compensación por el grave daño que le había causado a su prometida por entregarme a él como una vulgar ramera, debería convertirme en su doncella, atendiendo siempre sus necesidades.
Ahogué una exclamación de rabia al escuchar su historia. ¿Cómo era posible que Derek tuviera tan poco honor de permitir que algo así pudiera sucederle a Deirdre? Ella se había dejado engatusar por el vampiro porque creía que era su deber, hundiendo su propio honor y haciéndose quedar por una cualquiera frente al resto de vampiros, de la propia Anna; también me sorprendió comprobar que la ternura que había mostrado conmigo no era tan auténtica como había creído en un principio. La vampira era astuta, conocía bastante bien a su prometido y sabía qué botones tocar para tenerlo a su lado, cuando las cosas se iban demasiado de su control.
Aunque seguía sin entender por qué Deirdre y Anna mantenían una relación, en apariencia, de cercana amistad si había sido por la propia Anna por lo que Deirdre había terminado en aquella situación tan desventajosa para ella, confinada a convertirse en la sombra de la vampira.
-¿Y Attila? –me atreví a preguntar.
Deirdre esbozó una sonrisa triste. Era evidente que su bonita historia de amor no había tenido un final feliz, y no pude evitar sentir un ramalazo de lástima por aquella vampira que lo había dejado todo por un hombre y que, al final, se había quedado sin nada. Pagando la penitencia de una mentira, de la misma mentira que le había hecho que lo perdiera.
-Evidentemente dirigió todas las culpas contra mí –respondió en un tono plano, encerrando sus sentimientos bajo llave en su interior-. Derek era el líder del aquelarre, la persona que le había dado una oportunidad en la vida y que le había ayudado a continuar después de lo sucedido con su familia; su sentimiento de agradecimiento era mucho mayor que el amor que pudiera haber sentido hacia mí.
Inspiré hondo, atreviéndome a darle un par de palmaditas en el brazo a modo de consolación.
-¿Cómo podía compararme yo con alguien que le había permitido olvidar, o sepultar, la culpa de haber asesinado a toda su familia tras haberse convertido en vampiro? –se preguntó entonces Deirdre-. ¿Qué le había dado yo? Mi amor, mi cuerpo... mi alma... Pero eso nunca fue suficiente, no contra Derek Vanczák.
-¿Ni siquiera lo habéis arreglado, después de tanto tiempo? –aquella pregunta se me escapó de manera inconsciente, todavía anclada en la desgarradora historia que me había contado sobre sus inicios como vampira.
Deirdre bajó la mirada y sacudió la cabeza, agitando su cabello oscuro tras ella.
-Nuestra relación se ha vuelto cordial y educada, pero hay heridas que nunca llegan a cerrarse del todo –sus ojos se estrecharon cuando se giró hacia mí, mirándome fijamente-. ¿Lo entiendes ahora, Galatea?
-Entiendo que Anna fue un poco zorra contigo en su momento –respondí con cautela, temiendo meterme en algún problema debido a que hablaba sin filtros-. Pero parece que ahora... en fin, diría que sois amigas.
-No soy amiga de Anna –siseó con molestia la vampira-. Intento ser agradable y solícita con ella porque conozco lo que hay debajo de esa capa de azúcar que parece recubrirla. Lo hago para poder seguir aquí. Tienes que aprender a saber en quién puedes depositar tu confianza, Galatea...
Ahora fui yo quien entrecerró los ojos, contemplando a Deirdre con aire crítico.
-¿Y cómo sé que no me has mentido con tu historia, Deirdre? –demandé con un tono enérgico-. Podrías habértelo inventado todo para, no sé, ganarte mi confianza y luego irle con el cuento a Anna.
Deirdre sonrió con desgana.
-Solamente quiero ayudarte a que tomes decisiones que no puedan perjudicarte –se defendió ella-. No soy ciega, Galatea. He visto cómo has ido abriéndote poco a poco a Anna, creyendo que has encontrado en ella a una amiga; puedo asegurarte que eso ya no es posible. No después de que Derek te haya reclamado como suya.
Me puse en pie de un salto y di una patada contra el suelo, ofuscada de que todo el mundo estuviera recordándome el motivo de todos mis nuevos problemas; Deirdre no pareció horrorizada de mi gesto, pues ella ya había comprobado de primera mano la extraña relación existente entre Derek y Anna, además del alcance que tenía el poder del vampiro dentro de su aquelarre.
Solté un resoplido.
-Acabas de convertirte en un objetivo para Anna Médici –aquello me detuvo en el acto, bien porque sabía que podía ser verdad-. Ella creerá que te convertirás en una más de la larga lista de conquistas que ha tenido que aguantar a su prometido desde hace doscientos años... Debes andarte con cuidado, Galatea.
Le di una patada a la pared del cenador, ahora enfadada. ¿Por qué demonios habría tenido que enfadarse Anna conmigo? ¡Yo no le había pedido a Derek que me reclamara! Joder, si hasta me daba escalofríos la idea que había implantado su prometido en mi cabeza con todas aquellas historias de terror sobre el método infalible para que su aroma me impregnara.
El drama personal de Deirdre con la vampira me había permitido averiguar que bajo esa fachada, Anna escondía una faceta que muy pocos conocían. Con Derek no había dudas respecto a lo que podías esperarte de él, pero con Anna eso no era posible; escudándose siempre en su papel de prometida ideal, de niña dulce que únicamente pretendía ser amiga de todos y que viviéramos felizmente en el País de la Piruleta, me hacía sospechar que sus intenciones no eran tales.
No sabía qué esperar de Anna Médici.
-¿Y por qué no centra todo su odio hacia Derek? –inquirí, frustrada-. ¡Es él quien no para de irse con otras mujeres! Derek es el único culpable de sus desgracias en ese largo compromiso que tienen.
-Para Anna siempre ha sido más fácil ir directa a por las mujeres que Derek ha manipulado o a las que se ha acercado demasiado. Sabe que su posición como prometida de Derek Vanczák le brinda una amplia ventaja en la que puede moverse como pez en el agua –cogió aire, desviando la mirada hacia el cielo encapotado-. Sabe que en un enfrentamiento directo con Derek jamás ganaría. Tiene demasiado que perder, así que se limita a manipularlo de la única forma que sabe: utilizando su propia conversión.
Me crucé de brazos, notando que faltaban algunas piezas en aquella historia que Deirdre había desenterrado de la ficticia buena relación que había entre Derek y Anna.
-No entiendo cómo puede funcionarle usar siempre el tema de su conversión –dije.
La vampira se puso en pie con gracilidad y elegancia, moviéndose de la misma forma que lo haría un gato. Sus ojos oscuros me contemplaron con actitud pensativa, dándome a entender que ella tampoco tenía respuesta a esa duda que había planteado; había algo que todavía se nos escapaba de aquel torbellino de celos, dudas y sumisión que parecía formar parte de la relación entre Derek y Anna.
-Yo tampoco lo sé –reconoció Deirdre-. Y lo poco que he conseguido averiguar ha sido por mi experiencia y gracias a Cassie.
Arrugué la nariz, sin reconocer a la persona que la vampira me había mencionado.
-¿Quién demonios es Cassie?
Deirdre esbozó una sonrisa carente de humor.
-Cassie Nervik fue la amante de Ferenc Vanczák –desveló y el estómago se me contrajo a causa de las náuseas-. Dicen que el antiguo líder del aquelarre la despechó porque se enteró que estuvo viéndose al mismo tiempo con su hijo mayor, Axel; aunque las malas lenguas también apuntan a Derek –añadió con una sonrisita siniestra-. Claro, que ahora Ferenc Vanczák se encuentra bastante cómodo entre las piernas de Morticia Olaussen...
Mi cara debió ser todo un poema, ya que Deirdre dejó escapar una prolongada carcajada divertida.
-No tardarás en descubrir que las relaciones del aquelarre Vanczák se basan en traiciones y dobles juegos –dijo de manera críptica-. Nadie es lo que parece ser, Galatea: no lo olvides.
Me desinflé como un globo al recordar a Hunter, a la verdad que se escondía tras sus «buenas intenciones». Miré a Deirdre alejarse de mi escondite sin mirar hacia atrás ni tan siquiera en una ocasión; me hubiera gustado decirle que ya había empezado a aprenderlo por las malas.
Deirdre Oszlár
Su padre, un rico comerciante de origen eslavo, decidió instalarse en Londres para poder expandir su negocio. En la ciudad consiguió hacer fortuna debido a las mercancías exóticas que recibía de su tierra natal, convirtiéndose muy pronto en un hombre bastante rico.
Formó familia con la hija de un adinerado aristócrata y pronto tuvieron descendencia: dos niñas preciosas. La pequeña de ambas, Deirdre, pronto dejó a sus padres sorprendido por la belleza y cualidades que presentaba.
Muy pronto empezaron a buscarle un candidato que pudiera suplir con las necesidades de su pequeña, pero Deirdre se enamoró de un muchacho bastante mayor que ella a quien había conocido un día de mercado. Sus padres creyeron que se trataba de un amigo imaginario, ignorando por completo las historias de la niña que contaba a su hermana mayor sobre un chico que iba a esperarla siempre, como Peter Pan con Wendy.
El día que cumplió los dieciocho años, su caballero misterioso se presentó con la propuesta de llevársela consigo al sitio donde vivía. Deirdre, emocionada por la idea, no dudó en aceptar; Attila se la llevó consigo a la mansión, con intención de convertirla en su compañera.
Debido a que era una dama conocida en Londres debido a su familia, Deirdre se mantuvo encerrada en la mansión para evitar que alguien pudiera reconocerla; toda su familia murió sin saber qué fue de su querida niña.
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